18.3.14

Buñuel es una novela

Cuadernos del vigía publica la monumental obra que Max Aub dedicó al cineasta, con múltiples entrevistas inéditas hasta ahora  

De izquierda a derecha: Salvador Dalí, María Luisa González, LuisBuñuel, Juan Vicens y José María Hinojosa. Sentado, José Moreno Villa. Toledo, 1924.

Buñuel en su menester de director.

Max Aub en 1969./lavanguardia.com

Luis Buñuel y Max Aub exiliados en México. Son amigos. Tienen prácticamente la misma edad. Dos creadores que han recorrido el mundo, que se conocen bien (llegaron a colaborar en Los olvidados), y que han impregnado el cine y la escritura de una huella intransferible. Llega un encargo. Es 1968. La editorial Aguilar le pide al autor de El Laberinto mágico que realice la biografía del director de Viridiana. Horas y horas de entrevistas. Y el miedo a no terminar el trabajo. Hoy ve la luz gracias a Cuadernos del vigía.
Luis Buñuel, novela es el resultado de la investigación de Carmen Peire, que se ha pasado cuatro años buceando en la Fundación Max Aub situada en Segorbe, Castellón. El desenlace es una obra monumental, de 600 páginas, que incluye una selección de los audios encontrados (dos horas en cintas de casete). Centenares de manuscritos conforman el archivo, inédito hasta ahora.
¿Pero por qué hablamos de novela en vez de biografía?
El propio Aub contesta: “Si he subtitulado este libro novela es porque quiero estar lo más cerca posible de la verdad. Las anécdotas, los cuentos, lo inventado acerca de un personaje o un hecho son mucho mejores para conocerlo que los documentos”.
Lo cierto es que Aguilar publicó una versión muy reducida del libro (compuesta por prólogos y entrevistas), que vio la luz bajo el título de Conversaciones con Buñuel, en 1985. Pero lo que tenía en mente Max Aub era algo más ambicioso que un libro de entrevistas. Reconoce: “Empecé esta obra por compromiso”. Él no eligió al personaje, se lo ofrecieron “en matrimonio”. Lo que sucede, escribe, es que “los encargos, para quienes somos meros ejecutores, se transforman en obra personal”.
La obra personal, editada exquisitamente, es un volumen raro, con apariencia de fragmentario, con esa sensación de libro abierto que tienen las obras inacabadas. En la primera parte encontramos la transcripción de las conversaciones entre Aub y Buñuel, que repasan la trayectoria del creador de La edad de oro de manera cronológica. La infancia, su llegada a Madrid, la buena vida en París, el descubrimiento del cine como forma de vida, su experiencia en Nueva York, o México como puerto final. También hay capítulos temáticos, en los que Buñuel diserta sobre la religión (“Todo lo que no es cristiano me es extraño”), la política (“Cuando cierro los ojos soy nihilista”) o un repaso a sus filmes más paradigmáticos, Belle de jour y Tristana, entre tantos otros. La segunda parte, mucho menos extensa, es un ensayo en el que Aub, de manera culta, audaz y lúcida, resume las principales vanguardias del siglo XX, explicando la importancia del ultraísmo, el Dadá o el surrealismo. Siempre con el de Calanda como telón de fondo.
- Yo no sé lo que es la masturbación, señor.
Respuestas como ésta son las que convierten el libro algo realmente arriesgado, incisivo, brillante. Porque Aub es amigo de Buñuel, sí, pero no le está haciendo una hagiografía. Ni mucho menos. Es su personaje y, por lo tanto, lo pone en apuros. Cuida el conflicto. Le pregunta con, amabilidad e insistencia, sobre su relación con el comunismo. El cineasta repite una y otra vez que él nunca ha pertenecido al partido.
Buñuel miente, exagera, ironiza. Es el protagonista de una novela. La libertad con la que se expresa se ve reflejada en afirmaciones tan kafkaianas (¿o deberíamos decir buñuelescas?) como cuando defiende que no le gusta el cine. Literalmente lo dice.
Hijo de la alta burguesía aragonesa, muy influenciado por la sociedad devota en la que crece (explica que de niño solía disfrazarse de cura), no se interesa por el cine hasta 1926, cuando ve Las tres luces de Fritz Lang. Le parece una película floja, pero entiende que el séptimo arte le permite hablar de algo que le obsesiona: la muerte.
Como en toda novela, hay un clímax. Especialmente ilustrativo es cuando hablan de la etapa en la que Buñuel coincide en la Residencia de Estudiantes con Lorca y Dalí. Hay que tener en cuenta que se trata de un joven rico, pero muy bruto, más deportista y gamberro que alguien con profundas inquietudes intelectuales.
- A Federico se lo debo todo. Es decir, sin él yo no habría sabido lo que era la poesía. –reconoce.
Narra, sin embargo, un desencuentro entre ambos. A Buñuel no le interesa nada el teatro del poeta andaluz, y le dice lo malo que le parece el texto de Don Perlimplín. Lorca se ofende. Y abandona la cervecería en la que están tomando algo.
- A la mañana siguiente, le pregunté a Salvador, que compartía la habitación con Federico. ¿Qué tal?
- Ya está todo arreglado. Intentó hacerme el amor, pero no pudo. –responde Dalí.
Buñuel es, según sus propias palabras, un anarquista. Pero no un anarquista al uso. Se burla de los ultraístas y después se une a ellos. Algo similar le pasa con los surrealistas (“Hasta el 27 me parecían una partida de maricones”). Se marcha a París con el dinero que le envía su madre, y con el mismo dinero, produce su primera película. Tenía que haber sido un corto en forma de periódico con guión de Gómez de la Serna (“El hombre que más ha influenciado en toda nuestra generación”, apunta) pero visita a Dalí en Cadaqués y éste le convence para dedicar el presupuesto a Un perro andaluz. Se estrena en la capital francesa como complemento de Les Mystères du Chateau de Dé, de Man Ray. Desde ese preciso instante ya es uno de ellos.
El libro profundiza, claro, en el ateismo y en la herencia de Sade. Y en su profundo odio por Gala, a quien culpabiliza de la transformación de Salvador Dalí. Su íntimo amigo fue el responsable de que tuviera que dimitir en el MoMA, al acusarlo de comunista en sus memorias. Estados Unidos no lo tolera.
Aub es un gran entrevistador. Logra dar vuelo a su personaje, consigue que se relaje, y que él mismo se encargue de mostrar al hombre que hay detrás. La vida es la auténtica obra.
- Hoy, me propondrían quemar todas mis películas y lo haría sin pensarlo un momento. A mí no me interesa el arte, sino la gente… -sostiene Luis Buñuel.
Max Aub se despide en un epílogo en el que pide perdón por ciertos juegos (marca de la casa) que utilizan “la broma, el escarnio, el humor, la ironía, la coña, el chiste, la mofa, la befa, el INRI”. Jugando a cartas con los amigos es como le sorprende la muerte, el 22 de julio de 1972. “Todo hombre es un fenómeno”, dejó anotado, junto a miles de apuntes.
La novela estaba escrita. Pero había que ordenar la partitura.

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