18.3.14

La agenda perdida de Proust

Aparece un cuaderno de 1906 


Marcel Proust, el olvidadizo del tiempo perdido./elmundo.es

Marcel Proust no lo habría podido planear mejor. Un siglo después de la publicación de 'Por el camino de Swann' (1913), sus escritos siguen avivando el misterio y la fascinación de una obra que trasciende los límites de la creación literaria y la propia vida de su autor. Como si se tratara del tiempo perdido y reencontrado, una agenda hasta ahora desconocida, llena de preciosas anotaciones realizadas entre 1908 y 1911 por el escritor, viene a completar el puzle de la génesis de 'En busca del tiempo perdido'.
"Éste es el documento más antiguo que existe sobre el universo de Combray, la primera parte de 'Por el camino de Swann'. En él se hace referencia ya al paseo por el Bois de Boulogne, la partida de canicas, el sonido evocador del violín...", explica Guillaume Fau, conservador jefe del Servicio de Manuscritos Modernos y Contemporáneos de la Biblioteca Nacional de Francia, que adquirió dicho tesoro en octubre de 2013, gracias a los fondos aportados por el Círculo de Mecenas de la BNF.
"La agenda todavía está estudiándose y ni siquiera la hemos terminado de digitalizar para ponerla a disposición del público en nuestra red Gallica (gallica.bnf.fr), como están los 122 cuadernos manuscritos, borradores, páginas dactilográficas y pruebas de impresión corregidas de 'À la recherche du temps perdue», señala Fau. "Parece la matriz de lo que luego constituiría el cuerpo de la obra. Una colección de nombres propios inventados, términos de arquitectura, botánica o cocina, que cualquier admirador de Proust reconoce enseguida y prefiguran todo el universo de Swann".
Cuaderno de apuntes.
Forrado en cuero granate, con unas medidas de 99 x 60 milímetros, este pequeño almanaque de 80 páginas editado por la casa inglesa Kirby Beard corresponde al primer trimestre de 1906. Pero, aparentemente, el novelista no llegó a usarlo como diario en su momento y lo recuperó luego como simple cuaderno de apuntes. Desconocido por los expertos de la obra proustiana, salió a la luz en abril del año pasado durante una subasta celebraba en la sede parisina de Christie's. "Entonces la BNF no pudo hacerse con él porque el precio subió hasta los 100.000 euros y se lo quedó un coleccionista particular francés", recuerda el conservador.
Hoy, merced a la financiación de los mecenas, este primer eslabón del entramado creativo de 'En busca del tiempo perdido' ha pasado a manos del Estado y estará digitalizado a disposición del público en cuanto los técnicos de la BNF terminen de analizarlo. "Las anotaciones se sitúan entre 1908 y 1911 y prefiguran algunos personajes como Vaugoubert, Bloch, Geneviève de Brabant, Golo o Robert de Saint-Loup", prosigue Guillaume Fau, para apuntar después que, en su meticulosidad casi enfermiza, Proust hacía interminables listas de nombres propios hasta dar con el que mejor le sonaba para tal o cual miembro inventado de la alta sociedad parisina de su época. Así, la marquesa de Chaussegros pudo haber sido, según nos revela la agenda, de Chaussecourt, Chaussseville o incluso Chaussepierre. Y, antes de dar con madame de Gaucourt, el autor sopesó la sonoridad de los apellidos Lerancourt y Gaudricourt.
Pero la parte más intrigante del cuadernillo son cuatro páginas en las que relata cuatro intensos días de espionaje a una mujer por las calles de París. "El seguimiento se realizó entre el 11 al 14 de agosto. No sabemos de qué año, pero debió de ser entre 1906 y 1908. Arranca en la Gare de l'Est y termina en esa misma estación ferroviaria. Entre medias, subida en varios taxis de la empresa G7 -que aún funciona en París-,recorre el bulevar de l'Hôpital, el puente de Saint-Michel, el bulevar Magenta, la rue Lafayette, la Place de la République...", enumera Fau.

Una obra inagotable

¿Quién es esa dama misteriosa a quien Marcel Proust sigue u ordena seguir? Misterio. Para los estudiosos de la Biblioteca Nacional de Francia, podría tratarse de Laure Hayman, aquella 'demi-mondaine' que inspiró el personaje fundamental de Odette de Crécy. Pero Guillaume Fau se inclina más por Albertina Simont, una de las "muchachas en flor" encontradas por el narrador en sus escapadas estivales a la estación balnearia inventada de Balbec y que está presente a lo largo de toda la heptalogía, enamorando al álter ego del escritor y provocando en él cierta morbosa fascinación por su relaciones cuasi-lésbicas con sus amigas, amén de unos celos galopantes.
"El tema de la posesión amorosa y de los celos está muy presente en libros como 'La prisionera' o 'Albertina desaparecida'. Y lo que descubrimos gracias a la agenda es que Proust ya lo tenía en mente muchos años antes, concluye Fau, para quien 'En busca del tiempo' perdido representa una de las cumbres de la literatura universal. "Me sigue fascinando constatar que esta obra influye a lectores del otro lado del mundo que no conocen Francia ni comparten nuestra cultura pero están fascinados por lo que cuenta Proust".
El escritor Marcel Proust, en 1895.
Obra inagotable que admite infinitas interpretaciones y relecturas, 'A la recherche du temps perdue' suscitó el año pasado, con ocasión de su primer siglo de existencia, una retahíla de homenajes que relegaron a la más completa oscuridad los centenarios de otras obras que le fueron contemporáneas como 'Le Grand Meaulnes' de Alain Fournier o 'Alcools' de Guillaume Apollinaire. Y los fastos todavía colean meses después, en honor a aquel 13 de noviembre de 1913 en que Grasset publicó 'Por el camino de Swann' con dinero aportado por el propio autor, después de que Gallimard hubiera rechazado injustamente el original porque André Gide, tras una lectura superficial, lo juzgó frívolo.
Quizá para compensar la falta de clarividencia del autor de 'La sinfonía pastoral', el mundo editorial galo se ha volcado esta temporada en evocar a Proust desde todas las perspectivas posibles. Pierre Macherey nos invita a pensar como él en Proust. Entre littérature et philosophie (Amsterdam), mientras que Christophe Pradeau nos lleva de viaje al origen de todo en Proust à Illiers-Combray. L'Éclosion du monde (Belin), Olivier Wickers se mete en la cama donde empieza 'Por el camino de Swann' en Chambres de Proust (Flammarion), Jean-Yves Tadié le rodea de sus amigos en 'Le Cercle de Marcel Proust' (Champion), Claude Arnaud le relaciona con Cocteau en 'Proust contre Cocteau' (Grasset), Michel Erman juega a las listas en 'Les 100 Mots de Proust' (PUF) y Jean-Paul y Raphaël Enthoven -padre e hijo- unen fuerzas para el colosal 'Dictionnaire amoureux de Proust' (Plon), apasionado compendio sobre la magna obra proustiana. Y hay mucho más.

Legado literario

Hoy parece casi paradójico que un hombre tan extravagante e hipocondríaco, que pasó 14 años de su vida (1904-1919) prácticamente encerrado en un apartamento del primer piso del 102 del bulevar de Haussmann, escribiendo febrilmente día y noche, alimentándose de café, morfina y opio, haya terminado un siglo después resultando tan cercano al gran público que ahora explora con curiosidad su periplo vital tratando de descifrar las claves de su legado literario. Pero así es.
En la era del mercado globalizado y la revolución digital, este atormentado señorito decimonónico fascina más que nunca y los turistas hacen cola, hoy como ayer, para visitar su habitación del 44 rue Hamelin, perfectamente reconstruida en el Museo Carnavalet, con aquellos gruesos cortinones que preservaban a este asmático del polen primaveral y el polvo callejero y esas paredes forradas de corcho para que el ruido exterior no perturbase su inspiración.
Los fans proustianos también buscan afanosamente en el mapa del Hexágono las localidades de Balbec o Combray donde están ambientadas buena parte de las escenas de 'En busca del tiempo perdido'... Sin demasiado éxito, ya que Balbec es una fantasía del autor inspirada en las estaciones balnearias de Cabourg (Calvados, Normandía) y Beg Meil (Finisterre, Bretaña), que él mismo visitó de joven. En cuanto a Combray, se trata del pueblo de Illiers (Eure-et-Loir), donde había nacido su padre, el célebre médico Adrien Proust, y nuestro novelista pasó algunas vacaciones de su niñez en casa de su tía Elisabeth, a la cual se referirá en sus escritos como 'la maison de Tante Léonie'.
Rebautizado Illiers-Combray en abril de 1971 por decisión del Gobierno de Georges Pompidou para conmemorar el centenario del nacimiento del escritor, este pequeño municipio de 3.400 habitantes acoge regularmente a los seguidores del literato, que participan en las visitas organizadas por la Société des Amis de Marcel Proust et des Amis de Combray. Dicha asociación programa excursiones a los parajes reales o ficticios que frecuentaron Swann y los Guermantes. Y, aunque la realidad geográfica de Illiers-Combray no se corresponde exactamente -como bien explica André Ferré en su Géographie de Marcel Proust (Sagitaire)- con la situación de los lugares en la ficción proustiana, sí se percibe esa frontera espacial y social entre la zona residencial burguesa en que se mueve Swann y el valle de Vivonne donde tiene sus feudos los aristocráticos Guermantes, que el autor se preocupa mucho de recalcar a lo largo de todo el relato.
Pero Proust es, ante todo, parisino. Nacido en 1871 en la casa que su tío Louis poseía en el número 96 de la rue La Fontaine (Auteuil, XVIème arrodissement), el joven Marcel creció en los sucesivos hogares paternos del VIIIe arrondissement: el 8 rue Roy, donde dio sus primeros pasos, y el 9 boulevard Malesherbes, donde escribió 'Los placeres y los días'. Siguiendo a sus progenitores, se instaló en el 45 rue de Courcelles y empezó a traducir allí la obra del británico John Ruskin. Hasta que su tía le subarrendó el piso del 102 del bulevar de Haussmann donde redactó la mayor parte de su corpus literario.
En los recorridos temáticos capitalinos que propone la Société des Amis de Marcel Proust, no se visitan dichas viviendas, actualmente ocupadas, pero sí se emulan los paseos que el autor daba junto a su amiga Marie de Bénardaky -que inspiró el personaje de Gilberte- por los Campos Elíseos y los jardines de las Tuilerías, o se para en la pastelería de Ladurée, fundada en 1862, de la cual Odette era una asidua. Otras direcciones imprescindibles son la iglesia de Saint-Louis d'Antin, en la que Proust fue bautizado, el sastre Charvet donde se hacía sus trajes o la vecina joyería Boucheron en la que Saint-Loup compra un collar para su amante Rachel.
De ahí al Ritz, hay un paso. En este hotel icónico, Proust bebía oporto en el bar, organizaba cenas mundanas y se enteraba de todos los chismorreos sociales gracias a las confidencias del maître Olivier Dabescat. Saliendo hacia la derecha, tras cruzar el Sena se llega al restaurante Lapérouse, en el Quai des Grands Agustins, en cuyas mesas Charles Swann solía almorzar, no sólo por la buena comida, sino porque el nombre de dicho establecimiento era también el de la calle donde vivía Odette.
Angelina's, Maxim's, el parque Monceau o el Bois de Boulogne, con su restaurante palaciego Le Pré Catelan, son otros etapas alternativas para inagotables paseantes proustianos. Pero el final del recorrido culminará indefectiblemente en el cementerio Père Lachaise, en cuya división 85 está ubicada la tumba de mármol negro del máximo icono de las letras modernas. Allí, junto a Jim Morrison, Gérard de Nerval, Isadora Ducan, Oscar Wilde y Villiers de L'Isle-Adam, debe de sentirse como en casa, sabedor de que ha alcanzado lo mejor y lo mejor no era gran cosa

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