El escritor y ex vicepresidente nicaragüense durante la revolución sandinista habla sobre su nuevo libro Flores oscuras y se asume desencantado de la política
Lo que queda. Ramírez, en Buenos Aires. La Revolución, dice, dejó náufragos en la playa. “Soy uno de ellos”./ Revista Ñ |
“Siempre vuelvo”, dice Sergio Ramírez. Se refiere, en este caso,
al cuento, el primer género que exploró en su carrera de escritor, hace
ya medio siglo, cuando decidió autoeditarse en Managua. Pero bien
podría aludir a la política de Nicaragua o a la Argentina, adonde
semanas atrás volvió para presentar su nuevo libro de relatos Flores oscuras,
en el que retrata la resaca de la Revolución Sandinista, la que terminó
con la dictadura de Anastasio Somoza y de la que fue vicepresidente, ni
más ni menos. Los doce cuentos completan un itinerario duro a través
de personajes sombríos, que sirven como la parábola de un país: un juez
corrupto, un boxeador anónimo, un ex guerrillero que ha perdido todo
menos la sed. Para el libro –repite Ramírez– en ésta y en otras
entrevistas, se ha servido del método periodístico. Algunas historias
son verídicas. “Los hechos son como se presentan, sin ninguna clase de
intervención. Siempre he sabido que una regla esencial del cuento es
tomar distancia. Y yo narro como un forense, que está describiendo lo
que dicen los médicos, el juez, los testigos”, explica en el último piso
de la editorial Alfaguara en Buenos Aires, siempre con el mismo tono
cordial. Lo fascina, advierte, cómo algunos de sus personajes se
desarrollan y otros, en iguales circunstancias, quedan en el camino
“porque primer concertista hay uno solo”.
¿Y usted a esta altura se siente como un primer concertista de la literatura iberoamericana?
Sería
muy pretencioso de mi parte decirlo. Yo he tenido una lucha muy sorda
en Nicaragua para que se me reconozca como escritor y no como político.
Porque yo tengo una carga muy pesada atrás en mi vida, la de alguien que
estuvo en la política, en la revolución. Y esa batalla la sigo dando.
Yo no puedo borrar esa parte de mi vida, ni pretendo, pero no me siento
cómodo cuando alguien me busca para preguntarme algo y me hace cuatro
preguntas rápidas de literatura, cuando lo que le interesa es la
política.
Cuando era vicepresidente, de hecho, les pidió a las editoriales que no mencionaran su cargo.
En los 80, no quería que dijeran que yo era vicepresidente. Yo era parte de una revolución, pero el vicepresidente escritor , ¿qué quiere decir eso?
¿Y por qué cree que los medios se interesan tanto todavía en su faceta política?
Interesa
por ese fenómeno que fue la Revolución y que todavía tiene secuelas en
América Latina, no sé si para los más jóvenes, creo que no. No tienen
memoria de eso, ni creo que les interese. Pero para una generación que
todavía sobrevive de aquella época entiendo que es interesante.
(Managua, 1980. Con Fidel Castro, Daniel Ortega y Maurice Bishop).
Y ya que ahora “vuelve” al cuento: ¿cómo fue regresar a la escritura, en pleno ejercicio de la vicepresidencia?
Cuando
fui a vivir esa aventura, cuando vino la Revolución, yo lo dejé todo
tirado. Luego vino el triunfo de la Revolución, los primeros años en el
poder, llegamos al año 85 y fui electo vicepresidente. Entonces yo volví
a ver hacia atrás y vi hacia delante, dije: “Bueno, tengo 10 años sin
escribir, fui electo por un período de 6 años, son 16 años, yo dejé de
ser escritor para siempre”. Entonces para volver a escribir, empecé a
levantarme a las 4 de la mañana. Y comencé a probar con un libro breve
que escribí sobre Cortázar, se llama Estás en Nicaragua. Acababa de morir Julio y era mi memoria personal.
Pero aquel libro no era del todo ficción.
No, pero era un libro literario. Y luego vino Castigo divino,
que es extraño, porque es la novela más larga que he escrito, es la más
compleja. Necesitaba mucha investigación, era un caso judicial y quizás
me estaba alejando de cualquier tema que tuviera que ver con la
Revolución. Estaba consciente de que no tenía las manos libres para
escribir sobre nada que tuviera que ver con la Revolución; yo era un
agente de relaciones públicas de la Revolución, yo salía por el mundo
vendiendo la idea de la Revolución. En ese momento no podía ser un
novelista de la Revolución. Construí una novela judicial, política, de
costumbre, social, de muchos planos: con ese libro volví a la
literatura.
Y después se acabó la política.
(En campaña. En 1995 , con el Movimiento Renovador Sandinista).
Cuando
dejé la política yo ya sabía que volvía a lo mío y me puse a escribir.
En medio de un gran desastre, yo había salido del Frente Sandinista,
habíamos fundado otro partido, fuimos a las elecciones, nos derrotaron
obviamente, en medio de una gran polarización. Quedé lleno de deudas,
porque a la hora en que se terminó la campaña electoral sólo teníamos
deudas, a los derrotados nadie los vuelve a ver. Todos los que nos
habían prometido ayuda se evaporaron, como siempre. En medio de esta
pesadumbre, de no tener a donde ir y cómo pagar, me puse a escribir.
¿Y ese desencanto final con la política todavía le dura?
Yo
siempre digo que no, pero en un libro como este me doy cuenta que sí,
el desencanto es notorio. Quisiera que no, pero lo que tiñe la mente de
un escritor no es lo que quiere, sino lo que sale aquí como resultado.
Este es un libro muy pesimista, pero bueno, esa es la manera que yo
tengo de ver el mundo ahora. Muestro el desamparo de los pequeños seres
que en la resaca de una revolución quedan sobre la playa, ahí, como
náufragos. Y hay muchos náufragos, también soy uno de ellos.
¿La izquierda y la derecha todavía significan algo?
Yo
aprendí que parte del ideal de izquierda es que no haya corrupción, son
incompatibles. Ir contra la corrupción, la represión, en contra de
cerrar los espacios de libre pensamiento: para mí eso sigue siendo la
izquierda.
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