31.8.13

Las chicas sólo quieren divertirse

El fenómeno generado por las  Cincuenta sombras de Grey  activó en el mercado una explosión de novelas escritas por mujeres en las que el sexo es central. ¿Eróticas o porno? Nuevas autoras como Sasha Grey o Melissa P. aseguran que lo de ellas es literatura porno. El lugar del género en esta cuestión

BOOM. Cada vez hay más lectoras que interesadas en la literatura erótica./revista Ñ

La literatura puede ser un arma de seducción. Ya sea para espantar o para enamorar, la narración se construye como una línea hacia adelante que espera ser perseguida por la mirada del lector, sin ser abandonada, hasta la última página. Las estrategias de conquista son variadas. Decir que la nueva apuesta del mercado son las novelas eróticas sería por lo menos olvidarse de buena parte de la historia de la literatura –desde los poemas de Catulo, hasta los folletines vendidos en kioscos bajo la fachada de novela romántica subida de tono, pasando por Sapho, Sade, Anaïs Nin y Henry Miller. Lo que sí es cierto es que tras el fenómeno de Cincuenta sombras de Grey , la literatura erótica ha tenido un importante resurgimiento en el mercado editorial.
El fenómeno que causó el libro de E. L. James sigue siendo un misterio que ensayó varias respuestas posibles: es una novela de lectura ágil, sin complejidades, y propone un universo donde los límites sexuales están un poco corridos de los habituales –como para avivar el deseo– pero no demasiado desdibujados o extremos como para ahuyentar al lector promedio. Hay que decir, además, que los lectores de este libro resultaron ser en su abrumadora mayoría mujeres quizás no afectas al hábito de la lectura, cautivadas por el permiso a dejarse llevar.
Avaladas por la legitimación de sentirse parte de un grupo más amplio que valida y refuerza su elección, las lectoras de Cincuenta sombras de Grey sucumbieron y provocaron a la vez un efecto de consumo y marketing que va más allá de lo básico de la narración y de haber sido acusadas, desde una posición simplificante y machista de suplir la falta de sexo en sus vidas con la lectura. En el universo de la literatura porno, tanto soft como duro o erudito, la de Grey se situó como una de esas tantas historias donde lo sexual queda subordinado a la novela rosa. Una especie de Corín Tellado con tendencias bond. Entre las descripciones de “carnes trémulas” y “la penetró con su poderoso miembro viril” hay un príncipe azul que rescata a la heroína, la corteja o la deja. La confusión de sexo con amor se vio en otros productos que germinaron a la sombra de las cincuenta de Grey.
Si Ana, la protagonista de Cincuenta sombras..., era ingenua y sumisa a las órdenes y deseos de Christian Grey, hay otra Grey que trastoca la ecuación. La mítica Sasha Grey, que abandonó su carrera como actriz porno hace ya casi cinco años, acaba de publicar en español una novela, La Sociedad Juliette. Inscripta de lleno en el género de la literatura erótica, la novela marca un movimiento más dentro de la serie de operaciones que Sasha Grey viene realizando desde que dejó el cine triple X. Grey se define como una “intelectual del porno” y la lista de sus cinco películas favoritas – Stroszek de Herzog, Pierrot el loco , de Godard, Fat Girl de Catherine Breillat, Una mujer bajo la influencia de Cassavetes y Escape de Nueva York de Carpenter– podría ser la misma que la de cualquier cinéfilo. Sasha tuvo algunas incursiones en el cine independiente, y en 2009 protagonizó el filme de Steven Soderbergh The girlfriend experiencie , donde es Christine, una chica que juega por un rato a ser novia de hombres adinerados y gana más que su verdadero novio, personal trainer.
Grey, además, forma parte de una campaña por la igualdad de paga para hombres y mujeres en los mismos puestos de trabajo, donde cuenta que ella pasó por muchos empleos –maestra, enfermera, secretaria, mesera–. Pero terminó inmersa en la industria del porno porque es el único ámbito donde, dice, la mujer gana mejor que el hombre. “Elegir” es la palabra que usa –más allá de las condiciones– para explicar su opción, así como dice, en el mismo video, que le gustan ciertas prácticas sexuales como atarse, colgarse de cabeza o amordazarse. El orgullo de ser estrella porno no le impidió llevar sus inquietudes hacia otros terrenos.
Al contrario de la protagonista de Cincuenta..., la de La Sociedad Juliette es una mujer con experiencia sexual que busca llevar sus fantasías a la vida real. En la novela de Sasha Grey hay una relación de pareja con sus encuentros y sus peleas, pero también hay orgías mixtas, sadomasoquismo, y la omnipresente relación entre sexo y dinero. Grey sugiere su lectura como una manera de comprender mejor la sexualidad y de abrirse a ella.
En términos literarios, La Sociedad Juliette es fácil de describir y difícil de juzgar. Grey apela a la segunda persona, convirtiendo al lector en un interlocutor inmediato. Sasha nos está contando un secreto. Entonces, el contrato de lectura es casi explícito, y en cierta medida similar al del cine porno: propone un pacto de confesión aquí entre narrador y lector, un entre-nos de alcoba, un artificio de intimidad. El género no determina un estilo a priori, y aquí el sonido de campanas de la literatura no llega a escucharse. Hay, sí, un recorrido intenso por los pasillos de la casa de estudios de Christine, donde estudia la carrera de cine y donde piensa en la entrepierna del profesor y se esconde en un armario junto a su amiga sexy. Y hay también otros ámbitos menos iluminados. Pero la novela es profusa en citas cultas: la protagonista –por placer o por deber– mira películas de Godard y Buñuel, lee a Freud y a Foucault.
La trama avanza veloz entre nombres y referencias. Entonces, ¿cuál es el valor de innovación o singularidad de este libro? Frente a las cuestiones que planteaba Foucault –para citar un teórico que aparece en La Sociedad Juliette – acerca del autor, como la relación de atribución (quién es el que habla) y la posición (elección narrativa, paratextos), es casi imposible no pensar en la protagonista/voz narradora como la abrumadora Sasha Grey. De hecho, tal vez sea ésta una de las mayores virtudes de la novela.
Sasha, la chica de al lado con un toque de sofisticación, sin siliconas, sabe que es ella la que late entre las líneas (como late la italiana Melissa P. en cada uno de sus libros). Aunque la novela esté construida como ficción, la clara impronta de la voz que guía la narración sumada al tipo de experiencias relatadas en la trama, fáciles de superponer con el contexto biográfico de producción, llevan a pensar todo el tiempo en Sasha. Ella se ocupa de avivar esta confusión en las múltiples declaraciones en las entrevistas que le hicieron a partir de la publicación: “Creo que Catherine es mi álter ego, y que venimos del mismo lugar”. También dice que hay muchas novelas eróticas con las que no se identifica, y que ella puede brindar una buena dosis de autenticidad. “Estoy un poco harta de leer novelas de mujeres ingenuas que encuentran al hombre perfecto, tienen sexo increíble y después forman una familia.” La novela tiene el sello de su nombre, en la tapa y en el estilo, el mismo seudónimo que usaba como estrella del porno. Estrella del marketing, no se desdobla, no vuelve a ser Marina Ann Hantzis para convertirse en autora. Tampoco se esconde tras un par de iniciales y un apellido común como E. L. James. Sigue siendo Sasha Grey, la actriz porno joven y radical que, como dice Luis Diego Fernández en su libro Hedonismo libertario , origina una “ruptura” con respecto a la barbie plástica y su “objetualidad cliché”, operando además con el punto de vista del espectador y subjetivizando la personalidad de la mujer tradicionalmente dominada en el medio. Como en The girlfriend experience , Grey vuelve a hacer de sí misma. Que no es poco.
La libertad puesta en el plano de la recompensa económica es un concepto que se pone en línea con la idea de independencia planteada por Virginia Woolf. Pero si esta plusvalía se da en el ámbito de la explotación sexual, aunque en el medio la mujer gane más que el hombre, es sabido que las condiciones de producción –mayormente ordenadas en redes de proxenetas– son diferentes.
Cinco años de carrera como actriz porno alcanzaron para que Sasha Grey se convirtiera en un mito y a la vez permaneciera idéntica a las chicas autopornificadas de las webs amateur. Los materiales con los que construye su novela, próximamente llevada al cine y continuada en una saga, son los mismos con los que dejó su marca en la pornografía. La de Catherine es una incursión al submundo del sexo no convencional, en esquema que conocemos desde los clásicos hasta los cómics eróticos: una serie de actos sexuales sin represión ni censura insertados en el contexto de una historia más o menos previsible. En algún momento la protagonista sucumbe ante la tentación de toda esa oscuridad.
“La trama está siempre al servicio del personaje”, dice Catherine que le enseñan en la clase de cine. Y en base a esa enseñanza Grey construye su propia novela. Pero, de nuevo, ¿quién es el personaje? Como en un procedimiento que retoma la tradición de las vanguardias y las neovanguardias, Grey crea su artista - personae , propone una fusión de arte y vida. El porno, en su subgénero amateur, algo que comienza a florecer a fines de los 90, mostró la posibilidad de filmarse a sí mismo. Esta operación formal del porno es llevada por Grey al ámbito de la literatura. No son cuestiones solamente de enunciación sino también estéticas: a quién le habla, el tipo de cuerpo que aparece. Al mismo tiempo que lo conforma, da cuenta del fin del artificio.
Su obra es ella misma, su subjetividad. Entonces, frente a una novela como esta, la pregunta acerca de la calidad literaria o el uso del lenguaje, queda devaluada. Más allá del fenómeno de marketing, hay una intención estética y política donde la mujer expone su cuerpo al mercado del sexo como una trabajadora por cuenta propia. Sasha Grey considera a la industria pornográfica y a la prostitución como espacios conquistados por la mujer donde supera en ingresos al hombre. Incluso busca revertir, desde esa operación, los términos de las relaciones de poder por las cuales el que paga es el que domina. “El trabajo de Sasha Grey insufla de cierto dominio o ‘subjetividad’ a esa cosificación y humillación buscada [por el porno]”, analiza Fernández. Actuando sobre el carácter performático del género –punto que señalan filósofas como Judith Butler o Beatriz Preciado–, “Grey siempre adujo que la sumisión y el rol masoquista de sus filmes eran requeridos, incluso desde un lugar de feminismo y dominio de la mujer sobre el hombre”, continúa.
Catherine, protagonista de La Sociedad Juliette , no es la misma que la de Memorias de una geisha,  ni la de Diario de una prostituta , en sus distintas versiones, donde una narradora/autora por lo general relata desde el anonimato su camino en el mercado del sexo. Sasha Grey construye un artefacto más complejo, casi tanto como la posibilidad de definirlo. En un análisis sobre su ensayo La pasión erótica , el escritor uruguayo Ercole Lissardi da por tierra con la disputa entre lo erótico y lo pornográfico: “Una antinomia conceptual como la de ‘arte erótico’ y ‘pornografía’ hoy no sirve, no es útil. Tuve que investigar cómo y para qué se origina esa antinomia, y cómo evoluciona, y qué contenido se le puede dar hoy para pensar la realidad actual de las representaciones de la sexualidad”.
Pero los dobleces en la zona de lo erótico permanecen. Y los interrogantes –quién habla o cómo se resuelven las relaciones de poder– tienen respuestas zigzagueantes. Poniendo en evidencia esa tensión, Simone de Beauvoir declaró: “Detestamos la noción de erotismo porque se trata de una especialización que exalta el sexo a la vez que lo envilece”. Y mientras nos hacemos estas preguntas y esperamos la coronación dulce de la frase, Sasha Grey asegura que sintió excitación mientras escribía las escenas más sexuales del libro. Es probable que el lector sea presa de la misma sensación.

No hay comentarios: