Johann W Goethe. Formó parte del grupo Sturm und Drang, que marcó el comienzo de la literatura alemana. foto.fuente: Revista ÑEsta nueva traducción de un clásico de la literatura alemana es una oportunidad para releer a Goethe
Los clásicos no se leen, sino que se releen, como enseña Italo Calvino, y sencillamente no pueden dejar de ser reeditados. Para quien lee una obra clásica en su lengua original, importan las nuevas interpretaciones críticas, las nuevas correcciones. Para quien ha de leerla en traducción, importan las nuevas versiones. Hasta el mercado editorial, que con brutal franqueza supo consagrar a la forma del best-séller, terminó resignándose a concederle un nicho propio a ese libro que se resiste a desaparecer: lo llamó steady-séller, justamente porque nunca deja de venderse.
Y Las penas del joven Werther es, sin vueltas, uno de los grandes clásicos de la literatura moderna, uno de los tres o cuatro libros más vendidos del siglo XVIII y uno de los mejores representantes de las letras alemanas de todos los tiempos. Una reaparición necesaria, entonces.
Entre el léxico y el ritmo
Y además de necesaria muy lograda, en esta ocasión. Como ya sucediera con los relatos de Friedrich Schiller y de E. T. A. Hoffmann publicados en la misma casa editorial, la versión de Isabel Hernández acierta al captar el léxico y sobre todo el ritmo de esta trágica novela epistolar, que sigue las tribulaciones de un alma enamorada mediante el artificio de compilar sus cartas y sus postreros testimonios a manos de un tal Wilhelm, un amigo comprensivo y confidente. Las cartas ficticias son un mecanismo de éxito retórico prácticamente garantizado, por la empatía que se genera entre el protagonista y el lector, pero que exige un cuidado artesanal cuando se trata de traer la voz de un joven artista alemán, atormentado y dieciochesco, a un idioma español actual e igualmente emotivo. Pero además, esta edición de Alba –que recoge el texto revisado por el autor en el año 1787– es pródiga en notas aclaratorias, que revelan datos ocultos o amplían informaciones necesarias para el público hispano parlante de hoy en día, y que en ningún caso son demasiado minuciosas o muy extensas, tal como conviene a esta intensa historia de amor.
Asimismo, hay que destacar el valor adicional de las ilustraciones originales del artista plástico germano-polaco Daniel Chodowiecki (1726-1801), toda una eminencia de la época. Sumadas a la cuidada edición y la bella encuadernación del volumen, esas viñetas de estilo casi vintage le confieren un carácter singular y hasta lujoso a este nuevo avatar de uno de los más célebres suicidas de la historia literaria, cuyo cadáver, como bien remata la novela, "ningún sacerdote acompañó".
Las razones del fin
¿Qué es lo que hace que el pobre Werther se dé un pistoletazo cierta medianoche? Cada generación ha dado su respuesta: el despecho amoroso, el fracaso artístico, el afán de infinito, la incomprensión social, la frustración libidinal... El propio Goethe, que había puesto mucha carga autobiográfica en ese texto y al que le debía su fama literaria, reconocía en su vejez que lamentablemente cada uno que lo leía sentía que había sido escrito sólo para él: la ola de suicidios que la novela había suscitado entre sus fanáticos revelaba, evidentemente, alguna cualidad siniestra y desafiante en su contenido. ¡Si hasta Napoleón en persona le había confesado al autor que tenía al Werther por libro de cabecera! De modo que la tradición se impone: hay que (re)leer esta joya de incuestionable vigencia hasta hacerla propia, y aún con el olor a pólvora en el aire, formular una hipótesis actualizada y creíble acerca de su triste y violento desenlace.
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