13.3.14

La decadencia del imperio

  Dave Eggers en  Un holograma para el rey  construye una metáfora sobre el paisaje desolado de la angustia humana

Dave Eggers, autor estadounidense.Es excéntrico, prolífico, filántropo y socialmente comprometido./revista Ñ

En una carpa blanca y sin aire acondicionado instalada en Arabia Saudita, Alan Clay espera. Los minutos parecen meses y las horas, años. Bajo un calor vivo, depredador, de un desierto implacable, este hombre divorciado de 54 años y endeudado hasta el coxis aguarda la salvación: la oportunidad de desplegar su show hipnótico como vendedor frente al ocupado rey Abdalá e impresionarlo con un sistema de teleconferencias holográfico que, de lograr venderlo como tecnología de comunicación de una naciente y artificiosa ciudad erguida en el medio de la nada, resolvería todos sus problemas.
Sus tres compañeros lo ven tal cual es: un tipo del montón, un hombre irrelevante, derrotado, bañado por la decadencia y la amargura de pies a cabeza, un ex fabricante de bicicletas que extraña con nostalgia la época en la que se construían en su país cosas con las manos. “Un ser humano que era más una carga que una ayuda, más un prejuicio que un bien, irrelevante, superfluo para el progreso del mundo”, escribe su creador, su titiritero, el estadounidense Dave Eggers que expone en la voz, en el malestar y decadencia de su protagonista el declive de la economía de Estados Unidos y a la vez el ascenso de China como la fábrica del mundo. “En Asia fabrican cosas de verdad y nosotros hacemos sitios webs y hologramas –rezonga un personaje–, sentados en sillas fabricadas en China, trabajando en computadoras fabricadas también en China”.
Finalista del National Book Award y considerada por The New York Times como una de las cinco mejores ficciones de 2012, Un holograma para el rey más que un relato sobre la fragilidad masculina o un mosaico de una vida de confusión es una novela-síntoma, un relato cargado de simbolismo en el que la aridez de un desierto sin rasgo ni forma funciona como metáfora interna: el paisaje desolado de la angustia humana, el reverso emocional de la globalización.
Eggers se vale de Alan Clay –que próximamente encarnará Tom Hanks en el cine– como médium para explorar sus preocupaciones sociales. Ya lo hizo con las consecuencias del huracán Katrina en Zeitoun . O en la biografía novelada Qué es el qué , en la que denuncia el drama de la guerra en Sudán. Y mucho antes en Una historia conmovedora, asombrosa y genial , un relato personal y cargado de humor negro que lo exilió del anonimato sobre cómo dejó todo para cuidar a su hermano luego de la muerte repentina de sus padres.
Sus posturas literarias lo convierten en un descendiente lejano de Balzac. Con el escritor francés, Eggers comparte la idea de que la novela debe relatar la vida privada de las naciones. Sobre todo en esta época tecnohistérica en la que, como dice, triunfan sistemas diseñados para frustrar todo contacto humano.

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