El seguimiento de los vocablos permite seguir el pulso a la Historia y medir intenciones políticas
Las Palabras.Ilustración de Fernando Vicente./eltiempo.com |
Cada vez son más los expertos en
lengua y comunicación que intentan asociar una época a una palabra o un
grupo de palabras. Por ejemplo, el diccionario Collins elaboró una lista
con neologismos de moda en la lengua inglesa desde hace más de un
siglo. El resultado es fascinante. Muchas de esas palabras
desaparecieron o se usaron poquísimo al pasar unos años, y otras se
convirtieron en hitos lingüísticos de la historia social contemporánea,
como aspirina (1897), alergia (1907) y jazz (1909). La cultura hispánica
tiene presencia indirecta en la lista con dos referencias mexicanas: en
1962, "la venganza de Montezuma", elegante nombre para la diarrea que
ataca a los turistas en tierra azteca, y la "ola" que mueve en forma
coordinada a los espectadores de los estadios (1986). En 1998, el
Collins realizó una gran encuesta en Gran Bretaña con miras a averiguar
la palabra capaz de definir el siglo XX. Ganó "televisión"; la mayoría
de las 20 finalistas representaban avances tecnológicos (computador,
silicona, Internet, automatización), realidades crueles (holocausto,
genocidio) o deliciosas trivialidades (biquini).
Internet y sus minuciosos registros han permitido nuevas
estadísticas. El diccionario estadounidense Merriam-Webster publica cada
año, desde el 2003, las palabras que circularon con mayor frecuencia en
las búsquedas de la red. Para sorpresa general, casi siempre han sido
términos abstractos de uso cotidiano, como democracia (2003), austeridad
(2010) y pragmático (2011). El último año ganó un viejo binomio de
adversarios: socialismo y capitalismo. La explicación: muchos votantes
gringos temían que esta era la opción entre Barack Obama y Mitt Romney.
La vasta pradera de las noticias del año permite expandir las novedades
pertinaces: abismo fiscal, bosón (partícula física infinitesimal),
baktún (período de 394 años en el calendario maya), lesala (primera
especie de mono descubierta en las últimas tres décadas)...
Las academias de la lengua española registraron en el 2012 una lista
de 172 palabras que saldrán del diccionario madre, entrarán a él o, si
ya lo están, serán modificadas cuando se publique su vigésima tercera
edición el año entrante. En desplante de vigor y dinamismo, entre el
2001 y el 2012 se añadieron al tesauro oficial 2.445 palabras, se
suprimieron 170 y sufrieron enmiendas 19.374.
En el enorme arrume del 2012 se imparte bendición oficial a términos
ya habituales entre los hispanohablantes, como acojonamiento,
beisbolero, blog y bloguero, chat y chatear, cienciología,
cuentacuentos, ecorregión, espanglish, estent, friki, golfístico,
incluyente, lápiz de memoria, matrimonio (homosexual), okupa, papamóvil,
sudoku, sushi, tableta (electrónica), USB, ultraderechismo,
ultraizquierdismo...
El examen estadístico de las palabras no solo permite determinar los
vocablos de mayor o más prolongado uso, sino que refleja la influencia
en el idioma de diversos poderes. En su libro Violencia política en
Colombia 1958-1960 (Bogotá, 2012), el politólogo Marco Palacio revela
que la palabra "terrorista" era "una expresión rara" en los reportes
oficiales de incidencias, "pero desde la posesión de Uribe Vélez entró a
la jerga oficial" para describir exclusivamente a guerrilleros, no a
paramilitares. Entre el 2002 y el 2007 se convirtió en el término más
frecuente en los informes de violencia (13.516 menciones).
Las palabras no cambian la realidad (un ciego y un invidente son la
misma persona carente de vista), pero sí pueden modificar su percepción e
inyectar determinada carga sicológica. El más escalofriante eufemismo
colombiano de los últimos años es ese higiénico "falso positivo", que
mimetiza un horror inhumano.
Carezco de datos estadísticos, pero sospecho que las dos palabras
claves del 2012 son aquel "excremental" lleno de intención política que,
literalmente (y con perdón), reduce a mierda el derecho a las
diferencias sexuales y los "cayos", protagonistas de la sentencia de La
Haya, que algunos periodistas ya confunden con los del pie.
Daniel Samper Pizano
cambalache@mail.ddnet.es
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