José Mauro de Vasconcelos, el escritor olvidado del boom de la literatura latinoamericana
José Mauro de Vasconcelos, escritor brasileño olvidado por el boom./libros y letras |
Portada de Mi planta de naranja-lima, una novela que vendió cien mil ejemplares. |
Hace un poco más de cuarenta años, José Mauro de Vasconcelos
se convirtió en uno de los escritores más importantes de Brasil y de
América Latina entera, pero como perteneció al boom, muy pocos medios lo
reseñaron como tal, lo relegaron a un tercer o cuarto plano.
Pero en silencio,
el brasilero fue ganando adeptos y llegó un momento, en 1971, que su
novela Mi planta de naranja-lima llegó a publicar en un solo año, cinco
ediciones en español, hasta llegar en 1974 a completar once de ellas de
diez mil ejemplares cada una.
En Brasil, su país de origen logró vender hasta noventa mil ejemplares
¿y quién sabía de este escritor? Solo sus lectores porque, como arriba
lo decíamos, los medios lo ignoraron completamente a pesar de ser uno de
los más importantes autores para niños grandes.
Y decimos esto, porque esta novela, publicada por El Ateneo, de Buenos Aires,
es “la historia de un niño que un día descubrió el dolor”. Apenas
llegaba a los seis pero, como Zezé mismo lo dice, “la verdad es que
tengo cinco, pero con seis me dejaban entrar a la escuela”.
Zezé vive en Bangú,
un barrio marginal de Río de Janeiro en donde la pobreza es más que
extrema; su padre fue suspendido del trabajo y su madre, para ayudar en
la economía familiar, trabajaba hasta doce horas lavando y planchando
ropas, además de asear en otros lugares y mientras ella laboraba sin
descanso, su marido y sus hijos se angustiaban porque llegaba la hora de
la comida y pocas veces había para todos.
Zezé cogía su caja de embolar y trataba de ganar algún dinero que de inmediato le entregaba a su padre y éste, como podía, compraba algunos alimentos para tener listos a la hora de la llegada de la madre.
Zezé decía que “el Niño Dios no me quiere,
sino el Niño Diablo, porque siempre me dan ganas de hacer diabluras” y
cuando las hacía, con mucha frecuencia, sus padres lo martirizaban
dejándolo tendido en su cama por dos o tres días mientras se recuperaba
al cabo de los cuales les pedía perdón, pero volvía a caer haciendo
pilatunas.
Pero Zezé tenía algo sorprendente: su inteligencia;
a veces se quedaba oyendo a su padre y sus amigos y todo lo memorizaba,
por eso pudo ingresar a la escuela en donde conoció a la señorita Paim
quien empezó a apoyarlo en su aprendizaje de las letras para escribirlas
y leerlas.
Zezé tuvo apenas dos amigos en su vida, uno el
portugués que tenía “el carro más bonito de todo el mundo” y que Zezé,
cuando lo veía pasar se extasiaba y soñaba con estar algún día sobre su
cojinería de cuero, sueño que le cumplió meses después cuando “Portuga”
lo invitó a subirse a su carro; fue el niño más feliz de toda la Tierra.
Y el otro amigo, era una planta de naranja-lima, era
la más feita de todas las plantas del solar de su casa, pero Zezé se dio
a la tarea de quererla, abonarla y regarla “porque un día tendrá flores
y de allí sus frutos y seré feliz” y así fue.
Esta es una novela muy, pero muy triste pero, al mismo tiempo, es una obra escrita con el alma; es la historia de ese niño que hace diabluras, que lo castigan cotidianamente, pero que tiene el alma más hermosa de todo el universo.
La última página coge de sorpresa al lector,
pues habla Zezé cuarenta años después, acordándose de su vida, de sus
padres y hermanos, de sus pilatunas, de su enorme alegría con “Portuga”
su amigo y de su planta de naranja-lima. Esta es una novela para
niños-grandes; no es una obra de tiros y sicarios, si que menos de
agentes y pistoleros; no hay sexo, ni odio, solo amor por la vida, por
la gratitud a un amigo y por su planta de naranja-lima que le dio tantas
y tantas alegrías al pequeño Zezé.
Más de cien mil ejemplares vendidos y nadie se acuerda de José Mauro de Vasconcelos, un olvidado y segregado del boom…
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