La obra Sobrevivientes de periodista argentino Fernando Monacelli se hace con el galardón
Fernando Monacelli, ganador del Premio Clarín de Novela 2012. /Juan Manuel Foglia./Revista Ñ |
Saltó desde las primeras filas y al subir al escenario dijo que había
olvidado lo que tanto planeó decir. “La vanidad es tremenda” resumió
Fernando Monacelli, periodista y escritor, flamante ganador del del XV
Premio Clarín de Novela. Su libro Sobrevivientes, que
cuenta la historia de una búsqueda, la del hijo desaparecido de un
soldado muerto en el hundimiento del Belgrano, sorteó la última
instancia para quedarse con este, el único premio literario argentino
que se entrega ininterrumpidamente desde hace 15 años. “Es un retrato
actual. Habla de la cicatrices de un país en guerra a través de este
muerto que se llama Juan Cruz”, dijo Santiago Roncagliolo en nombre del
jurado. Y luego bromeó con que casi no le dan el premio por llevar el
mismo nombre de otro de los jurados, el español Juan Cruz Ruiz. Hacía
falta un chiste para descomprimir la tensión de una Usina de las artes
colmada de gente y ansiedades.
Antes de que Sobrevivientes se quedara con uno de los premios literarios más importantes de hispanoamérica, hubo una noche de gala que fue creando un clímax de fiesta con invitados del rubro y muchas caras conocidas. La decisión del jurado se supo poco antes de las diez de la noche del martes, pero en la previa hubo un camino largo, el mismo que se recorre año tras año. La ceremonia de entrega del premio, que este año recibió 526 originales, la abrió el editor general de Clarín, Ricardo Kirschbaum. “Estamos en el 30 O”, dijo en un juego de palabras que alude a la nomenclatura que los actos políticos llevan en los últimos tiempos. Se remontó a Galileo y lo conectó con los Crímenes de la calle morgue de Edgar A. Poe para hablar de la necesidad de un periodismo libre. “Quisiera una ficción que nos cuente en la complejidad, en lo diverso, que no se imponga una supremacía”, aludió. Y dijo que las industrias culturales solo florecen en aquellos países en los que se piensa con libertad. Y destacó que el Premio, en este sentido, es un espacio a privilegiar. Un lugar para contar nuestras historias.
Mientras crecía la tensión en las gradas. Y los finalistas no veían la hora de terminar con la espera, Juan Bedoian, editor general de la Revista Ñ, tuvo la difícil tarea de entregar el premio a la trayectoria. El homenajeado, en ausencia, fue el genial arquitecto Clorindo Testa. Un video lo mostró en buena forma y varios amigos y colegas ratificaron el valor de su obra. Después, en un año especial que conmemora el 20 aniversario de su muerte, Astor Piazzolla no pudo tener un mejor homenaje. El grupo Escalandrum, con el nieto de Piazzolla en batería la rompió en el escenario y destacó la influencia jazzera en la obra de su abuelo. Luego vino el clásico Adiós Nonino para llevar las almas a otra parte. Pero había que volver y le tocó al periodista Ezequiel Martínez, editor adjunto de la Revista Ñ, que entregó una placa recordatoria a la librería Cúspide por sus 50 años. Solo quedaba tiempo para el momento más esperado de la noche.
Entonces el jurado integrado por el escritor y periodista español Juan Cruz Ruiz, el también escritor y periodista peruano Santiago Roncagliolo y la novelista y guionista argentina Claudia Piñeiro, que en 2005 resultara ganadora del premio con Las viudas de los jueves, coincidieron en el escenario. Habló primero Juan Cruz, que rescató las palabra de Kirschbaum, pero citando a Arthur Miller. “La literatura tiene como espejo lo que ocurre en la realidad”, ratificó. Y contó que hace 50 años cuando escuchábamos a Piazzolla en las Islas Canarias, su lugar, empezaron a leer libros editados en la Argentina de quienes luego serían los autores del boom. “Estamos viviendo un renacimiento de la literatura latinoamericana. Con autores hablando con su territorio en una actitud rabiosamente existencialista”, dijo, y comentó que verificaba este hecho cada año como jurado del premio.
Mientras Roncagliolo se moría de ganas de gritar el ganador, Claudia Piñeiro contó qué se sentía en la previa y después de ganar el premio. “Yo sabía que salían los finalistas en el diario, esperé a que llegara y vi que estaba Las viudas de los jueves. Desperté a mi hijo para mostrárselo, y me dijo: mamá te la robaron. Era porque salía con seudónimo”. Reveló también que el día de la entrega le metió en la mochila a su hijo un libro de Saramago, otro de Rosa Montero y otro de Belgrano Rawson, los jurados. “Al menos me los iba a llevar firmados” recordó Piñeiro que ahora mismo andará firmando libros en los pasillos. “El premio es una gran oportunidad, es una puerta que se abre, después casa uno hará lo que crea con ese recorrido”, sugirió.
Por fin llegó el momento de Roncagliolo, y del ganador. Mario Markic puso toda su experiencia para alargar la incógnita, pero como siempre ocurre, el ganador vio la luz. Al nombre de Sobrevivientes, siguió el seudónimo Lumo y luego el nombre de Fernando Monacelli, el periodista bahiense que trabaja en La nueva provincia y que hoy abre un camino en el mundo de la literatura. “Sobrevivientes empieza con un cadáver congelado en la Antártida. Un soldado que ha peleado en el Belgrano que aparece muchos años después del hundimiento”, dijo casi celebrando el peruano Roncagliolo. Y siguió, imparable: “Es un retrato actual. Habla de la cicatrices de un país en guerra a través de este muerto...es la historia de su nieto que contrata a la periodista que persigue esta historia, y es la historia de esta mujer que tiene que empezar a amar el mundo de nuevo. Es una novela muy conmovedora”. Entonces sí, felicitó a Lumo, que es Monacelli, y soltó todo su alivio revelando lo que ya se veía. A Roncagliolo le cuesta guardar secretos.
Pero en la Usina del arte, todos las miradas curiosas eran para el periodista bahiense, que enfrentaba su primera fila de entrevistadores. Destacó la transparencia del premio y contó algunos problemas intestintos que al parecer son comunes en estas esperas. Pero como la vedette de la noche también es su novela, contó lo necesario. Que habla sobre una argentina que no puede olvidar sus deudas, que no puede reescribir su historia. “En la actualidad hay una escritura demasiado cruel de la historia y estos personajes reales van a volver para decir lo suyo”, ensayó. Y sembró la semilla de interés que cualquier lector necesita. Bienvenidos sobrevivientes.
Antes de que Sobrevivientes se quedara con uno de los premios literarios más importantes de hispanoamérica, hubo una noche de gala que fue creando un clímax de fiesta con invitados del rubro y muchas caras conocidas. La decisión del jurado se supo poco antes de las diez de la noche del martes, pero en la previa hubo un camino largo, el mismo que se recorre año tras año. La ceremonia de entrega del premio, que este año recibió 526 originales, la abrió el editor general de Clarín, Ricardo Kirschbaum. “Estamos en el 30 O”, dijo en un juego de palabras que alude a la nomenclatura que los actos políticos llevan en los últimos tiempos. Se remontó a Galileo y lo conectó con los Crímenes de la calle morgue de Edgar A. Poe para hablar de la necesidad de un periodismo libre. “Quisiera una ficción que nos cuente en la complejidad, en lo diverso, que no se imponga una supremacía”, aludió. Y dijo que las industrias culturales solo florecen en aquellos países en los que se piensa con libertad. Y destacó que el Premio, en este sentido, es un espacio a privilegiar. Un lugar para contar nuestras historias.
Mientras crecía la tensión en las gradas. Y los finalistas no veían la hora de terminar con la espera, Juan Bedoian, editor general de la Revista Ñ, tuvo la difícil tarea de entregar el premio a la trayectoria. El homenajeado, en ausencia, fue el genial arquitecto Clorindo Testa. Un video lo mostró en buena forma y varios amigos y colegas ratificaron el valor de su obra. Después, en un año especial que conmemora el 20 aniversario de su muerte, Astor Piazzolla no pudo tener un mejor homenaje. El grupo Escalandrum, con el nieto de Piazzolla en batería la rompió en el escenario y destacó la influencia jazzera en la obra de su abuelo. Luego vino el clásico Adiós Nonino para llevar las almas a otra parte. Pero había que volver y le tocó al periodista Ezequiel Martínez, editor adjunto de la Revista Ñ, que entregó una placa recordatoria a la librería Cúspide por sus 50 años. Solo quedaba tiempo para el momento más esperado de la noche.
Entonces el jurado integrado por el escritor y periodista español Juan Cruz Ruiz, el también escritor y periodista peruano Santiago Roncagliolo y la novelista y guionista argentina Claudia Piñeiro, que en 2005 resultara ganadora del premio con Las viudas de los jueves, coincidieron en el escenario. Habló primero Juan Cruz, que rescató las palabra de Kirschbaum, pero citando a Arthur Miller. “La literatura tiene como espejo lo que ocurre en la realidad”, ratificó. Y contó que hace 50 años cuando escuchábamos a Piazzolla en las Islas Canarias, su lugar, empezaron a leer libros editados en la Argentina de quienes luego serían los autores del boom. “Estamos viviendo un renacimiento de la literatura latinoamericana. Con autores hablando con su territorio en una actitud rabiosamente existencialista”, dijo, y comentó que verificaba este hecho cada año como jurado del premio.
Mientras Roncagliolo se moría de ganas de gritar el ganador, Claudia Piñeiro contó qué se sentía en la previa y después de ganar el premio. “Yo sabía que salían los finalistas en el diario, esperé a que llegara y vi que estaba Las viudas de los jueves. Desperté a mi hijo para mostrárselo, y me dijo: mamá te la robaron. Era porque salía con seudónimo”. Reveló también que el día de la entrega le metió en la mochila a su hijo un libro de Saramago, otro de Rosa Montero y otro de Belgrano Rawson, los jurados. “Al menos me los iba a llevar firmados” recordó Piñeiro que ahora mismo andará firmando libros en los pasillos. “El premio es una gran oportunidad, es una puerta que se abre, después casa uno hará lo que crea con ese recorrido”, sugirió.
Por fin llegó el momento de Roncagliolo, y del ganador. Mario Markic puso toda su experiencia para alargar la incógnita, pero como siempre ocurre, el ganador vio la luz. Al nombre de Sobrevivientes, siguió el seudónimo Lumo y luego el nombre de Fernando Monacelli, el periodista bahiense que trabaja en La nueva provincia y que hoy abre un camino en el mundo de la literatura. “Sobrevivientes empieza con un cadáver congelado en la Antártida. Un soldado que ha peleado en el Belgrano que aparece muchos años después del hundimiento”, dijo casi celebrando el peruano Roncagliolo. Y siguió, imparable: “Es un retrato actual. Habla de la cicatrices de un país en guerra a través de este muerto...es la historia de su nieto que contrata a la periodista que persigue esta historia, y es la historia de esta mujer que tiene que empezar a amar el mundo de nuevo. Es una novela muy conmovedora”. Entonces sí, felicitó a Lumo, que es Monacelli, y soltó todo su alivio revelando lo que ya se veía. A Roncagliolo le cuesta guardar secretos.
Pero en la Usina del arte, todos las miradas curiosas eran para el periodista bahiense, que enfrentaba su primera fila de entrevistadores. Destacó la transparencia del premio y contó algunos problemas intestintos que al parecer son comunes en estas esperas. Pero como la vedette de la noche también es su novela, contó lo necesario. Que habla sobre una argentina que no puede olvidar sus deudas, que no puede reescribir su historia. “En la actualidad hay una escritura demasiado cruel de la historia y estos personajes reales van a volver para decir lo suyo”, ensayó. Y sembró la semilla de interés que cualquier lector necesita. Bienvenidos sobrevivientes.
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