Luis Fayad, el autor de Los parientes de Ester y La caída de los puntos cardinales, conversa en Berlín con su sobrino sobre su reciente enfermedad, sus libros, su ascendencia libanesa y la novela urbana
Luis Fayad, autor de Los parientes de Esther./revistaarcadia.com |
Como a casi todo el mundo que se recupera de una cirugía, a Luis
Fayad le recomendaron guardar reposo. Cuando lo llamo a su apartamento
en Berlín, donde media docena de familiares se ha reunido para
visitarlo, su voz en el teléfono tiene el tono impaciente de quien ya no
quiere sentirse convaleciente. Tratamos de concertar un encuentro, pero
–le digo– no quiero alterar su descanso. “Qué va, ¡si descansar es lo
único que hago!”. Al fondo se escuchan las risas de parientes que
conozco. Pero su queja es genuina, y claramente le conforta la idea de
salir de esa rutina de reposo que lo tiene ofuscado.
Luis había viajado a Bogotá días antes de la Feria del Libro para el lanzamiento de Luis Fayad. La madeja desenvuelta,
un libro de ensayos sobre su obra editado por Cristo Figueroa y Carmen
Elisa Acosta. Pero durante su regreso a Berlín, en pleno vuelo, lo
sorprendió un ataque de peritonitis. Cuentan los parientes que ante la
emergencia a bordo el avión por poco tiene que dar media vuelta, que
hubo una escala en París, y que para la llegada a Berlín la cuestión se
había complicado tanto que lo enviaría los dos meses siguientes a
cuidados intensivos.
“Estuve totalmente aislado del mundo”, exclama en voz baja sentado
frente a una taza de café negro, como casi siempre lo he visto. Sus
pasos son todavía cortos y la fuerza vuelve a su cuerpo despacio, pero
considerando que fue sometido a varias cirugías en menos de un mes, su
recuperación ha sido de una rapidez extraordinaria.
El clima es agradable y caminamos hasta un café a dos calles de donde
vive en el barrio Kreuzberg. Allí habla de esos dos meses en el
hospital sin aparente preocupación por su estado de salud, sino más bien
con el disgusto que le causa una interrupción que entorpece su riguroso
ritmo de escritura. “Me preocupaba el hecho de no poder trabajar cuando
tenía tantos planes, y sobre todo a una edad en la que ya van pasando
los años?”, dice, a los sesenta y siete. “La idea era terminar la nueva
novela en estos meses, pero no se pudo. Eso sí –agrega encogiendo los
hombros–, no fue por falta de voluntad”.
Esa difusa raíz libanesa
El proyecto literario que da un nuevo impulso a sus días es una
novela sobre “la migración hacia dentro, sobre el regreso de la gente
que ha salido de Colombia”. Ya en La caída de los puntos cardinales
Fayad había tratado el tema de la migración, esa migración tan
particular para el país que tuvo su pico en los años veinte y que nos
involucra directamente: la de los libaneses a Colombia.
“Siempre creí que la novela de la migración libanesa la iba a
escribir una persona que no tuviera ascendientes libaneses –dice–. En
Colombia hay muchos escritores que usan personajes de origen libanés
aunque ellos mismos no lo tengan. Yo escribí La caída de los puntos cardinales
cuando me di cuenta de que conocía las historias que tenían que ver con
los libaneses en Colombia por charlas directas, no porque las hubiera
leído en libros de historia. Yo podía reproducir detalles y diálogos
literales, que están transcritos en mis novelas. Eran las historias que
me contaban mis tíos, o los libaneses recién llegados que hablaban mucho
de su vida allá”.
Cierto. También he escuchado las anécdotas de parientes lejanos, como
personajes de novela, mitos familiares como el de un señor de bigote
que bañaba su caballo en champaña y lo paseaba sobre una alfombra roja
por las calles de Honda (cuando nuestros antepasados bajaron por el río
desde Barranquilla y se instalaron en ese puerto del Magdalena), la
confusa leyenda de una fortuna perdida amasada por un comerciante
libanés durante la Segunda Guerra Mundial, las alusiones a una rama de
la familia a la que en conversaciones he escuchado referir vagamente
como “los Fayad de la costa”. Pero le digo a Luis que a pesar de nuestra
familiaridad con la comida del Medio Oriente, del apellido y del tamaño
de nuestras narices, el antecedente libanés sigue siendo muy difuso. Es
un pasado del que tenemos pocas referencias, donde las segundas y
terceras generaciones después de la migración ya no hablan árabe ni
tienen parientes directos en el Líbano, y no tienen siquiera muy claro
de qué parte del país venían o cuál era la religión de esos ancestros
que llegaron de Oriente a la costa Caribe.
“Tuve que hacer mucha investigación en aspectos como las religiones,
que es algo que no conocemos muy bien nosotros, los descendientes de
libaneses. Algunos de los inmigrantes eran musulmanes, pero lo ocultaban
para poder entrar con mayor facilidad a la sociedad que los recibía.
Cuando estaba escribiendo La caída de los puntos cardinales notaba que
muchos de estos aspectos estaban en el aire, y fueron temas que tuve que
investigar. Sobre todo el tema de cómo fue exactamente ese
desprendimiento del Líbano, qué dejaron, qué costumbres trajeron, cómo
se vivía allá antes. Una parte de esa novela transcurre en el Líbano,
pero esta parte anterior al viaje hacia Colombia fue escrita con
información que adquirí sobre todo a través de la charla con libaneses
en Europa. En Colombia no hubo una auténtica colonia libanesa. Para los
que llegaron la integración fue inmediata. Los de la segunda generación,
los nacidos en Colombia, ya eran colombianos. Todo el que nace en
Latinoamérica es de ahí. Es distinto en Europa, donde las segundas y
terceras generaciones de inmigrantes todavía no son considerados del
país donde nacen, no tienen pasaporte del país que los recibe; siguen
siendo del país de donde vinieron sus padres o abuelos”.
Luis fue por primera vez al Líbano en el 2010 al Primer Encuentro de
Escritores Iberoamericanos en Beirut, y allí recibió la distinción de
Ciudadano Predilecto del Líbano. Cuenta que se sintió honrado también
cuando un profesor de literatura le dijo que por más que escribiera en
español, Luis era un escritor libanés.
“Me alegró haber ido al Líbano como escritor colombiano invitado.
Pero cuando estuve en Beirut, en el barrio donde habían vivido mis
abuelos y las calles por donde caminaron, sentí como si ya hubiera
estado allí. Una sensación muy extraña. Encontré algunas personas que
podían ser parientes, descendientes de mi abuela. Aunque esa fue una
búsqueda un poco accidental”.
El ciudadano
Ya para el segundo tinto en el café de Kreuzberg, Luis está animado y
habla fuerte, sin relajar su característico ceño fruncido (un gesto de
concentración profunda, seguramente el mismo que tiene cuando escribe,
en privado). Entonces le pregunto por Los parientes de Ester,
la emblemática novela urbana que desde su publicación en 1978 lo puso en
el panorama de la historia de la literatura colombiana. Una novela que
“relata la vida de una familia de clase media bogotana que sufre las
consecuencias económicas y sociales características del período político
del Frente Nacional”, según el ensayo de Clara Victoria Mejía Correa
sobre la novela en La madeja desenvuelta.
“En el momento de escribirla no pensé que fuera a tener esa
caracterización tan marcada como novela urbana dentro de la historia de
la literatura colombiana; simplemente esa novela era algo que ya tenía
que darse en mi generación”, dice Luis, como si escribirla fuera más una
responsabilidad histórica que una hazaña literaria.
“En la gente de mi generación el contacto con las áreas rurales era
mínimo, era de paseo, de ir a los pueblos de tierra caliente. El resto
de la vida era la del ciudadano: el hombre del café, el hombre del
periódico, el hombre de las calles, donde hasta los elementos de la
naturaleza juegan un papel diferente. La lluvia en las ciudades es
diferente a la del campo, también el viento. Muchas de las personas de
mi generación no conocen el campo de verdad, no conocen las gallinas en
los corrales, sino cuando se las van a comer en un restaurante. El
desprendimiento de lo rural ya era completo. Por eso este salto a la
novela urbana tenía que darse. En la novela urbana no hay necesidad de
describir la ciudad; lo urbano se nota en el carácter de los personajes.
Uno empieza a escribir con mentalidad urbana, y los personajes
adquieren también esa mentalidad”.
Le pregunto si después de tantos años viviendo lejos, Bogotá sigue
siendo un referente literario. “Sí, todavía, pero hay un gran cambio: en
los tiempos de Los parientes de Ester la ciudad era más
homogénea. Hoy en día es muy diferente; Bogotá es muchas ciudades. Este
cambio en las ciudades latinoamericanas se ha dado también en la
literatura, donde ya no hay novelas sobre una ciudad, sino más bien de
un barrio o una zona en particular”. Agrega que en la Bogotá de hoy en
día sería imposible escribir Los parientes de Ester, pues no
solo la ciudad ha cambiado, sino también sus ciudadanos y su mentalidad,
la forma en que se concibe la ciudad como un espacio más plural y
diverso.
“Sería muy interesante una novela de alguien que conoce bien,
digamos, Ciudad Bolívar, porque es un lugar y un tema aún desconocido en
la literatura. Lo que se conoce de allá es el reportaje periodístico,
la noticia inmediata, pero la novela puede explorar cuál es la
mentalidad que el ambiente que se vive allá ha creado en las personas,
cómo han llegado allí esas personas y cómo se ha ido creando esa
comunidad”.
Aunque lleva ya tres décadas en Berlín, para él esta ciudad no es
todavía una fuente de historias. “Lo será solo en el momento en que no
viva aquí”, dice. “Me ha pasado lo contrario que con Bogotá. A pesar de
tantos años de vivir aquí, no me llama la atención escribir sobre la
vida de un inmigrante en Berlín. Yo ya estoy en el tema contrario, el de
la gente que regresa a su país”.
No sé si habla únicamente del nuevo rumbo de su obra literaria o si
se refiere también a un eventual regreso a establecerse en Bogotá. No se
lo pregunto. También vivo hace años fuera del país y me incomoda
sentirme presionado a volver. Entonces lo que le pregunto es si será que
después de tantos viajes y migraciones se nos están cayendo poco a poco
los puntos cardinales. Sonríe un poco, y me fijo por primera vez en lo
delgados que son sus labios (quizá porque lo veo poco; o porque en mis
primeros recuerdos él tenía bigote). Pero dice que no, que tiene un gran
vínculo con el país, que viaja constantemente y que además todas sus
novelas transcurren en Colombia. “Para mí, como escritor, es una suerte
poder llevar los temas de las novelas conmigo, no tener que buscarlos en
el exterior. Siento que vivir en la diáspora me ha servido para ver el
país desde afuera, claro, pero sobre todo para ver cómo otras sociedades
ven a la nuestra”.
La terapia
De vuelta a su apartamento, entra en su estudio y hojea un ejemplar de Luis Fayad. La madeja desenvuelta.
Dice que más que considerarlo importante por ser un libro sobre su
propia obra, lo ha dejado admirado por la calidad de sus ensayos.
“Además –agrega con humildad– me causó gran asombro que mis libros
puedan servir para tantas reflexiones; que puedan tener tantos enfoques
literarios diferentes”. Aparte de Los parientes de Ester y La caída de los puntos cardinales, el volumen tiene textos sobre otras novelas como Compañeros de viaje y Testamento de un hombre de negocios, y sobre el libro de relatos cortos Un espejo después.
Cuando lo veo en su silla de trabajo recuerdo que hasta hace poco su
rutina de escritura era estrictamente nocturna: Luis se sentaba en su
escritorio a la media noche y escribía hasta el amanecer. “Pero ya no
trabajo así –me dice–. Me di cuenta de que en un momento de la noche
empezaba a aburrirme. Y la verdad es que yo no estoy acostumbrado a
aburrirme”. Eso es lo que más lo agobia. Luis no oculta su frustración
por el tiempo perdido entre cirugías y salas de cuidados intensivos,
donde pasó tantos días aburrido. Me dice que ahora que recupera la salud
le alegra poder volver a escribir; pero para los parientes que lo han
visto recobrar las fuerzas parece claro que es al contrario: la
motivación por terminar su nueva novela ha sido quizá la mejor de las
terapias.
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