Un especialista en el género sostiene que autores como Poe, Walsh, Capote, Chandler, Piglia han retratado mejor que otras plumas la cara y ceca de las sociedades que han vivido. Ese abordaje realista permanece vigente
Existe un boom mundial de novela negra por el planeta entero y en todos los idiomas. |
Ernesto Mallo, autor de Me veras caer, novela negra./revista Ñ |
El género policial, y principalmente la novela negra, les da voz
a los villanos, a los criminales, a los detectives, a los pobres, a los
desempleados, a los marginales, a todos los maltratados de este mundo. A
esa sociedad paralela que intriga y atemoriza a sus principales
consumidores: la gente decente.
En el escenario urbano es donde
transcurren la mayor parte de estas obras, el hábitat donde también vive
la mayor parte de los humanos. Esos conglomerados de cemento y acero
donde la opulencia y la miseria están a pocos metros de distancia, donde
se mezclan los ricos con sus servidores, donde la mitad de la sociedad
observa a la otra mitad para envidiarla, compadecerla o acecharla.
El
abordaje realista que le exige la verosimilitud la obliga a mantener la
trama dentro de las leyes de la física, acá no valen elfos ni marcianos
que vengan a resolver la trama.
Con un lenguaje que se renueva
constantemente; porque también lo hacen el de la calle, el del delito,
el de la cárcel y el de la policía; se plantea una visión del binomio
crimen/justicia más cercana a los hechos que a los ideales: el
desencanto es uno de los principales aderezos del cóctel de pasiones que
le sirve al lector. Vivimos en un mundo en el que, al decir de Tom
Waits: “Estamos sepultados bajo el peso de la información que es
confundido con el conocimiento; la cantidad se confunde con la
abundancia; y la riqueza con la felicidad. Somos monos con armas y
dinero”. Al dar testimonio del espíritu de nuestro tiempo, la novela
negra se convierte en la novela social por excelencia, una que no
plantea ningún tipo de solución al otro binomio, el que impera:
ambición/violencia.
Truman Capote, autor de la extraordinaria A Sangre Fría , es considerado el padre de la novela de no-ficción. Sin embargo Rodolfo Walsh, con Operación Masacre
, se le adelantó 10 años al norteamericano y describió con entretenida
lucidez lo que 20 años más tarde sería práctica común del terrorismo de
Estado. Sobre la narración policial en los turbulentos años 60 y 70, en
Argentina, con la vida cultural, académica y periodística tabicada por
la censura estatal, la estudiosa Martha Barboza, nos dice: “Dadas las
circunstancias socioculturales, se impone ahora la novela negra
norteamericana, pues constituye la modalidad narrativa por excelencia,
para narrar, desde el crimen, el estado de la sociedad. En este sentido,
Rodolfo Walsh y Juan Carlos Martelli, entre otros escritores, toman
dicho modelo, para generar nuevas formas discursivas que trascienden el
marco genérico, pero sin abandonarlo totalmente”.
Si quisiéramos
saber cómo funcionaba el Los Ángeles de los 30 y 40, de qué manera el
dinero y el poder operaban en las vidas tanto de los poderosos como de
los desesperados, sólo necesitamos recurrir a Raymond Chandler. El
tránsito por las “mean streets” de Phillip Marlowe lleva al lector de
las mansiones fastuosas de magnates corruptos a oscuros callejones donde
predan embaucadores de poca monta y asaltantes al voleo. Con Francisco
Haghenbeck podemos rastrear, en La Primavera del Mal ,
los orígenes del fenómeno de las drogas entre México o Estados Unidos en
los años 30 a 50. Los intereses y acuerdos secretos entre las
autoridades de ambos países, las guerras por los territorios, las
complicidades y traiciones cuyas consecuencias trazan un reguero de
sangre hasta nuestros días. Se pueden seguir los pasos del
detective-poeta Chen Cao, de Qiu Xiaolong, por los intrincados
laberintos de la sociedad china, que combina el capitalismo salvaje con
el marxismo ultraortodoxo. Qué otra cosa retratan las novelas policiales
del boom del norte de Europa, sino el ominoso revés de la trama,
enfatizado por el notable contraste de la sangre sobre la nieve, de
aquellas idealizadas “sociedades del bienestar”.
Podríamos hablar
de Borges y Bioy, de Piglia y De Santis, de cientos y cientos de
extraordinarios escritores del género de todas las latitudes. Lo que
tienen en común los buenos novelistas es el uso del suspenso para contar
entre líneas los conflictos entre personajes vívidos en situaciones de
gran verosimilitud; y más aún, la manera en que estos conflictos se ven
intensificados por el contexto social que envuelve a estos héroes de
ficción. Valiéndose del riesgo y el peligro, estos autores utilizan el
empuje narrativo de la ficción criminal para demostrar de qué modo
asuntos tales como clase social y estatus, y el anhelo de las personas
por re-inventarse a sí mismas siguen forjando el carácter de un pueblo.
Esto es algo que no puede suministrar ningún texto sociológico o
periodístico. Tampoco pueden expresarlo los voceros de la política,
quienes desean que el público suponga, o crea, que la sociedad está bajo
control y que el delito no forma parte del gobierno. Al estar exento de
las presiones de la línea editorial o política, al no tener que
justificar sus fuentes, sus asertos o sus ingresos, el autor criminal
queda en libertad para narrar lo que quiera. Dado que la novela negra es
por definición una obra de ficción, es decir una mentira, queda
habilitada para contar las verdades que todos los demás deben callar y
trascender las apariencias que se construyen mediante discursos no
literarios.
El género vive otra primavera. No es ajeno a esto la
proliferación de festivales como la Semana Negra de Gijón, y otros de
España; Mord & Hellweg, en Alemania; Polars du Sud, entre los más de
60 festivales de género que se realizan anualmente en Francia y
Theakstons Old Peculier Crime Writing, del Reino Unido; o BAN! - Buenos
Aires Negra, que tengo el honor de dirigir, entre muchos otros que en
todo el mundo convocan la atención de público y medios. En mi opinión,
una de las razones de este auge es la necesidad de la gente de
informarse sobre qué está sucediendo con el delito, cuáles son las
nuevas formas que adquieren el crimen y la violencia. Instintivamente,
el público recurre a la literatura policial por ser la fuente más
confiable ya que es la más alejada de cualquier complicidad y porque,
desde Poe a esta parte, la buena ficción criminal viene mostrándonos
quiénes somos.
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