Stephen King se sumerge en 22/11/63 en una trama que conjuga la ciencia ficción, el policial pero también el realismo que tiene como eje el asesinato de Kennedy y una época bisagra en los Estados Unidos
Stephen King. Es uno de los autores más vendidos y leídos del siglo XX./Revista Ñ. |
Si el viaje en el tiempo sirve a Jake Epping, profesor de literatura y protagonista de 22/11/63,
para ir tras la pista y neutralizar a Lee Harvey Oswald y con ello
intentar modificar el curso de la historia moderna, también sirve para
evocar la infancia de su autor y reconstruir pieza por pieza, con esa
minuciosidad que lo caracteriza, la forma de vida, las costumbres y los
prejuicios de los años 50 y 60, una época marcada por las secuelas del
macarthismo, la invasión a Bahía de Cochinos, la discriminación racial,
el sexo culposo y la crisis de los misiles. Una época en que a diario se
oían los nombres de Nikita Khrushchev y Leonid Brézhnev y que JFK pasó
de ser senador de Massachussets a presidente de los Estados Unidos. Una
época que marca una bisagra cultural y geopolítica y en la que
proliferarán las numerosas teorías conspirativas que serán el manjar
hipotético de toda la segunda mitad del siglo XX.
Stephen King
sumerge a su protagonista en ese contexto de una forma cara al género
fantástico: a través de un viaje al pasado a bordo de una particular
máquina del tiempo que, más que una máquina, será un deslizamiento casi
imperceptible, algo cuyo mecanismo se desconoce y no necesitamos conocer
en detalle. Lo fantástico, pues, no radica en la maquinaria sino en la
experiencia, en la mirada de Jake Epping ante un pasado lo
suficientemente cercano para reconocer en él su propia actualidad de
ciudadano proveniente de 2011.
Los traumas históricos
Además
de fantástica, esta es una novela histórica y política. No sólo porque
trata acerca de uno de los episodios más traumáticos de la historia
moderna de los Estados Unidos sino por el espejo idiosincrático al que
King está constantemente enfrentando a sus lectores. Similar a la
operación que realizó Michel Haneke en La cinta blanca,
King abre la caja de los prejuicios americanos históricos, los coloca
en primer plano y nos los restriega en la cara, como una manera de
decir: de aquellos polvos vienen estos lodos. De esta forma opera una
deconstrucción de la mentalidad republicana (King es un simpatizante
legendario del Partido Demócrata) y arroja indirectos dardos críticos
acerca de lo que es Estados Unidos hoy.
La novela destaca en la
reconstrucción de ese personaje ladino, odioso y escurridizo que es Lee
Harvey Oswald. Lo vemos a su llegada de Rusia, junto con su esposa e
hija. Nos asomamos a su disfuncional intimidad familiar de clase obrera
americana. Jake Epping lo acecha como si fuera una presa letal. Lo
persigue, lo vigila. Y el resultado es una compleja balanza moral en la
que coexiste un idiota fanatizado por la ideología, una víctima de sí
mismo y de su entorno, un padre confundido y un maldito asesino.
Pero
el pasado, como la novela siempre insiste, “es tan frágil como las alas
de una mariposa” y se resiste a ser modificado. “El pasado es
obstinado” y está construido como una gigantesca y delicada red de
pequeñísimos resortes que pueden saltar y provocar situaciones
impensadas. Esto agregará un intenso drama metafísico a una historia que
no tendrá nada de sentido aleccionador o didáctico como sí lo tiene la
famosa novela de H. G. Wells, construida en esencia como ficción
moralizadora. La novela de King, en cambio, está construida como
eventual ucronía política.
El rey King
En
semejante contexto no podía faltar una historia de amor. Sadie Clayton,
alta, rubia y hermosa bibliotecaria, prófuga de un matrimonio
paralizado por el fanatismo puritano, será la otra razón de peso por la
que el profesor Jake Epping o George Anderson, según se hará llamar en
1960, permanezca en el pasado. La maestría de King se demuestra en esta
historia que luce sólo en apariencia secundaria pues Sadie y su entorno
permitirán a Jake adentrarse en los pormenores sociales, en los rituales
del amor y del sexo, en las habladurías de pueblo, en las relaciones
laborales y en definitiva en la idiosincrasia de una América oscura y
prejuiciosa que sin duda será el germen de los posteriores neocons y
del regreso del Tea Party.
King hace realismo dentro de lo
fantástico y pinta un enorme fresco social tan anacrónico como vigente.
Aparentemente de ciencia ficción, también esta es una novela de espías,
un policial y una historia de amor, donde no faltan los episodios de
violencia que colocan a los personajes ante la acción de algún sicótico o
de una brutal represalia. Al fin y al cabo se trata del viaje de un
ángel justiciero que tiene por objeto asesinar al asesino y así corregir
el futuro.
Leyendo a Stephen King suelo pensar en los asuntos de
la extensión del relato y en cómo el exceso se convierte, en su caso, en
un acierto. Aquella máxima en la que la brevedad se impone sobre casi
cualquier otro criterio (sin duda una ley arbitraria aunque no menos
cierta) vuelve a ser dinamitada por quien suele ofrecer libros en los
que la cantidad de páginas y el peso del libro en kilogramos forman
parte inseparable de su propuesta. Una propuesta que muchos han
intentado emular pero que sólo el autor de La torre oscura sabe cómo
llevarla a buen puerto.
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