23.9.13

El hombre que negó las orillas

Se fue Mutis, dejándonos a Maqroll el Gaviero...

Álvaro Mutis es una leyenda viva de la literatura hispanoamericana. Su obra poética y narrativa fue objeto de un sentido homenaje en la Fería de Guadalajara en 2007. Aquí esta nota

Álvaro Mutis, Fernando Botero, y García Márquez en plena Séptima de Bogotá./elespectador.com

Algo tiene de indescifrable el escritor Álvaro Mutis. Algo en su prosa y poesía, algo en su humor y forma de hablar, y en la exuberante manera en la que se ha tomado la vida, conmina a quien escribe sobre él una inexorable voluntad de descubrir su carácter. Se dice que es monárquico y moderno, que en su poesía no habita uno, sino varios poetas. Y que no se sabe quién ha fascinado más al mundo, a sus lectores y a sus amigos, si Maqroll El Gaviero, o la seductora simpatía de este novelista nacido en Bogotá, criado en Bélgica y hecho leyenda de la literatura colombiana en ese lejano refugio de mentes brillantes que es México.
Pero nunca abandonó espiritualmente Colombia, sobre todo los años de su niñez en que vivió con su madre en la hacienda Coello, en el Tolima. "Todo lo que he escrito está destinado a celebrar, a perpetuar ese rincón de la tierra caliente del que emana la sustancia misma de mis sueños, mis nostalgias, mis terrores y mis dichas. No hay una sola línea de mi obra que no esté referida, en forma secreta o explícita, al mundo sin límites que es para mí ese rincón de la región de Tolima, en Colombia", reconoce el autor, a quien se le rendirá un merecido homenaje en la Feria del Libro de Guadalajara.
Ha sido en ese viajar constante que heredó en su infancia el que ha quedado latente en sus nueve libros de poesía y la decena de novelas que cuentan la búsqueda poética y errática de Maqroll el Gaviero. Personaje que, como su amigo Gabriel García Márquez afirmó hace poco, es el fiel prototipo de la más elemental condición humana.
Nacido de una familia de intelectuales y diplomáticos a comienzos de la década de los 20, Mutis dejó pronto la ciudad para seguir a su padre a Bruselas. Desde pequeño leyó novelas de aventuras: pasó por Verne y Stevenson, vinieron luego Conrad y Malraux, hasta que leyó por fin ese "viaje interior" que es En busca del tiempo perdido de Proust.
Entre el viaje que propició la literatura y la historia, y su regreso a Bogotá cuando era adolescente, Mutis descubrió la poesía. Fue alumno de Eduardo Carranza en el Colegio Mayor del Rosario, y aunque nunca consiguió graduarse, pudieron más, como siempre confiesa, la poesía y los billares. En 1948 publicó su primer poemario, una joya cuya mayoría de ejemplares se extinguió entre las llamas de los incendios causados el 9 de abril.
Pero su poesía estaba destinada a perdurar, y pronto empezó a publicar en revistas mexicanas. Octavio Paz, Elena Poniatowsca, Luis Buñuel descubrieron en su talento una búsqueda, y desde los años 50 nunca ahorraron elogios. De Mutis, el Nobel Octavio Paz diría: "Es un poeta de la estirpe más rara en español: rico sin ostentación y sin despilfarro. Necesidad de decirlo todo y conciencia de que nada se dice. Amor por la palabra, desesperación ante la palabra, odio a la palabra: extremos del poeta".
A México llegó luego de ser en Colombia la cabeza de relaciones públicas de la Esso. Desde este cargo apoyó incondicionalmente iniciativas culturales sin antecedentes en el país como la HJCK, donde incluso grabó su lema "una emisora para la inmensa minoría", como confiesa este mes Álvaro Castaño en el libro Álbum de Maqroll el Gaviero, publicado por Alfaguara. El manejo irregular de recursos le costó el puesto, la salida del país, y meses después año y medio de encierro, por un crimen que, en palabras de Gabo, fue "un delito del que disfrutamos muchos escritores y artistas y que sólo él pagó".
La cárcel le dio tiempo de escribir, y unos de sus primeros relatos cortos, como La muerte del estratega, vieron la luz en esos días que considera de los más felices de su vida. Mutis salió de la cárcel para convertirse en el padre de Maqroll el Gaviero. Su serie de novelas sobre este personaje, que transitó tantos lugares, le hicieron merecedor de incontables premios, que culminaron en 2001 con el Premio Cervantes de España.
Pero al revisar sus trayectos literarios y biográficos, es difícil determinar qué ha causado más impresión en la vida de quienes lo han rodeado, si su obra o su infatigable e hipnótica personalidad. "Así como fluye la champaña, fluyen las historias de Álvaro Mutis", recordaría alguna vez la escritora mexicana Elena Poniatowsca, "y sus carcajadas levantan cualquier reunión como las burbujas de la champaña. Junto a él nada es plano; y nada le gusta tanto a una mujer como sentirse espuma".
Y con ese carácter se ganó el corazón de Gabo, con quien pactó nunca elaborar discursos mutuos, y cuya promesa rota ha revelado en pocos años la rica amistad que les permitió a ambos ser cofrades e incluso autores indirectos de sus obras y sus vidas. En el discurso que Gabo le dirigiera a Mutis en la celebración de sus 70 años, el Nobel reconocería que alguna vez quiso con Mutis desafiar a la muerte. Su amigo había escrito un poema en el que declaraba con certeza: "Ahora que sé que nunca conoceré Estambul". Gabo se lo llevó a la antigua Constantinopla, en barco "como debe ser cuando uno desafía el destino". Durante tres días viajaron para llegar a la capital turca por un verso, por un solo verso, que puso a García Márquez a "contrariar a la muerte"; con quién más habría realizado este viaje poético sino con Mutis, ese hombre que siempre negó las orillas.

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