El bogotano Juan David Correa retrata en Casi nunca es tarde el final de los 80 en Colombia
Portada de Casi nunca es tarde, de Juan David Correa./Laguna libros./eltiempo.com |
La pasión que sentía por las novelas policíacas desde niño y el hecho
de haber crecido al lado del edificio del DAS, destruido por una bomba
en la peor época del narcotráfico en Colombia, abonaron el terreno
literario para que el escritor bogotano Juan David Correa (1976) diera
vida a su nueva novela, Casi nunca es tarde, que retrata la dura etapa
del narcoterrorismo.
“Me parece definitivo el año que cierra la década de los 80 porque
quizás resume todo el dolor de esa época tan brutal, y quise usarlo de
excusa para contar la vida de dos jóvenes de clase media en esta ciudad
que estaba cercada por el miedo y por lo que le pasó a la izquierda”,
explica Correa, autor de Todo pasa pronto (2007) y de la crónica sobre
la tragedia de Armero El barro y el silencio (2010).
Casi nunca es tarde narra la vida de Juan Jaramillo, de 18 años,
sospechoso de haber asesinado al rector de su colegio. Juan es hijo de
una madre militante de la izquierda a la que también le desaparecen a su
marido.
Se nota una gran investigación detrás de su libro...
Leí mucha prensa, como el archivo de EL TIEMPO por Internet, para
mirar lo que ocurrió los días antes y después de la bomba del DAS; leí
casi todos los informes del Centro de Memoria Histórica para
documentarme sobre la desaparición del padre del protagonista, y me
documenté mucho con libros de historia.
Hay una gran preocupación suya por los detalles...
A mí me obsesionan las épocas, sobre todo los años 70 y 80. Me gusta
mucho la luz de esa época, me gusta crear a través de los detalles la
posibilidad de que alguien se sienta en ese territorio que ya no existe,
que ya pasó.
¿Quería también dejar testimonio de una Bogotá particular?
Sin duda, hay una necesidad de dejar una memoria de una ciudad que ya
no existe. Si hay algo que se clama con urgencia en este país, es la
memoria de quienes fuimos, la de nuestra infancia. Creo que la memoria
no ha sido importante aquí. Hemos destruido el pasado por encima de
muchas cosas, y la literatura tiene ese deber y ese valor de recuperar
la memoria. De que emerjan esas ciudades y esas esquinas que ya no vamos
a poder ver nunca más.
Aunque al principio Juan iba a hablar en primera persona, luego se decidió por la tercera persona. ¿Por qué?
Quizás por una admiración profunda por Vargas Llosa; yo quise hacer
un poco lo que ha hecho él, que es ir contrapunteando con personajes
toda la novela. Entonces, primero me ocupo del joven, después de la
mamá, después de los detectives, y así se va armando ese caleidoscopio
de voces y de miradas sobre esa realidad y sobre esa época.
¿Le ocurrió, como a muchos autores, que se le crecieron personajes secundarios como el detective Henry Lizarazo?
Sí, claro que pasó. Yo tenía la idea de que Juan fuera un centro de
la novela, pero también me interesaba –por ese gusto mío por la novela
negra– crear un personaje estereotipado de lo que podría ser un
inspector de la policía de acá; un tipo ordinario de esta ciudad, que
está en un momento de crisis con su esposa, consigo mismo, que fuma, que
toma Coca-Cola como un loco y que ha tenido ese pasado oscuro que
tuvieron muchos agentes del Estado con el paramilitarismo.
¿Amanda, la madre de Juan, encarna a esas mujeres cabeza de familia de esa época?
Aunque siempre he dicho que uno nunca hace tesis con los personajes,
Amanda sí es el reflejo de muchas mujeres que yo he conocido. Son
mujeres que por ejemplo redescubrieron su sexualidad después de los 30
años, que fueron de alguna manera marginadas por una cultura que no
admite la diferencia, mujeres que desde los años 80 –no es de ahora– han
tenido una mirada clara sobre el aborto y fueron las predecesoras de
esas que hoy salen en la prensa.
¿A qué cree usted que remite ‘Casi nunca es tarde’?
Me gusta creer en las segundas oportunidades. Creo que casi nunca es
tarde, en verdad. La única manera que podrá ser tarde es cuando llegue
la muerte. Entonces, el título de lo que habla es de que todos los
personajes de la historia se reivindican, como se dará cuenta el lector.
Fotografía del dolor
Dos amigos colegiales (Rafa y Juan), sus madres (Amanda y Agustina),
tres detectives (Lizarazo, López y Olimpo) y la familia Manzini,
propietaria de un colegio vanguardista, son algunos de los personajes
que habitan la novela de Correa, que ocurre en los cuatro días previos a
la explosión de la bomba del DAS, en 1989, y que humaniza el dolor a
través de personas comunes y corrientes que padecieron una época oscura
de nuestra historia.
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