Fabio Jurado, doctor en Literatura de la Unam y profesor de la Universidad Nacional, explica cuál es la realidad sobre la comprensión de lectura en Colombia
Fabio Jurado con algunos de los estudiantes con los que ha trabajado en el tema de comprensión de lecturas./elespectador.com |
Según
los resultados de las pruebas de Pirls (Progress in International
Reading Literacy Study), Colombia se encuentra en los últimos lugares en
comprensión de lectura. ¿A qué cree que se debe esto?
No
es cierto que hay un nivel bajo de lectura. Es una falacia que está
latente cada vez que se llama la atención sobre la lectura; hoy se lee
más que antes. Es necesario plantear que cuando los niños y los jóvenes
no tienen la posibilidad de estar en contacto con textos genuinos, es
natural que otros que sí tienen esa oportunidad les lleven ventaja. Los
estudiantes saben leer. Hay que darle un giro a la pregunta: ¿qué es lo
que no saben leer los niños y los jóvenes? Eso es otra cosa. Que no
saben leer el texto que les propuso el profesor de química, el de física
o el de filosofía; en efecto, si no tienen horizonte no podrán leer
adecuadamente. Uno lee bien cuando tiene horizonte o cuando sabe para
dónde va.
Nadie puede leer si no se
señala una perspectiva: “Vamos a leer tal texto, en el marco del
proyecto pedagógico sobre los transgénicos”. Tanto el maestro como los
estudiantes saben para dónde van, qué van a indagar, lanzan preguntas
alrededor del proyecto y eso revela que los niños y los jóvenes sí saben
leer. Estoy de acuerdo con los estudiantes cuando no leen lo que les
imponen, la lectura no funciona así. La lectura es una práctica que
transforma el pensamiento y que contribuye a la cualificación de las
competencias comunicativas a nivel oral y escrito; eso se logra porque
quien lo hace siente la necesidad de comunicar. Es entonces cuando los
profesores tienen que acompañar como interlocutores, ayudando a afinar
las preguntas, a escucharlos, poniéndose en su lugar, así tengan una
redacción muy irregular y así titubeen al hablar; si hay ideas en lo que
se escribe o se habla, ya hay un punto de partida para construir esa
interlocución e ir acompañando al estudiante a mejorar los modos de
escribir y de leer.
Entonces, ¿cómo interpretar los resultados del estudio de Pirls?
Los
países que están arriba de Colombia son aquellos en donde los capitales
simbólicos y culturales son amplios. Hay una tradición de lectura
fuerte y la tradición escrita ha sido una constante a través de la
historia, a diferencia de Colombia, donde la tradición oral es el
soporte de la cultura; el acceso a la escritura está mediado por la
fuerza de la oralidad. Ahora bien, algo que nadie dice cuando se
analizan los ratings es que Colombia, con sus violencias y la
inconsistencia de su educación, aparece por encima de países con una
economía muy estable, como Qatar y Arabia Saudita.
En
el caso de Colombia, ¿qué podemos esperar de su educación con estas
relaciones sociales tan desiguales y la falta de compromiso de los
gobiernos con las políticas educativas? Hay que ir a las escuelas de los
pueblos en donde toman las muestras para dictaminar los niveles de
lectura. Por ejemplo, una escuela rural en el Cauca, que está entre las
montañas de El Tambo, aislada de los contextos urbanos, en donde los
niños de quinto son de baja estatura por la desnutrición; no hay
biblioteca, sólo libros escolares viejos; no hay computador, porque los
dos que recibieron, ya usados, se dañaron a los tres meses; al frente de
la escuela hay una montaña verde, espectacular, es verde de puro pino,
pino cuyo propietario es la empresa de papel Cartón de Colombia. Y me
decía el director de esa escuela: “Cartón de Colombia nunca nos ha
traído un cuaderno ni un libro para los niños. Explotan la madera en
estas montañas para fabricar el papel para los libros, pero no conocemos
esos libros”.
¿Podemos decir que continuamos enseñando a leer y escribir como hace 50 años?
Hay
una tendencia cada vez mayor a abandonar los textos canónicos
escolares, instructivos, y a trabajar con textos genuinos y diversos.
Por eso las editoriales escolares se quejan de los descensos en sus
ventas, frente a lo cual ofrecen premios para que los maestros sigan
pidiendo los libros de texto. Es horrendo vincular de manera tan
obsesiva a la educación con los intereses comerciales; estas editoriales
no consideran las perspectivas innovadoras y los gobiernos no controlan
la calidad en los enfoques. Los lineamientos curriculares y los
estándares para las diferentes áreas están a tono con los enfoques
contemporáneos en educación, pero los libros de texto los tergiversan,
porque simplemente reciclan los mismos contenidos de hace cincuenta
años.
Hace poco me encontré en una
escuela con un libro de distribución gratuita para las escuelas
públicas, es decir, distribuido por el Ministerio, con los mismos
esquemas del bla, ble, bli, blo, blu para iniciar a los niños en la
lectura y la escritura, cuando esto lo cuestionamos en los lineamientos
curriculares de lengua castellana. La agencia gubernamental no es
consecuente con lo que declara, porque los lineamientos van por un lado y
los materiales de lectura por una vía contraria. Si a las escuelas en
lugar de libros de texto llegasen antologías de poesía, de cuento, de
ensayo, de textos de divulgación científica, de materiales genuinos,
como en efecto este año ha comenzado a hacerlo el Ministerio —y sólo
ahora—, los muchachos volarían; porque el problema no es que los niños y
los jóvenes no sepan leer sino qué les ofrecemos para leer y para qué.
Me asombra cómo les encantan a los niños los libros, pero hay pocos en
las escuelas rurales. En muchas de estas escuelas los organismos
internacionales que evalúan la educación, como Pirls, Pisa o Llece,
toman las muestras para dictaminar que tenemos índices muy bajos en
lectura, pero qué hemos de esperar si hay poco para leer en estas
escuelas y, de otro lado, los docentes se educaron a distancia y la
educación a distancia es de bajísima calidad.
En
las regiones apartadas de las grandes capitales, no sólo no hay
bibliotecas, sino que tampoco hay gente que incentive la lectura en los
niños.
Los ministerios de
Cultura y de Educación cuentan con programas para incentivar la lectura;
cabe preguntar qué tipo de talleres hacen. Es necesario trascender la
visión de la lectura que ancla la interpretación en lo literal para
promover el placer de leer. No me parece que insistir en el placer de
leer contribuya a incentivar la lectura. Para leer un texto, todo sujeto
padece. Padecemos cuando tratamos de entrar al universo semántico de un
determinando texto, luchamos para entender los códigos específicos del
texto, leer es trabajar con el pensamiento; tenemos que ir y volver y
devolvernos, en una relación que nos asegura la comprensión.
Los
talleristas fijan la idea del placer de leer, pero obstaculizan el
acceso a la comunidad letrada; ingresar a la comunidad letrada implica
tener las herramientas culturales y textuales para hacer detonar el
universo de los textos. Los textos se caracterizan porque representan a
través de las palabras y de las imágenes los mundos en los que vivimos,
pero estos mundos no aparecen en la inmediatez de la lectura, son
construidos por el lector. Los sujetos que de una manera muy versátil y
ágil navegan en los libros y viven el asombro cuando logran descubrir
los procesos manipulatorios de los sujetos que hablan en los textos y
reconstruyen los múltiples saberes contenidos en ellos, asumen el rol de
lectores críticos.
¿El
problema no sería, entonces, que los niños no sepan leer, sino que los
adultos encargados de guiar el proceso lector no sabemos leer?
Sí,
ese es el planteamiento. Si empezamos desde ahora, en unas dos o tres
generaciones habrá cambios importantes. Colombia acaba de salir de una
situación de analfabetismo preocupante. Hasta los años sesenta, el
analfabetismo en Colombia era delicado, y sólo ha logrado avanzar hasta
ahora en la cobertura en la educación primaria completa y apunta hacia
la secundaria completa y hacia el ciclo de educación media, que es
incompleta y superficial. La educación se transforma por décadas.
Vendrán generaciones más potentes en el modo de interpretar los textos.
La cantidad de personas que asisten a la Feria del Libro es una señal y
lo que vemos en las bibliotecas de Bogotá y de Medellín indica que la
gente quiere leer; pero no perdamos de vista las grandes carencias en
las zonas rurales de Colombia, en donde hemos padecido la guerra. Con el
tiempo se va a demostrar que no le atañe exclusivamente a la escuela el
saber leer adecuadamente, sino a las familias. Y en los casos de las
familias fragmentadas, al Estado. Allí es donde la investigación tiene
que llamar la atención sobre la importancia de que los talleres
respondan a la formación de lectores críticos y no simplemente de
lectores alfabetizados.
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