Está claro que hoy en día es imposible mantener los secretos en secreto. Todo se hace público de una forma inmediata a través de las redes sociales, a través de todos esos improvisados periodistas que, móvil en mano, van filmando cada cosa que ocurre, incluso aquellas que se vetan a la prensa profesional
Enfrentamientos después de las protestas. / Rodrigo Abad./elpais.com |
Y lo filman, además, desde dentro, en
medio de la batalla flagrante, en medio del caos y los excesos. Lo
filman porque está ocurriendo y como testigos lo viven en primera
persona – a pesar de la crisis del testigo puesto en cuestión estos
últimos años. Nunca antes habían ocurrido las cosas de esta manera,
nunca antes los “reporteros de guerra” habían sido los propios
combatientes. ¿Qué mejor que narrar desde dentro? ¿Qué mejor si, como
Robert Capa, autor de tantas fotos memorables e incluso famosas de la
Guerra Civil española, solía repetir a su pareja la también fotógrafa
documental Gerda Taro, “cuando la foto no ha salido bien es que no
estabas lo suficientemente cerca”?
De modo que ya no se puede poner
fronteras a esa realidad que, reflexionaba Lacan, no nos espera. Nunca.
Es una idea nueva, la de la prensa espontánea que no deja pasar la
noticia: a los pocos minutos las imágenes llegan a las redes sociales y
la prensa se hace eco de lo vetado o borrado; de lo que no se permite
ver ni observar -todo lo que el poder trata de camuflar.
Y porque en cada esquina hay un
periodista improvisado, no sirven de nada las soflamas ni los discursos o
los panfletos por muy convincentes que quieran sonar: la verdad acaba
saliendo porque se filma en medio de la batalla. Acaban saliendo los
disparos, las represiones, los muertos… Pero empecemos tal vez por ahí:
se manifieste quien se manifieste, la obligación de las fuerzas del
orden es respetar los derechos básicos en cada calle y cada ciudad, en
medio de la nieve de Kiev o en el verano caraqueño.
La mayoría de las veces el que está tiene sólo el móvil para dar cuenta
de los abusos. Y la da. Desde luego que ya no hay secretos.
Sin embargo, no me he vuelto
comentarista política, no se alarmen. Aunque es cierto que los
intelectuales, cada vez más, no tienen más remedio de posicionarse. Lo
cierto es que no me hubiera hecho “comentarista política” si la polémica a propósito de la situación en Venezuela no hubiera sido iniciada por la Red del Conceptualismos del Sur
–“Plataforma de investigación, discusión y toma de posición colectiva
desde América Latina, fundada en 2007”, dice su página web- , red muy
conocida entre nosotros por sus muy frecuentes colaboraciones con el
Museo Reina Sofía, entre otras instituciones internacionales.
La polémica empezó con el post publicado
el 22 de febrero, en el cual se acusaba a intereses trasnacionales
afincados en España, Colombia y Estados Unidos -y a este diario, por
cierto- de promover una imagen negativa de Venezuela: “La imagen de
Venezuela promovida por diario español El País, la CNN y algunos medios
de comunicación pertenecientes a grupos de la derecha neoliberal
colombo-venezolana, es la de una nación inestable cuyas masas dóciles
son pastoreadas por líderes carismáticos y manipuladores. Esta ficción
mediática ha sido creada para ocultar que el proceso bolivariano se
sostiene en la fuerza del movimiento popular, en su poder de
autoconvocatoria y autorganización y en el tejido social que
permanentemente exige y empuja la agenda de izquierda del gobierno
venezolano.”
La
respuesta no se hacía esperar en un manifiesto firmado por un grupo
nutrido de intelectuales, escritores, curadores, poetas, profesores y
personalidades del mundo de la cultura de América Latina que dejaban
claro como “la situación venezolana no es una ‘ficción mediática’, y
tampoco depende de una ‘matriz comunicacional’, es ahora, otra vez y
después de 15 años, el resultado del malestar de un ‘pueblo’ inconforme
ante un gobierno que no ha sabido responder al desafío de su momento
histórico, substituyendo la política por el discurso de la propaganda.”
Después, la polémica ha surgido a su vez
dentro de los propios Conceptualismos, en cuyo seno han ido oyéndose
voces discordantes, y fuera , con acusaciones a la propia red de
aprovechar la coyuntura política para sus fines. Lo más llamativo es, no
obstante, la retórica de los Conceptuslismos que no puede ser más
trasnochada y, dicho con todos mis respetos, a ratos y por reiterada un
poco vacía. Pero la cuestión esencial, lo interesante más allá de las
simpatías o antipatías que una u otra posición generen, es que, a partir
de aquí las cosas han dejado de ser inocentes y las instituciones
–todas puntualmente informadas de la respuesta de los intelectuales
venezolanos- que trabajen con Conceptualismos y con otras instancias
presentes en el segundo manifiesto, van a tener, tal vez, que
posicionarse. ¿Será posible jugar a dos bandas, instalarse en la
paradoja?
De cualquier manera, y aunque sólo sea
por la prosa –que es sintomática de muchas cosas más, por ejemplo de una
libertad de pensamiento- parece más convincente el manifiesto en
respuesta a Conceptualismos. Dejando a un lado las ironías, es la misma
libertad de pensamiento que demuestran y muestran todos esos móviles que
van dando cuenta de la situación en la calles de Venezuela y que,
seguro, no están dirigidos por grupos con intereses trasnacionales.
Seguro.
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