28.11.12

Las ficciones que persigo

Ganador esta semana del prestigioso premio Roger Caillois, el escritor colombiano define en este texto por qué ambiciona escribir libros en los cuales el lector pueda refugiarse, leerse Y "huir del parloteo sin sentido"

Juan Gabriel Vásquez, es autor de El ruido de las cosas al caer./Revista Ñ
  El filósofo Harry G. Frankfurt, autor de On Bullshit , cree que el mundo está dominado por los que se dedican a hablar mierda. Las novelas a las que vuelvo con más frecuencia (y las que aspiro a escribir) son las que sirven como antídoto contra ese veneno de la coprolalia omnipresente; las que miran la vida con atención y cuidado; las que son fieles a las verdades humanas y las ensalzan y las cuidan aunque sean duras y oscuras y dolorosas; las que logran por ello lo que E. L. Doctorow cree que debe hacer toda gran novela: distribuir el sufrimiento. Estas son las ficciones que me interesan, o, mejor dicho, las que persigo, como lector y también como novelista: las que producen eso que Kundera llama la única moral de la novela, el conocimiento, pero también causan el efecto que Javier Marías llama reconocimiento (“yo sabía esto, pero no sabía que lo sabía”).
Las ficciones que persigo son las que recuperan para nosotros, por lo menos durante el tiempo de nuestra inmersión en ellas, el valor de esa desgastada moneda con la cual comerciamos todo el tiempo: el lenguaje. Las ficciones que persigo son las que proporcionan al lector un espacio libre de ruido y de distracciones, libre de propaganda y proselitismos, donde el lector pueda ser leído, donde el lector pueda interrogar y ser interrogado, donde el lector pueda “perderse en la mente de otras personas”, según la feliz expresión de Charles Lamb.
Las ficciones que persigo son aquellas donde el lector se pueda rebelar contra la rapidez impuesta y suicida de nuestras vidas. Porque eso hacen los libros: nos obligan a bajar el cambio y quitar el pie del acelerador; nos obligan a mirar lo mismo durante tiempos que al mundo fuera del libro le parecerían eternos, y también y sobre todo a pensar en lo mismo durante un tiempo sostenido, pero pensar con ese tipo de pensamiento particular que sólo encontramos en la novela, ese pensamiento que no es sólo filosófico ni sólo narrativo ni sólo psicológico ni sólo histórico ni sólo moral sino todo a la vez, ese pensamiento intenso y a la vez ambiguo, como la mirada de un loco. Ficciones donde pueda escapar a la ansiedad de la información superflua (la obligación de no perderse nada, de estar todo el tiempo al día) o a esa otra ansiedad, la de estar presente todo el tiempo (con un tweet , con un email , con el anuncio de mi estado de ánimo). Escapar a esas ansiedades, digo, o cambiarlas por espacio de unas horas o unas páginas por el silencio que la ficción puede ofrecerle, esa convivencia con un lugar donde todo es permanente y pertinente, donde puede “perderse en la mente de otras personas”, pero donde en realidad el lector se encuentra y se identifica, en el sentido de construir o descubrir su identidad. Estas son las novelas, se me ocurre a veces, que habremos de escribir y que responden a los retos de nuestro tiempo distraído y disperso tal como La mala hora , Conversación en La Catedral o Cambio de piel respondían a las exigencias del suyo.
Habremos de escribir novelas que reintegren o reconstituyan una narrativa de nuestra experiencia que a muchos nos parece resquebrajada o francamente rota. Habremos de escribir novelas para lectores como los que hacen fantasear a Marcel en El tiempo recobrado : “No serían, como ya lo he demostrado, mis lectores, sino los propios lectores de ellos mismos, pues mi libro no sería más que una especie de lente de aumento como aquellos que tendía a un comprador el oculista de Combray; sería mi libro, pero por medio de él les proporcionaría el medio de leerse a sí mismos. De manera que no les pediría elogiarme o denigrarme, sino tan sólo decirme si estaba bien aquello, si las palabras que leen en sí mismos son las mismas que he escrito”.
Escribir libros en los cuales el lector pueda refugiarse y además leerse. Escribir libros donde el lector pueda protegerse del mundo y a la vez conocerlo. Escribir libros donde el lector pueda huir del parloteo sin sentido, de los hablamierda, hacia un lugar donde las palabras vuelven a llenarse de sus perdidos significados y donde sean de nuevo capaces de nombrar el mundo. Escribir libros donde el lector pueda examinar su propia experiencia en la experiencia ensanchada y realzada de los destinos ficticios. Escribir libros, en fin, donde pueda tomar cuerpo una vez más eso que escribió una vez pero repitió muchas Carlos Fuentes: “La imaginación es la transformación de la experiencia en conocimiento”. 
Este fue el texto leido por Vásquez al obtener el premio Roger Callois. El premio fue creado en 1991 y se entrega anualmente como una distincion para un autor latinoamericano y uno francofono por su trayectoria en la literatura

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