7.9.13

Vida y Obra: Hart Crane

Muerto por suicidio a los treintay dos años, su largo poema The Bridge, una “síntesis mística de la historia de los Estados Unidos” con el puente de Brooklyn como su símbolo central, es –junto a La tierra baldía de T.S. Eliot y los Cantos de Ezra Pound–, uno de los mayores poemas de lengua inglesa del Siglo XX. Autodidacta, luchó contra las expectativas de su padre empresario para forjar una vida breve y tormentosa

CRANE (1899-1932) Nació en Ohio y murió en mar abierto./revista Ñ

I
Comencemos con esta imagen: Hart Crane suspendido en el aire a mitad de camino entre la superficie del mar del Golfo de México y la baranda del barco a vapor de pasajeros, el USS Orizaba. Estamos al norte de Habana. Es el 27 de abril de 1932 justo al mediodía. Hemos frenado el tiempo, como pausando una película. El poeta Hart Crane esta por morir. Tiene casi 33 años, pero parece mucho mayor. Las peleas, el alcoholismo y la angustia crónica lo han envejecido. Tiene el pelo gris y la cara hinchada.
¿Sería posible entrar en la mente del poeta en este preciso instante? ¿Siente un enorme alivio o un furioso arrepentimiento? ¿Compone, en un milisegundo, todos los versos que aun tiene por escribir? O logra saber, purgando todas las dudas, que con lo que escribió fue suficiente para lograr su anhelado fin: entrar en el palacio de la Poesía; ser hermano de Walt Whitman, Herman Melville y Emily Dickinson; de escribir un poema lírico-épico que fuera un capítulo de la historia de la eternidad.
Si pudiéramos, detendríamos la película, la rebobinaríamos y devolveríamos a Crane a la cubierta del Orizaba. Allí esta su chaqueta blanca que él mismo dejó prolijamente doblada sobre la baranda antes de tomar coraje, en solo un instante, y saltar. Le pediríamos que estuviera tranquilo. Le aseguraríamos que tendría que estar en paz. Con lo que ya escribió es hermano de Walt Whitman. Y de Rimbaud y de Keats también. Que logró la meta. Que tiene que cuidarse y seguir escribiendo.
Pero las cosas no funcionan así. Hay que dejarlo caer al mar.
Segundos más tarde –el tiempo vuelve a correr– una señora se acerca a la baranda y ve a Crane nadando, con ganas, hacía la nada. Su cuerpo no será recuperado.
Su tumba en Garrettsville, Ohio –el pequeño pueblo donde nació– dice solamente:
HAROLD HART CRANE
1899 – 1932
LOST AT SEA

II.
Hart Crane fue el único hijo de una pareja catastrófica. Su padre, C.A. Crane, era un exitoso hombre de negocios que ganó una fortuna en la industria de chocolates y golosinas. Era el inventor de un pequeño confite llamado Life Savers que tiene la forma de un salvavidas circular. Aun son populares en los Estados Unidos. Su madre, Grace Hart Crane, era un persona intensa, directamente histérica. El matrimonio no fue feliz. Tras una separación temporal en 1908 se divorciaron definitivamente en 1917, cuando Crane tenía 18 años. A los 20, el poeta le escribió a su madre: “Creo que ya es hora que reconozcas que los últimos ocho años de mi juventud ha sido un sangriento campo de batalla de la vida sexual y los problemas entre tu y papá”.
Crane cambió su nombre de pila de Harold a Hart para adoptar el apellido materno de su madre. En marzo de 1917, tras haber publicado su primer poema –firmado Harold Crane– en una revista llamada The Pagan, su madre le escribió: “¿Es tu intención ignorar el lado de la familia de tu madre completamente? Es lo único que se me ocurre criticar. Me parece que Hart, o por lo menos H. debe estar en algún lado”.
Al tomar el nombre Hart declaró su alianza en la batalla matrimonial. Su padre le seguirá diciendo Harold. Su padre. Solamente acá hay material para hacer un largo capítulo de psicoanálisis básico. Crane supo desde muy temprano que quiso ser poeta. Su confianza en sí mismo y su ambición fue tal que abandonó la secundaria para dedicarse a su vocación. Su padre no lo entendía. Lo aconsejaba que se dedicara a los negocios familiares y que dejara la escritura para sus momentos libres. Que fuera un hobby, como el golf. Tras varios intentos de integrarlo a su empresa hubo una ruptura final y Hart huyó a Nueva York. En Ohio se sentía solo, sin vitalidad, lejos del centro de las cosas. Era homosexual. En Greenwich Village comenzó a encontrarse a sí mismo, sexual y artísticamente.
Pero ese encuentro fue violento. En muchas cosas, tanto en su vida y su obra, Crane se parece a Rimbaud. La falta de dinero era una pesadilla crónica; aunque no tuvo un Verlaine, sus relaciones con los hombres fueron choques intensos y calamitosos. La borrachera se le convirtió en una forma de vida y lo llevó a extremos visionarios. Como Rimbaud también, desdobló la sintaxis y descubrió metáforas absolutamente originales en un intento de transmitir la experiencia pura en verso. A diferencia de Rimbaud, sin embargo, nunca tuvo el deseo de abandonar la poesía.
Aunque eligió el arte por encima de la vida de los negocios, trabajó en varias agencias de publicidad. Su vocación poética tampoco significaba un desdén por el pragmatismo del mundo de la industria y el comercio. El crítico Langdon Hammer escribió: “No hay duda de que, como poeta, Crane absorbió mucho del carácter y modo de pensar de su padre –su gravedad, su franqueza con las personas y su creencia los valores americanos. En su memoria The Awakening Twenties, Gorham Munson recordó la impresión que tuvo la primera vez que escuchó a Crane hablar. La voz del poeta era vigorosa, característica del medio oeste de los Estados Unidos, casi áspera como la de un vendedor”.
En una larga carta escrita a su padre el 12 de enero de 1924, Crane explica por qué no puede volver a Ohio y trabajar en la empresa familiar:
“…me gustaría pedirte que te imaginaras trabajar en algo simplemente por el amor de hacer algo bello –algo que tal vez no se pueda vender en sí mismo, o ser usado para vender alguna otra cosa, pero que simplemente es una comunicación entre hombres, un lazo de comprensión y de iluminación humana. Una obra de arte verdadera es eso. Si puedes entender esto tal vez veas que después de todo no he sido tan imprudente en seguir lo que puede parecer una estrella remota. Solo pido dejar detrás de mí algo que el futuro pueda considerar valioso. Y requiere algo de sacrificio a veces para dar esa cosa que tú sabes que está dentro de ti y que vale la pena dar. Haré todos los sacrificios necesarios por ese fin.”

III.
La obra poética que dejó Crane es compleja, hermética, eufórica e incomparable a la de cualquier otro poeta. En su centro está el poema lírico épico “The Bridge” (El puente) –que transforma el puente de Brooklyn en un emblema– o mejor dicho en una especie de instrumento simbólico que genera una compleja historia secreta de los Estados Unidos. En realidad, es difícil explicar literalmente de qué se trata “The Bridge”.
El gran defensor y evangelio de Crane es el venerado crítico Harold Bloom. Tal vez nadie lo ha entendido tan bien. Vale la pena citarlo en detalle:
“Crane es un poeta difícil, intensamente metafórico y alusivo. Combinado con sus anhelos transcendentales y su alto estilo invocatorio, su lógica metafórica da la sensación de una densidad impactada, a veces se resiste a ser desenredado. Su autoconciencia y poder retórico puede ser extraordinario y sugiere afinidades con Christopher Marlowe y Gerard Manley Hopkins como también con T.S. Eliot. A pesar de la personalidad dionisíaca de Crane y su tendencia a la perdición, él revisaba su trabajo obsesivamente”.
Como verán, hasta las lúcidas explicaciones de Bloom parecieran necesitar, a su vez, sus propias explicaciones. Crane, sin embargo, dejó una clave para su obra hermética. Sus cartas lúcidas y amorosas son comparables con las de John Keats. Aunque nunca elaboró una teoría formal poética en su correspondencia con poetas y críticos contemporáneos –y también con amigos y familiares– Crane dejó un testamento clarísimo de sus intenciones artísticas.
En una carta a su amigo Gorham Munson del 18 de Febrero del 1923, Crane explica sus intenciones al escribir “El puente”:
“En términos generales se trata de una síntesis mística de ‘América’. Historia y hechos, locaciones y etc. todos tienen que ser transfiguradas en una forma abstracta que funcionaría casi de manera independiente de su temática en sí misma. Los impulsos iniciales de nuestro pueblo tendrán que ser unidos hacía el clímax del puente –el símbolo de nuestro futuro constructivo, nuestra identidad única, en el cual también están incluidos nuestras esperanzas científicas y logros futuros. El augurio místico de todo esto ya esta parpadeando en mi mente…pero el hecho de escribirlo, juntar las fuerzas para hacerlo, me tomará meses, en el mejor de los casos. Y tal vez tendré que abandonarlo. Tal vez sea una ambición imposible…”
Crane es un poeta difícil porque demanda mucho de su lector. Leerlo puede llevar una vida entera. Hay que confiar que él vio algo y sintió algo único, y que la única manera de acceder a esa visión es a través de sus herméticas construcciones. Bloom, ese lector supremo, lo descubrió a los 10 años y hoy, a los 83, lo sigue venerando. En más de 70 años de lectura no lo ha podido agotar. No podemos imaginarnos una mejor recomendación para iniciar la lectura de Hart Crane, que hoy descansa en los mares…

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