Ben Okri
En la sombra de la guerra
Esa tarde llegaron al pueblo tres soldados. Ahuyentaron cabras y
gallinas, luego fueron hasta el bar de la palmera y pidieron una marmita
de vino de palma. Allí bebieron entre las moscas.
Omovo los
observaba desde la ventana mientras esperaba que su padre saliera. Ambos
escuchaban la radio. Su padre le había comprado barata esa vieja
Grundig a una familia que tuvo que huir de la ciudad cuando estalló la
guerra. La radio estaba cubierto con un trapo blanco que lo hacía
parecer un objeto de culto doméstico. Escuchaban las noticias sobre
bombardeos y ataques aéreos en el interior del país. Su padre se peinó,
dividiéndose cuidadosamente el cabello a la mitad, enseguida se dio
algunas palmaditas de loción para afeitar sobre la cara sin rasurar.
Luego luchó hasta ponerse un gastado abrigo que hacía tiempo le quedaba
pequeño.
Omovo miraba por la ventana, fastidiado con la presencia
de su padre. A esa hora, durante los últimos siete días, una extraña
mujer con un velo negro en la cabeza había estado pasando frente a la
casa. Subía por los caminos del pueblo, cruzaba la autopista para luego
perderse en el bosque. Omovo esperaba que la mujer apareciera.
Ya
habían concluido las noticias del día y el locutor dijo que esa noche
habría un eclipse de luna. El padre de Omovo se enjugó el sudor de la
cara con la palma de la mano y dijo con cierta amargura: “Como si un
eclipse fuera a detener esta guerra”.
“¿Qué es un eclipse?” preguntó Omovo.
“Es cuando el mundo se oscurece y suceden cosas extrañas”.
“¿Como qué?”
Su padre encendió un cigarrillo.
“Los muertos salen a caminar y a cantar. Así que no te quedes fuera hasta tarde. ¿Oíste?” Omovo asintió.
“Los jeclipses odian a los niños. Se los comen”.
Omovo no le creyó. Su padre sonrió, le dio sus diez kobos de paga, y dijo:
“Apaga la radio. No es bueno que un niño escuche noticias de guerra”.
Omovo
la apagó. Su padre vertió una libación en la puerta y oró a sus
ancestros. Cuando terminó, tomó su maleta y salió pavoneándose deprisa.
Omovo lo observó dibujar su camino hasta la parada del bus en la avenida.
Cuando
llegó un bus danfo (1) y su padre se fue en él, Omovo volvió a encender
la radio. Se sentó en el marco de la ventana y esperó a que la mujer
apareciera.
La última vez que la vio, ella había pasado como un
fantasma agitando los pliegues de su bata amarilla. Los niños dejaron lo
que estaban haciendo y se quedaron mirándola. Le habían dicho que ella
no tenía sombra. Le habían dicho que sus pies nunca tocaban el suelo.
Mientras pasaba, los niños empezaron a arrojarle cosas. No se inmutó, no
aceleró el paso, ni miró hacia atrás.
El calor era sofocante. Los
ruidos se desvanecían y perdían sus contornos. La gente del pueblo
caminaba como sonámbula entre sus quehaceres. Los tres soldados bebían
vino de palma y jugaban damas chinas bajo la agobiante luz del sol.
Omovo se dio cuenta de que cada vez que los niños pasaban por el bar los
soldados los llamaban, les hablaban y les daban algún dinero. Omovo
bajó corriendo las escaleras y cruzó por el bar lentamente.
Los soldados se quedaron mirándolo.
Cuando regresaba uno de ellos lo llamó.
“¿Cómo te llamas?” Le preguntó.
Omovo vaciló, sonrió traviesamente, y dijo:
“Jeclipse”
El soldado soltó una carcajada salpicando a Omovo de saliva en la cara.
Se
le veían las venas de la cara. Sus compañeros parecían desinteresados.
Se espantaban las moscas mientras se concentraban en el juego. Tenían
las armas sobre la mesa. Omovo se dio cuenta de que estaban numeradas El
hombre dijo:
“¿Tu papá te puso ese nombre porque tienes labios gruesos?”
Sus compañeros observaron a Omovo y rompieron en risas.
Omovo asintió.
“Eres un buen chico”. Dijo el hombre. Se quedó en silencio por un momento. Luego le preguntó, con otro tono de voz:
“¿Has visto a la mujer que se cubre la cara con un trapo negro?”
“No”.
El hombre le dio a Omovo diez kobos y dijo:
“Es una espía que ayuda al enemigo. Si la ves, ven a decirnoslo inmediatamente, ¿entendiste?”
Omovo rechazó el dinero y subió de nuevo las escaleras. Se volvió a acomodar en el marco de la ventana.
Cada tanto, los soldados lo miraban.
Omovo
sucumbió al calor, y pronto se durmió sentado. Los gallos lo
despertaron con su canto desanimado. Sintió como la tarde lánguidamente
se transformaba en noche. Los soldados dormitaban en el bar. Empezaron
las noticias.
Omovo escuchaba sin entender acerca de las bajas del
día. El locutor se rindió al estupor, bostezó, se disculpó, y dio más
detalles sobre los enfrentamientos.
Cuando Omovo levantó la mirada
vio que la mujer ya había pasado. Los hombres habían dejado el bar. Los
vio abrirse paso zigzagueando entre los aleros de las casas de paja,
tropezándose entre nubes de calor. La mujer iba más adelante en el
camino. Omovo bajó las escaleras corriendo y siguió a los hombres. Uno
de ellos se había quitado la camisa del uniforme. El soldado de atrás
tenía el trasero tan grande que se le habían empezado a descoser los
pantalones. Omovo los siguió por la autopista. Cuando entraron al
bosque, los hombres dejaron de seguir a la mujer y tomaron una ruta
diferente. Parecía que sabían lo que hacían. Omovo se apresuró para no
perder de vista a la mujer.
La siguió entre la espesa vegetación.
Llevaba puesta una bata desteñida y un chal gris, el velo negro le
cubría el rostro. Llevaba una canasta roja sobre la cabeza. Omovo olvidó
por completo fijarse si la mujer tenía sombra o si sus pies tocaban el
suelo.
Cruzó por propiedades a medio construir con ostentosos
carteles y cercas desbaratadas. Atravesó una fábrica de cemento
abandonada donde los ladrillos desmoronados estaban dispuestos en
montones y las barracas de los trabajadores estaban desoladas.
Pasó por un árbol de baobab, bajo el cual yacía completo el esqueleto de un animal grande.
Una
serpiente se descolgó de una rama y se deslizó entre la maleza. A lo
lejos, más allá del acantilado, oyó una música fuerte y gente vitoreando
consignas de guerra que se oían por encima del ruido.
Siguió a la mujer hasta llegar a un rústico campamento en el fondo del valle.
En
la media luz de una cueva siluetas iban y venían. La mujer se les
aproximó. Las siluetas la rodearon y la tocaron para luego conducirla
hacia la cueva. Escuchó sus voces fatigadas agradeciéndole.
Cuando
la mujer volvió a aparecer, ya no tenía consigo la canasta. Niños con
los estómagos hinchados de hambre y mujeres vestidas con harapos la
acompañaron hasta la mitad de la colina.
Luego, sin quererse separar de ella, tocándola como si nunca más fueran a volverla a ver, regresaron.
La
siguió hasta llegar aun río fangoso. Ella se movía como si una fuerza
invisible tratara de arrastrarla. Omovo vio canoas volcadas y montones
de ropa empapada flotando en el agua turbia. Vio flotando algunos
víveres desperdiciados: lonchas de pan en envolturas de polietileno,
recipientes de comida, latas de Coca-Cola. Al mirar de nuevo hacia donde
estaban las canoas, vio cadáveres hinchados de animales. En la orilla
del río, vio algunos billetes fuera de circulación. Notó el nauseabundo
hedor del aire. Entonces, escuchó una pesada respiración detrás suyo,
después, alguien tosiendo y escupiendo.
Reconoció la voz de uno de
los soldados apresurando a los otros para ir más rápido. Omovo se
agazapó a la sombra de un árbol. Los soldados pasaron de largo. Poco
después escuchó un grito.
Los hombres habían alcanzado a la mujer. La rodearon.
“¿Dónde están los demás?” gritó uno de ellos.
La mujer no respondió.
“¡Maldita bruja! ¿Quieres morir, no? ¿Dónde están?”
Permanecía callada. Tenía la cabeza agachada. Uno de los soldados tosió y escupió al río.
“¡Habla! ¡Habla!” le dijo mientras la abofeteaba.
El
soldado gordo le rasgó el velo y lo arrojó al suelopiso. Ella se agachó
a recogerlo y se quedo arrodillada, aun mantenía la cabeza abajo. Era
calva y tenía una profunda cicatriz que le desfiguraba la cara.
Tenía una herida abierta a un lado del rostro. El soldado sin camisa la empujó.
Cayó
de bruces y permaneció inmóvil. La luz del bosque cambió y por primera
vez Omovo vio que los animales muertos en el río eran en realidad
cadáveres de hombres. Sus cuerpos estaban enredados en algas de río y
tenían los ojos hinchados. Antes de que pudiera reaccionar, escuchó otro
grito. La mujer se puso de pie, con el velo en la mano, se dio vuelta
hacia el soldado gordo, se estiró cuan larga era, y le escupió a la
cara. Empezó a aullar como loca, mientras ondeaba el velo en el aire.
Los otros dos soldados retrocedieron. El soldado gordo se limpió la cara
y levantó el arma hasta la altura del estomago de la mujer. Un segundo
antes de que Omovo escuchara el disparo, un violento aletear sobre su
cabeza lo asustó haciéndolo salir de su escondite. Corrió por el bosque
gritando.
Los soldados lo persiguieron. Corrió entre una neblina que parecía salir de las rocas.
Mientras
corría vio un búho que lo miraba desde una covacha de hojas. Se tropezó
con las raíces de un árbol y se desmayó al golpearse la cabeza contra
el suelo.
Cuando volvió en si estaba muy oscuro. Agitó los dedos
frente a la cara sin poder ver nada. Gritó al confundir la oscuridad con
ceguera, dio tumbos y chocó con la puerta. Cuando se recuperó de la
conmoción escuchó voces afuera y la radio murmurando noticias sobre la
guerra. Logró llegar al balcón anhelando haber recobrado la vista, pero
al llegar allí se sorprendió al encontrar a su padre sentado en la silla
de mimbre, bebiendo vino de palma con los tres soldados.
Omovo corrió hacia su padre y frenéticamente señaló a los tres hombres.
“Debes agradecerles”, dijo su padre. “Te trajeron del bosque”.
Omovo,
invadido por el delirio, empezó a decirle a su padre lo que había
visto. Pero su padre, disculpándose con una sonrisa nerviosa, tomó a su
hijo y lo llevó a la cama.
Ben Okri (Minna, 15 de marzo de 1959). Poeta y novelista nigeriano en lengua inglesa.De padre urhobo y madre igbo, emigró con su familia a Inglaterra, donde pasó su infancia. En 1965 su familia regresó a Nigeria y se instaló en Lagos. Poco después tendría lugar la Guerra Civil de Nigeria (1967-1970)
Comenzó a escribir en 1976. Poco después se trasladó de nuevo a Inglaterra y estudió Literatura Comparada en la Universidad de Essex. En 1980 publicó en Inglaterra su primera novela, Flowers and Shadows, que narra la decepción que un joven siente ante la corrupción imperante en Nigeria, en la que su propio padre está implicado.
Desde la publicación de su primera novela, Okri se ha convertido en
uno de los escritores más respetados de África. Su obra más conocida, El camino hambriento, recibió en 1991 el Premio Booker.
Otros premios conseguidos por Okri son el Commonwealth Writers Prize
para África, el Aga Khan Prize de ficción, y el Crystal Award del Foro Económico Mundial. Es miembro de la Real Sociedad de Literatura.
Ha recibido doctorados honorarios de las universidades de Westminster
(1997) y Essex (2002). En 2001 fue galardonado con la Orden del Imperio
Británico.
Aunque se ha relacionado su obra con el realismo mágico, Okri rechaza esta etiqueta. Muchas de sus obras han sido inspiradas por su directa experiencia de la guerra civil en Nigeria. Premios. 1987 Commonwealth Writers Prize (Africa Region, Best Book) - Incidents at the Shrine. 1987 Paris Review/Aga Khan Prize for Fiction - Incidents at the Shrine.1988 The Guardian Fiction Prize - por Stars of the New Curfew.. 1991 Booker Prize for Fiction - por El camino hambriento.. 1993 Chianti Ruffino-Antico Fattore International Literary Prize - El camino hambriento.. 1994 Premio Grinzane Cavour (Italia) - por El camino hambriento.. 1995 Crystal Award (Foro Económico Mundial). 2000 Premio Palmi (Italia) - por Amor peligroso. Novelas. Flowers and Shadows (1980). The Landscapes Within (1981). Incidents at the Shrine (1986). El camino hambriento (The Famished Road, 1991). Traducción de Ana Gómez de Cárdenas. Barcelona: La otra orilla, 2008. Anteriormente traducido como: La carretera hambrienta. Traducción de José Luis López Muñoz. Madrid: Espasa Calpe, 1994. Canciones del encantamiento (Songs of Enchantment, 1993). Traducción de Hernán D. Caro A. Barcelona: La otra orilla, 2008. Astonishing the Gods (1995). Birds of Heaven (1995). Amor peligroso (Dangerous Love, 1996). Traducción de Nuria Lago Jaraiz. Barcelona: Ediciones del Bronce, 1998. Riquezas infinitas (Infinite Riches, 1998). Traducción de Juanjo Estrella. Barcelona: El Cobre, 2005. In Arcadia (2002). El mago de las estrellas (Starbook, 2007). Traducción de Ramon González Férriz. Barcelona: La otra orilla, 2007.
Semblanza biográfica: Wikipedia. Texto: El cuento del día. Foto: Internet.
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