1.8.13

Correa: "La literatura debe recuperar la memoria"

El bogotano Juan David Correa retrata en Casi nunca es tarde el final de los 80 en Colombia

Portada de Casi nunca es tarde, de Juan David Correa./Laguna libros./eltiempo.com

La pasión que sentía por las novelas policíacas desde niño y el hecho de haber crecido al lado del edificio del DAS, destruido por una bomba en la peor época del narcotráfico en Colombia, abonaron el terreno literario para que el escritor bogotano Juan David Correa (1976) diera vida a su nueva novela, Casi nunca es tarde, que retrata la dura etapa del narcoterrorismo.
“Me parece definitivo el año que cierra la década de los 80 porque quizás resume todo el dolor de esa época tan brutal, y quise usarlo de excusa para contar la vida de dos jóvenes de clase media en esta ciudad que estaba cercada por el miedo y por lo que le pasó a la izquierda”, explica Correa, autor de Todo pasa pronto (2007) y de la crónica sobre la tragedia de Armero El barro y el silencio (2010).
Casi nunca es tarde narra la vida de Juan Jaramillo, de 18 años, sospechoso de haber asesinado al rector de su colegio. Juan es hijo de una madre militante de la izquierda a la que también le desaparecen a su marido.
Se nota una gran investigación detrás de su libro...
Leí mucha prensa, como el archivo de EL TIEMPO por Internet, para mirar lo que ocurrió los días antes y después de la bomba del DAS; leí casi todos los informes del Centro de Memoria Histórica para documentarme sobre la desaparición del padre del protagonista, y me documenté mucho con libros de historia.
Hay una gran preocupación suya por los detalles...
A mí me obsesionan las épocas, sobre todo los años 70 y 80. Me gusta mucho la luz de esa época, me gusta crear a través de los detalles la posibilidad de que alguien se sienta en ese territorio que ya no existe, que ya pasó.
¿Quería también dejar testimonio de una Bogotá particular?
Sin duda, hay una necesidad de dejar una memoria de una ciudad que ya no existe. Si hay algo que se clama con urgencia en este país, es la memoria de quienes fuimos, la de nuestra infancia. Creo que la memoria no ha sido importante aquí. Hemos destruido el pasado por encima de muchas cosas, y la literatura tiene ese deber y ese valor de recuperar la memoria. De que emerjan esas ciudades y esas esquinas que ya no vamos a poder ver nunca más.
Aunque al principio Juan iba a hablar en primera persona, luego se decidió por la tercera persona. ¿Por qué?
Quizás por una admiración profunda por Vargas Llosa; yo quise hacer un poco lo que ha hecho él, que es ir contrapunteando con personajes toda la novela. Entonces, primero me ocupo del joven, después de la mamá, después de los detectives, y así se va armando ese caleidoscopio de voces y de miradas sobre esa realidad y sobre esa época.
¿Le ocurrió, como a muchos autores, que se le crecieron personajes secundarios como el detective Henry Lizarazo?
Sí, claro que pasó. Yo tenía la idea de que Juan fuera un centro de la novela, pero también me interesaba –por ese gusto mío por la novela negra– crear un personaje estereotipado de lo que podría ser un inspector de la policía de acá; un tipo ordinario de esta ciudad, que está en un momento de crisis con su esposa, consigo mismo, que fuma, que toma Coca-Cola como un loco y que ha tenido ese pasado oscuro que tuvieron muchos agentes del Estado con el paramilitarismo.
¿Amanda, la madre de Juan, encarna a esas mujeres cabeza de familia de esa época?
Aunque siempre he dicho que uno nunca hace tesis con los personajes, Amanda sí es el reflejo de muchas mujeres que yo he conocido. Son mujeres que por ejemplo redescubrieron su sexualidad después de los 30 años, que fueron de alguna manera marginadas por una cultura que no admite la diferencia, mujeres que desde los años 80 –no es de ahora– han tenido una mirada clara sobre el aborto y fueron las predecesoras de esas que hoy salen en la prensa.
¿A qué cree usted que remite ‘Casi nunca es tarde’?
Me gusta creer en las segundas oportunidades. Creo que casi nunca es tarde, en verdad. La única manera que podrá ser tarde es cuando llegue la muerte. Entonces, el título de lo que habla es de que todos los personajes de la historia se reivindican, como se dará cuenta el lector.
Fotografía del dolor
Dos amigos colegiales (Rafa y Juan), sus madres (Amanda y Agustina), tres detectives (Lizarazo, López y Olimpo) y la familia Manzini, propietaria de un colegio vanguardista, son algunos de los personajes que habitan la novela de Correa, que ocurre en los cuatro días previos a la explosión de la bomba del DAS, en 1989, y que humaniza el dolor a través de personas comunes y corrientes que padecieron una época oscura de nuestra historia.

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