La gigantesca maquinaria de distribución colombiana se ha dedicado a imponer condiciones asesinas a los libreros independientes con los libros de García Márquez
Un librero callejero charla con el autor de Cien años de soledad en Cartagena de Indias, en mayo de 2013. / Joaquín Sarmiento./elpais.com |
A finales de enero pasado, en medio de uno de esos calores que matan
pájaros en pleno vuelo, llegué por primera vez a Aracataca. El pueblo donde nació Gabriel García Márquez
tiene una casa museo Gabriel García Márquez, un recorrido sobre Gabriel
García Márquez, un restaurante Gabo (en la calle de los Turcos, que
conocen bien los lectores de Cien años de soledad), una emisora
llamada Macondo Estéreo y hasta un holandés errante que abrió un hotel,
la Residencia Gitana, y se cambió el apellido de su familia por uno que
les resultara un poco más familiar a los locales: Buendía. Fue él, Tim
Buendía, quien me preguntó a la hora del almuerzo si yo creía que lo de
los libros podía arreglarse. Le dije la verdad: que no lo sabía, pero
que semejante situación no podía durar mucho; porque a mí también me
gustaría, como a tantos lectores de Gabriel García Márquez, poder
comprar sus libros en las librerías colombianas.
El primero en hablar del elefante en la (macondiana) habitación fue
el periodista Nicolás Morales Thomas. En noviembre del año pasado,
Morales escribió una columna larga y detallada en la que daba cuenta del
fenómeno, que en pocas palabras es el siguiente. Hace unos años, cuando
el grupo editorial Norma
decidió cerrar una de las colecciones de literatura más importantes de
la historia latinoamericana reciente, solo conservó los derechos de un
autor: Gabriel García Márquez. Desaparecida la editorial –así como los
responsables de la antigua y maravillosa colección literaria–, lo que
queda es solo una gigantesca maquinaria de distribución que, con la
rentabilidad como religión, se ha dedicado a imponer condiciones
asesinas a los libreros independientes. El objeto del chantaje (el
cuerpo del delito, como si dijéramos) son los libros de García Márquez.
Cuando lo visité para hablar del asunto, David Roa, el responsable de La Madriguera del Conejo,
me explicó la situación. Los distribuidores de García Márquez no dejan
sus libros en depósito, como es práctica corriente, sino que exigen la
compra al contado; y no hacen el descuento del 40%, como es práctica
corriente, sino solo del 25%. En pocas palabras: las condiciones que
impone Norma a los libreros independientes hacen que para ellos sea
imposible, por no decir suicida, tener libros de Gabriel García Márquez.
Y me encontré entonces ante esta situación fabulosa: el único libro de
García Márquez disponible en La Madriguera del Conejo, los Cuentos completos,
estaba en la edición mexicana de Diana; otras librerías, como Casa
Tomada, importaban ediciones de bolsillo españolas para suplir la
demanda; en la librería Prólogo pude comprar Yo no vengo a decir un discurso, cuyos derechos en Colombia no los tiene Norma, sino la editorial Mondadori.
La única librería que puede aceptar estas condiciones –aparte de las grandes superficies y los quioscos de diversa índole– es la Librería Nacional,
una cadena cuyo poder está más allá de toda duda. Allí pude encontrar
los libros de García Márquez, pero los encontré en la única edición
disponible en Colombia: una colección de libros feos, baratos y
descuidados cuyo objetivo primordial son los estudiantes. En Colombia es
imposible encontrar una edición cuidada –una tapa dura y un papel
agradable, por no hablar de una edición crítica– del escritor colombiano
más importante (y sí, más leído) de todos los tiempos. La próxima vez
que vaya a España, a México o a Buenos Aires, aprovecharé para comprar
libros de García Márquez. No sabe uno cuándo necesite hacer un regalo.
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