Aun con dificultad, los escritores son los creadores que más han evocado la matanza Entre ellos priman las historias de carácter emocional, simbólico y metafórico
Un visitante en la Habitación Azul Cobalto, bóveda de plástico serigrafiada con mensajes de apoyo a las víctimas del 11-M en la estación de Atocha,de Madrid. / Claudio Álvarez.elpais.com |
El enjambre de dolor y miedo suscitado aquel jueves por los 191
muertos y 1858 heridos fue el zarpazo del futuro en España. El preámbulo
de una lluvia de sensaciones y emociones sombrías, incertidumbres e
insatisfacciones que diez años después no han amainado, y que la
creación artística ha abordado de manera muy tímida. Salvo la
literatura. Desde el día siguiente de la tragedia en Madrid, 11 de marzo de 2004,
las palabras de los escritores iniciaron su empeño por reordenar y
ordenar la vida porque a la desgracia se sumó la confusión de palabras
manipuladas. Un acercamiento que han hecho sobre todo desde lo emocional
y con carácter simbólico o metafórico.
Primero los poetas: “Acaso lo más duro y lo más cruel / no sea
abrir lo negro en lo blanco: / en la armonía el caos, / en ojos
inocentes un cuchillo de ira, / en los labios más tiernos de juventud /
la muerte”, (Antonio Colinas, en Madrid 11 de marzo, Pre-Textos).
Después los narradores: “En el silencio atónito de las gentes se
intensificará la soledad de su indefensión y el dolor de las
desapariciones”. (Luis Mateo Díez, en La piedra en el corazón, (Galaxia Gutenberg).
Fue la irrupción de una realidad que desbordó todo, que no se ha asimilado y que está como un quiste que oculta la insatisfacción política y social que se ha agudizado desde entonces, a la vez que descubre la sensación de vulnerabilidad
A las preguntas de la tragedia (provocada por el terrorismo
yihadista, según la justicia), que han tratado de responder docenas de
investigadores, historiadores y periodistas en libros de ensayo, siguen
las preguntas de por qué las artes no terminan de abordar el suceso. A
la falta de perspectiva, tiempo, se suma, según José-Carlos Mainer,
catedrático de literatura, escritor y crítico, “la irrupción de una
realidad que desbordó todo, que no se ha asimilado y que está como un
quiste que oculta la insatisfacción política y social que se ha
agudizado desde entonces, a la vez que descubre la sensación de
vulnerabilidad. Un síndrome extensivo y responsable del estallido de
insatisfacción que llega hasta hoy”.
Mientras el cine, la música, el teatro y las artes plásticas han
mirado aquella tragedia por una rendija del tiempo, la literatura ha
entrado por su puerta para arrojar luz sobre lo ocurrido y su estela en
la gente. Han hecho una ruta similar a la vivida en Estados Unidos, tras
los atentados del 11 de septiembre de 2001, con palabras que se abren
paso en el tiempo.
“Ya la ciudad vuelve a ser un caudal de vida y tiempo derramados.
Pero ha ocurrido algo, la luz ha pasado de un color a otro como si
hubiese caído un telón sobre Madrid”. (Adolfo García Ortega, en El mapa de la vida, Seix Barral).
“Las palabras no esperan”, escribió Luis Mateo Díez en 2006. Fue uno
de los primeros narradores en volver a aquel día de marzo y escribir no
una novela sobre el 11-M, sino una historia que transcurre en el 11-M
para convertirse en una especie de tratado de vida, del aprendizaje del
dolor, “de la búsqueda denodada de la palabra, del nombre de lo
innombrable. De la palabra salvadora”.
La fuerza de la literatura estriba en que llega a la memoria emocional de la gente y fija los hechos como mitos, como relatos. Esto desde Homero
Porque mientras los historiadores hacen Historia, ajustan los pilares
de la realidad, lo que cuentan los escritores es lo que suele quedar en
el imaginario colectivo, lo que da forma a la vida de la Vida. “La
fuerza de la literatura estriba en que llega a la memoria emocional de
la gente y fija los hechos como mitos, como relatos. Esto desde Homero”,
recuerda García Ortega. Con una advertencia: “Esto vale tanto para la
verdad como para la mentira. La literatura también tiene su cara b, que
es la manipulación. Es más, la literatura se define como manipulación,
para construir o para destruir”.
Una idea compartida por Fernando Reinares, que acaba de afianzar los pilares del suceso madrileño en ¡Matadlos! Quién estuvo detrás del 11-M y por qué se atentó en España
(Galaxia Gutenberg). Para el catedrático de Ciencia Política, la
literatura puede facilitar la comprensión y un mejor entendimiento de
los hechos, “pero siempre que se ajuste a la realidad y con evidencia
contrastada. No de literatura que añada más imaginarios a los que ya la
sociedad española ha generado al respecto”.
Y aunque la ficción es clave, porque cuenta lo que no cuenta la
Historia, “no puede hacer trampas, tiene que tener unas reglas como la
Historia”, asegura Manuel Gutiérrez Aragón, autor de La vida antes de marzo
(Anagrama). La poca literatura alrededor del 11-M se debe, tal vez,
agrega el cineasta y narrador, a que se trata de un suceso puntual, “fue
tan único que parece no pertenecer a nuestra Historia. Tan externo que
puede ser un punto de partida o de llegada”. Considera que lo escrito
hasta ahora está bien y no está enredando los múltiples hilos de un
acontecimiento que desde el primer día fue enturbiado al mezclar
tragedia, terrorismo, política y mucha opinión pública.
“Oyó el aullido de la ciudad y el cántico de las ambulancias
rumbo a Atocha. Sus gafas de mariposa se empañaron. Miró hacia delante y
hacia atrás, sin saber qué hacer, y tuvo la impresión de que estaba
perdiendo el equilibrio”. (Blanca Riestra, en Madrid blues, Alianza).
Los pocos libros sobre el tema puede deberse también, según Riestra, a
que en España la literatura sigue estando muy ligada al
entretenimiento. Y la escritora va más allá: “La literatura como
reflexión sobre nuestra historia presente, más aún si se trata de
sucesos trágicos como el asunto de Atocha, parece abocada al fracaso.
Eso experimentamos muchos de los escritores que publicamos novelas sobre
el 11-M, que se hacía un tupido silencio sobre nuestros textos, como si
hubiésemos violado alguna regla no escrita”.
Los que han vuelto a aquel día, cuenta Díez, han buscado el sentido
profundo de esa experiencia en la experiencia de cada uno, del hecho en
sí y del dolor íntimo de una conciencia global de él. Y esa narración lo
sitúa mucho más allá del propio suceso y de las connotaciones
históricas. “Ese estupor y sentimiento de liquidación absoluta e
imprevisto sucede en el momento del despertar que requieren de unas
palabras destiladas en lo narrativo como de meditación interior y estar
más cerca a la expresividad que rastrea la poesía en su esencia más
profunda”.
Novelas que tratan de contribuir a fijar un modo de interpretar la
realidad en el marasmo de la confusión, afirma García Ortega. Y lo hacen
“posicionando al lector frente a las víctimas, frente a los asesinos y
frente a las circunstancias desde el puesto privilegiado de la primera
fila, para que el lector sienta, piense, imagine por su cuenta y
adquiera ese don, que solo da la literatura, que es la identificación
con el otro”.
“Yo miraba los escasos anuncios de las afueras de Vaciamadrid: muebles, sanitarios, alquiler de oficinas.
—La sangre está corriendo. Hay ríos teñidos de rojo y muchos muertos…
La guerra no está tan lejos como algunos quieren hacer creer, la
guerra está tras esos montes y se va acercando —dijo Serhane. Ante mí se
extendía la tierra baldía, las yeseras, los terraplenes de hierba
rala”. (La vida antes de marzo)
El recuerdo de los muertos está presente. Todavía no es novela histórica, es novela de la emoción y para eso se cuenta con que el lector también es contemporáneo de los hechos”.
La mayoría de las narraciones están hechas desde la emoción, reconoce
Gutiérrez Aragón. Al estar tan cerca el suceso, en esas obras palpita
lo que produjo en cada escritor y la sociedad. “No es lo mismo la Guerra
Civil escrita por los que la vivieron que por quienes no. Esto estaba
muy próximo y se nota. En el 11-M el recuerdo de los muertos está
presente. Todavía no es novela histórica, es novela de la emoción y para
eso se cuenta con que el lector también es contemporáneo de los
hechos”.
La novela es consuelo, como debió de ser la épica para Homero al pensar la Ilíada,
afirma el crítico J. Ernesto Ayala-Dip: “No hay pena ni dolor colectivo
que no se nos incruste como el dolor y la pena con el que nos
solidarizamos y con el cual nos interrogamos y nos vemos (incluso en la
terrible posibilidad de haber sido víctimas o verdugos), a nosotros
mismos como individuos”. Recuerda que estas obras españolas, sin olvidar
la escrita por el estadounidense Don Delillo, El hombre del salto,
2007, sobre el 11 de septiembre del 2001, “cada una en su especificidad
estética y argumental, intentaron una explicación o una mínima
respuesta a tanto enigma humano y a tanta sinrazón”.
Si Luis Mateo Díez considera que también estos libros tienen algo de
catártico, Blanca Riestra cree que no han tenido ningún impacto salvador
o excelso. Que no hay que crear tabúes. La muerte y la violencia,
afirma, “no deben ser sacralizados y la realidad —cualquier realidad—
está ahí para que quien quiera la tome y haga con ella literatura”.
Las novelas del 11-M ponen la política en su sitio, es decir, en un lugar muy efímero y coyuntural, incluso amoral
Los primeros en contar lo ocurrido fueron los medios de comunicación.
Podría pensarse, reflexiona García Ortega, que la información
periodística es el mejor cauce para ello, “pero precisamente el 11-M se
estudiará algún día como el modelo de manipulación informativa más
taimado de nuestra historia reciente”. Aflora, entonces, el aspecto
ineludible: el político. Las novelas del 11-M “ponen la política en su
sitio, es decir, en un lugar muy efímero y coyuntural, incluso amoral.
La Historia no olvidará gracias a que la literatura siempre estará ahí
para denunciarlo”.
“Nada nos hace tan sabios como el dolor. Hay una lucidez en la
experiencia del dolor que no se puede conquistar de otra manera que
sufriendo. De hecho, si no olvidáramos nuestra experiencia del dolor,
creo que seríamos eternamente sabios, y que ya nada nos heriría; por
desgracia, incluso la sabiduría del dolor se olvida, y de nuevo recaemos
en nuestras viejas costumbres imperfectas”. (Ricardo Menéndez Salmón, en El corrector, Seix Barral).
Fue el jueves 11 de marzo de 2004, en Madrid. Ese día, entre las 7:37
y 7:39 de la mañana, las alegrías heredadas del día anterior fueron
sepultadas por tres explosiones, 1.858 heridos y 191 muertos. Luego, la
política quiso manipular y se mezcló con la realidad como una gran gota
de tinta que cae en un vaso de agua. Y los escritores empezaron su
peregrinación hacia aquella grieta en el tiempo.
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