El autor portugués viaja hasta el paisaje de su infancia en un libro de gran intensidad, Sobre los ríos que van, escrito tras superar un cáncer
António Lobo Antunes, autor portugués viaja a su infancia en Sobre los ríos que van./Alberto Di Lolli./elmundo.es |
La casa de António Lobo Antunes (Lisboa, 1942) se apoya sobre una de las siete colinas de Lisboa.
Si coges la calle desde abajo hay que trepar por una cuesta de mucha
pendiente que requiere meta volante a mitad del trayecto. Es un barrio
humilde. Con la melodía cadenciosa de las rúas en jornada de lluvia. Una lluvia terca que muere de pie contra el suelo y todo lo ahonda.
Una vez en el vestíbulo abre la puerta una mujer joven, de belleza en paralelo a la de Anna Galiena
cuando 'El marido de la peluquera'. Es atenta. De ojos fuertes. Lleva
un vestido rojo. Avanzas unos pasos por el salón amplio y, junto a un
ventanal, el escritor António Lobo Antunes está sentado de espaldas al
día, atrincherado tras cuatro paquetes de Marlboro de
color blanco y unos cuantos libros que hacen torre. «Viene a que
hablemos de 'Sobre los ríos que van' (Random House), pero es que no
recuerdo demasiadas cosas del libro, la verdad. A ver qué hacemos».
Lobo Antunes habla con la voz untada en muchas horas de tabaco. Gasta
un audífono que pita puntualmente. Y activa una conversación llena de
nombres de escritores, de malestares contra el mundo,
de serenidad, de inteligencia para los silencios. La memoria es el
sedimento de su escritura. También, la infancia rescatada, los terrores
del hombre, la desesperación, la locura, las entrañas del mal, el
amor... Pero en 'Sobre los ríos que van' está todo ceñido a una sola
aventura: la niñez del escritor.
«Fue el tiempo más feliz de mi vida. Vivíamos en un pueblito. Y vivíamos bien. Provengo de una familia que tuvo privilegios en la dictadura,
pero para un niño la dictadura no existe. Además, en mi casa había un
permanente pacto de silencio. Un miedo a hablar. Había demasiados
delatores. Mi padre no fue un hombre de derechas, como sí lo eran mis
tíos. En cualquier caso, fue el tiempo más feliz de mi vida».
Y un día quiso contarlo, con nombres, dando cuerpo de letra a
situaciones reales. A esos viejos recuerdos que Lobo Antunes cree que
nos constituyen. En la niñez el mundo siempre es estable y el tiempo
lineal.pero de eso te das cuenta mucho más tarde. «Yo he sido consciente
de mi infancia en la madurez. Y más consciente aún cuando hice este
libro, que también tiene que ver con la conciencia inmortal de los
niños», exclama.
-¿Y de dónde viene la necesidad de hacer este libro?
-No sé bien. Todo nació después de superar una enfermedad muy dura. Un cáncer.
Pasé mucho tiempo en el hospital, con radioterapias agresivas. Y al
volver a casa se me impuso reflexionar sobre mi infancia. Decía Ortega y
Gasset que la edad adulta era la infancia fermentada. Y lo es. Pero
nunca sé porqué escribo de un tema o de otro... Yo era un niño normal.
Feliz. No me enteré de la dictadura ni de nada. No sabía quiénes eran
los buenos y los malos. En mi casa había un silencio absoluto sobre esos
temas. Pero lo descubrí cuando fui a la guerra de Angola. Ahí, ya de
joven, lo entendí todo.
- ¿Influyó la experiencia de la guerra en su escritura?
- Imagino que sí. Pero porque todo aquello influyó en mi vida. Fue una aventura extraña.
- ¿Disparó?
- Disparé.
- ¿Mató?
- No lo sé. Disparaba sin saber muy bien a qué. Pero no es algo que me atormente. Era la guerra.
- ¿Qué queda de aquello?
- Pues más de 20.000 personas en Portugal que aún sufren estrés postraumático.
Respecto a mí, queda una cena que hacemos una vez al año aquéllos que
compartimos compañía... Y también me queda una ausencia absoluta de
remordimientos.
- ¿La enfermedad ha cambiado su relación con las palabras?
- No diría eso. Ha cambiado porque yo he cambiado. Pero no más.
- ¿De qué le ha salvado la literatura?
- Probablemente del suicidio.Yo lo he volcado todo en las palabras. Y
la idea del suicidio siempre me ha rondado. Es algo que no es ajeno a
mi familia. Quizá de eso me hayan salvado los libros.
La tarde va cayendo al suelo y Lobo Antunes echa más grapa a la copa.
La conversación empieza a tomar rumbo propio. No hay ya pregunta que
dome la charla. Las ideas se desbocan sobre la mesa con una punta de
ebriedad y otra de expedición inesperada.
- ¿Tuviste miedo a la muerte en los días del cáncer?
- A qué llamas miedo.
- Al miedo.
- Es que hay muchos miedos... Era una mezcla de muchas cosas... Yo no sabía cómo iba a salir. Mi mayor temor era a la noche. Las noches en un hospital son terribles. Pasas las noches mirando a la ventana hasta que llegua la mañana.Creía que ver amanecer me impedía morir... Es muy raro todo.
- Esta novela...
- No, yo no escribo novelas. No sé lo que hago, pero sé que no son novelas. Gogol dijo que 'Las almas muertas' eran un poema.
¿Por qué no? Tengo la impresión de que lo que escribo son
ensueños.Tengo la impresión de que cuento un ensueño para vosotros, como
decía Marlow en 'El corazón de las tinieblas'. Los hechos son reales,
pero...
Lobo Antunes es un animal solitaruio y rumiante. Un escritor
complejo. Un ciudadano extrañado y mundano. Habla de poetas. Muchas
veces mucho. El título de 'Sobre los ríos que van' es un verso de
Camoens. Ama a Quevedo sobre todas las cosas. Y al Siglo de Oro español.
Y a Lorca. Y a Cernuda. A los 15 años escribió a Louis-Ferdinande Céline para expresarle admiración.
- ¿Qué queda de aquel chaval?
- Todo.
- Sin embargo, usted no pertenece a ninguna tradición literaria. Ha hecho el viaje en las letras a solas.
- Así es. Y como escritor me siento muy solo. No
encuentro compañeros de viaje. Pero eso es bueno. Hoy se distingue entre
literatura popular, que es una mierda, y literatura culta. Pero hubo un
tiempo en que eso no era así. Ahora la mayoría de la gente sólo lee
basura...No sé qué sucede en este tiempo. Todo se ha degradado mucho. No
se es exigente.
- ¿Cómo ve la situación de Europa en este momento?
- Europa no es nada para mí.
- ¿Y la de Portugal?
- Aquí se está pasando hambre. Es horrible lo que está sucediendo. La
gente no tiene dinero. Ha crecido la venta de lámparas de aceite para
iluminar en las casas. Y hay quien sólo toma una ducha a la semana porque no puede pagar más.
Lobo Antunes tiene un cenicero grande sobre la mesa, pero utiliza de
cenicero un paquete de Marlboro. Las paredes de la casa están trepadas
de libros. Detrás de una estantería suenan tres golpes. El escritor da
permiso y como en una película de intriga se abre la estantería y entra
un rapaz. Todo es extraño a esta hora de la tarde, con la grapa
remontando la masa de la sangre y Lobo Antunes, poderoso y grave, quizá escéptico, quizá secretamente triste
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