El novelista noruego Jo Nesbø. foto: Efe.fuente:elmundo.esJo Nesbø precisa aún más el perfil (alcoholizado, derrotado, noble) de su detective, el mejor policía que pueda encontrarse en librerías
Harry Hole que estas en Oslo, santificado sea Jim Beam o Johnnie Walker; venga a nosotros tu reino de furia, hágase tu brutal voluntad aquí en la tierra, en el puto cielo o en el más allá... Danos nuestra ración de justicia de cada día y no se te ocurra perdonar los pecados que no deben ser perdonados, ni dejar de machacar sin piedad a todos aquellos malnacidos que no merecen seguir respirando; pero ten cuidado, ten mucho cuidado: no caigas en la tentación ni en la perdición... y por supuesto, líbrate de todo mal. Amén
Harry Hole no cree, no reza. No cree en la religión como billete de entrada al cielo, ni reza a esa idea de sensatez superior a la que no se debe exigir prueba alguna. Pero en 'El redentor' (Jo Nesbø. RBA Serie Negra) reescribe de su puño y letra el 'Padre Nuestro', su 'Padre Nuestro', para impartir justicia. No divina. Humana. "Cuando Dios no hace su trabajo, alguien tiene que hacerlo...", se puede leer en algún momento del libro.
Nesbø vuelve a mandar a su investigador de la oficina 605 a cazar un fantasma. En este caso, a un tipo que ha acabado con la vida de un miembro, aparentemente insignificante, del Ejército de Salvación mientras cantaba un villancico en el centro de Oslo. No hay móvil, no hay pistas, no hay testigos, no hay arma homicida, no hay nada. ¿Error? Pero sí que hay asesino, invisible casi, pero asesino, y este piensa que se ha equivocado de objetivo y que debe tratar por todos los medios de saldar su error...
Pero como siempre pasa con Nesbø y, por supuesto, con Hole, nada es tan sencillo. Todo fluye sin descanso, a toda hostia, sin respiro. Y como si de una matrioska rusa se tratara, Hole empieza a sacar una muñeca tras otra sin poder alcanzar el fondo. Y nadando en ese fondo oscuro como la pez sabemos de antiguas y nuevas violaciones, de traiciones inconfesables, de vengadores croatas, del olor a carne quemada, de negocios inmobiliarios, de amores perdidos, de pequeños redentores, de redentores de antaño que eran elegidos para rescatar a los cristianos que estaban en poder de los sarracenos, de-mucho-muchísimo-dinero, del honor que pueden albergar algunos asesinos a sueldo, de más pérdidas irreparables, de lo difícil que siempre resulta olvidar y seguir viviendo.
Y luego esta Harry Hole. Y están sus demonios particulares. "Ha sido mi mejor investigador y mi peor pesadilla", dice de él su antiguo jefe. Le acompañan inexorablemente, cual sombra negra, el demonio perpetuo del recuerdo de Ellen, su compañera asesinada; el demonio del Príncipe Tom Waaler, (al que persiguió a través de Petirrojo, Némesis y La estrella del diablo) el policía corrupto ya finiquitado, pero que siempre acaba volviendo; el demonio del alcohol, de Beam o de Walker, ya sea en Zagreb o en Oslo; sus relaciones de pesadilla con las mujeres, especialmente con Rakel, que no quiere estar con él cuando se convierte en submarino y desciende a lo más oscuro y lo más frío, allí donde no se puede respirar, y solamente sube a la superficie cada dos meses; y las no relaciones con otras mujeres a las que no se atreve ni a tocar porque sabe que si lo hace se acabarán convirtiendo en Rakel.
Nesbø ha fabricado un policía fascinante. Posiblemente el mejor de los últimos tiempos. Tan justo, enfermizamente justo, como imperfecto. Un lobo estepario. Repleto de aristas y defectos. Humano hasta el cansancio. Que se reconoce a sí mismo en todas las historias tristes que le rodean. Perdedor siempre. Que no se ríe de los fantasmas porque cree en ellos. Que no cree en álbumes de fotos porque sabe que tienen un efecto destructor sobre la capacidad de olvidar. Que se machaca en los gimnasios no para pensar mejor sino simplemente para no pensar. Un héroe a punto de desintegrarse. Enamorado de una mujer y de una forma de vida que sabe que nunca podrá alcanzar, quizá porque su desgracia es desenvolverse mucho mejor entre fantasmas y demonios que entre seres humanos.
Suma de imperfecciones
Y son esos demonios particulares que le arrasan las entrañas los que le hacen tan grande, tan único, tan insustituible. ¡Qué sería de nosotros si no existiera Harry Hole! En la suma de todas sus imperfecciones, de todos sus fracasos y de sus infinitas derrotas interiores, está la fuerza que le hace indestructible, que le pone en marcha, que le hace seguir adelante, sobreponerse a todo y todos, para llegar siempre hasta el final, aunque una parte de él se quede en el camino. No detenerse jamás, ese parece ser su lema. Hole es como ese reloj que le regala su ex jefe, ese Lange 1 Tourbillón de Lange&Söhne, que es una obra de arte de ingeniería y precisión y que viene con una simple correa de piel negra y una esfera gris y en el que no hay ni un sólo diamante ni un solo gramo de oro, pero cuyo corazón está hecho de platino con el único fin de que la manecillas del reloj, tic-tac-tic-tac-tic-tac, no se detengan jamás. Jamás.
Hará justicia, humana no divina, cueste lo que cueste; aunque para ello tenga que hacer lo contrario de lo que se espera de él; aunque para entonces se convierta él en justiciero, porque está demasiado cansado de casi todo lo que le rodea y, cito textualmente, ha dejado de trabajar ya en el gremio del perdón para dedicarse, y vuelvo a citar textualmente, al de la redención.
Así es Hole y así es Nesbø. Nos hacemos ilusiones y queremos creer que los crímenes de uno y otro siempre parecen llegar al final pero es un espejismo, una simple falacia. En el universo particular de Harry nunca aparece la palabra fin, no hay final feliz en sus historias y los daños colaterales se agarran a sus entrañas con la misma virulencia que lo haría el peor recuerdo.
Y el peor recuerdo que le roe las entrañas a Hole en las últimas páginas es que se ha hecho realidad su pronóstico de que detrás de un Príncipe siempre hay un Rey. Y lo que ha descubierto no le gusta nada y tendrá que convivir también con ello, como con otras muchas pesadas cargas que ya acumula, hasta su próxima historia, hasta su siguiente decepción. Hasta que definitivamente se desintegre.
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