2.3.12

Un tributo a los caídos

El escritor colombiano Fernando Quiroz consigue en Bogotá retratar una galería de personajes desamparados
QUIROZ. Con Justos por pecadores fue finalista del Premio Iberoamericano de Narrativa Planeta-Casamérica 2008.foto.fuente: Revista Ñ

El colombiano Fernando Quiroz combina en Bogotá la ficción y el periodismo. Con el pretexto de la crónica logra plenamente el efecto literario. Encontramos una galería de personajes borders, en trances fatídicos o desempeñando oficios inusuales como el proyectorista de un cine porno en el texto "Tardes de Leonel": "Hay un viejo que viene casi todos los días y se queda viendo la película una y otra vez. Hay un actor de televisión que se disfraza porque cree que así no lo reconocen. El ambiente de una sala equis es pesado. A veces, como dirían las señoras, es un ambiente sórdido. Y, como dirían los curas, pecaminoso." Bogotá es un sentido tributo a estos caídos del sistema que son ubicados en un mapa esperpéntico, entrañable y solidario con los más débiles en esa impiadosa maquinaria que impone toda gran urbe.

Quiroz toma la ciudad como eje de sus relatos y se interna en lugares recónditos, diurnos y nocturnos, incansable en su peregrinar por calles, bares y hospitales. Hay una voluntad por apresar algo que se escapa en la vorágine cotidiana y se pierde por las cloacas de los residuos sociales. El recorte de la realidad siempre es preciso, las historias se potencian unas con otras, tramando un abigarrado mural donde se escribe con pluma urgente, pero nunca descuidada, un largo inventario de deudas sociales, cuentas pendientes con un sector de la población abandonado a su suerte y que brota en la piel de la ciudad como las manchas del perrito protagonista del encantador "Tarde de perro": "Perro se rasca con fuerza: mueve una de sus patas traseras con ritmo de serenatero pobre, como si estuviera tocando los compases de guitarra de un corrido mexicano, y se vuelve a echar en el asfalto, recostado contra el andén, después de haber calmado el ardor de las ronchas y de haber desacomodado a las pulgas".

Quiroz nunca es un observador distante y objetivo, se compromete con sus criaturas y cada historia es una denuncia, es un grito de papel donde las palabras son un revólver ardiente que dispara balazos de ética en medio del caos.

"Nuestra patria es el cielo", habla de los pequeños negocios que giran en torno a los entierros en el Cementerio Central de Bogotá: el de una mujer ciega que canta canciones acompañada por un acordeón para homenajear a los deudos de los difuntos ("A todos les entona las mismas canciones, sin importar si fueron presidentes de la República, comerciantes, guerrilleros, prostitutas o niños sorprendidos por la muerte antes de tiempo"). "Tres nuevos bogotanos" transcurre en un hospital público donde a lo largo de una noche nacen tres niños, mientras en otra sección un hombre, herido de arma blanca, agoniza. Vida y muerte son las puntas de un mismo lazo en una ciudad donde nunca nada se detiene y los fríos números de la estadística se mezclan con cuerpos averiados y situaciones límite. Como una especie de Caronte bogotano, Quiroz nos conduce por ríos urbanos encendidamente verídicos.


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