Historias de familia, personajes y anécdotas de una Europa y de un Chile ya desaparecidos brotan del diálogo con el escritor, que reivindica el derecho de los autores latinoamericanos de escribir sobre todos los temas y no sólo sobre lo mágico o lo selvático
Jorge Edwards, autor chileno de El inútil de la familia. /adncultura.com |
El encuentro con Jorge Edwards tuvo lugar en la sede de la embajada
de la República de Chile en Francia, donde el escritor y periodista
santiaguino aún se desempeñaba como embajador de su país, cargo del que
se despidió hace algunos días. El elegante edificio donde se encuentra
la embajada se ubica en la avenida de la Motte Picquet 2, en el séptimo
arrondissement, a mitad de camino entre el barroco Hôtel des Invalides y
la Torre Eiffel. Allí, el estudio de Edwards es una sala repleta de
libros, muchos de los cuales son ediciones de sus novelas traducidas a
otros idiomas y publicadas en el extranjero.
-Siempre ha sido usted un escritor prolífico. ¿El
desempeño de un alto cargo diplomático le deja la posibilidad y el
tiempo para escribir?
-Llegué a la conclusión de que mi única posibilidad
para escribir era a las seis de la mañana: de seis a ocho. No hay otra.
Es duro, porque a veces consigo levantarme temprano y otras veces no. Mi
enemigo principal son las cenas: en este trabajo hay muchas cenas, que
yo detesto de todo corazón. Allí uno tiene que estar clavado, a veces
hay que hacer un discurso y después hay que salir corriendo a dormir. No
es lo mismo con los cócteles porque, como embajador, tengo un coche con
chofer: voy veinte minutos y me vuelvo aquí a la embajada. Entonces es
cuando puedo leer por la noche, dormirme temprano y escribir a la
mañana. Eso es mi medicina, me deja con los nervios en un estado
tranquilo, sereno. Si no lo hago, me siento mal. Todos esos objetos que
ve allá (indica un mueble cargado de medallas y pequeñas estatuillas)
son cosas que a uno le regalan las autoridades cuando vienen acá: una
autoridad oficial siempre viene con una medalla, una estatuilla. ¡Tengo
una colección como para poder crear un museo de los horrores!
-¿Está trabajando en algún nuevo proyecto literario?
-He escrito mucho desde que estoy acá. Vine a París con
el proyecto de redactar un primer tomo de memorias. Y lo escribí: se
llama Los círculos morados. Es el primer tomo de un proyecto -que no sé
si voy a poder realizar- que prevé tres volúmenes: infancia,
adolescencia y comienzo de la juventud. Es la formación de un escritor
en un país tan remoto como Chile, donde los libros llegaban con
dificultad y donde se veía muy raras veces a un verdadero escritor. Yo
pensé ese libro casi sólo para chilenos, básicamente porque se describe
el Santiago de los años cuarenta, ese Santiago desaparecido que a los
chilenos les gusta. En Chile, en efecto, lo han leído mucho: ya han
comprado más de seis mil ejemplares, que es bastante para un libro de
memorias y más bien caro. Este primer tomo ha salido en España y está
teniendo allá una lectura interesante que me sorprende: hay muchos
españoles a los que les gusta y que incluso me mandan mails. En vista de
esos buenos resultados, el editor se animó y el libro salió en la
Argentina. No sé si este libro se puede traducir: a lo mejor sí. De
hecho, una editora francesa me ha dicho que ahora hay muchas memorias
pero de escritores muy pocas, y menos aun de un escritor que cuenta su
formación, sus primeras lecturas.
-Su obra se ha traducido a otros idiomas. ¿Ha tenido una buena recepción en Alemania y en otros países no hispanohablantes?
-Sí, en el caso puntual de Alemania se han traducido ya
cuatro o cinco libros, entre ellos, El origen del mundo, Persona non
grata y El anfitrión. Y ahora quieren hacer otras cosas, así que les he
mandado una novela breve. Pero estoy pensando que quizá pueda ser más
interesante el libro de memorias, porque en él aparecen muchos
personajes de la historia literaria chilena. En particular, los poetas
surrealistas chilenos que eran mis mayores y que fueron muy amigos míos.
Era un grupo que se llamaba La Mandrágora y tenían una relación
indirecta con Europa: se escribían cartas con André Breton y otros
surrealistas. También relato mi encuentro con Pablo Neruda. Yo tenía
entonces 21 años. Era el Neruda estalinista pero en privado actuaba como
un surrealista.
-Acaba de mencionar que envió a los editores alemanes una novela breve, ¿se refiere a El descubrimiento de la pintura ?
-Sí. En mi libro de memorias había dejado un cabo
suelto, al menos para mí: un personaje de mi infancia que era un "pintor
de fin de semana". Él tenía que ganarse la vida en una oficina
comercial y pintaba los fines de semana pero no conocía la pintura,
porque en el Chile de la década del treinta, en la que él se formó, no
había ninguna posibilidad de ver pintura. Sólo había malas
reproducciones. Para atar ese cabo, escribí esa novela breve que se
llama El descubrimiento de la pintura . Ese hombre, amante de
la pintura y de la música, se casó con una señora que se lo llevó de
viaje a Europa. Allí él descubrió la gran pintura y ese descubrimiento
lo dejó paralizado. No pudo pintar nunca más, y no sólo eso: se quedó
triste y al final se murió.
-¿Sigue trabajando en paralelo sobre varios textos?
-En efecto. El personaje central de mi nueva novela es
una señora chilena que residió en París en los años veinte y treinta del
siglo XX y que vivió la experiencia de la Segunda Guerra Mundial. Era
una señora de sociedad, de clase alta, pero con una afición por lo
literario, incluso había escrito algo de poesía. Cuando estalló la
guerra, ella no quiso seguir siendo una dama que sólo jugaba al bridge y
se hizo asistente social: llevaba una capa de enfermera, una gorra y un
número de identificación. Se metió a trabajar en el Hospital Rotschild,
sin darse cuenta de que un hospital judío durante la ocupación alemana
era un lugar sumamente peligroso. Ya en 1942, cuando la situación en
Francia se hizo más dura, empezó a llegar la Gestapo y a llevarse a las
madres judías con los niños: todos desaparecían, rumbo a los campos de
concentración. Entonces, esa señora -quien empezó a conversar con esas
madres- se dedicó a salvar niños, con mucho riesgo del que no era del
todo consciente. Ella sedaba a los niños y los metía dentro de la capa,
se mandó a hacer incluso un bolsillo especial. Salía, pasaba delante de
los militares alemanes, de la Gestapo, y se despedía; como era una
señora elegante, nadie le decía nada. La Resistencia francesa llegó a
enterarse de lo que ocurría y empezó a ayudarla: pusieron un enlace que
recibía al niño en lugares que cada día cambiaban, se llevaban al bebé
en una bicicleta, en un canastillo cubierto con una manta. Finalmente,
la mujer fue detectada por la Gestapo, detenida y torturada. Entonces
pasó algo que parece absolutamente novelesco y que, sin embargo, es
real. El almirante Canaris, jefe de la inteligencia militar alemana, era
marino y estaba en pugna con la Gestapo, pues la Gestapo era la
inteligencia nacional-socialista y Canaris representaba la vieja fuerza
militar tradicional prusiana. El almirante salvó a la señora. Antes, y
eso es un hecho histórico importante, él había llegado con su acorazado a
la costa sur de Chile; allí se había visto rodeado de la flota inglesa y
por ello se había visto obligado a hundir el acorazado y a refugiarse
en la costa chilena, donde pasó dos años. Volviendo a París, Canaris
salvó a esa señora, la cual descubrí que tenía algún vínculo de
parentesco muy lejano con mi familia. El almirante se la quitó a la
Gestapo, se la pidió para interrogarla él y la dejó en libertad. Ahora,
ella aparece en el Muro de los Justos del Estado de Israel. Los
israelíes investigaron, descubrieron su labor y la colocaron en el muro,
pese a que no era judía sino de origen inglés.
-¿Podríamos definir esa obra como una biografía novelada, insertada en una trama de relato de guerra?
-No he querido escribir exactamente una novela de
guerra sino más bien realizar el retrato de una mujer con una vocación
literaria, con un cierto gusto por el arte, con algo de esa frivolidad
propia de su clase, una señora que se arruinó para salvar niños. Tenía
que dar una mensualidad a cada una de las parroquias o casas de campo
donde colocaban a esos niños. Llegó a Chile a final de su vida, ya
arruinada y con un compañero de vida muy extraño: un hombre medio
español y medio judío, un sefardí. No es una novela corta como El
descubrimento de la pintura, sino una novela de registro bastante
amplio, pero con una unidad central que es la vida de la señora y de
algunos otros personajes como Canaris. Habría que agregar que el
almirante fue ahorcado por Hitler, quien lo acusó de haber conspirado
con los oficiales prusianos que le pusieron la bomba. En realidad,
Canaris, como jefe de inteligencia, llegó a conocer esa conspiración y
su culpa fue no haberla denunciado. Era pesimista acerca del éxito de la
operación y trató de advertírselo a los demás oficiales: el riesgo de
fracaso era muy alto e, incluso logrando matar a Hitler, Himmler y los
altos cargos nazis no iban a dejar el poder. Diría que se trata de una
suerte de thriller, una ficción libremente inspirada en un personaje de
la realidad.
-Usted mencionó un lejano vínculo de parentesco
entre la señora chilena y su familia: ¿qué reacción se vislumbra en los
miembros de su familia al leer las ficcionalizaciones de personajes
reales cercanos a su ámbito?
-La señora, en efecto, tenía un vínculo con mi familia:
se llamaba María Edwards, pero sería demasiado engorroso investigar los
detalles y pormenores de su vida: me llevaría años y no tengo tiempo.
Digamos que he hecho una ficción libremente inspirada en un personaje de
la realidad, con lo cual la familia está muy nerviosa. Sí, la familia
me presiona. Me mandan, sobre todo, muchos mails; el último correo
electrónico decía: "¡Deja descansar tranquila a María en su tumba!".
-En su obra de ficción, cuentos y novelas como El peso de la noche o El inútil de la familia
, abundan los personajes descarriados, seres que buscan alejarse de las
normas impuestas por los demás miembros de su familia. ¿En qué medida
se trata de transposiciones de biografías reales a la ficción?
-Sin duda son biografías llevadas a la ficción. Ese
"inútil de la familia", como se sabe, es otro personaje de mi familia:
Joaquín Edwards Bello, primo hermano de mi padre. Él era realmente una
oveja negra: además de ser escritor, era un hombre con unas costumbres
verdaderamente extravagantes, y era también un jugador. De joven
escribió un libro profundamente escandaloso y tuvo que esconderse porque
su primera novela provocó un escándalo extraordinario. Tengo una teoría
sobre ese libro pero no voy a entrar en eso. De todos modos, comprendo
el escándalo social, porque allí se sugiere una relación del narrador
con una señora de la familia: de ahí el escándalo. Cuando ocurrió eso él
se escondió en un prostíbulo de Santiago. Ese mundo le gustaba mucho
porque le gustaba el bajo fondo, le bas-fond, como dicen los franceses.
Después escribió, sobre ese mismo prostíbulo, una novela titulada El
roto, un relato muy interesante, que no está nada mal. Pese a ser un
poco ingenua en algunos aspectos, es una novela que retrata fielmente el
mundo de los prostíbulos. El roto es el hijo de una cantante que se
exhibe en el prostíbulo, uno de esos prostíbulos antiguos donde había
espectáculos, bailes. Sobre ese mundo desaparecido se ha hecho una
exposición en París: son obras de un fotógrafo chileno de mi tiempo,
Sergio Larraín.
En este punto de la charla, Jorge Edwards se levanta y
busca un gran libro de fotografías de Larraín. Lo va hojeando, mostrando
sus preciosas imágenes en blanco y negro
- Son retratos del viejo Valparaíso, un poco la
representación visual de lo que se cuenta en Hijo de ladrón. Fotos de
las calles del puerto y sobre todo de los interiores de los prostíbulos
de entonces. Éste en particular se llamaba "El siete espejos", porque
había en el salón principal siete grandes espejos. Hay imágenes de
travestis, como se puede ver. Con este fotógrafo, que era muy amigo mío,
fui muchas veces a estos lugares así que tengo una experiencia directa y
un recuerdo todavía vívido de todo esto.
-En su ficción a menudo se describen relaciones
entre jóvenes varones de familias bien y sirvientas al servicio de la
familia. En esos casos, ¿la motivación del joven era el puro placer
físico o había en el acto una voluntad de afirmar una presunta
"superioridad social" que le otorgaba el derecho de posesión sobre la
mujer?
-Empezaría comentando que en Chile a ese joven
prototípico de familia acomodada se lo solía definir con el término de
"niño bien". Y había también otra expresión que era "gente como uno",
que después pasó a ser simplemente GCU. Esos chicos cruzaban el río
hacia el norte de la ciudad. El río Mapocho marcaba un límite y era al
norte donde se encontraba uno con el mundo más popular y prostibulario.
Eso ocurría en el antiguo Santiago: se cruzaba para ir a Bellavista.
Ahora todo ha cambiado: el norte, la Dehesa, es la zona más rica de la
ciudad. Pasando a lo de acostarse con sirvientas y criadas, no tuve
mucha experiencia, sólo una vez, así que voy a transmitir mis
impresiones sobre el fenómeno. En el campo, en las grandes propiedades
agrícolas, en los fundos, en las haciendas, los hijos de los dueños y
los dueños mismos sentían que las muchachas campesinas eran propiedad
privada. El patrón podía acostarse con todas. Como consecuencia, los
campos estaban llenos de hijos naturales de los dueños. En la ciudad, en
las casas burguesas, era algo diferente porque se producían allí
relaciones de amor con chicas bonitas que llegaban del campo y que
empezaban a conversar con el hijo del dueño y así se daban relaciones
más íntimas. En cambio, en el campo era todo muy brutal, era mera
posesión: tirar a la chica en un hoyo de la tierra y poseerla.
-Uno de los ejes centrales de sus novelas y cuentos
reside en el afán de construir un testimonio literario de la decadencia
de una estructura socioeconómica y de una clase social. ¿En qué modo su
ficción se aleja de la representación grotesca y deformada que de ese
mundo ofrece otro gran narrador chileno del siglo XX como José Donoso?
-Yo no soy tan aficionado a esa representación un poco
barroca que tiene Donoso; soy más realista en ese sentido. De joven leí
mucho a Joyce, me encantaba Dublinenses; y también leí bastante a
Faulkner: de ambos apreciaba la descripción de personajes reales. Me
gustan los personajes reales, sobre todo los marginales, pero no los
monstruos. En cambio Pepe había desarrollado mucho la teoría del
inbunche, el chico de la tribu que es deformado para que se convierta en
adivino. Creo que Donoso usa esa figura como una metáfora, en el
sentido de que en Chile a la persona más dotada siempre se la deforma y
se la reprime. El "inbunchismo" en Chile se relaciona con la envidia a
los seres más hermosos, más ricos y de más talento. Es una forma de
envidia que tiende a reducir y a igualar. Ese tema yo también lo
analizo, pero de otra forma, sin los monstruos, en El inútil de la
familia, por ejemplo, pues en esa novela el personaje es más bien un
excéntrico, los monstruos acaban siendo los otros.
-En El sueño de la historia , ¿la elección
de ubicar al protagonista de los apartados que se desarrollan en el
siglo XX en la zona antigua de Santiago obedece a la necesidad de
colocar al personaje en el ámbito donde se desarrolló la vida del
arquitecto Toesca o hay una voluntad de rescatar cierta porción de la
urbe? ¿Es compatible ese personaje de clase acomodada con la variedad
humana que puebla los soportales de la Plaza de Armas?
-En esa elección hay tres elementos para destacar: en
primer lugar, yo nací en el Santiago viejo y me he quedado viviendo en
el Santiago viejo. En cambio, la gente de mi generación, los que eran
entonces "niños bien", se han ido todos al barrio alto. En segundo
lugar, para mí el Santiago viejo tiene una fascinación estética, dentro
de lo feo quizá. Es una especie de belleza de lo feo, de atracción de lo
sórdido, de lo lóbrego. Es lo mismo que quiere decir Larraín en sus
imágenes. Él y yo compartíamos un gusto estético por ese Santiago, por
ese Valparaíso: espacios viejos en oposición a la ciudad moderna y
anodina como es hoy la parte cercana a la Cordillera, que se parece a un
suburbio de una gran ciudad de Estados Unidos. Se ha creado un espacio
sin identidad y sin fuerza. En tercer lugar, esa zona céntrica es el
lugar donde se desarrolla la vida de Toesca: al llegar a esos lugares el
personaje/narrador "se encuentra" con el personaje de Toesca y siente
una afinidad con él.
-El crítico uruguayo Fernando Aísa lo define como un
escritor urbano, un artista siempre "leal a un estilo y a una temática
profundamente santiaguina" ¿Se reconoce en esa definición?
-Bueno, cuando se escribió una biografía de Neruda se
dijo de él que era "el viajero inmóvil". ¿Cuál era la idea de ese
título? Que Neruda no había salido nunca de los bosques del sur de
Chile, de la región de su infancia. Pero él estuvo en la India, estuvo
en México, anduvo por todas partes. Yo, a lo mejor, sigo siendo
santiaguino y no deja de ser una verdad, porque Santiago aparece mucho
en lo que escribo. Sin embargo, soy un santiaguino que ha vivido en diez
ciudades distintas del mundo.
-¿La posibilidad de vivir en Europa lo pone en una
posición incómoda para conocer y evaluar la producción literaria
contemporánea de Chile? ¿Qué idea tiene de lo que se escribe en su país
en estos años?
-Soy un lector bastante desordenado, y además, leo
mucho en función de mi propia literatura. Eso significa que cuando
estuve escribiendo sobre Toesca leí muchas crónicas, textos de
arquitectura de la época, sobre el neoclasicismo y el barroco tardío.
Por ello, no soy una persona enteramente al día sobre la actual
literatura chilena; pero la tendencia general la sigo y los principales
libros los leo. Por ejemplo, diría que Diamela Eltit tiene algo que ver
con el nouveau roman francés, mientras que un autor como Fuguet se
relaciona más con la novela y el cine norteamericanos. En general, creo
que la novela de mi tiempo en el fondo, aunque no era una novela social
en el sentido político, era una novela que siempre se relacionaba con la
sociedad chilena en el sentido más amplio de la expresión: con las
distintas capas sociales, con el mundo popular, con el mundo burgués.
Eso nos interesaba a Donoso, a mí, a Enrique Lafourcade. En cambio,
después se ha producido una dispersión de los intereses. Hoy hay
escritores de mi país, pienso por ejemplo en Jaime Collyer, que pueden
escribir un cuento sobre una revolución en el centro de África. Y si uno
mira el panorama literario latinoamericano, un Jorge Volpi puede
escribir una novela sobre la Alemania nazi. Lo mismo hacía Bolaño. Así
que hay una ampliación y una dispersión de los intereses: la obsesión
por Chile y por el mundo chileno desaparece en parte o totalmente.
Entonces surgen escritores como Diamela, muy refinada, muy intimista,
muy exquisita, y también con un lado fantástico; Fuguet, que se inspira
en el thriller a la americana, y Bolaño, que es un escritor para
escritores: un narrador que cuenta la tragedia o la historia de otro
escritor. A veces es él mismo, otras veces es un invento. Pienso en
Nocturno de Chile, que acabo de releer; se trata de una especie de broma
en gran escala sobre escritores, críticos, personajes chilenos, sobre
el mismo Neruda. Hay, por ejemplo, un personaje que se llama Farewell,
que está basado en un poema de Neruda. En fin, lo que noto es que hay un
cambio de perspectivas.
-Y de los miembros de las últimas promociones de escritores chilenos, ¿ a quién está siguiendo?
-Ahora se está afirmando un nuevo escritor, Alejandro
Zambra. Lo estoy siguiendo, es un chico joven que escribe sobre un mundo
muy de fantasía. Ha escrito, en particular, unas novelas breves que
podría definir como poético-fantásticas, La vida privada de los árboles y
Formas de volver a casa. Por debajo hay una metáfora sobre el Chile de
hoy, sobre el tema de la dictadura, la salida de la dictadura y los
recuerdos de una infancia bajo la dictadura. Arturo Fontaine es otro
escritor interesante: escribió una novela, La vida doble, sobre una
mujer, socialista y guerrillera, que fue torturada y transformada en
agente de inteligencia por la seguridad de Pinochet. Una novela dura,
sin dudas interesante. En conclusión, veo muchas corrientes. No me es
claro todavía hacia dónde va la cosa pero entiendo que es una tendencia
transnacional, que atraviesa todos los países.
-¿Cree que sigue existiendo en Europa esa tendencia a
percibir la cultura latinoamericana, y no sólo la pintura o la música,
según esquemas preconcebidos? Si un europeo viaja a Cuba, imagina
escuchar sólo cierto tipo de música y se sorprende de que le contesten
que lo que él desea escuchar ya hace treinta años que no forma parte del
repertorio local...
-El europeo sigue buscando el indio con plumas.
¡Entonces hay que disfrazarse de indio con pluma! ¡A mí me preguntan por
qué no hago realismo mágico! Yo no encuentro motivo, ni en la vida de
Santiago de Chile, que es un ámbito muy urbano con una vida bastante
gris, ni en el paisaje chileno, para hacer realismo mágico. No hay
loros, no hay papagayos, no hay selva.
-¿No cree que los grandes paisajes poco poblados del
sur de Chile, de Puerto Montt para abajo, pueden ofrecer la oportunidad
-con sus leyendas- para una literatura no sólo extraurbana sino más
cercana a la "magia"?
-Sí, por supuesto: hay un autor chileno que lo ha
hecho. No era demasiado bueno como escritor pero era un muy buen
narrador: me refiero a Francisco Coloane. De todas maneras creo que
nosotros, los sudamericanos, tenemos derecho a escribir sobre todos los
temas y no sólo sobre lo mágico o lo selvático. Yo por lo menos alego en
favor de este derecho.
-¿Hablar de literatura y cultura latinoamericana no es
una generalización tan grande y equivocada como hablar indistintamente
de Europa, sin considerar las diferencias que hay, por ejemplo, entre un
maltés y un noruego?
-Sí, es muy general. Justamente por eso yo he defendido
mucho la obra de Machado de Assis. Aquí no es muy leído, pero en
Estados Unidos sí. Este hombre, un mulato que nació en una favela de
Río, fue sin embargo un escritor que leyó a Goethe y que hizo una
literatura humorística y muy moderna. No obstante, dicen que es un
traidor de los negros y de los africanos porque escribió sobre el mundo
de la burguesía carioca. A mi manera de ver, ese juicio es un error,
porque el mundo negro atraviesa sus novelas por todos lados. Aparecen,
por ejemplo, dos personas blancas conversando: están mirando a un hombre
que está trabajando en el jardín, regando las flores. La forma en que
Machado de Assis presenta la escena es muy intencionada, no es inocente.
En fin, se trata de una vieja discusión que creo no se va a resolver
nunca.
-¿Cuál es la percepción que tienen los franceses de un país como Chile, que ha vivido la experiencia de la dictadura militar?
-El país con las ideas más fijas, de la idée reçue,
como decía Flaubert, es justamente Francia: aquí hay idées reçues sobre
todo, sobre Allende, sobre Neruda, sobre Pinochet. El otro día tuve una
conversación pública con un profesor francés que no sabía quién era yo, y
él me dijo que el plebiscito en Chile fue ganado por el SÍ. Cuando le
pregunté por qué, me contestó: "Porque no ha cambiado nada". Entonces le
dije: "¿Cree usted que ahora en Chile hay dictadura, hay desaparecidos?
¿Que no hay libertad de prensa? ¿Que no hay elecciones libres?". Y él:
"¡Pero Chile está regido por la Constitución de Pinochet!". Le respondí:
"Sí, pero una Constitución modificada diecisiete veces por Ricardo
Lagos". Estas ideas fijas son muy difíciles de suprimir aquí. Y yo mismo
soy víctima, aun siendo, o justamente por ser, de raza blanca, y
parecer un europeo.
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