Owen Jones denuncia en un exitoso ensayo la demonización interesada de la clase obrera. El autor es una de las promesas del pensamiento británico
Un joven participa en los disturbios acaecidos en el verano de 2011 en Londres. / Peter Macdiarm./elpais.com |
Aunque la palabra chav resulta intraducible a otras lenguas,
cualquier recién llegado a Reino Unido intuirá de inmediato que ese
concepto tan recurrente en los medios de comunicación locales no
significa nada bueno. El chav es una persona de clase baja y a
menudo joven, adepta a la ropa deportiva de marca (real o de imitación).
Un ser vulgar y rayano en el comportamiento antisocial, según los
diccionarios ingleses que han incorporado el nuevo e informal vocablo.
Los seguidores españoles de la serie humorística de la BBC Little Britainpueden
identificarlo en el personaje de Vicky Pollard, madre soltera
adolescente que viste un horrendo chándal rosa, roba chucherías en el
supermercado y busca nuevos embarazos para seguir cobrando el cheque de
ayuda social. El periodista y escritor Owen Jones (Sheffield, 1984) es
probablemente uno de los pocos televidentes que no le ríen las gracias,
porque ve en esa Vicky el estereotipo al que ha sido reducida la clase
trabajadora por parte de una élite política y periodística: una especie
irresponsable, indeseable y parásita en la que nadie se reconoce.
“La pobreza y el paro ya no son percibidos como problemas sociales,
sino en relación con los defectos individuales: si la gente es pobre, es
porque es vaga. ¿Para qué tener entonces un Estado del Bienestar?”,
plantea Jones en el libro Chavs: La Demonización de la Clase Obrera
(Capitán Swing Libros) que ha provocado muchos oleajes en el Reino
Unido y lo ha convertido en un referente de la nueva izquierda
británica. El autor de ese diagnóstico no es ningún veterano nostálgico
de otros y mejores tiempos, sino el portador de un rostro angelical y
aniñado que no hace justicia a sus 28 años. Un joven que transita por
Londres en bicicleta y que fácilmente podría confundirse entre el grupo
de estudiantes que visita la British Library, lugar que ha propuesto
para la cita. Y, sin embargo, una primera obra lo ha convertido en una
estrella mediática, indispensable en los debates de calado, y ha
traspasado los confines nacionales hasta merecer la atención de medios
tan influyentes como The New York Times y su traducción a
varias lenguas, entre ellas la española. En la versión que llega a las
librerías se añade un epílogo con un brillante análisis de las razones
de los disturbios que asolaron Gran Bretaña en verano de 2011 y sobre
los que los medios informaron estableciendo vínculos entre la
devastación callejera y los tópicos chav, como la capucha o la influencia de los videojuegos.
Él mismo reconoce que, “de haberse publicado tres o cuatro años
antes, cuando los estragos de la crisis económica no eran tan palpables,
el libro quizá no habría suscitado el mismo interés”. “Los chavs
son un fenómeno muy británico, pero por ejemplo España también es un
país de clases, una sociedad desigual donde los brutales programas de
austeridad se están cebando en la gente corriente”.
Lejos de un farragoso tratado, el libro de Jones es fácil de leer e
ilustra con ejemplos actuales y bien conocidos del público su tesis
sobre la demonización de la clase obrera: “Pretendo desmontar los mitos
(asentados en más de tres lustros de bonanza económica) de que ‘ahora
todos somos de clase media’, que la división de clases es anticuada y
que la creciente desigualdad es producto de los fallos del individuo”.
La obra da saltos en el tiempo para reflexionar sobre el antiguo
concepto de una clase obrera respetada como uno de los puntales de la
economía hasta su conversión en esa “escoria que pretende el establishment
neoliberal”. También es una diatriba contra los medios, transformados
“en una élite encerrada en una burbuja de privilegios y desconectada de
los problemas de la gente corriente”. Ellos han contribuido a forjar en
el imaginario colectivo la perniciosa noción del chav. Jones
describe en el libro el tratamiento desigual y sesgado que tuvieron en
la prensa sendos secuestros de dos niñas inglesas, Madeleine McCann y
Shannon Matthews. De la primera, la hija de una pareja de médicos cuyo
caso mereció enorme cobertura también en España, llegó a escribirse:
“Esto no suele sucederle a gente como nosotros” (léase clase media).
La madre de la segunda, una mujer que vive de los beneficios sociales, fue desde el primer momento estigmatizada como una chav
incapaz de cuidar de su prole. Y, por extensión, lo fue toda la clase
que encarna, mientras se obviaba la movilización de su comunidad para
localizar a Shannon.
“Vivimos en una era de reacción y derrota”, se lamenta este activista
cuyo objetivo esencial es “recuperar una voz para la clase obrera,
aquella que hace tres décadas trabajaba en la mina, las fábricas y los
muelles y que hoy lo hace en supermercados, call centers o
cafés” por sueldos de risa. La mayoría pertenecen a su generación y ya
no son un colectivo organizado como antaño. Si bien el movimiento de los
indignados que ocupó la City, Wall Street y las calles españolas “llenó
un vacío y ayudó a expresar la ira de la gente”, Jones considera que
“no es una alternativa”. Ahí se manifiesta el hijo de un matrimonio de
sindicalistas, con carné del Labour desde los 15 años, a pesar de la
“traición” que ha supuesto el viraje de este partido hacia la derecha.
¿No cree que muchos jóvenes consideran a los sindicatos una antigualla
de la era pretecnológica? Responde con otra pregunta: “¿Por qué es
anticuado querer que los trabajadores se unan y se apoyen?”
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