1.10.11

Franzen: "Jamás tendré un hijo, mi trabajo es imaginarlo"

El autor de Libertad la primera gran novela americana del siglo XXI, desde su casa de Manhattan, donde nos adelanta su próximo proyecto: una serie para la pequeña pantalla
Jonathan Franzen en su casa neoyorquina, ante la cámara. foto:Miguel Rajmil.fuente:abc.es

Jonathan Franzen no quiere ser el escritor más polémico de los Estados Unidos. De hecho, le cuesta dar declaraciones explosivas y hace largas pausas antes de responder a las preguntas. Sin embargo, cada vez que habla es capaz de causar un verdadero revuelo mediático en su país. Desde que en 1996 publicara en «Harper's» su célebre ensayo «Tal vez soñar», en el que anunciaba la muerte de la novela social, se ha convertido en una de las voces más mordaces —e hirientes— de esa intelectualidad literaria abocada a desnudar las miserias y bajezas del pueblo americano. Y, curiosamente, el pueblo adora oírlo, quizá porque él mismo es uno más de ellos.

Criado en Webster Groves, un suburbio de San Luis (Misuri) «en el medio del país durante la edad dorada de la clase media americana», Franzen fue en su adolescencia un «nerd» con «gafas de pasta, brazos débiles y una vergonzosa devoción por la obra de J.R.R. Tolkien». Con solo 22 años encontró su refugio en la escritura, una profesión que su madre —un ama de casa sin estudios— consideraba una carrera irresponsable. Su padre, un inmigrante sueco, soñaba con que algún día la revista «Time» le dedicara una pequeña reseña.

Casi tres décadas después, Franzen no solo ha sido portada de la mítica publicación, sino que además es uno de los pocos escritores que puede vender best-sellers, protagonizar capítulos de «Los Simpson» y ofender a la presentadora de televisión más poderosa de EE.UU. —la celebérrima Oprah Winfrey— sin perder ni un ápice de su popularidad o de su halo de elitismo.

Tras el éxito de «Las correcciones», su novela de 2001 galardonada con el National Book Award y finalista del premio Pulitzer, Franzen vuelve a posar su lupa sobre la clase media estadounidense con «Libertad», publicada ahora en España por Salamandra. En ella, el controvertido escritor narra la historia de Patty y Walter Berglund, un matrimonio ideal con una casa de ensueño y unos hijos brillantes que ve cómo se desmorona su vida cuando emprenden el camino desde «la América profunda» hasta el centro del poder en Washington D. C. A Franzen le gusta enmarcar su obra dentro de lo que llama el «realismo trágico»: «Una ficción que ofrece más preguntas que respuestas, y que nos confirma que toda mejora tiene su precio».

Los protagonistas de «Libertad» pierden su inocencia en ese ascenso social del Medio Oeste a la gran ciudad.

¿Qué ha perdido usted en su «viaje» desde San Luis hasta los barrios elegantes de Nueva York?

Patty pierde literalmente su inocencia en Nueva York y se va al Medio Oeste para recuperarla a través de una vida de provincia más limpia, casándose con el hombre más bueno de Minnesota. Pero la realidad es que no puedes estar casado con alguien durante veinticinco años y seguir siendo inocente. Según mi experiencia, el matrimonio destruye lentamente cualquier sentido de moral o de lo que es bueno y lo que es malo. La verdadera pérdida de la inocencia ocurre durante el matrimonio.

Vocación y sacrificios

Como en «Las correcciones», en este libro vuelve a retratar la vida familiar, aunque usted no tiene una propia. ¿Es uno de esos sacrificios en pos del arte?

Por supuesto. Tengo motivos personales por los que no tengo hijos, pero hubo un momento en el que pensé «entiendo tan bien a las familias y yo no tengo una, quizá sea el momento». Entonces, mi editor neoyorquino me dijo que muchas personas son buenos padres, pero que no hay muchas que escriban buenas novelas. Eso me ayudó. Jamás sabré lo que es tener un hijo, pero mi trabajo es imaginarlo.

¿Qué siente cuando Michele Bachmann y otros conservadores del Tea Party utilizan tantas veces la palabra «libertad»?

La mayoría de las veces siento que estoy oyendo a una niña de catorce años que se queja de la falta de libertad. Pero en ocasiones tiene razón. Ella denuncia muchas leyes que son intrusivas en nuestra vida privada, y no se equivoca. Los americanos tenemos un espíritu liberal muy fuerte y no tiene nada de malo. En cambio, los europeos están más acostumbrados a las limitaciones y a las prohibiciones.

Obama es su lector más famoso, al menos el más poderoso. ¿Se siente defraudado por su gestión?

No, pero lamento que no tenga más años y experiencia. Ha hecho un trabajo monumental para la reforma del sistema sanitario, algo por lo que debería recibir más crédito. La gente se siente defraudada porque no es demasiado «de izquierdas», yo jamás lo vi como un político de izquierdas. Lo critican porque es muy cercano a Wall Street. Pues la primera vez que oí hablar de él fue en boca de un banquero. Dicen que no hace mucho por el medio ambiente. Es un político de una gran ciudad y de un estado productor de carbón. ¿Alguien creía que haría algo por el planeta?

¿Se siente la voz de un país en decadencia?

No busco reflejar la pérdida de valores de mi país. No me interesa Estados Unidos per se. Pero escribí «Libertad» durante la era Bush, cuando los estadounidenses descubrimos que estábamos perdiendo poder y que la fiesta se había terminado. Me interesa contar mi propia historia, y parte de mi historia es que vivo en una nación a la deriva.

Adiós a los libros

Franzen escandaliza a la intelligentsia americana cuando dice que «los libros ya no instruyen a la sociedad» y que nunca más volverá la ficción «a lo Dickens o Stendhal». Ahora redobla su apuesta con sentencias como «actualmente la televisión hace un trabajo mucho mejor que la novela». «Una serie como "The Wire", por ejemplo, hace lo que antes era tarea de la literatura —explica—. Gracias a esa serie descubrí que los traficantes de drogas se deshacen de sus móviles semanalmente, y que lavan dinero a través del negocio de bienes raíces. Esas son noticias interesantes, y la televisión es la indicada para darlas».

Algunos le consideran un elitista, pero por otro lado ha sido portada de «Time», ha participado en un episodio de «Los Simpson» y hasta fue al programa de Oprah Winfrey. ¿Cómo lidia con esa ambigüedad?

Mis padres no eran lectores y crecí pensando que no era mejor que nadie. Por eso siempre quise escribir novelas que no excluyan a nadie. Por otro lado, me gusta la literatura «difícil», la de Thomas Mann y Franz Kafka, por ellos soy escritor. Mi mayor desafío es crear novelas que inviten tanto al lector educado como a aquel que no lo es. Por el momento agrado a unos y a otros. No me quejo.

¿Y se siente cómodo siendo un escritor de best-sellers?

Sí, los americanos no tenemos ningún problema con eso, creo que es un complejo de los autores europeos, que piensan que si tu novela gusta a muchos entonces no debe de ser buena. En el siglo XIX la popularidad no era un problema. «Crimen y castigo» fue un éxito internacional en su época; Jane Austen y Stendhal también fueron muy populares y nadie discute su excelencia literaria. La literatura no goza de tan buena salud como para permitirse novelas difíciles o lejanas a la gente. No tengo problema con las obras «difíciles», pero sí con que solo ellas sean consideradas válidas.

Muchas veces habla con orgullo de su origen de clase media. ¿Sigue sintiéndose parte de ese estrato social?

Culturalmente, mucho. Ahora tengo la oportunidad de rodearme de celebridades y obviamente me va muy bien económicamente con mis libros. Pero durante mucho tiempo fui pobre y desconocido. El éxito llegó tarde a mi vida, quizá por eso me siento un desconocido que ha alcanzado la fama. Pero en mi corazón sigo siendo un chico de San Luis... digo esto y sueno a Jennifer López, «sigo siendo Jenny de la barriada».

Pero ¿se puede seguir siendo la voz de la clase media viviendo en el Upper East Side entre los más ricos de la ciudad?

No me interesa ser la voz de una clase, quiero ser mi propia voz. Y ese es mi contrato con los lectores, ser honesto conmigo mismo.

El precio de la fama

«Las correcciones» ganó el National Book Award y fue finalista del Pulitzer, mientras que «Libertad» no ha sido nominada a ninguno de los dos. ¿Es el precio de la fama?

Los premios siempre son un proceso de hundimiento interesante. Mi amigo David Foster Wallace jamás fue nominado a ningún premio, no sé por qué motivo. La recepción de «Libertad» fue tan grande, con la portada de «Time», con Obama leyéndome, con las buenas críticas y con el apoyo de Oprah, que probablemente los jurados habrán pensado que ya no necesito premios. Es el dilema de los premios: ¿deben ir a la mejor obra o aquella que necesita un impulso?

¿Y qué sigue tras el gran éxito de «Libertad»?

Me he tomado un descanso para escribir y producir para televisión. Estoy preparando una serie de varias temporadas basada en «Las correcciones». Llevo ya un año en ello y en enero rodaremos el capítulo piloto con HBO. Jamás imaginé que haría esto, pero me resulta muy interesante. Pero claro, con el tiempo tengo que desaparecer, recuperar mi vida privada y luchar para escribir otra novela.

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