El escritor disidente chino Liao Yiwu advierte a los franceses sobre los riesgos de ponderar una figura política que dominó China con mano dura. A 37 años de su muerte, el líder sigue generando polémicas
Mao Tse Tung, o Mao Zedong. Ilustración de Daniel Roldán./revista Ñ |
Escribir sobre la disidencia china para un público francés es
una tarea compleja. Ustedes los franceses han sido defensores fervientes
del pensamiento de Mao Zedong (1893-1976) durante su movimiento de Mayo
68 y admiraron de lejos esa marea de banderas rojas que ondeaba sobre
la Plaza de Tiananmen.
La distancia les impidió constatar que ese
color rojo, tan pintoresco, no era en realidad sino un baño de sangre.
Las catástrofes provocadas por Mao, uno de los dictadores más grandes
del siglo XX, dejaron heridas tan profundas en nuestra sociedad que es
imposible saber si China se recuperará alguna vez.
Los
historiadores tratan de establecer una cifra del número de muertes
directamente imputables a las múltiples experiencias visionarias de Mao y
no consiguen ponerse totalmente de acuerdo: ¿más de cuarenta millones?
¿Cincuenta millones? ¿Ochenta millones?
Están las muertes
provocadas por la hambruna que desató el Gran Salto adelante desde 1959
hasta 1962, por las masacres de la Revolución Cultural, los innumerables
fusilados inocentes, y todos los que prefirieron darse muerte antes que
soportar el deshonor o torturas, los que hallaron la muerte tratando de
huir a nado hacia Hong Kong, o a través de las selvas hacia Vietnam o
Birmania, y tantos otros casos...
Y sin embargo, aún hoy, el
personaje de Mao Zedong continúa siendo agradable en la memoria de
numerosos contemporáneos. Su imagen se vende como pan caliente en todos
los mercados chinos, en forma de camisetas, de estatuillas, de
colgantes, y el famoso Librito rojo forma parte actualmente de los
objetos de moda.
¿Quién se atrevería a hacer algo así con Stalin o
Hitler? ¿Quién se atrevería a lucir una remera con su efigie? ¿A quién
se le ocurriría reproducir, de manera laudatoria, los discursos de
Mussolini o de Franco? ¿Por qué Mao se salvó del oprobio global?
Pues,
en el fondo, la dictadura china nunca cambió de naturaleza desde la
muerte de su presidente, en 1976, y aprueba sus métodos sanguinarios.
Sigue siendo brutal, mortífera, despreciativa de los valores universales
que son la libertad del individuo, su bienestar, su deseo de
expresarse.
Los franceses se consuelan, empero: ¡no fueron los
únicos burlados por este visionario asesino! El 21 de abril, en ocasión
de un discurso pronunciado en una conferencia organizada por el poder
chino, el Premio Nobel de Literatura 2012, Mo Yan, declaró, jugando a
dos puntas: “Utilizar la distorsión, la caricatura, la demonización de
un personaje histórico tan grandioso como Mao Zedong no es muy
inteligente. En realidad, quienes todavía quieran hablar bien de Mao en
nuestro tiempo se exponen a muchos inconvenientes”.
Sólo que el
retrato de Mao continúa estando en todos nuestros billetes, que Mo Yan
puede expresarse de manera positiva sobre uno de los criminales más
grandes del siglo y que, no sólo no lo metieron en la cárcel sino que le
asignaron un auto oficial, un alojamiento principesco, el rango de
viceministro con su correspondiente sueldo, y que su pueblo natal fue
transformado en parque de atracciones del cual cobra cómodos dividendos.
¿Todo eso con el apoyo de quién? Del poder chino actual.
Hace
cuarenta años, la palabra de un escritor como Alexander Solzhenitsyn
(1918-2008) no se cuestionaba, y su denuncia del gulag soviético dejó
helados a sus lectores. Quienes conseguían huir del infierno comunista
eran recibidos como héroes y la prensa transmitía sus ideas, daba a
conocer su perfil.
Yo no tuve la suerte de Alexander Solzhenitsyn.
Pero, igual que él, no me considero un disidente sino más bien un
rebelde, y en igual medida que a él, me enfurece la indolencia de los
países occidentales que no ven el peligro que representan estos inmensos
países bajo el peso de la dictadura.
Durante la Guerra Fría,
nadie cuestionaba la idea del bien (democracia) y del mal (dictadura).
Hoy, los valores han perdido sus contornos y todo está sumergido en una
vaguedad sin sustancia.
Mire: mi amigo Li Bifeng, poeta y
escritor, que compartió mis cuatro años de cárcel después de la masacre
de Tiananmen, al comienzo de los años Noventas, está en la cárcel en
nuestra provincia natal, el Sichuan. Fue condenado a doce años de
reclusión en el otoño de 2012. Obviamente, fue acusado de delitos
económicos, pero todos saben que su único crimen es haber seguido fiel a
la causa democrática, y haber sido amigo mío.
Fue incluso
condenado de una forma más excesiva que mi otro amigo fiel, Liu Xiaobo,
que gozó, por su parte, de cierta compasión, ya que su pena de once años
de cárcel le valió el Premio Nobel de la Paz en 2010. Pero ¿quién se
acuerda, hoy, de su nombre en Francia, qué intelectual sale a
auxiliarlo, qué sinólogo tomó partido por él para pedir su liberación?
Todos
temen perder su visa para China, la subvención que será otorgada a su
universidad si contribuye a crear allí un Instituto Confucio, la
posibilidad de efectuar viajes a China cuando se realizan coloquios que
son pretextos para grandes festines en hoteles de lujo.
Utilizo mi
pluma y la magia de la literatura para que los sufrimientos de China no
sean silenciados, para que esta prodigiosa injusticia que se comete con
nosotros, con los chinos, sea conocida en mínima medida: ¿por qué hay
que lamentar las víctimas del nazismo, del estalinismo o del fascismo y
seguir cantando loas al desarrollo económico de China? ¿Acaso nuestra
piel es menos blanda que la de ustedes?
Liao Yiwu.Escritor chino. Su último libro El imperio de las tinieblas. Fue arrestado en 1990 y enviado a prision cuatro años por haber
denunciado la represion de Tiananmen. Huyo de China en 2011 y vive en el
exilio en Berlin.
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