Dave Eggers en Un holograma para el rey construye una metáfora sobre el paisaje desolado de la angustia humana
Dave Eggers, autor estadounidense.Es excéntrico, prolífico, filántropo y socialmente comprometido./revista Ñ |
En una carpa blanca y sin aire acondicionado instalada en Arabia
Saudita, Alan Clay espera. Los minutos parecen meses y las horas, años.
Bajo un calor vivo, depredador, de un desierto implacable, este hombre
divorciado de 54 años y endeudado hasta el coxis aguarda la salvación:
la oportunidad de desplegar su show hipnótico como vendedor frente al
ocupado rey Abdalá e impresionarlo con un sistema de teleconferencias
holográfico que, de lograr venderlo como tecnología de comunicación de
una naciente y artificiosa ciudad erguida en el medio de la nada,
resolvería todos sus problemas.
Sus tres compañeros lo ven tal
cual es: un tipo del montón, un hombre irrelevante, derrotado, bañado
por la decadencia y la amargura de pies a cabeza, un ex fabricante de
bicicletas que extraña con nostalgia la época en la que se construían en
su país cosas con las manos. “Un ser humano que era más una carga que
una ayuda, más un prejuicio que un bien, irrelevante, superfluo para el
progreso del mundo”, escribe su creador, su titiritero, el
estadounidense Dave Eggers que expone en la voz, en el malestar y
decadencia de su protagonista el declive de la economía de Estados
Unidos y a la vez el ascenso de China como la fábrica del mundo. “En
Asia fabrican cosas de verdad y nosotros hacemos sitios webs y
hologramas –rezonga un personaje–, sentados en sillas fabricadas en
China, trabajando en computadoras fabricadas también en China”.
Finalista del National Book Award y considerada por The New York Times como una de las cinco mejores ficciones de 2012, Un holograma para el rey
más que un relato sobre la fragilidad masculina o un mosaico de una
vida de confusión es una novela-síntoma, un relato cargado de simbolismo
en el que la aridez de un desierto sin rasgo ni forma funciona como
metáfora interna: el paisaje desolado de la angustia humana, el reverso
emocional de la globalización.
Eggers se vale de Alan Clay –que
próximamente encarnará Tom Hanks en el cine– como médium para explorar
sus preocupaciones sociales. Ya lo hizo con las consecuencias del
huracán Katrina en Zeitoun . O en la biografía novelada Qué es el qué , en la que denuncia el drama de la guerra en Sudán. Y mucho antes en Una historia conmovedora, asombrosa y genial
, un relato personal y cargado de humor negro que lo exilió del
anonimato sobre cómo dejó todo para cuidar a su hermano luego de la
muerte repentina de sus padres.
Sus posturas literarias lo
convierten en un descendiente lejano de Balzac. Con el escritor francés,
Eggers comparte la idea de que la novela debe relatar la vida privada
de las naciones. Sobre todo en esta época tecnohistérica en la que, como
dice, triunfan sistemas diseñados para frustrar todo contacto humano.
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