"Se supone que la tecnología debe unirnos pero en realidad nos separa", afirma en esta entrevista el prestigioso novelista, ferviente defensor de las protestas juveniles
Un progreso que empeora las cosas: Paul Auster y la crisis del mundo desarrollado./Revista Ñ. |
El reclamo de los jóvenes es claro. Se paran ante nosotros y nos
dicen: ‘Ustedes nos arruinaron, no tenemos futuro; estudiamos, nos
capacitamos y no tenemos nada. Estamos retrocediendo, no avanzamos. El
capitalismo de consumo sólo puede llegar hasta cierto punto.’” La escena
sucede en el patio trasero de un café de Brooklyn, Nueva York, y el
hombre que habla es el escritor estadounidense Paul Auster, Premio
Príncipe de Asturias de las Letras 2006 y uno de los autores más
prestigiosos de su país, traducido a “43 o 44 idiomas”.
Auster ha publicado dos libros este año: Diario de invierno
(Anagrama), unas memorias escritas en segunda persona y “compuestas
como una pieza musical” en las que usa su vida como tema “para
reflexionar simplemente, sobre lo que implica estar vivo” y Poesía completa
(Seix Barral), que reúne los poemas que escribió mucho antes de su
éxito global, en los años 70, mientras sobrevivía como traductor del
francés. Acaba de terminar otro texto autobiográfico, Report from the Interior
, que saldrá en inglés el año que viene y prepara con su amigo, el
Nobel sudafricano John Coetzee, un libro que reúne parte de la
correspondencia que sostienen desde hace años. “En las primeras cartas
Coetzee y yo hablamos mucho sobre la amistad; sobre qué la distingue del
amor”, anticipa. “El amor es la gran pasión pero la amistad es
fundamental. Es más cortés, más decorosa y menos tumultuosa que el amor.
Existen matrimonios, buenos matrimonios incluso, que pelean todo el
tiempo. Con un amigo eso sería imposible; la amistad terminaría”. Los
amores de Auster tienen nombres y rostros concretos. Hace 35 años se
unió a la escritora de origen noruego Siri Hustvedt. Tiene dos hijos,
Daniel (de su matrimonio anterior) y Sophie, cantante y compositora
quien actuó además en la película que su padre dirigió en 2007, La vida interior de Martin Frost .
Mientras
espera que Obama gane las presidenciales del 6 de noviembre (“si no,
estaremos en problemas”), entre copas de vino blanco y el humo de sus
infaltables cigarritos holandeses, el autor de La trilogía de Nueva York conversó con Ñ sobre política, cambios culturales, violencia y utopías.
Respiramos
la globalización y sus efectos. ¿Qué nuevos rostros han adoptado para
Ud. los cambios culturales más importantes de la última década en los
Estados Unidos?
Le daré mi visión amplia, no mi visión
estrecha. Lo que estoy viendo en los últimos años son insurrecciones
espontáneas entre los jóvenes de diferentes países del mundo: Rusia,
España, Estados Unidos, los países árabes… Y en ello percibo una
declaración de los jóvenes diciéndoles a los adultos que el mundo no
funciona, que nos hemos llevado a una situación insostenible y que
debemos reinventar nuestras vidas. Es un llamado básico a reformar todo
lo que hacemos, todo lo que pensamos.
Los movimientos de
los que habla, el de los indignados españoles por ejemplo, suscitan
dudas entre distintos intelectuales –Zizek entre ellos– en relación con
su posibilidad de persistir, debido a la falta de un programa.
Sí
y es entendible, porque no hay ninguna organización política entre
ellos y por lo tanto los movimientos estallan intensamente y después
decaen. Creo que eso debe leerse en un contexto más amplio y profundo.
Uno de los problemas es que desde la muerte del marxismo, desde el
fracaso de la experiencia soviética, no hay un argumento filosófico
contra el statu quo . Porque Marx tenía razón en un montón de cosas, y
aunque otras estaban equivocadas, tenía una posición coherente respecto
de cómo analizar las deficiencias del capitalismo y lo que el sistema
les hacía a los seres humanos. Especialmente el Marx joven al que
encuentro muy interesante, muy conmovedor. Ya no hay ningún argumento
filosófico contra el capitalismo. Lo que tenemos son diferentes grados:
un libre mercado sin restricciones o un capitalismo regulado de una u
otra manera, pero nadie tiene una visión alternativa respecto de cómo
organizar nuestras vidas. Y por eso seguimos recorriendo los mismos
caminos trillados; estamos estancados.
¿Cómo se expresa ese sentimiento aquí?
En
el movimiento Occupy Wall Street con su lema “Somos el 99%” en alusión a
que el 1% de la población acapara la mayor parte de la riqueza y toma
decisiones políticas y económicas cuyas consecuencias afectan a todos.
En Estados Unidos es un fenómeno muy interesante.
Hace poco se cumplió un año de su nacimiento, pero ¿sigue vivo el movimiento?
Vagamente, es cierto. Pero estoy esperando que vuelvan los chicos. Quiero que vuelvan.
¿Cómo cree que ha impactado la tecnología en todo esto?
Tiene
sus ventajas y sus desventajas. Se supone que la tecnología debe
unirnos, pero en realidad nos separa. ¡Qué deprimente es ver que estando
con amigos en una cena, cada uno está mirando su smartphone ! Son
aparatos que supuestamente deben unir a las personas, pero en general no
lo hacen porque la experiencia pasa a ser demasiado mediada. Esto
genera grandes problemas y creo que la tecnología está destruyendo cosas
que a mí personalmente me importan muchísimo.
¿Cuáles?
Ya
no hay más disquerías, por ejemplo. No puedo explicarle la cantidad de
horas felices de mi vida que he pasado en disquerías buscando un tema,
un single . Y esa idea de revolver bateas… en la computadora no se puede
hacer. No sé si la gente dimensiona esto. La experiencia maravillosa de
entrar en un espacio donde había 5.000 piezas de música disponibles. Y
con la vista se captaba todo: ahora voy a ver la sección de Mozart,
ahora voy a ver la sección del jazz. Y se descubrían cosas, cosas que
uno no sabía que existían. Ese cambio tuvo impacto en la industria
discográfica; la destruyó. Lo veo por mi hija, Sophie, que es cantante.
Eso está llegando también a los libros, libro tras libro. Me asusta la
idea de un mundo sin librerías y un mundo donde el escritor sea su
propio editor.
Tiene una noción un poco oscura del progreso.
Es
que es progreso pero a la vez no es progreso. Empeora las cosas, porque
todo está más fragmentado que unificado. Las experiencias colectivas.
La gente ya no va tanto al cine. Ve las películas en su casa y esa
experiencia fantástica de ir al cine y ver la película con otras 200
personas se está volviendo obsoleta.
Sus ejemplos se
centraron en lugares: las disquerías, las librerías, el cine. ¿Es eso lo
que nos robó la tecnología, la experiencia básica de la espacialidad?
Sí,
y las experiencias humanas no mediadas, los contactos que no requieren
de artefactos. Pero hay un costado positivo, claro. Debemos decir –y es
todo muy reciente– que por otra parte, ahora todo puede registrarse y
por lo tanto la mayor parte de la información que recibimos sobre la
situación de Siria, y el caos y el baño de sangre que está ocurriendo
allí, por ejemplo, proviene de gente que filma los hechos en sus
teléfonos celulares, lo envía a cadenas de noticias o lo pone en
Internet y podemos verlo, saber, estar allí. Esto es muy bueno y antes
no era posible. No parece disminuir la brutalidad o la sed de matar
gente pero por lo menos el mundo se entera y quizá pueda actuar.
Le preguntaba por la tecnología porque tengo entendido que usted prefiere pasar sus originales con una máquina de escribir.
Escribo con pluma y luego tipeo en mi Olympia, cada párrafo.
¿No usa computadora?
Sólo
para escribir guiones cinematográficos. Tuve una; ya no. No me gusta.
No me gusta cómo es el teclado de la computadora al tacto. Mi vieja
máquina de escribir tiene cierta resistencia y todo el tiempo está
desarrollando sus músculos mientras que la computadora lastima mis manos
porque no hay resistencia en las teclas. Todos esos aparatos mecánicos
eran maravillosos y mi máquina de escribir, que compré al volver de
Francia en 1974, probablemente fue fabricada en 1960 y sigue funcionando
estupendamente. Es mucho tiempo. Más de 50 años.
Hemos
hablado de globalización, de tecnología, de los cambios que ambas han
introducido en la percepción de la vida. Con este marco ¿por dónde diría
Ud. que pasa hoy el conocimiento?
Siri Hustvedt, mi
esposa, no sólo es novelista; desde hace años está involucrada en el
mundo de la neurociencia. Se ha convertido en una figura destacada de
ese mundo. Su argumento es – y creo que es brillante– que necesitamos
múltiples modelos para entender y actuar sobre el mundo. El error que
han cometido muchas veces científicos y pensadores es buscar un modelo
único que lo explique todo. Pero no funciona de ese modo, porque a la
larga se encuentra la falla y uno se queda sin nada. Hay que seguir
acercándose a la vida humana desde múltiples direcciones –filosofía,
economía, arte, neurociencias, etc– . Como con las interpretaciones que
coexisten de Bartleby, el escribiente , ese cuento infinito de Melville,
que leí por primera vez a los 15 años y que me influyó tanto. Admite
varias lecturas, todas ellas convincentes. Para algunos hay una
respuesta religiosa: Bartleby, este personaje que ante cada petición
responde “Preferiría no hacerlo”, es una figura similar a la de Cristo y
la cárcel que debe soportar se compara con la crucifixión. Para otros
cabe una lectura autobiográfica: Melville escribía sobre sí mismo y
Bartleby lo representaría a él como escritor incomprendido. Y hay una
lectura psicológica, otra sociológica. Todas son válidas. Cada una tiene
algo que agregar a la comprensión de ese relato. Una sola no basta.
Creo por ello que no hay una respuesta única: la ciencia no tiene la
respuesta, el arte no tiene la respuesta, la filosofía no tiene la
respuesta, pero con todo eso junto, podemos pensar quizá cómo dar un
nuevo paso para la raza humana y vivir vidas más coherentes. Aunque no
soy muy optimista. Siento que hemos ido para atrás en todos los aspectos
en este país.
¿Tiene algo que ver su falta de optimismo
con los brotes de violencia recientes en los Estados Unidos? Me refiero a
la ola de asesinatos que se inició en Aurora con un loco disparando
contra la gente en un cine durante el estreno de “Batman”. ¿Qué
reflexión le merece todo eso?
Creo que en los Estados
Unidos es una cuestión de armas. Pero no es algo simple. Las
estadísticas hablan de 270 millones de armas en un país con 311 millones
de habitantes. Hay gente enojada en todas partes del mundo pero si no
se tiene acceso a las armas, no se puede hacer lo que hicieron estas
personas.
¿La respuesta violenta sería una de las marcas de época de la era global?
No,
me parece que los hechos de violencia al azar vienen desde hace largo
tiempo. Era 1966 cuando Charles Whitman en Austin, en la Universidad de
Texas fue hasta la torre del reloj con un rifle y empezó a matar gente
que caminaba por el campus. Quince personas murieron y más de treinta
resultaron heridas. Fue el primer brote reciente que recuerdo. Mi amigo
John Coetzee, el escritor sudafricano ganador del Nobel 2003, estudiaba
el doctorado en la Universidad de Texas, y estaba allí cuando eso
ocurrió. Tenía 25 años. ¿Cuántos años hace de eso? Imagínese. Hace mucho
tiempo y ha pasado una y otra vez. Una de las cosas que más odio de mi
país es esta cultura de las armas que tenemos debido a una mala
interpretación de la Constitución. Todos en el área del derecho y dentro
de la policía quieren el control de las armas, pero como se incluye el
derecho en el Bill of Rights , la gente cree que es legal. Aunque la
Constitución no dice eso en realidad. Habla del derecho a armar una
milicia si alguien nos invadiera. Para mí es triste; es terrible.
En
uno de los articulos de “El arte del hambre”, al hablar de la poeta
estadounidense Laura Riding, afirma que ella dejó de escribir poesía
porque entre la verdad y la belleza eligió la primera. ¿Por qué dejó de
hacerlo Ud.? Y en cualquier caso ¿qué entiende por verdad y qué, por
belleza?
Para mí no fue una decisión. Fue algo que
simplemente no pude hacer más. Me parecía que me repetía y hacia 1979
volví a la narrativa, un género que había escrito sin convicción entre
los 19 y los 23 años. Riding, en cambio, tomó una decisión intelectual.
Era inflexible, brillante y loca. Y escogió el silencio. Para mí, verdad
y belleza son –en el arte– inseparables y se dan cuando el artista toca
algo profundamente humano que nos arrastra con el sentimiento de una
verdad ganada. Pero opciones hay siempre. Fíjese: Facing the music el
título de uno de los libros incluidos en mi Poesía completa se tradujo
en castellano como Aceptando las consecuencias , pero quiere decir, en
verdad, las dos cosas: es una expresión muy hermosa que alude a la
música, pero también a hacerse cargo de la realidad. Cuando alguien
delinque y debe afrontar las consecuencias, por ejemplo, se usa esa
expresión: Now you have to face the music . Por eso la poesía no se
puede traducir, porque de haber dos sentidos hay que elegir y uno se
pierde .
Hablemos de lo real y de lo posible entonces. ¿Cómo cree que le irá al presidente Obama en las elecciones del 6 de noviembre?
Creo
que ganará. Es mi corazonada. Pero no puedo garantizarlo. Si no gana,
estamos en problemas porque los republicanos son idiotas, hipócritas y
mentirosos. Y lo que tienen para ofrecer a los EE.UU. es cero; nada de
nada. Han frenado todo lo que Obama trató de hacer estos cuatro años.
Después dicen que no ha hecho lo suficiente. Bueno, no se puede avanzar
con nada.
Acaba de terminar un libro y está preparando
otro. ¿Confía en la capacidad de la ficción para incidir en la realidad?
¿Pueden los libros cambiar el mundo?
El arte no es una
aventura solipsista, es compartir. Es algo que expresa nuestra humanidad
común, de allí su importancia. De allí que sigamos leyendo libros y
viendo películas y escuchando música. Genios como Dante, Cervantes,
Shakespeare son monumentos de artistas que siguen hablándonos cientos de
años después de crear, porque lograron unir belleza y verdad.
Montaigne, el creador del ensayo, por ejemplo, cambió en el siglo XVI la
forma de pensarnos a nosotros mismos. Nadie antes había sido tan
honesto en la página. Un libro como Diario de invierno, hubiera sido
imposible antes de él. El abrió la puerta a una nueva forma de pensar el
ser humano: sin jerarquías, sin religión; el individuo en su propio
cuerpo, rodeado por el cosmos. No sé si podemos cambiar el mundo al
escribir pero podemos imaginar cómo podríamos cambiarlo. Siempre he
encontrado muy interesante la noción de utopía. Es algo irrealizable y
nunca ocurrirá, pero es muy revelador hablar con las personas para
descubrir quiénes son y cómo quieren que sea el mundo. Me gusta
conversar con ellas y proponerles el juego de imaginar qué harían, qué
modificarían. Es casi un reto: “Ahora tenés el poder, usalo.”
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