26.6.13

R.H. Moreno Durán, o el hábito de la seducción

Quince años atrás, la novela Fémina Suite, de RH Moreno Durán, era considerada una de las cinco novelas colombianas más importantes del Siglo XX

Rafael Humberto Moreno Durán, escritor colombiano, con una enorme seducción entre las féminas/elespectador.com

Le habían hablado de la muerte como un infinito túnel iluminado. Él no había definido aún si era femenina, tal vez porque la imagen de la guadaña y la calavera aún lo perseguía. Una mañana chilena José Donoso le contó que no, que no había túneles ni guadañas, que la muerte era hermosa. "Me dijo mira, yo soy viejo, ateo, creí que ya no habría sorpresas, pero descubrí que cuando uno se muere quiere estar muerto, pues la muerte es impresionante, lo más bello de la vida, una mujer hermosa que te llama y te dice ven, ven… y tú vas".
Donoso acababa de salir de una muerte clínica. RH Moreno Durán había viajado a entrevistarlo para su serie de escritores de Palabra Mayor (un programa de televisión que Moreno Durán definió y condujo en los 90 con los más importantes escritores del mundo). Aquella mañana coincidieron en que la muerte es femenina, "más femenina incluso que la vida". Debieron sonreír y pensar que a una mujer hermosa no le va bien una guadaña. RH volvió a Bogotá. Anotó la historia en una de sus múltiples agendas, allí donde podía encontrar los teléfonos y direcciones de todos sus personajes.
"Yo tengo una gran familiaridad con la sociedad ficticia, pues en el fondo la novela es eso, inventar una sociedad. ficticia con nombres y apellidos propios. Si los miembros de esa sociedad son mis amigos, yo, que de alguna forma soy su Notario, tengo que responderles, no confundirlos. Es un pecado social confundir a un personaje, yo no te puedo saludar como Pedro García si te llamas Facundo, y con mayor razón en las novelas. Uno ve muchas veces novelas en las que el descuido es tal que el autor confunde los personajes. Uno se pregunta qué le pasó a este, y es cuestión de prisa, o porque en un momento de la creación el autor decidió cambiarle el nombre al tipo: no le gustaba Eduardo, por ejemplo, y le puso Ricardo, pero se le quedó un Eduardo perdido. Hay casos extraordinarios, como Madame Bovary, que tenía los ojos negros, y en un momento aparece con los ojos verdes, es el famoso cambio de ojos de Madame Bovary, o el caso del propio Cervantes: en un momento a Sancho se le pierde el asno, y un capítulo adelante el asno está, y él no sabe cómo lo encontró ni cómo lo recuperó. En la segunda edición Cervantes intentó arreglar el asunto, pero la pifió porque dio explicaciones cuando nadie se las estaba pidiendo”.
Por algo más de 30 años fue el notario de esos personajes. De los suyos y de todos los demás. Les abrió registros civiles, sociales, emocionales, los estudió hasta en sus más profundas enfermedades para salvarlos de una muerte inevitable. Los amó. "A mí se me han muerto muchos. Uno de los más entrañables fue Angélica Barahona en los Felinos del canciller. Tenía tuberculosis. Durante mucho tiempo la estudié, pues no quería que se muriera, pero se me murió un día". Angélica Barahona estaba sentenciada, más allá de que él la amara.
Por aquel entonces, años 80, mientras escribía aquella historia de diplomacia que los jurados declararon finalista del Rómulo Gallegos y el Nadal, "la más femenina de sus obras", como dijeron, la realidad se le mezcló con la ficción. Le había ocurrido antes con la trilogía barcelonesa Fémina Suite (Juego de damas, 1977; El toque de Diana, 1981; y Finale Capriccioso con Madonna, 1983); le ocurriría después en cada una de sus novelas y cuentos. "Esa es la mayor garantía de que un libro va bien, cuando los personajes se rebelan contra el autor, cuando en ocasiones ya no pueden ser como yo los concebí originalmente. El libro toma vida propia, y eso es muy grato".
Fue el misterio que imaginaba dentro de cualquier libro uno de los motivos que lo llevaron a querer ser escritor. Era apenas un niño que aguardaba, impaciente, a que su madre le leyera algún cuento. Años más tarde comenzó a escribir. Luego comprendió que si escribía, si creaba, era porque la realidad que había vivido y aquella que le habían contado no le agradaba. Entonces empezó a crear, a volver palabra su imaginación. "La palabra es el elemento más dinámico de la vida, las cosas sólo existen cuando uno las nombra. Yo admiro mucho la forma de trabajar de los escritores, creo que todos trabajamos de forma diferente. Algunos comienzan y terminan una novela de una. Yo sé cómo comienzo pero nunca sospecho cómo voy a terminar, ese final no suele ser generalmente el que he previsto. Entonces me llevo una enorme cantidad de sorpresas muy gratas, muy satisfactorias, cuando en medio del proceso de creación la misma historia va alterando personajes, caracteres, situaciones", decía poco antes de su muerte, cinco años atrás.
Se acostumbró a escribir a mano las primeras versiones de sus obras, en absoluto silencio y con la casa en completo orden. Sin una sola ventana abierta, sin una cama destendida, sin un vaso perdido por ahí. "Después de la primera versión hago otra a máquina, y después vuelvo y subrayo con colores diferentes. Yo tacho y saco flechas. A los seis meses vuelvo sobre ese trabajo, entonces corrijo con otro color. El texto final está lleno de colores, papeles pegados, cosas, y ya lo vuelvo a pasar en limpio, de nuevo a máquina. Después escribo todo eso en el computador".
Trabajó 16 años en Fémina suite, y de tres a cuatro en cada una de sus restantes siete novelas, pero nunca estuvo completamente convencido de sus obras, "es que yo creo que estar satisfecho es la forma más cómoda de decir que uno está muerto, por la satisfacción dejaría uno de escribir, de diseñar, de hacer cine. Cuando yo publico una novela, la novela está terminada, lo que ocurre es que en las reediciones o en las traducciones hay algunos elementos que uno cambia un poco. Todo artista es perfeccionista, aunque por otra parte el perfeccionismo es el brazo armado del masoquismo".

Lo femenino
En sus tiempos de universidad, mientras estudiaba derecho y ciencias políticas en la Nacional, Moreno Durán solía correr, muy temprano en las mañanas, siempre a la misma hora. Cuentan algunos de sus compañeros de entonces que su disciplina era tan seria como su gesto cuando entre clases hablaba de Tunja, donde nació el 7 de noviembre de 1946. Alguna vez lo escucharon decir que su ciudad era el templo erótico de Colombia, y recordar con todos los detalles los subterráneos encuentros de Inés de Hinojosa allí. "Mi absoluta rigurosidad, mi memoria y el dar cuenta del por qué uno de mis personajes muere, por ejemplo, se lo debo al abogado que llevo dentro, pero también sueño, soy capaz de soñar que yo mismo guío mis sueños, y los recuerdo".
"Una noche sentí cómo don Quijote se acercaba a donde yo estaba con unos invitados y me decía, '¿Me puede indicar vuestra merced dónde lavarme las manos?, porque del sueño del que acabo de salir me han invitado a comer y tengo las manos sucias por el polvo del camino.' Entonces se las lavaba, como los curas en la misa, por la punta de los dedos, y yo le decía que se quedara con nosotros, pero él respondía que las viandas en el otro sueño eran muy buenas. Yo le mostré las nuestras, las de mi sueño, y le comenté que además había un hidalgo que quería conocerlo. El hidalgo dijo, 'os he buscado en los baños de Argel, hasta en las Indias he ido a buscaros…' Yo vi, de pronto, que todo desparecía, menos don Quijote, que hablaba con el otro personaje. Yo me decía, 'al otro lo conozco, a ese otro yo lo conozco'. Ese otro era Miguel de Cervantes".
Vivió 15 años en Barcelona, con las maletas siempre listas para viajar a Praga. Allá publicó su primer libro de ensayos, "De la barbarie a la imaginación", y después "Fémina suite". Dicen que alguna vez contó que para pagarse un viaje a Dubrovnik, hoy Croacia, convenció a algunas mujeres de que era profesor de tango. Realidad o fantasía, lo femenino ha marcado su vida, su estilo y su obra. "Y cuando hablo sobre el carácter femenino no me refiero sólo a la mujer, sino a lo femenino como una categoría que me inspira gusto y placer. Hay ciudades femeninas, como Barcelona y París, y músicos, como Mozart, y cuadros, como Las Meninas, pero no por las meninas en sí sino por su ambigüedad. Lo femenino me atrapa por su ambigüedad, porque no llego a comprenderlo del todo. Cuando uno conoce a fondo a una mujer se desenamora de la mujer, pero mientras siga siendo un enigma tú sigues atrapado por ella, en ella. A la mujer le interesa seguir siendo lo que no es; en el fondo ese es el triste secreto del amor, y lo mismo pasa en la literatura. Un libro que a mí no me invite a una segunda lectura, no me satisface. Me encantan aquellos a los que vuelvo tres o cuatro veces, El Ulises, todo Kafka, En busca del tiempo perdido, El Quijote…"
Con ese imposible de poder aprehender a la mujer y lo femenino persiguiéndolo a cada paso publicó su último libro, Las mujeres de Babel, un recorrido de lo femenino en Joyce. "La vida es vulgar y sucia, la literatura también debe ser vulgar y sucia", decía el irlandés. Para RH, detrás de cada escritor hay un asesino escondido. "En el fondo todo escritor, como todo jugador de ajedrez, esconde un asesino. Un escritor es un ajedrecista, está moviendo figuras, personajes y poderes en un tablero, que es la realidad. Tarde o temprano todo ello termina en el triunfo de algo sobre algo o de alguien sobre alguien, y el jaque mate final es la muerte de alguien para que otro triunfe. Por eso, escribir con buenos sentimientos sólo produce mala literatura. La gran literatura, toda, está hecha con lo peor de la condición humana".
Tal vez, por ello, su punto de partida para la dinastía de meninas, mandarinas y matriarcas que nutre su obra fue una mujer coja que vio una tarde en la Nacional. "Supuse que ella era la más pícara de las tres que habían estado molestando el cóndor que tenían en una jaula en la universidad, que era la que mejor hacía el amor. Ahí había literatura, no en los estereotipos".
En diciembre del 2004, Jotamario Arbeléz escribió de Moreno Durán que era el más fiero y más fino de los escritores colombianos, tal vez porque en cada una de sus palabras lo femenino y lo masculino habían pactado una eterna rebelión contra su mano. Su mano meticulosa, limpia, profunda, ni tan femenina como él la quisiera, ni tan masculina como la querrían algunas de sus obras. Su mano sin tiempo.

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