A través de ocho mil entrevistas en capitales de América y España, un grupo de lingüistas indagó sobre la percepción que se tiene del castellano. Ana Beatriz Chiquito, investigadora, dice que hace falta "autoestima lingüística"
La lingüista Ana Beatriz Chiquito es investigadora en el MIT y la Universidad de Bergen (Noruega). / Gustavo Torrijos./elespectador.com |
La oración ha sido repetida tantas veces que se ha convertido en
mito: en Colombia, dicen, se habla el mejor español. Como muchas de las
frases y características que sostienen el espíritu patriótico, ésta
tampoco permite duda. La dijo el presidente Juan Manuel Santos hace poco
para promocionar el programa Spanish in Colombia, que ayer fue lanzado
de manera oficial: “Con base en nuestra bien ganada reputación de hablar
el mejor español del mundo, uniremos la fuerza y la reputación del
Instituto Caro y Cuervo con las universidades y la empresa privada para
convertir a Colombia en el mayor destino en América Latina donde
aprender español como segunda lengua”.
El objetivo del programa es
que los extranjeros acudan a las universidades e institutos colombianos
para aprender español. El Ministerio de Cultura apunta que 20 de las 43
escuelas de español en Latinoamérica se encuentran aquí. También varias
universidades reconocidas, que no son nombradas en las comunicaciones
de prensa, tienen acreditación internacional para estos cursos.
Fue
por ello que Ana Beatriz Chiquito, investigadora de la Universidad de
Bergen (Noruega) y profesora invitada del Instituto Tecnológico de
Massachusetts (MIT), vino al país: para hablar sobre la preocupación del
país por la lengua. Chiquito fue durante tres años parte de una
indagación en la que, con el patrocinio del Consejo Noruego de
Investigaciones y a través de 8.000 entrevistas en las capitales de
América y España, se buscaba comprender las percepciones que tienen los
hispanohablantes del idioma. ¿Quién habla mejor? ¿Por qué? ¿Qué cree
usted que es hablar bien? De modo que vino también para discutir si, en
verdad, en Colombia se habla el mejor español.
“Tenemos algunas
creencias sobre cómo hablan nuestros vecinos —dice Chiquito—, pero son
creencias, nada más (...). Conocemos qué es el lenguaje culto. Cómo
pronuncian las palabras las personas cultas y la manera en que las demás
personas lo aprecian. Por otro parte tenemos las creencias, que no
están basadas en datos, sino en las ideas que tenemos del otro”.
Esas
creencias, por ejemplo, han dejado bien parada a Colombia. Aunque los
resultados están en proceso de análisis (el trabajo, titulado Actitudes
lingüísticas de los hispanohablantes hacia el idioma español y sus
variantes, saldrá en las próximas semanas), Chiquito cuenta que buena
parte de los hispanohablantes creen que en el país el castellano es
cuidado, bien hablado.
¿De dónde viene esa fama? De acuerdo con la
investigadora, los entrevistados esgrimían razones de este tipo: “Me
gusta como hablan en Colombia”, “en Colombia hay mucha cultura”, “ellos
pronuncian todas las eses”, “pronuncian bien”, “porque usan el ‘usted’”.
Sin embargo, la pregunta sigue en pie: ¿qué ha producido ese imaginario
en el resto de países de América Latina?
Más allá de que, como
dijo Santos, en Colombia se hable el “mejor” español, es evidente que
han existido en el país numerosas instituciones preocupadas por el
manejo de la lengua. Colombia fue el primer país, por ejemplo, en fundar
una Academia de la Lengua. También es la casa del Instituto Caro y
Cuervo y tiene lingüistas históricos de renombre, entre ellos Rufino
José Cuervo, Ezequiel Uricoechea y Miguel Antonio Caro. En 2007, además,
con la presencia de los reyes de España, fue aprobada en Medellín la
versión definitiva de la más reciente gramática del idioma. Y afuera
también es conocida la relación entre la lengua y el poder: en cierta
época, era imposible ser político sin ser primero poeta.
En 2005
el director de la Real Academia Española de la Lengua, Víctor García de
la Concha, dijo en Caracol Radio: “Colombia sí habla un muy buen
español. Pero, de ahí a que sea el mejor, bueno... Esa frase es cierta,
pero hay que matizarla porque yo no creo que haya versiones de mejor
español. Lo que sí quiere decir es que Colombia tiene una tradición
histórica de preocupación por la lengua, desde su propia independencia”.
Sí, es difícil tratar el idioma en términos de “mejor” o “peor”, sobre
todo si se tienen en cuenta la multitud de dialectos. Son, además,
categorías inútiles: con base en lo dicho por De la Concha y Chiquito,
es fácil concluir que la lengua es un instrumento de poder, de
identificación y expresión. Reducirlo a esas dos categorías resultaría
fútil.
“Lo más sorprendente —cuenta Chiquito— es que esperaba que
hubiera más alta autoestima lingüística. Falta hacer énfasis a todo
nivel sobre el aprecio a la manera de hablar de los demás y a la manera
de ser de los demás. Porque la autoestima lingüística es reflejo de
otras cosas: está relacionada con variables sociales, con recursos, con
las estructuras de poder, con la globalización”.
La anotación de
Chiquito se refiere a lo mismo que en los años 70 estudiaban Noam
Chomsky y Michel Foucault: cómo las palabras determinan la posición
social de una persona, su forma de relacionarse y, por último, determina
su poder. La pregunta no es menor, entonces: ¿parte de la percepción
del Tercer Mundo que existe sobre América Latina tiene que ver con su
propia apreciación del lenguaje?
En tono pausado, con un español
invadido por cierto tono extranjero, Chiquito dice: “A pesar de que la
gente exprese una autoestima, al preguntársele si quisiera cambiar el
acento, dice que no. Y las explicaciones son: porque es mío, es el que
me identifica, es el que yo hablo. De tal manera que vamos por buen
camino, pero se necesita mucho esfuerzo a nivel nacional. Tenemos que
empezar por nosotros mismos. Por querer más nuestra lengua”.
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