Beatriz de Moura. Editora española. foto: Jordi Socías. fuente:elpais.comUn símbolo del panorama editorial español. Descubrió a través de su padre el placer de leer.Hoy sigue trabajando con las mismas armas: curiosidad, fascinación y vocación
Beatriz de Moura siempre supo que su casa era una biblioteca. Supo que sus paredes estaban formadas por las vapuleadas y cosmopolitas estanterías que acompañaban a la familia en su periplo diplomático por el mundo. Supo del vicio de leer cuando observaba a su padre, con cara de placer, devorando con los ojos un libro. Así que no le extraña que la vida convirtiera a esta brasileña de origen en editora. Y no una editora cualquiera, sino la impulsora de una marca, Tusquets, que es sinónimo de independencia, buen gusto y hasta formadora de un canon literario e intelectual en el mundo de las letras hispánicas.
Más sola, desde que su marido y socio, Toni López Lamadrid, muriera en 2009, pero arropada por un equipo de 24 personas en su palacete barcelonés, sede de la editorial, De Moura contempla este mundo cambiante, este fin de una época en la que, por el momento, convive el objeto imbatible que es el libro con el vendaval de las nuevas tecnologías. La incertidumbre ha sido su aliada desde que fundara hace más de 40 años el sello junto a Esther Tusquets y su pareja de entonces, el arquitecto Oscar Tusquets, pero eso no le resta un ápice de pasión por su oficio. Tampoco ensombrece el misterio de un autor por descubrir, de una obra por la que apostar, porque si algo engancha en la vocación de fabricar libros es ese aspecto de juego de ruleta que implica su fascinante trabajo.
Ustedes fueron pioneras en la edición, crearon escuela. En cierto aspecto, sí. Hubo precedentes, pero se las conocía como damas de la edición. De damas, nosotras teníamos muy poco.
¿Cómo así? Hubo un encuentro organizado por Pancho Pérez González en el que nos reunió a las editoras de España y Latinoamérica. Se llamó así: Las damas de la edición. Estaba muy claro, las damas de la edición habían sido en la posguerra española viudas o compañeras de antiguos editores que habían continuado la labor y lo habían hecho muy bien. Además tenían ese porte y esa gracia de señoras que a su vez habían sido buenas amas de casa, buenas anfitrionas. Esas eran las damas de la edición. Las peleonas, las que se abrieron camino por sí solas, nacen, que yo recuerde, con Esther Tusquets.
Con Esther y con usted. Ella primero. Fundó con su padre la editorial Lumen, cuyo sello ahora está en Random House.
Aparte de que aquella chica estupenda a la que echaron de Gili en los años sesenta por escandalizar a los mayores del sello no podía ser considerada dama de la edición. ¿Quién era esa chica? Bueno, pues una muchacha que venía de fuera. Había terminado mis estudios universitarios en Ginebra, estaba sin un duro y tenía que currar para ganarme la vida porque mi padre me había desahuciado.
¿Desahuciado? ¿Cómo es eso? ¿No se entendía con su padre? Poco antes de que transfirieran a mi padre de Barcelona a otro puesto allá por 1960 –hay que decir que mi padre era diplomático– tuvimos un enfrentamiento muy serio y le dije que ya no iba a seguirle, que me quedaba en Barcelona. Nos queríamos mucho, pero teníamos caracteres muy fuertes los dos. Como yo era ya muy terca, él me echó de casa. Hoy, pese a todo, casi agradezco que un día peleáramos.
Lo que sí le había inculcado su padre fue el vicio de leer. Más que el vicio, el placer.
Vicio, decía. Bueno, primero llega el placer, y después, el vicio. El placer es lo que conduce a la adicción. Yo veía a mi padre leer…
¿Con qué cara? Con cara de gusto, cara de paz, de gozo, era su momento. Esto ocurría cuando todavía yo no sabía leer. Le veía ahí en su biblioteca, con esa cara de sosiego, recogimiento e inmenso placer, y quería estar como él. Cogía cualquier libro y empezaba a mirarlo, a pasar páginas, a veces incluso con el libro boca abajo. Me sentaba en el escabel, junto a mi padre, para que aquella atmósfera me situara en la misma onda que a él. Aprendí a leer muy rápido, claro.
Esa sensación es rara, ¿verdad? Mucha gente abandona, pero otros aguantan, sin entender, por mera curiosidad, por querer entender. Sí, señor. Esa curiosidad es un don.
Entonces, recordemos, llega esa mujer al balbuceante negocio editorial de Barcelona y se encuentra con Esther Tusquets. Y a su hermano, arquitecto y mi primer marido. Eran los sesenta. En la editorial Lumen me contrataron para hacer de todo. Eso fue la maravilla.
¿Qué es hacer de todo en una editorial? Desde ayudar en la criba de manuscritos o traducir las cartas hasta promocionar y gestionar los derechos de autor y en el extranjero. Desde 1965 viajo a Fráncfort sin interrupción hasta hoy. Ha sido un buen observatorio de los cambios que han ido modificando el mundo de la edición en estos más de 45 años.
Desde abajo, un editor se forma en lo artesanal del oficio, en su misterio, en su fanatismo. ¿Qué rasgos cohabitan en un editor? Tres cosas fundamentales: la curiosidad que te remite directamente al contenido de un libro; la fascinación por el objeto, el continente; y una vocación que va surgiendo y forjándose a medida que se avanza en los distintos procesos de fabricación de los libros. Esos tres factores se conjugan y constituyen al fin una trayectoria obstinada, más aún en alguien como yo, que desde muy jovencita había decidido vivir rodeada de libros.
¿Desde pequeña? Desde que me di cuenta de que en nuestra vida nómada, la de una familia diplomática en la que de repente cambias de casa, de cultura, de país, de idioma, lo único que permanecía como mi hogar era la biblioteca de mi padre. Se reproducía una y otra vez, idéntica a sí misma. Ahí me había formado. Mi hogar era estar rodeada de libros. Me atraía el objeto, el olor, el tacto… pese a haber estudiado carreras completamente distintas, como la de traductora simultánea en instituciones internacionales. Por suerte, mis profesores me dijeron pronto que no servía para eso.
Así que decidió meterse en los libros. Al principio con poco éxito, porque de Gili la echaron. Yo me había comprado a plazos una Vespa para ir a trabajar, y en aquellos años aún hacía mucho frío a las ocho de la mañana. Una amiga me trajo de Andorra unas medias negras de algodón espeso, y eso fue el comienzo del fin: por lo visto, sembraba la imaginación calenturienta de los sabios que trabajaban entonces en la Gili. Aunque llevara delantal, me obligaron a cambiar las medias y sustituirlas por otras normales, que para mí era peor, digo yo, porque por aquel entonces yo tenía unas piernas como Dios manda. Francamente, la España de entonces era muy rara y muy poco apetecible.
Dice que llegó al libro por la fascinación del objeto también. Un objeto que no sabemos cuánto durará. ¿Cómo será lo que nos viene, lo que le sustituya? ¿Podrán convivir ambos mundos? Convivirán. Los nuevos medios nos dan información rápida y fugaz. El propio medio te induce a la dispersión, al cambio rápido, dificultando la concentración que, por su propia naturaleza, demanda lo escrito en papel y no permite el pleno disfrute de la lectura en papel. No hay que pensar en el libro electrónico como algo que está todavía por llegar. Ya está aquí hace ya bastante tiempo. Desde que me metí en serio a informarme sobre este nuevo fenómeno que estaba cambiando ya no solo los medios de comunicación, sino, inducidos por ellos, los gustos y hábitos mismos de la gente, también me metí, cual Agustina de Aragón, en alguna batallita en defensa del libro de papel. Los gurús de lo electrónico me miraban con desprecio, o bien me daban palmaditas como quienes te perdonan la vida
¿Mucha palmadita y mucha risita quiere decir que nunca la han tomado en serio? Casi nadie me ha tomado nunca en serio, desde el principio de mi vida profesional. Por ejemplo, casi todo el mundo ha pensado de mí que era la típica mujer a quien el marido le había puesto, yo qué sé, una peluquería o una boutique. Pocos creyeron que aquella pequeña editorial saliera adelante. Sí, en efecto, mucha palmadita y mucha risita.
Sin embargo, eso a usted no la arrugaba. Como a cualquiera que le mueve un proyecto estimulante.
¿Qué era? ¿Machismo? Era una manera de ser. No olvides que hablamos de la prehistoria de la democracia. Toda esa gente parecía muy progre, pero su formación era la que era. No vamos a pedir peras al olmo.
¿Incluso en la 'gauche divine', a la que pertenecían ustedes? ¿Incluso ahí imperaba ese machismo? ¡Por supuesto! Aunque no fuera voluntario. Había firme voluntad de no serlo, pero los hábitos y las herencias tendían a un trato
¿Displicente? Sí. Te ignoraban, como si no existieras. Debo decir que, pese a todo, también me han apoyado algunos hombres que se esforzaron para que ese apoyo no tuviera visos de paternalismo. Algunos incluso supieron mantener conmigo un trato de igual a igual.
¿Cuándo siente que le llega el éxito y esa displicencia se convierte en respeto? Tal vez algo, un poco, en los años ochenta. Pero aquello llegó después de haber trabajado muchos años sin éxito. En aquel momento llegó a la editorial mi amigo y luego mi marido Toni López Lamadrid. A finales de los setenta convirtió Tusquets en una sociedad anónima, quitándome un peso muy serio de encima. A eso me refería cuando hablaba de hombres que me han apoyado. Tanto Toni como mi primer marido, Oscar Tusquets, lo hicieron porque les gustaba lo que iba haciendo.
Pero ahora, después de la escuela de editoras que han creado Esther Tusquets y usted, entre otras, que han visto cómo en el negocio del libro se habla en femenino, imagino que tratarán ustedes con displicencia a los hombres. No, por Dios, ¡qué horror!
No porque muchos no se lo merezcan. Hay gente que vive pendiente de sus rencores y envidias. Yo muy pronto me deshice, por suerte, de todos esos males que te amargan la vida. Quien los padece, además de amargado, sale perdiendo. Tengo instinto de superviviente. Muy pronto supe aprender de la experiencia vital y profesional.
Eran tiempos en que no se robaban mutuamente autores. ¿Ha cambiado mucho el panorama? Sí, pero ese juego tampoco le ha salido bien a mucha gente. Y cuando lo compruebas, intentas ya no caer en ese error. Si un autor no ha tenido éxito en un entorno editorial no quiere decir que lo vaya a tener en otro. Esto ha cambiado mucho de nuevo hoy día. Los terrenos están mejor definidos. Cada sello editorial está más determinado. Ahora bien, hay excepciones, y algunos sellos, que han tenido que reciclarse a través de los años, han creído erróneamente que, quitándole un autor ya consagrado a otro sello, va a convertir con ello su catálogo en un fondo de prestigio. Los editores que han apostado realmente desde el inicio por un catálogo de fondo son los que, si han resistido, han ido a largo plazo construyéndolo paso a paso con autores que han realizado toda, o casi toda, su vida literaria en ese mismo sello.
¿Cómo sobrevivió Tusquets a aquel embate de los grandes grupos? Se pasaban la vida desmintiendo que les fueran a comprar. Y sigue así Nadie conoce realmente, a fondo, la agitada vida económica y financiera de una editorial. De ahí, tal vez, que dé lugar a tantas habladurías.
¿Cómo se mima a un autor? ¿Cómo se le convence de que no le merece la pena irse a ningún otro sitio? Por un lado, con fe en su obra y acompañándolos en su andadura; por otro, creando un equipo de primera, no necesariamente muy numeroso, pero sí bien avenido y que disfruta haciendo lo que hace. Tal vez podríamos haber sido más ricos en Tusquets, pero hubiésemos trabajado con menos placer. Y creo que los autores notan eso, en el propio trato que reciben. Primero cuenta la admiración hacia ellos, y debe ser transmitido así. Eso fomenta el trabajo en común. Sincronizar metas es fundamental. Convencer al autor de que estamos juntos en la misma aventura resulta crucial. En este punto es donde suele establecerse una especie de comunión con el autor. Algunos autores y algunos editores entienden esa relación como una complicidad, y otros no.
Esa llama prende por una cuestión personal. Como cuando usted le dijo a Cioran que con sus libros le entraba la risa. Supongo que cuando menos, aquella visión le impactaría. Pues sí, algunas ideas paradójicas suyas me hacían reír.
A lo mejor era lo que él buscaba, y no que nos entrara angustia y ganas de tirarnos por el balcón. Es que ciertas líneas de su pensamiento conducen a reflexionar sobre nosotros mismos en situaciones vitales tan al límite que pasan a ser grotescas y, por tanto, risibles.
Para autores raros, ustedes se llevan mucho la palma. Desde Kundera hasta Bioy Casares o Marguerite Duras, Murakami… Somos especialistas en escritores raros. Por ejemplo, muchos detestan el contacto con los medios de comunicación. Se inventan lo que sea con tal de evitar un encuentro con la prensa. Como acabas conociéndoles bien, también sabes de dónde provienen sus temores y terminas por comprenderles e incluso por protegerles, aun en contra de tus intereses. Forma parte de la complicidad a la que aludía. Si la traicionas, pierdes al autor y, por tanto, a lo que un editor tiene de más preciado: su materia prima.
¿Quiénes son los más recelosos? ¿Los antes citados? ¿Mankell, Kundera? Con Kundera ya es un bloqueo total. Él no quiere que se inmiscuyan en su vida privada. Quiere ser conocido tan solo por su obra. Leyendo sus libros con cuidado, cualquier lector atento puede percibir también su vida. La broma, por ejemplo, habla hoy día por sí misma del primer periodo de su vida como escritor.
Para raras, Marguerite Duras… Bueno, tuvo una vida dura, complicada; era enrevesada, llena de contradicciones. Ya mayor, cayó en el alcoholismo e hizo un esfuerzo brutal para salir de eso, y salió. Nos obligaba en la cena a pedir vino para aguantar el pulso. Entonces, de pronto, penetraba en unos silencios propios de alcohólico y era difícil hablar con ella, comunicarse con ella teniendo un vaso de vino de por medio que ella se prohibía beber y tú, en cambio, debías (era su consigna) beber a gusto.
La verdad es que ustedes lo que tienen es paciencia. Yo no, no soy muy paciente. Lo que ocurre es que me fascina el doble mundo en el que viven: por un lado, el real, el cotidiano, y por otro, el que imaginan, donde germinan, crecen y viven sus personajes.
Sus mundos e imagino que cierta satisfacción al sentirse un poco su jefe. ¿Jefe? ¡Noooo!
Algo sí. Quien se atreve a editar un libro pone a alguien en sus manos. No, nada de eso. O, al menos, yo no lo vivo así.
Ni cuando les da por decir: mis autores… No lo he dicho en esta entrevista, creo.
Usted no, pero otros sí lo hacen, y con razón. No acostumbro a decir mis autores porque sé que, si quieren, se van el día menos pensado. Igual que nosotros publicamos lo que queremos. Mira el cartel que tengo aquí detrás, ¿qué dice?
"De entrada diga no". Muy propio. Todo el mundo cree que puede ser escritor. Si te envían 100 manuscritos mensuales, que es lo que más o menos recibimos nosotros, te das cuenta de que para ser un verdadero creador necesitas algo de lo que gozan muy pocos: un don.
Pero, aun así, el éxito es algo indescifrable. Mire lo que les ocurrió con 'Soldados de Salamina', de Javier Cercas. Empezaron con 5.000 ejemplares y advirtiéndole al autor que un libro sobre la Guerra Civil a nadie le interesaría. No confundamos el tener un don de escritor y además ser un autor de éxito. Dicho esto, Cercas tiene sin duda ese don y con esta novela alcanzó un espectacular éxito de ventas. Y es cierto: Toni y yo queríamos hacer un primer tiraje de 5.000 ejemplares. Juan Cerezo, nuestro editor para la lengua española, nos convenció de que la novela era tan buena que merecía la pena arriesgarse con 6.000…
Menudo exceso. Puede que Juan, al ser de la misma generación que Cercas, percibiera esa memoria, siempre tan emotiva en España, que remitía a los nietos de la Guerra Civil al pasado silenciado de sus abuelos. Y así fue. Ese libro abrió las puertas a lo que vino después. Recuerdo, en cambio, haberle dicho a Cercas que un libro sobre la Guerra Civil se vendería poquísimo. A principios del siglo XXI era así. Nadie quería recordar nada ¡y adiós! Esa novela desató el interés de la más reciente generación por entender el conflicto fratricida de sus antepasados.
Y además puso de manifiesto la madurez del lector español. Ya elegía los libros que quería leer por sí mismo, contra el criterio de ustedes, los editores. Esto pasa a menudo y debemos ser justos: lo que descubre el lector es un libro que tú has publicado, una propuesta tuya. Soldados de Salamina conduce a una reflexión necesaria y hasta ese momento desatendida: una novela es capaz de marcar el tiempo de digestión y asimilación de acontecimientos traumáticos.
El misterio también empuja a los lectores a seguir, ¿no? De entrada, es imposible saber lo que va a pasar. A los editores no les conoces. Su cara solo la ves una vez al año, en la Feria del Libro de Madrid.
¿Y cómo es la cara de un lector tipo de Tusquets? Hay muchas. La del lector de nuestra colección erótica, La Sonrisa Vertical, es la de un señor que llega y pide por el número.
Como quien entra a un 'sex shop' a por porno. Porno, porno, porque La Sonrisa Vertical lo es. Pero estos libros están bien escritos y son fuente de conocimiento. Los lectores varones son muy pudorosos; en cambio, las mujeres suelen acercarse con alguna compañera, tan campantes, y leen en voz alta allí mismo fragmentos subidos de tono con una desvergüenza tan saludable que da gusto.
Las nuevas generaciones, ¿renunciarán al papel? Creo que no. Los mejores y grandes inventos sobreviven. La humanidad a través de los tiempos es más sabia de los que creemos. Ha intentado siempre no perder nada por el camino. Y no cabe duda de que lo ha conseguido.
Con la biblioteca a cuestas
Beatriz de Moura (Río de Janeiro, 1939) ya 'leía' libros antes de saber leer. Con tal de alcanzar el mismo éxtasis que su padre, un diplomático que viajaba con su biblioteca a cuestas, comenzó a sostener libros junto a él siendo muy pequeña. Aprendió a leer muy rápido y se acabó convirtiendo en una de las editoras más influyentes del panorama narrativo en España. En los sesenta (junto a exponentes de la 'gauche divine' como Rosa Regàs, Oriol Bohigas y Antonio López) irrumpió en el incipiente negocio editorial barcelonés. Encontró plaza en Lumen, donde la contrataron "para hacer de todo".Los tres aspectos fundamentales que, según ella, debe observar todo editor son: curiosidad por el contenido de un libro, fascinación por el objeto y la forja progresiva de la vocación.
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