Virginia Woolf. La vida por escrito es una monumental biografía de la autora inglesa realizada por la periodista argentina Irene Chikiar Bauer en la que, a través de un trabajo minucioso, se descubre la intimidad de una escritora inigualable
WOOLF. Fue una de las inteligencias más delicadas de su época/Revista Ñ |
La biografía que ha elaborado la escritora, periodista y socióloga
argentina Irene Chikiar Bauer en torno a la figura de Virginia Woolf es
monumental en, por lo menos, dos sentidos: el volumen físico y objetivo
del libro (poco más de novecientas páginas que incluyen un prolijo y
necesario índice onomástico, un minucioso cuerpo de notas y un exquisito
álbum de fotografías), y el notabilísimo trabajo de investigación que
termina ofreciéndole al lector una Virginia Woolf de cuerpo entero: con
sus cumbres, sus caídas y sus vacilaciones, su sempiterna fragilidad
anímica, su genuina búsqueda de trascendencia y la inimitable filigrana
de su escritura.
El libro de Chikiar Bauer está estructurado en dos partes: la primera cubre la infancia y adolescencia de Woolf, y la segunda, año por año de su madurez hasta el suicidio en 1941; es un trabajo que se puede parangonar sin mengua con las mejores y envidiables biografías anglosajonas en las cuales el biógrafo parece haber vivido día tras día junto al biografiado, y, en este sentido, la labor de Chikiar Bauer resulta un hito fundante e imprescindible en el campo de las biografías en idioma castellano. Dicho de otra manera, al finalizar el libro, que se lee gozosa y morosamente, el lector puede delinear una respuesta propia a la pregunta quién fue Virginia Woolf.
Las relaciones difíciles
Hay, entre tantos, cuatro temas espinosos que Chikiar Bauer aborda con particular sensibilidad: las controvertidas relaciones de Virginia con su padre, Leslie Stephen; con su hermana, Vanessa; con su marido, Leonard Woolf; y el tan zarandeado y polémico tópico de su sexualidad.
Leslie Stephen es un victoriano paradigmático con un carácter tramado por requerimientos: requiere cuidados, requiere obediencia, requiere respeto; Virginia vive su muerte, a principios del siglo XX, con la ambigua sensación con la que se asiste a la desaparición de un tirano próximo y querido: experimentando un duelo liberador. Virginia construye a Vanessa como si fuera el personaje de alguno de sus libros: una mujer en la que confluyen la sensualidad, la belleza y la fecundidad. Virginia la envidia, la admira, la combate y no deja de buscar su incondicional apoyo y, hacia el final de su vida, concluye de modo impecable: Vanessa ha tenido hijos; ella, libros. De manera un tanto asombrosa aún para la época, Virginia y Leonard, en el momento de casarse, no consideran que la mutua atracción física, o la carencia de ella, sea esencial para cimentar un decoroso matrimonio; y es este dato, precisamente, el que más contribuye a elucidar el restante tema: Virginia tiene, en efecto, tendencias claramente bisexuales (los ejemplos de ello son numerosos, en especial su tórrida y tormentosa relación con Vita Sackville-West), lo que no tiene es cuerpo, o bien su cuerpo está tan hurtado a su propia mirada que acaba deshilachándose en la disolución.
Virginia Woolf escribió tres novelas que, a despecho de los vientos de la moda y los caprichos academicistas, quedarán en la historia grande de la literatura: La señora Dalloway, Al faro y Las olas. Como alguna vez escribió Mario Vargas Llosa de la primera: “El huidizo, ubicuo y protoplasmático narrador de La señora Dalloway es el gran éxito de Virginia Woolf en este libro, la razón de ser de la eficacia de su magia, del irresistible poder de persuasión que emana de la historia.” Chikiar Bauer se aboca con éxito a la tarea de ilustrar el proceso creativo de Virginia Woolf en cada uno de sus libros: lento, trabajoso y tan intenso que inevitablemente la conduce al borde del desequilibrio, del cual emerge para volver a escribir. Ella misma es tan consciente del camino que está inaugurando con su escritura que llega a plantearse: “Tengo la idea de inventar un nuevo nombre para mis libros que suplante a ‘novela’. Una nueva ____ de Virginia Woolf. Pero ¿qué? ¿Elegía?” Como bien advierte Chikiar Bauer, aquello que intenta la narrativa de Woolf –y de allí la imposibilidad de definirla de modo unívoco– es un borramiento de fronteras al estilo de la filosofía bergsoniana, que plantea la posibilidad de un modo de percepción que trascienda la división entre sujeto y objeto (¿hará falta añadir que también es la filosofía bergsoniana una de las piedras de toque de la narrativa de Marcel Proust?).
El infinito esfuerzo
Por eso sería recomendable también abocarse al Diario de Virgina Woolf, que es uno de esos libros (junto a algunos otros: la correspondencia de Flaubert; Contra Saint-Beuve, de Proust; Un arte espectral, de Norman Mailer; todos ellos infinitamente más fecundos que cualquier taller literario) que todo aspirante a escritor debería leer como si fuera la Biblia. El Diario consta de veintisiete tomos en los cuales queda claro el infinito esfuerzo que le suponía estar a la altura de su anhelo; vale decir, lograr en la escritura una forma tan fluida y abierta que pueda contener la vida expurgando lo superfluo. Del Diario dimana, entre penalidades, frustraciones y sueños rotos, una misma y reiterada conclusión: no hay más remedio que escribir, siempre.
El libro de Chikiar Bauer está estructurado en dos partes: la primera cubre la infancia y adolescencia de Woolf, y la segunda, año por año de su madurez hasta el suicidio en 1941; es un trabajo que se puede parangonar sin mengua con las mejores y envidiables biografías anglosajonas en las cuales el biógrafo parece haber vivido día tras día junto al biografiado, y, en este sentido, la labor de Chikiar Bauer resulta un hito fundante e imprescindible en el campo de las biografías en idioma castellano. Dicho de otra manera, al finalizar el libro, que se lee gozosa y morosamente, el lector puede delinear una respuesta propia a la pregunta quién fue Virginia Woolf.
Las relaciones difíciles
Hay, entre tantos, cuatro temas espinosos que Chikiar Bauer aborda con particular sensibilidad: las controvertidas relaciones de Virginia con su padre, Leslie Stephen; con su hermana, Vanessa; con su marido, Leonard Woolf; y el tan zarandeado y polémico tópico de su sexualidad.
Leslie Stephen es un victoriano paradigmático con un carácter tramado por requerimientos: requiere cuidados, requiere obediencia, requiere respeto; Virginia vive su muerte, a principios del siglo XX, con la ambigua sensación con la que se asiste a la desaparición de un tirano próximo y querido: experimentando un duelo liberador. Virginia construye a Vanessa como si fuera el personaje de alguno de sus libros: una mujer en la que confluyen la sensualidad, la belleza y la fecundidad. Virginia la envidia, la admira, la combate y no deja de buscar su incondicional apoyo y, hacia el final de su vida, concluye de modo impecable: Vanessa ha tenido hijos; ella, libros. De manera un tanto asombrosa aún para la época, Virginia y Leonard, en el momento de casarse, no consideran que la mutua atracción física, o la carencia de ella, sea esencial para cimentar un decoroso matrimonio; y es este dato, precisamente, el que más contribuye a elucidar el restante tema: Virginia tiene, en efecto, tendencias claramente bisexuales (los ejemplos de ello son numerosos, en especial su tórrida y tormentosa relación con Vita Sackville-West), lo que no tiene es cuerpo, o bien su cuerpo está tan hurtado a su propia mirada que acaba deshilachándose en la disolución.
Virginia Woolf escribió tres novelas que, a despecho de los vientos de la moda y los caprichos academicistas, quedarán en la historia grande de la literatura: La señora Dalloway, Al faro y Las olas. Como alguna vez escribió Mario Vargas Llosa de la primera: “El huidizo, ubicuo y protoplasmático narrador de La señora Dalloway es el gran éxito de Virginia Woolf en este libro, la razón de ser de la eficacia de su magia, del irresistible poder de persuasión que emana de la historia.” Chikiar Bauer se aboca con éxito a la tarea de ilustrar el proceso creativo de Virginia Woolf en cada uno de sus libros: lento, trabajoso y tan intenso que inevitablemente la conduce al borde del desequilibrio, del cual emerge para volver a escribir. Ella misma es tan consciente del camino que está inaugurando con su escritura que llega a plantearse: “Tengo la idea de inventar un nuevo nombre para mis libros que suplante a ‘novela’. Una nueva ____ de Virginia Woolf. Pero ¿qué? ¿Elegía?” Como bien advierte Chikiar Bauer, aquello que intenta la narrativa de Woolf –y de allí la imposibilidad de definirla de modo unívoco– es un borramiento de fronteras al estilo de la filosofía bergsoniana, que plantea la posibilidad de un modo de percepción que trascienda la división entre sujeto y objeto (¿hará falta añadir que también es la filosofía bergsoniana una de las piedras de toque de la narrativa de Marcel Proust?).
El infinito esfuerzo
Por eso sería recomendable también abocarse al Diario de Virgina Woolf, que es uno de esos libros (junto a algunos otros: la correspondencia de Flaubert; Contra Saint-Beuve, de Proust; Un arte espectral, de Norman Mailer; todos ellos infinitamente más fecundos que cualquier taller literario) que todo aspirante a escritor debería leer como si fuera la Biblia. El Diario consta de veintisiete tomos en los cuales queda claro el infinito esfuerzo que le suponía estar a la altura de su anhelo; vale decir, lograr en la escritura una forma tan fluida y abierta que pueda contener la vida expurgando lo superfluo. Del Diario dimana, entre penalidades, frustraciones y sueños rotos, una misma y reiterada conclusión: no hay más remedio que escribir, siempre.
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