Rayuela 50 Aniversario
¿Por qué gusta Rayuela a una determinada edad y con los años va perdiendo efecto? Es un libro de madurez porque trata del final de la juventud sin sentir que la madurez haya agostado todavía la circulación de la sangre pero ya lejos de las certezas ilusas y la sentimentalidad cándida
Portada de la primera edición de Rayuela, en 1963. |
El primer imán es Julio Cortázar, por supuesto. Hoy
lo tenemos cartografiado por sí mismo en varios volúmenes de epistolario
no sé si con todos los tonos imaginables, pero sí sé seguro que con
tonos que no nos parecen Cortázar, ni el Cortázar de Ceremonias ni el de las Historias de cronopios y famas.
Pero por supuesto en todos ellos habla, siente y piensa Julio Cortázar.
Reencontramos, por ejemplo, al más joven, aquel que va mandando
artículos meditados y reflexivos a la revista Realidad en
Buenos Aires y aquel que debe de leer también las prosas de la angustia
bloqueada de Ernesto Sábato, y el que lee ya fascinado a los
surrealistas y a Edgar Allan Poe.
Y sólo alguno de esos Cortázares está en Rayuela,
que es un experimento puro y una ordalía de plenitud vital que ni se ve
siempre en su epistolario ni forma parte de la biografía de nadie.
Pero sí de la textura de ese libro expansivo y jovial como un reloj
loco que da la hora que le da la gana y asombra al incauto que se acerca
a la literatura con la solemnidad sacral de la verdad con mayúsculas.
Es un libro de madurez porque trata del final de la juventud sin sentir
que la madurez haya agostado todavía la circulación de la sangre pero ya
lejos de las certezas ilusas y la sentimentalidad cándida.
El secreto es la fusión de dos hierros: la
pulsión absurda e inocente de un humorismo más blando que ácido y la
ternura del amor como montaña rusa con risas y perplejidad
Por eso tiene también aire de novela musical, o de versión novelesca
de un musical yanki pasado por la literatura de la angustia y dispuesto a
no ceder a ella (ni a la angustia ni a la literatura sombría). Me
parece que el secreto de ese experimento piromusical es la fusión de dos
hierros, hierros de matar, por supuesto: la pulsión absurda e inocente
de un humorismo más blando que ácido y la ternura del amor como montaña
rusa con risas y perplejidad. La combinación de ambas cosas es casi la
textura fundamental de la novela y en ella cristaliza ese aroma
agridulce de piedad por la tragedia cómica y de magnanimidad por el
error sentimental. El amor es un juego verbal y la literatura también, y
ninguno de los dos se resignará a ofrecer sólo la versión amarga o
desengañada de un intento de felicidad, todavía. El escéptico cinismo de
Bryce Echenique y La felicidad, ja, ja, no forma parte del código sentimental de Rayuela
porque sería un neutralizador de las virtudes festivas de un libro sin
oscuridad, que no sabe de zonas sombrías ni desesperanza. Ese registro
lo añadirá el lector escarmentado, y quizá por eso sospechamos hoy que
es un libro para lectores juveniles de edad o corazón y es también un
libro involuntariamente melancólico leído desde la madurez de edad o
corazón. Casi como el mejor jazz.
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