Quinientos años del descubrimiento del Pacífico
Con tan inesperado hallazgo se completaba el mapa del mundo, que ya habían trazado los navegantes en sus temerarias incursiones
Si el descubrimiento de América por Cristóbal Colón fue uno de los
acontecimientos más grandiosos de la historia de la humanidad, no lo fue
menos el descubrimiento del Pacífico por Vasco Núñez de Balboa el 25 de septiembre de 1513.
Con tan inesperado hallazgo se completaba el mapa del mundo, que ya
habían trazado los navegantes en sus temerarias incursiones. Se trataba
del mayor océano de la tierra, nada menos que la tercera parte de su
superficie. Debemos la hazaña a la astucia de Balboa, quien se colaría
en la expedición de Martín Fernández de Enciso oculto en un barril. Con
sus tretas llegó al primer asentamiento español en Tierra Firme, Santa
María la Antigua del Darién, en la actual Panamá. Su buena estrella lo
salvó de ser arrojado al mar, cuando divisaron la embarcación de Pizarro
que procedía de la colonia de San Sebastián, a donde Enciso se dirigía.
Pizarro y sus hombres, vencidos por la naturaleza, habían tenido que
esperar a que murieran los compañeros para encontrar sitio en el barco.
Temeroso de su suerte, Enciso decidió regresar a la Española, pero
Balboa no quería volver al lugar de donde escapó y lo convenció para que
se desviaran hacia un paraíso llamado Darién bañado por ríos que
contenían oro en abundancia y donde los indígenas se mostraban muy
amables.
Pero la promesa del oro enloqueció a los
españoles y los indios atemorizados intentaron aplacar su sed hablándole
a Balboa de un mar a donde iban a desembocar los ríos cargados del
precioso metal
Allí Balboa se hizo con el poder enfrentándose a Enciso, que huyó
para salvar la vida. Luego a Diego de Nicuesa, a quien el rey mandó a
poner orden y que se ahogó en el viaje de vuelta a España. Balboa,
convertido en gobernador de Panamá y Coiba, se alió con Pizarro para
reducir a los indios, aniquilando a los que se interponían en su
travesía. Uno de los vencidos, el cacique Careta, pactó con él y le
ofreció a su hija Anayansi en matrimonio. Pero la promesa del oro
enloqueció a los españoles y los indios atemorizados intentaron aplacar
su sed hablándole a Balboa de un mar a donde iban a desembocar los ríos
cargados del precioso metal. Acompañado por 190 soldados y una jauría de
perros que descuartizaron a los derrotados —empañando con ello su
gloria—, Balboa alcanzó el hermoso valle Cuarecuá donde se levantaba la
sierra tras la cual se ocultaba el mar desconocido.
Consciente del privilegio de ser el primer europeo en divisar tal
maravilla, el héroe rebelde, el bandido Balboa, subió solo con su perro
Leoncico, el verdadero “adelantado” según el cronista, a contemplar las
aguas del que designaría mar del Sur —hasta que Magallanes, que no
padeció sus violentas sacudidas, lo bautizó como Pacífico—. Pero la
gloria le duró poco a Balboa que sería traicionado y ejecutado en 1519.
El impacto de este descubrimiento cambió el curso de la historia y el
Pacífico empezó a llenarse de barcos españoles que llegaron hasta las
Filipinas, uniendo a Acapulco con Manila. Tan apasionante episodio
encendió la imaginación de los cronistas, desde Gonzalo Fernández de
Oviedo, que dio fe de tales hechos, hasta el colombiano William Ospina
quien en las vívidas descripciones de El país de la canela (2008) evoca la sangrienta expedición de Pedrarias por aquellas inquietantes orillas.
La literatura es rica en narraciones que refieren el acontecimiento,
además de las canónicas biografías del “adelantado” y los ensayos del
colombiano Germán Arciniegas, quien sin duda leyó la vibrante narración
de Stefan Zweig: Huida hacia la inmortalidad, dedicada a Balboa y recogida en Momentos estelares de la historia de la humanidad
(1927), que inspiró a posteriores novelistas. En Colombia se adelantó a
las efemérides pacíficas el escritor caleño Fabio Martínez con una
novela: Balboa, el polizón del Pacífico (2007), que recomiendo
vivamente porque supera la victimización de los indígenas, a quienes
asigna un importante protagonismo, como a Anayansi, esposa de Balboa,
traductora y traidora. No falta el humor en el relato de este brutal
encuentro marcado, más que por el realismo mágico, por el absurdo que
rompe los esquemas. Si bien el conquistador español, fatigado y sediento
de riqueza, pisoteó pueblos y culturas, a los sometidos, no les faltó
la proverbial malicia ni la sabiduría para calar la feroz codicia del
enemigo, sorteando el miedo, salvaguardando con sus estrategias la
esperanza y la capacidad de soñar, de las que dependía su supervivencia;
porque, como dice Fabio Martínez en el último capítulo de su relato,
“en medio de la ambición, la crueldad y la sangre, nació una nueva
civilización”.
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