21.1.13

La vanguardia posmoderna

Sobre la obra de Mark Z. Danielewski y la inmimente traducción al castellano de House of Leaves; el ADN en una muestra en Azul; y el street art literario en varias ciudades del mundo

La vanguardia postmoderna./Revista Ñ

Entre los libros de mi biblioteca guardo un ejemplar del número catorce de la revista francesa Inculte para la que Mark Z. Danielewski contribuyó con un póster. No es cualquier póster. De un lado están las indicaciones que el autor estadounidense le dio al célebre Christophe Claro para la traducción al francés de su novela Only Revolutions (2006). Del otro lado, un enorme símbolo del infinito dibujado con frases y fragmentos escritos al revés (sólo se los puede leer con la ayuda de un espejo). El título de esta especie de mapa hermético en los pastizales de Nazca es “Spoiler, Legend, Other Unfinished Manners of Direction, Boundary”. Este es uno de esos escritores que abogan por foros y manuales de instrucción para ser leídos. Como Thomas Pynchon. Justamente, en el año 2009, Mark Z. Danielewski viajó a la Feria del Libro de Guadalajara para participar de algunas mesas en torno al surrealismo y a la figura del más esquivo de los escritores. En una de esas mesas lo escuché contar una anécdota tan encantadora como improbable: que en un día de sol en Los Angeles había encontrado a Pynchon en la parada de un colectivo. El público sonrió, pero para ellos Danielewski era un escritor estadounidense más, escasamente conocido, y tal vez un poco delirante. Y quizás lo sea. Su descomunal novela House of Leaves estaba lejos de ser traducida al español, pero ahora, mientras escribo esto, me confirman desde España que para noviembre de 2013 los desquiciados editores de Alpha Decay preparan la traducción (y engorrosa producción) de este libro, monumento vanguardista de la literatura posmoderna, que transmuta una novela en algo así como un agujero negro, donde el vacío, la materia y la incertidumbre se conjugan en una historia desconcertante cuya tipografía intenta reforzar, desde lo visual, la angustia y la frustración de los personajes. No sería descabellado pensar a Danielewski como el demiurgo que lidera la sociedad secreta de astrónomos y poetas responsables del planeta Tlön imaginado por Borges. En sus libros encontramos textos en varios colores, un número restringido de palabras por página, páginas al revés, notas al pie y notas en los márgenes, entre otros (innumerables) detalles de diseño que lo acercan a Mallarmé o a Debord. Pareciera que es el momento de la e-lit para Danielewski. Junto a la editorial que lo publica, Pantheon, trabajó en la edición digital de su libro The Fifty Year Sword , para que el texto contenga no sólo la música compuesta especialmente por el pianista Christopher O’Riley sino también aromas, sonidos y texturas que enfaticen fragilidad o violencia.

El oficio de la ilusión
Haydeé estaba indignada. Había leído en el diario El Tiempo de la ciudad de Azul una nota sobre una exposición “de un señor Villanueva, en el Museo López Claro” en la que se exponía como “una obra” de Alberto López Claro una fotografía en la que aparecía ella, en su juventud. Haydeé quería responder a las “inexactitudes” en las que incurría “esta señora que escribe, a quien no conozco” y saber a qué inundación se refería, porque en esa nota se hablaba de una inundación en la que se habían salvado algunas de las obras ubicándolas lo más cerca del cielo raso como fue posible. Decía que “El oficio de la ilusión” iba a ser “originalmente una muestra de las últimas obras de Santiago Villanueva” pero “a fuerza de fenómenos atmosféricos la exposición mutó en homenaje. (...) Se convirtió así en una colisión entre el más grande y el más joven, el pasado y la actualidad, dos ramas de un mismo árbol genealógico, dos nucleótidos en una misma cadena de ADN”, decía el texto curatorial. Haydeé seguía indignada: “el señor Villanueva no es del mismo árbol genealógico de López Claro, pues yo misma sí, pertenezco a él, por mi abuela paterna”, escribió en la carta de lectores. El mismo espacio que Santiago Villanueva (Azul, 1990) utilizó para responderle con elegancia. “Señora Haydeé, la invito a recorrer nuevamente las salas del museo. A pensar, alejándose de la literalidad, el texto que la curadora Sofía Dourron escribió para la ocasión. Los artistas compartimos un mismo árbol genealógico por el hecho de entender que el secreto de la vida está en el arte. La inundación a la que me refiero, nunca sucedió. Como bien sabe usted, los artistas, muchas veces, nos alejamos de la realidad para generar situaciones ideales que inviten a la reflexión de lo Humano”. A pesar de su juventud, Villanueva desarrolló una obra conceptual potente, en la que aborda la historia del arte y construye ficción. Estas cartas fueron su manifiesto estético.

El street art como crítica de la razón visual
En una pared de Londres, se estampa la imagen de una Alicia femme fatale caminando por una pasarela rodeada de conejos. En una esquina de París, el rostro de Edgar Allan Poe con un gorro de peluche. En la de una fábrica de Nueva York, Shakespeare tiene puestos unos anteojos negros. El street art literario invade las paredes de diferentes ciudades del mundo, siempre con esa singular síntesis donde humor y reflexión consiguen una crítica de la razón visual. Buenos Aires no es la excepción. Por Dorrego, frente al campo de polo, Milu Correch pintó una Simone de Beauvoir leyendo la revista Cosmopolitan. La contradicción misma.

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