Fernando Pessoa es una larga historia de heterónimos, una historia de huida, de refugio en esas identidades, Pessoa, que quiere decir persona, nadie, como si se hubiese negado a existir en tanto que unidad, erosionado en su interior, multiplicado y unido solo por ese gesto de escribir, desde Lisboa, la ciudad natal
La mesa del café habitual en Lisboa, donde pasaba sus horas de escribir Pessoa./elpais.com |
Releyendo el Libro
del desasosiego (Seix Barral 2008),
siento no solo por su melancolía, su incapacidad de
adaptarse al mundo, su padecer, Pessoa es único, si no porque desde el inicio
renuncia a la permanencia, y acepta una discontinuidad inherente a la
existencia, una contingencia resuelta en la frase, un verbo que se queda
colgado en el vacío. Vacío de la vida, fragmentación del tiempo, Pessoa recrea
con una intensidad una de las patologías más clásicas de la ciudad, la
neurosis. Él siempre huyó del afuera, su personalidad, extremadamente porosa, no
lograba trascender el espacio público para instalarse en él, lo inquietaba, le
daba desasosiego. Hay un cambio que se produce en esa Lisboa de Pessoa, el paso
lento, a la era industrial. El paso de la iglesia al centro comercial lo
hubiese espantado, del parque a la cabina de Internet, peor. El mundo no está
globalizado, pero tiende a pretenderse universal y a crear espacios por donde
las personas vagan sin reconocerse, es la inmensidad de la Plaza de Comercio y
es el muelle, Cas de Sodré: Mi conciencia
de la ciudad, es por dentro, conciencia de mí.
Pessoa nunca dice nada de forma categórica, su prosa es caprichosa,
transpira y padece cuando avanza, es el
vagabundeo de una hoja, decía él, a veces aparece una elipsis, pero son
raras, siempre navega, surfea sobre las crestas de la experiencia y luego, ese
vértigo mortal. Es un lenguaje hablado y hablante, pese a que se dice solo, se oyen las voces, los gritos, el estrépito
continuo de la ciudad: me despierto con
el ruido del tranvía…
Hace un mes estuve en Lisboa y me fui al café de la Plaza de Comercio,
ahí estaba todo el “templo Pessoa”, ofrecido a la turista, él hubiese abominado
ver todo eso, ese lugar vacío, donde ninguna llama viva arde, solo la evocación
de un nombre convertido en Nadie, una marca de consumo al final de cuentas.
Pessoa es el fluir del Tajo y el ruido del tranvía, pasado y
presente, el ritmo natural y humano, y el deshumanizado y rápido de la máquina,
es la ciudad de Lisboa infestada de los mismos espacios seculares que incitan
al consumismo: una tienda de Camper, un Burguer King, otra de ropa, Zara,
Mango, oh, desasosiego, oh saudade, alejarse hasta el barrio del Alfama,
perderse en una calle, huir de la infame turba… El libro de la intranquilidad, como también se le conoce, está más
cerca de Saudade, de un sentimiento
indeterminado, casi metafísico, es ese insomne delirante que fue Pessoa, y la
ciudad, su identidad y su síntoma más literario. Pessoa es el ayer en presente,
es lo que todos y todas estamos sintiendo cada vez con más intensidad: vivimos
una vida de desdoblamientos, de ciudades que se acumulan, de nombres, Lisboa,
tenemos que caminarla piedra por piedra.
Patricia de Souza es autora de la novela, El último cuerpo de Úrsula (reeditada por Excodra, 2013)
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