Escritora, guionista, realizadora y militante de la izquierda, la vida de la autora de El amante se confunde con la tragedia del siglo XX. Cien años después de su nacimiendo, su obra sigue agrandando el mito y provocando el escándalo de los bienpensantes
Duras, fotografiada en 1974./elmundo.es |
Para abordar la escritura, hay que ser más fuerte que uno mismo. Hay que ser más fuerte que lo que se escribe, dijo Marguerite Duras.
El próximo 4 de abril se cumplen cien años del nacimiento de esta mujer
menuda, pero de una tremenda fortaleza intelectual, que ha pasado a la
Historia como una de las escritoras fundamentales de las letras
francesas en el siglo XX
Entre Saigón y la parisina rue de Saint-Benoît, entre la novela y el teatro, Marguerite Donnadieu
(1914-1996) vivió tan intensamente como escribió, siempre con ese
sentido musical del lenguaje y esa conciencia atormentada de la
existencia. "Para que el mundo sea soportable, es necesario exorcizar
las obsesiones", repetía. Por eso dejó para la posteridad 40 novelas y
una docena de piezas de teatro, además de 19 películas, cuatro
cortometrajes y dos canciones.
"Escribir ha sido siempre lo único que llenaba mi vida, lo único que me separaba de la locura",
confiesa en su ensayo de 1993 'Escribir'. La locura que siempre le
rondó se debía a una biografía terrible, henchida de momentos amargos y
pespunteada de acontecimientos sórdidos: desde la infernal relación con
su madre, hasta sus últimos días emparejada a Yann Andréa -un amante al
que triplicaba la edad-, pasando por la sospecha de incesto con su
hermano Paul, que le hizo descubrir "el amor total", los duros años de
Resistencia en que cayó prisionera de los alemanes por culpa de una
delación, la estancia en Dachau de la que salió con vida gracias a la
intervención providencial de François Mitterrand -futuro presidente de
la República y entonces el camarada Morland-, el niño que perdió en
1942, los dos matrimonios fallidos con Robert Antelme y Dionys Mascolo
-padre de su único hijo Jean, que trabajó en algunos de sus filmes-, la
expulsión del Partido Comunista, la adicción al alcohol, las
innumerables curas (fallidas) de desintoxicación o ese treintañero chino
que la introdujo en el sexo, según cuenta en 'El amante' (1984).
Recordada por el gran público gracias a este relato autobiográfico
sobre la iniciación sexual de una adolescente francesa por un hombre
maduro en la Indochina colonial, 'El amante' le valió
el Premio Gouncourt, fue traducida a 60 idiomas, se vendió en más de
tres millones de ejemplares y dio lugar, siete años después, a un
largometraje dirigido por Jean-Jacques Annaud y a una segunda novela
titulada 'El amante de la China del Norte', donde revisitaba la
historia.
Para los aficionados al séptimo arte que no olvidan aquella taquillera cinta, protagonizada por una aniñada Jane March
que cumplió los 18 años durante el rodaje, Duras será siempre esa hija
concupiscente de una institutriz viuda expatriada al Sudeste asiático -y
arruinada tras una catastrófica operación de compra de terrenos- que,
huérfana del cariño materno, descubre el amor carnal a orillas del
Mekong en brazos de un comerciante chino. Para los lectores más
recalcitrantes, su nombre evoca hoy a esa mujer anciana con gafas de
pasta y sempiterno cigarrillo en la mano, que aparece en las fotos en
blanco y negro siempre al lado de su Olivetti MP1, como si no hiciera
otra cosa en su día a día que teclear afanosamente la gran novela de su
vida.
Kamikaze de las letras
"Escribe, no hagas nada más", le aconsejó en sus inicios Raymond Queneau,
lector en Gallimard, cuando cayó en sus manos el manuscrito de 'La vida
tranquila' (1944). Poco antes, como cualquier autor novel, la editorial
había rechazado su debut 'La Famille Taneran', que terminaría siendo
publicado por Plon con el título de 'La impudicia'.
A pesar de este primer fracaso, Duras debió de recordar más tarde
aquel consejo del autor de 'Ejercicios de estilo', ya que la resistente
concienciada y prisionera en el campo de concentración nazi decidió,
mediados los años 50, consagrarse plenamente al relato, renunciando a la
militancia política y devolviendo su carné del Partido Comunista
Francés tras enemistarse con Jorge Semprún y Louis
Aragon, que la habían acusado de ironizar sobre los ideales marxistas y
traicionar la causa con sus constantes salidas nocturnas por los garitos
de Saint-Germain des Prés.
Estos días, los escaparates de las principales librerías de ese '6ème
arrondissement' parisino, del que había llegado a ser casi un elemento
más del paisaje, honran su memoria exhibiendo las innumerables
reediciones de sus libros, así como biografías actualizadas, ensayos
literarios y demás homenajes que el mundo de la cultura gala brinda a la más controvertida e inconformista de sus primeras espadas.
Inconformista es lo menos que se puede decir que esta kamikaze de las
letras que gustaba distinguir públicamente entre los "verdaderos
escritores" y aquellos que, como Sartre o Roland Barthes, "se limitan a
publicar libros". Se peleó tan enconadamente con editores y coetáneos
que Alain Resnais juró no volver a trabajar más con ella tras las
vicisitudes del guión de 'Hiroshima mon amour' (1958) y, según cuenta la leyenda, Hervé Guibert y Eugène Savitzkaya advirtieron que, una vez muerta, acudirían a mearse en su tumba.
"He logrado la escritura fluida que buscaba. Y con escritura fluida
quiero decir escritura casi distraída, que corre, que pretende atrapar
las cosas más que decirlas", le explicó a Bernard Pivot
cuando este la entrevistó en su icónico programa televisivo
'Apostrophes'. "Lo que hacen los otros no sé si se puede llamar
escribir".
Retrato con mujer vestida de modo peculiar
Para redescubrir lo que ella hacía, Gallimard anuncia
para el 13 de mayo los dos últimos tomos de sus Obras completas,
incluidos dentro de la prestigiosa Biblioteca de la Pléiade, que vienen a
completar las dos primeras entregas aparecidas en 2011. La editorial
que primero la rechazó pero que, a la larga, fue con la que más trabajó,
lanza igualmente 40 títulos en formato de bolsillo, que se completan
con otras 15 obras publicadas por Les Éditions de Minuit, incluyendo el
cofre fotográfico 'Marguerite Duras de Trouville', realizado por Hélène
Bamberger, que la retrató abundantemente durante sus años de retiro en
la ciudad costera normanda de Trouville-sur-Mer.
"Cuando conocí a Marguerite, nunca había leído uno de sus libros.
Luego los leí, claro. Y también me inició en 'La Princesa de Cleves',
Elizabeth Bowen, Jean Rhys o los autores ingleses del siglo XIX",
recuerda Bamberger en el prólogo de la obra. "Llegamos a
conectar tanto que empezamos a hacer excursiones juntas en el viejo
Peugeot oxidado de mi padre. Recorríamos el litoral mientras ella
inventaba los nombres de los pueblos igual que le gustaba inventar
palabras sin sentido. Pronto empecé a hacerle retratos. Le gustaba
vestirse de un modo peculiar y escenificar las fotos. Antes de cruzarme
en su camino, jamás tuve el menor interés por fotografiar un paisaje y
mucho menos un charco".
Junto a las imágenes impagables de Bamberger, que recopila los 15
años de paseos de las dos amigas al borde del mar, L'Écume des Pages, La
Hune y otras librerías vecinas de su apartamento en la rue de Saint
Benoît, próximo al muy literario Café de Flore, exhiben
en sus vitrinas biografías de factura reciente como Marguerite 'Duras,
une jouissance à en mourir', de Olympia Alberti (Passeur); 'Rencontrer
Duras', de Alain Vircondelet (Mille et une Nuits); o 'Duras: l'écriture
de la passion', de Laëtitia Cénac (La Martinière).
Estas nuevas aproximaciones al mito vienen a sumarse a las
reediciones actualizadas de ensayos clásicos como 'C'était Marguerite
Duras', de Jean Vallier (Le Livre de Poche); 'La traversée d'un siècle',
del citado Vircondelet (Plon); y al bello álbum-documento 'Marguerite
Duras', en el que Laure Adler y Delphine Poplin
reproducen en edición facsímil la correspondencia de la escritora a
partir de los archivos personales que esta legó al Imec (Instituto de
Memorias de la Edición Contemporánea).
Las tres edades de Duras
Paralelamente, una docena de sus más célebres libretos teatrales se
representan por toda Francia hasta el verano, recordando a las nuevas
generaciones que Duras no sólo fue una novelista fascinante, sino
también una sólida dramaturga. El montaje más ambicioso de todos es el
que acoge el capitalino Théâtre de l'Atelier, que programa una trilogía
de obras para acercar al público a "las tres edades de Duras". El
director escénico Didier Bezace ha elegido para ello 'Le Square' (1955), 'Savannah Bay' (1982) y 'Marguerite et le Président'
-creada en 1992 a partir de entrevistas realizadas durante 1985-, con
la intención de "romper con su imagen de intelectual y reivindicar su
voz popular, a la vez cándida e insolente".
Como una broma del destino, la actriz encargada de interpretar el
personaje de la madre en 'Savannah Bay' no es otra que la veterana Emmanuelle Riva, 86 años, Palma de Oro en Cannes por 'Amour' (Michael Haneke), que en 1959 debutó ante las cámaras con un papel en 'Hiroshima mon amour'.
"Duras tenía una sensibilidad a flor de piel, fue alguien que vio la
escritura como una obligación física y mental", señala Bezace. "Nadie retrató como ella la enfermedad de escribir".
La lista de homenajes teatrales incluye igualmente 'Marguerite et
moi' en el Théâtre de Belleville, 'Des Journées entières dans les
arbres' -con la incomparable Fanny Ardant- en el
Théâtre de la Gaité Montparnasse, 'Variations sur Hiroshima mon amour'
en el Lucernaire o 'L'homme atlantique' en el teatro
Artistique-Athévain. Al tiempo, el canal televisivo ARTE celebra el
centenario programando el próximo 4 de abril tres documentales inéditos y
dos adaptaciones cinematográficas de su obra y La Poste ha anunciado la
edición de un sello de correos.
Incluso el pequeño pueblo del departamento de Lot y Garona, donde
nació su padre y ella ambientó 'La impudicia' -y del cual tomó prestado
su apellido literario-, ha preparado diversos actos, como la
representación de 'Duras, la vie qui va' en el Château de Duras o el
lanzamiento de un vino bautizado como Cuvée Duras, en
el que la bodega local Berticot ha querido honrar el paso de la
escritora por estas tierras durante su infancia con un tinto con
denominación de origen Côtes de Duras.
Quién se lo iba a decir de esta mujer que, a su regreso de Indochina en
1932, estudió por imposición materna Matemáticas -como su progenitor-,
Derecho y Ciencias Políticas en París, sin poder cumplir hasta muy tarde
ese anhelo juvenil, expresado ya en 'El amante', de ponerse delante de
una máquina de escribir. A ella, que tanto sufrió con el whisky, la
honran ahora sus compatriotas con una botella de morapio.
Mientras, por si alguno de los escritores que ofendió en vida
cumpliera su palabra de ir a orinarse en su última morada para celebrar
escatológicamente el centenario, la lápida en el cementerio parisino de
Montparnasse sólo reza "M.D.". En los muchos tiestos que decoran la
tumba, sus admiradores devotos clavan lápices y bolígrafos, igual que,
unos pasos más allá, a Gainsbourg le honran con
billetes de metro y colillas de porros usados. "La historia de mi vida
nunca existió", escribió. "Nunca tuvo centro, ni camino, ni línea, sino
vastos espacios en los que hicimos creer que había alguien. Pero no era
verdad".
El cine disociado
La escritora Marguerite Duras dirigió el doble de películas de
Tarkovski, por ejemplo, y de sus novelas salieron al menos siete
películas realizadas por cineastas de la talla de René Clément, Peter
Brook, Tony Richardson, Jules Dassin, Peter Handke, Jean-Jacques Annaud y
Benoît Jacquot. Y, sin embargo, y en lo que al cine se refiere, por lo
que siempre será recordada es por uno de sus guiones redactados
especialmente para la pantalla, el primero de ellos. 'Hiroshima, mon
amour', de la película de Alain Resnais hablamos,
supuso su descubrimiento del arte de los Lumière cuando ya sobrepasaba
los 40 años. Téngase en cuenta que no dirigiría la primera de sus cintas
('Détruire dit-elle') hasta cumplir los 55.
Godard describió el temprano trabajo de Resnais como una combinación de
"Faulkner y Stravinsky". Y, en efecto, en tal peculiar descripción daría
más con la clave del trabajo de la escritora que luego fue cineasta que
con la del cineasta que más tarde devino mito. Hasta su muerte hace
apenas unos días. La historia de los dos amantes entre las ruinas de la
guerra mezcla los tiempos y las voces; segrega el texto de la imagen, y
yuxtapone los sonidos con la naturalidad del músico y el escritor
citados por Godard y de, esto es lo que cuenta, la propia Duras.
Una mujer francesa (Emmanuelle Riva) enseña a su amante japonés las
heridas de un pasado presidido por un amor prohibido. En la Francia
ocupada se enamoró de un soldado alemán. Con la total ausencia de
flashbacks, la película navega entre el pasado y el presente, los dos
colocados a la misma distancia de la conciencia. El tiempo se fractura
como una ilusión. Todo vive en el mismo instante; el momento mismo del
dolor más íntimo. Exactamente lo que uno espera encontrar en un texto de
Duras, una mujer que nunca dejó de escribir desde la dura presencia de
su pasado.
Seguir el rastro de su cine, a un lado los insultos lanzados por ella
misma hacia cada una de las adaptaciones de su obra (la blanda y torpe
traducción de 'El amante' a cargo de Jean-Jacques Annaud
cosechó todas las iras imaginables de la autora), es pasear por un
trabajo tan adusto, prolífico y coherente como escondido. La Duras
directora se exhibe como una perfecta creadora de ambientes sonoros en
los que las voces se disocian de la imagen ('La femme du Gange'); la
investigación de las huellas del pasado constituye el hilo central de lo
narrado ('India song'); el impulso a la revuelta se mantiene intacto
('Détruire dit-elle' y 'Les enfants'); la mujer reflexiona irónica sobre
su condición ('Nathalie Granger'), o directamente, la propia película
se escamotea al espectador en el espectáculo de su preparación ('Le
camion').
En la última citada, que compitió en Cannes, ella misma, narcisista a
conciencia, y Gerard Depardieu ensayan la que debería
ser una película futura hasta que el propio texto de la cinta en
preparación se independiza de lo escrito. De repente, nace una película
que nada tiene que ver con lo primero escrito y luego leído ante la
cámara. Y quizá ahí, en ese momento de disociación, no sea difícil
encontrar la raíz de un cine tan libertario como moderno, tan
revolucionario como anómalo; un cine empeñado en independizarse del
propio cine.
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