14.3.14

Amy Tan: "Escribir consiste en conectar memorias"

 La escritora estadounidense, hija de inmigrantes chinos, vuelve a indagar en las relaciones familiares en El valle del asombro tras ocho años de silencio

Ami Tan, autora estadounidense de El valle del asombro./elcultural.es

Hacía ocho años que Amy Tan (Oakland, California, 1952) no publicaba una novela. La espera de El valle del asombro (Planeta) ha merecido la pena. Es la quinta vez que la autora de El club de la buena estrella, Los cien sentidos secretos y La hija del curandero viaja a España. “La primera vez tenía 16 años", nos cuenta, "y fue a la vuelta de mi larga estancia en Suiza, que duró más de un año. Yo era una niña bastante mala por esa época”. Considerada como la más genuina representante de la literatura asiático-americana, a la escritora la vocación le vino mayor. Tras el éxito de su primera novela, siete meses después dejó su trabajo en una empresa de telecomunicaciones para dedicarse solo a la escritura. Amy Tan tenía 37 años. “Odio a los que dicen "sigue tus sueños". Soy de naturaleza ordenada, lógica, y nadie garantiza el éxito”.

El valle del asombro cuenta la historia de Violeta, una niña de siete años, medio occidental medio oriental, que parte en busca de su pasado chino. La novela se sumerge en el mundo de tres generaciones de mujeres desde 1890 hasta 1939, habla de la historia de China, desde la caída del Imperio y los comienzos de la República, y todo con una precisión meticulosa.

- ¿La novela se basa en un personaje real?
- En parte sí. La novela nació a raíz de caer en mis manos un libro con unas fotos que mostraban unas mujeres chinas vestidas de cortesanas. Me dejaron muy pensativa, ya que yo tenía unas fotos de mi abuela en las que se la veía vestida de la misma manera. Se las llevé a unos profesores de universidad que me dijeron que, en efecto, mi abuela estaba vestida de cortesana. Lo fuera o no. Podía haberse disfrazado o seguir una moda. Luego, en otra foto, se ve a mi abuela con una postura de una persona digna y poderosa cuando a mí me habían dicho que, por el contrario, era una mujer tímida e insegura. Mi abuela se suicidó con 36 años, justo después de haber dado a luz a mi tío.

Amy Tan vuelve a los temas de sus novelas anteriores. La familia juega siempre un papel importante, como si, siguiendo un hilo de Ariadna invisible, recorriese, generación tras generación, el mismo laberinto. “Es una metáfora que creo que también se encuentra en Borges. Todas mis historias son sobre la familia. Lo no dicho, lo que se pierde con el tiempo, de una generación a otra. El libro trata de asuntos familiares, pero no sobre mi familia en particular”.

- ¿Es por tanto la memoria lo más importante a la hora de escribir?
- Prefiero decir que escribir es, para mí, conectar memorias. Lo que busco en la escritura, con la escritura, es una continuación de la memoria, pasado, presente y futuro. Busco al escribir que todo tenga sentido, como si se tratase de un mismo momento continuo. Como la vida misma. A través de la ficción, quiero conseguir que cada escena esté relacionada con la otra a través de los sentimientos. Los sentidos son lo que hace que todo en la vida esté relacionado. La imagen del laberinto es la que mejor se adapta a lo que ocurre con las familias. En el laberinto, los caminos se cruzan sin parar.

- ¿El suicidio de su abuela, por ejemplo, es algo que ha seguido en su familia?
- De algún modo, sí. Mi madre siempre nos amenazó, a mi hermano y a mí, con que se iba a suicidar. Recuerdo una vez que teníamos unos 40 años, estábamos todos cenando en un restaurante. Discutimos y, automáticamente, mi madre se echó a la calle como una furia y fue corriendo a cruzar una carretera con seis carriles. Era experta en darnos sustos de ese tamaño. Estábamos convencidos de que un día era capaz de matarse. Pero al hacerse mayor enfermó de alzheimer y acabó siendo una mujer muy feliz.

- ¿Necesitó hacer un trabajo de investigación para relatar los hechos que se recogen en El valle del asombro, la historia de estas tres generaciones de mujeres?
- Le voy a dar un ejemplo de cómo opero al redactar. A mí me dijeron que mi abuela era una viuda que fue raptada por un hombre poderoso, que la obligó a casarse con él. Era su cuarta mujer. Luego llegaría este rico señor a tener siete mujeres. La versión varía. A veces me decían que él la había amenazado con un cuchillo si se negaba a casarse con él. Otras, que se iba a matar él mismo con ese famoso cuchillo. Esa historia no tenía ningún sentido para mí. ¿Por qué un hombre, que tiene todo lo que necesita, rico, dueño de la isla en la que iban a vivir, va a arriesgar su fortuna y acabar en la cárcel por matar a mi abuela? Decidí reescribir la historia de forma emocional. Esa historia era, para mí, una verdadera historia de amor. Se la conté a unas primas mías que viven en China y estaban de acuerdo. Esa forma emocional me ayudó a buscar la verdad.

- Y usted, que vive en Estados Unidos, ¿consiguió guardar ese legado familiar? Esas historias de las que habla se las transmitieron sus padres. ¿Fueron para usted los portadores de esa cultura china?
- No del todo, depende de las familias. Cuando mis padres llegaron a Estados Unidos, se trajeron con ellos tan solo las historias buenas de China. Lo malo lo dejaron allí. Omitieron, por ejemplo, que mi madre había estado casada y que tenía tres hijas de ese primer marido que dejó en China y del cual nunca se divorció. Yo eso solo lo supe en mi adolescencia. El pensar que mi madre había podido abandonar a sus hijos me llevaba a pensar que un día también me podría abandonar a mí.

- Ese sentimiento también lo tiene Violeta, el personaje de su novela. A Violeta no le cuentan las verdades hasta mucho más adelante y muchas las tendrá que descubrir ella misma.
- Los secretos habitan en todas las familias, hay varias maneras de contar una misma verdad. Lulú, la madre de Violeta, pretendía proteger a su hija. Violeta vivió un cambio importante, se dio cuenta de que era oriental, de que estaba vivo, en algún lugar, un padre chino. Pierde a su madre por partir en búsqueda de ese padre. El pasado no está separado de lo que somos en el presente. Es parte de nuestra vida, de nuestra identidad, de quiénes somos, de hacia dónde nos dirigimos y qué hacemos en esta vida.

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