Pretende D. H. Lawrence que "casi todo hombre que se aproxima a la grandeza tiende a la homosexualidad, más allá de que lo admita o no."
D. H. Lawrence, autor de El amante de Lady Chatterley./elespectador.com |
Esta intrépida aserción, amén de polémica, no puede por menos de
generarme algún extrañamiento por lo exótico que entraña, en tanto me
aboca a sospechar sodomía en las personas de Mahoma, Jesús de Nazaret,
Dante, Quevedo, Cervantes, Marx, Kafka o Hitler entre cientos, acaso
miles de grandes hombres. De ninguna manera me dispongo a refutarla en
estas líneas, resignándome con establecer que la grandeza de Lawrence,
presupuesta por esta “tendencia” que lo asimila a Capote, Genet, Wilde,
Proust, Freud, Nerón, Julio César o Calígula confunde sus apetencias
fálicas con su propio talento, llegando a hacer de la inteligencia, la
habilidad o también de la codicia y la intriga al servicio del poder
(que la grandeza no es ajena a ciertas trapacerías corrientes entre los
vulgares) atributos exclusivos de los homosexuales, como que de ella
misma (la grandeza de Lawrence), declara: “Yo creo que lo más cerca que
estuve del amor perfecto fue con un joven minero cuando tenía cerca de
16 (años)”.
El marica, por lo que a mi tiempo respecta, no delata
ninguna singularidad y antes creo percibir que la tendencia histórica
conduce hacia una sociedad primordialmente homosexual o bisexual en el
mejor de los casos, atendiendo a su prevalencia casi enojosa, y cada vez
más hostigante por doquier. Así las cosas el heterosexual,
inexorablemente, ha devenido rara avis en una sociedad corrientemente
homosexual, lo que, volviendo a la ecuación de Lawrence, nos reportaría
una civilización de seis mil millones de eminencias. -decida el lector
contemporáneo si es éste el escenario.
La ciencia moderna y su
monomaníaca tendencia a atribuir hasta nuestras ideas al genoma
establece que el marica “nace, no se hace”, y el fenotipo afeminado de
mórbidas carnes y mujeriles ademanes condice con un genotipo
predeterminado. Acaso no le falte razón si está referido a los
hermafroditas el aserto. Sólo que estos “anormales” son más bien
escasos, pues la naturaleza prefiere caracterizarnos en rasgos y
atributos distintamente masculinos o femeninos, y pues, dicho sea de
paso, más del noventa por ciento de los homosexuales acusan un fenotipo
viril. De modo que solo cuando su mano me “toca” y “su rostro, sus
labios” se acercan demasiado (vid. Kavafis Pregunto por la calidad ),
entonces y sólo entonces, en muchos casos, sé que se me viene encima un
maricón.
Otra, afirma Montaigne, es la opinión de Aristóteles… “y
más por costumbre que por tendencia natural, los machos se ayuntan con
los machos” (Ensayos, C. XXIII). Aristóteles versus Genoma.
Como
es habitual en tendencias diametralmente encontradas, probablemente la
verdad esté a medio camino: algunos nacen predispuestos, otros, por moda
o imitación se hacen. Me retrotraigo a Suetonio. “…Curión, padre, le
llama en un discurso ‘marido de todas las mujeres y mujer de todos los
maridos’” (Julio César, LII); “Por calzado (…) algunas veces zueco de
mujer (…) y algunas veces se vestía también como Venus” , y “Besaba en
pleno teatro al payaso Mnester” (Calígula, LII y LV); “Hizo castrar a un
joven llamado Esporo, y hasta intentó cambiarlo en mujer, lo adornó un
día con velo nupcial, le constituyó una dote, y haciéndoselo llevar con
toda la pompa del matrimonio y numeroso cortejo, lo trató como su
esposa”, y también “Después de haber prostituido casi todas las partes
de su cuerpo, imaginó como supremo placer cubrirse con piel de fiera y
lanzarse desde una jaula sobre los órganos sexuales de hombres y mujeres
atados a postes; y cuando había satisfecho todos sus deseos, se
entregaba, para terminar, a su liberto Doriforo, a quien servía de
mujer, como Esporo le servía a él mismo” (Nerón, XXVIII y XXIX).
¿Qué?
pues que Julio César, Calígula y Nerón casaron inicialmente con
mujeres, y se volvieron luego durante el ejercicio del poder. Marcador:
Aristóteles 3, Genoma 0.
En el país tercermundista donde amo y me
desgasta el desaliento, hace carrera el criterio de una presunta
superioridad homosexual en el terreno de la sensibilidad estética, según
expresión de cierto librero en mi ciudad. Ignoro si leyó lo dicho de
Lawrence pero, si no en el plano sexual, en esto se identifican. Y yo
disiento. En mis noches de bohemia de otros días en la calle Caldas, en
Barranquilla, puerto del Caribe colombiano, he visto un travesti sacar
de su media velada una navaja y rubricar con su firma el rostro de un
hombre. Lo mismo con cierta frecuencia encuentro noticias por el estilo
en la prensa. Alegremente confundidos delicadeza con amaneramiento.
Estoy dispuesto a resignar en Lawrence y mi librero la exclusiva
promulgación de la “exquisita sensibilidad” de personas de tal
tendencia, que tiendo yo más bien a estimar la sensibilidad como un don
con que, caprichosamente acaso, premia en alguna medida la naturaleza (y
a que debe sumarse una esmerada afinación consciente y continuada) a
ciertos espíritus, independientemente de si reciben o no por el culo. Y
Cela me asista, que somos pocos cada vez en el disenso.
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