La semana pasada, Hanif Kureishi, el autor de El buda de los suburbios–entre muchos otros libros y guiones de cine– declaró que pagar dinero para aprender a escribir era un absurdo y que para eso sólo hacía falta leer buena literatura. Es un viejo debate, con una respuesta clara. Kureishi tiene razón. Aunque es un hipócrita: él mismo es profesor de escritura creativa
Si no le sale, por allí es por que no va ser escritor. Sea honesto con sigo mismo: pagar un taller no va a cambiar mucho la situación./revista Ñ |
El
domingo pasado, en un festival literario en Bath, Inglaterra, el
novelista y guionista Hanif Kureishi adeclaró indignado que las cátedras de escritura creativa no sirven para nada:
“Si quieres escribir lo que tendrías que estar haciendo es leer la
mayor cantidad de literatura buena que puedas, por años y años, en vez
de malgastar la mitad de tu carrera universitaria escribiendo cosas que
no estás listo para escribir.”
Kureishi tiene razón, pero es un hipócrita y parte del problema es que Kureishi es profesor de escritura creativa en Kingston University donde
la matrícula para el Posgrado en Escritura Creativa ronda entre 10 y
20 mil dólares por año, según seas de la Unión Europea o extranjero, si
el curso dura un año o dos.
Sobre
los alumnos que eligen este curso de estudios Kureishi dijo: “Muchos
de mis alumnos simplemente no pueden relatar una historia. Pueden
escribir frases, pero no saben hacer que un cuento llegue a su final
sin que sus lectores se mueran de aburrimiento.”
Como si no fuera suficiente, el autor de El buda de los suburbios (1990),
dijo que el 99,9% de sus alumnos no tenían talento y que él nunca
aconsejaría participar en un programa como el que lo tiene como
empleado remunerado. “Es una gran lástima que miles de personas
estudien esta materia con tutores sin calificaciones, algunos que nunca
han publicado una novela. No soporto cuando autores anuncian que tienen
un título en escritura creativa. ¿Y qué? Salen diez centavos la
docena.
Las
amargas declaraciones de Kureishi pertenecen a la odiosa fauna de los
escritores que van a los festivales literarios para pasársela
quejándose cuánto odian tener que hacer publicidad de sus libros.
Pero
volvamos al debate. ¿Vale la pena pagarle a un experto para aprender a
escribir? Sea en una prestigiosa institución estadounidense o europea,
o directamente en el acogedor taller de un escritor semifamoso de la
ciudad donde cada uno vive.
La
respuesta es fácil y consiste en la lista de los grandes escritores y
escritoras de toda la historia humana antes de 1936. Algunos de los
nombres son: León Tolstoy, William Faulkner, Franz Kafka, Arthur
Rimbaud, Virginia Woolf, Miguel de Cervantes, Jorge Luis Borges,
William Burroughs, Emily Dickinison, Samuel Beckett, Cormac McCarthy,
Julio Verne, Victor Hugo, Gertrude Stein, T.S. Eliot, Pablo Neruda,
Gabriel García Márquez, Ezra Pound, Octavio Paz, Benito Pérez Galdós,
F. Scott Fitzgerald, Charles Bukowski, James Joyce...
Entendieron
la idea. Ninguno de estos autores fueron a un taller, ni menos pagaron
dinero para pedir permiso de sentarse a un escritorio y escribir. ¿Hay
más debate posible contra este argumento? No es original, pero nos
parece definitivo.
La fecha 1936 no la elegimos azarosamente. Es el año en cual se fundó el Iowa Writers Workshop,
la más prestigiosa escuela de escritura creativa y el modelo de los
talleres literarios como se practica mayormente hoy: alumnos leyendo
sus trabajos y recibiendo comentarios y críticas de sus compañeros,
guiados por la autoridad de un escritor profesional.
¿Se imaginan a Franz Kafka llevando las primeras páginas de La Metamorfosis
a un taller? “Eh, Franz”, diría un hipster con dinero de papá, “me
parece que lo que estás buscando está más en el género de la ciencia
ficción. Y el título –ya veo que se remite irónicamente a Ovidio– pero
me parece un poco pretencioso.”
¿Se
imaginan a Marcel Proust presentando su plan de trabajo en un taller
de Kureishi? Agobiado, pasaría la tarea de crítica a sus alumnos. Uno
diría: “Y, me parece que sería más sensato comenzar por cuentos cortos.
Como empezar por un lugar donde el final se va ver. Además, tu idea me
parece genial, es muy tierna, pero creo que lo vas a poder resolver en
un cuento de no más de 20 páginas.”
Estos
chistes son fantasiosos. Pero veamos el caso de David Foster Wallace.
Wallace, autor de la última gran novela del siglo XX, era alumno del
posgrado de escritura en la Universidad de Arizona.
Sus profesores lo odiaban y hasta lo alentaban a discontinuar sus
estudios. Les parecía que la dirección en la que iba su imaginación era
frívola. No encajaba con el modelo de realismo duro carvereano que
estaba de moda en ese momento. Hasta que Foster Wallace consiguió un
contrato para publicar su primera novela, aun siendo alumno. Incómodo
silencio por parte de los profesores...
Para
ser justos, tendríamos que agregarle a este relato que Foster Wallace
fue profesor de escritura creativa y, según los testimonios de sus
alumnos, era extremadamente generoso con su tiempo y muy positivo con
sus alumnos. Otros escritores contemporáneos de gran calidad, como Junot Díaz y Jeffrey Eugenides, se recibieron de programas de escritura creativa y actualmente son profesores de esa materia.
Cuando Junot Díaz ganó la beca MacArthur
en 2012 ($500.000 dólares sin obligación alguna) le preguntaron si
dejaría su puesto de profesor en MIT. Contestó que no, porque no quería
perder el plan médico.
Para
concluir, veamos la declaración de la página informativa del Iowa
Writers Workshop, cuya matrícula cuesta unos $40.000 dólares (por dos
años de cursada). La página informativa, que explica la filosofía pedagógica del programa, concluye, y citamos fielmente:
Como
un workshop damos una oportunidad para que el escritor talentoso
trabaje y aprenda de poetas y escritores de prosa consagrados. Aunque
estamos de acuerdo, parcialmente, con la insistencia popular que no se
puede enseñar a escribir, existimos y procedemos con la suposición que
el talento se puede desarrollar y vemos a nuestras posibilidades y
limitaciones como colegio en esa luz. Si uno puede “aprender” a tocar
el violín o a pintar, uno puede “aprender” a escribir aunque ningún
proceso de entrenamiento externamente inducido puede asegurar que lo
hará bien. Así pues, el hecho que el workshop puede señalar como
graduados a poetas, novelistas y cuentistas de prominencia nacional e
internacional, creemos que esto se debe más a lo que tenían en su haber
antes de llegar acá que por lo que les dimos. Continuamos buscando al
talento más promisorio del país con la convicción que la escritura no
se puede enseñar pero que los escritores pueden ser alentados.”
Esto es, simplemente, una estafa.
Dando
vuelta la frase de Kureishi sobre sus alumnos, es una certeza que el noventa y nueve punto nueve por ciento de los talleres literarios son una estafa también.
¿Quiere escribir? No se desespere. Hay una receta infalible: Escriba. Lea. Edite. Repetir.
Todo lo demás es literatura.
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