Quince años atrás, la novela Fémina Suite, de RH Moreno Durán, era considerada una de las cinco novelas colombianas más importantes del Siglo XX
Rafael Humberto Moreno Durán, escritor colombiano, con una enorme seducción entre las féminas/elespectador.com |
Le habían
hablado de la muerte como un infinito túnel iluminado. Él no había
definido aún si era femenina, tal vez porque la imagen de la guadaña y
la calavera aún lo perseguía. Una mañana chilena José Donoso le contó
que no, que no había túneles ni guadañas, que la muerte era hermosa. "Me
dijo mira, yo soy viejo, ateo, creí que ya no habría sorpresas, pero
descubrí que cuando uno se muere quiere estar muerto, pues la muerte es
impresionante, lo más bello de la vida, una mujer hermosa que te llama y
te dice ven, ven… y tú vas".
Donoso acababa de salir de una
muerte clínica. RH Moreno Durán había viajado a entrevistarlo para su
serie de escritores de Palabra Mayor (un programa de televisión que
Moreno Durán definió y condujo en los 90 con los más importantes
escritores del mundo). Aquella mañana coincidieron en que la muerte es
femenina, "más femenina incluso que la vida". Debieron sonreír y pensar
que a una mujer hermosa no le va bien una guadaña. RH volvió a Bogotá.
Anotó la historia en una de sus múltiples agendas, allí donde podía
encontrar los teléfonos y direcciones de todos sus personajes.
"Yo
tengo una gran familiaridad con la sociedad ficticia, pues en el fondo
la novela es eso, inventar una sociedad. ficticia con nombres y
apellidos propios. Si los miembros de esa sociedad son mis amigos, yo,
que de alguna forma soy su Notario, tengo que responderles, no
confundirlos. Es un pecado social confundir a un personaje, yo no te
puedo saludar como Pedro García si te llamas Facundo, y con mayor razón
en las novelas. Uno ve muchas veces novelas en las que el descuido es
tal que el autor confunde los personajes. Uno se pregunta qué le pasó a
este, y es cuestión de prisa, o porque en un momento de la creación el
autor decidió cambiarle el nombre al tipo: no le gustaba Eduardo, por
ejemplo, y le puso Ricardo, pero se le quedó un Eduardo perdido. Hay
casos extraordinarios, como Madame Bovary, que tenía los ojos negros, y
en un momento aparece con los ojos verdes, es el famoso cambio de ojos
de Madame Bovary, o el caso del propio Cervantes: en un momento a Sancho
se le pierde el asno, y un capítulo adelante el asno está, y él no sabe
cómo lo encontró ni cómo lo recuperó. En la segunda edición Cervantes
intentó arreglar el asunto, pero la pifió porque dio explicaciones
cuando nadie se las estaba pidiendo”.
Por algo más de 30 años fue
el notario de esos personajes. De los suyos y de todos los demás. Les
abrió registros civiles, sociales, emocionales, los estudió hasta en sus
más profundas enfermedades para salvarlos de una muerte inevitable. Los
amó. "A mí se me han muerto muchos. Uno de los más entrañables fue
Angélica Barahona en los Felinos del canciller. Tenía tuberculosis.
Durante mucho tiempo la estudié, pues no quería que se muriera, pero se
me murió un día". Angélica Barahona estaba sentenciada, más allá de que
él la amara.
Por aquel entonces, años 80, mientras escribía
aquella historia de diplomacia que los jurados declararon finalista del
Rómulo Gallegos y el Nadal, "la más femenina de sus obras", como
dijeron, la realidad se le mezcló con la ficción. Le había ocurrido
antes con la trilogía barcelonesa Fémina Suite (Juego de damas, 1977; El
toque de Diana, 1981; y Finale Capriccioso con Madonna, 1983); le
ocurriría después en cada una de sus novelas y cuentos. "Esa es la mayor
garantía de que un libro va bien, cuando los personajes se rebelan
contra el autor, cuando en ocasiones ya no pueden ser como yo los
concebí originalmente. El libro toma vida propia, y eso es muy grato".
Fue
el misterio que imaginaba dentro de cualquier libro uno de los motivos
que lo llevaron a querer ser escritor. Era apenas un niño que aguardaba,
impaciente, a que su madre le leyera algún cuento. Años más tarde
comenzó a escribir. Luego comprendió que si escribía, si creaba, era
porque la realidad que había vivido y aquella que le habían contado no
le agradaba. Entonces empezó a crear, a volver palabra su imaginación.
"La palabra es el elemento más dinámico de la vida, las cosas sólo
existen cuando uno las nombra. Yo admiro mucho la forma de trabajar de
los escritores, creo que todos trabajamos de forma diferente. Algunos
comienzan y terminan una novela de una. Yo sé cómo comienzo pero nunca
sospecho cómo voy a terminar, ese final no suele ser generalmente el que
he previsto. Entonces me llevo una enorme cantidad de sorpresas muy
gratas, muy satisfactorias, cuando en medio del proceso de creación la
misma historia va alterando personajes, caracteres, situaciones", decía
poco antes de su muerte, cinco años atrás.
Se acostumbró a
escribir a mano las primeras versiones de sus obras, en absoluto
silencio y con la casa en completo orden. Sin una sola ventana abierta,
sin una cama destendida, sin un vaso perdido por ahí. "Después de la
primera versión hago otra a máquina, y después vuelvo y subrayo con
colores diferentes. Yo tacho y saco flechas. A los seis meses vuelvo
sobre ese trabajo, entonces corrijo con otro color. El texto final está
lleno de colores, papeles pegados, cosas, y ya lo vuelvo a pasar en
limpio, de nuevo a máquina. Después escribo todo eso en el computador".
Trabajó
16 años en Fémina suite, y de tres a cuatro en cada una de sus
restantes siete novelas, pero nunca estuvo completamente convencido de
sus obras, "es que yo creo que estar satisfecho es la forma más cómoda
de decir que uno está muerto, por la satisfacción dejaría uno de
escribir, de diseñar, de hacer cine. Cuando yo publico una novela, la
novela está terminada, lo que ocurre es que en las reediciones o en las
traducciones hay algunos elementos que uno cambia un poco. Todo artista
es perfeccionista, aunque por otra parte el perfeccionismo es el brazo
armado del masoquismo".
Lo femenino
En sus tiempos
de universidad, mientras estudiaba derecho y ciencias políticas en la
Nacional, Moreno Durán solía correr, muy temprano en las mañanas,
siempre a la misma hora. Cuentan algunos de sus compañeros de entonces
que su disciplina era tan seria como su gesto cuando entre clases
hablaba de Tunja, donde nació el 7 de noviembre de 1946. Alguna vez lo
escucharon decir que su ciudad era el templo erótico de Colombia, y
recordar con todos los detalles los subterráneos encuentros de Inés de
Hinojosa allí. "Mi absoluta rigurosidad, mi memoria y el dar cuenta del
por qué uno de mis personajes muere, por ejemplo, se lo debo al abogado
que llevo dentro, pero también sueño, soy capaz de soñar que yo mismo
guío mis sueños, y los recuerdo".
"Una noche sentí cómo don
Quijote se acercaba a donde yo estaba con unos invitados y me decía,
'¿Me puede indicar vuestra merced dónde lavarme las manos?, porque del
sueño del que acabo de salir me han invitado a comer y tengo las manos
sucias por el polvo del camino.' Entonces se las lavaba, como los curas
en la misa, por la punta de los dedos, y yo le decía que se quedara con
nosotros, pero él respondía que las viandas en el otro sueño eran muy
buenas. Yo le mostré las nuestras, las de mi sueño, y le comenté que
además había un hidalgo que quería conocerlo. El hidalgo dijo, 'os he
buscado en los baños de Argel, hasta en las Indias he ido a buscaros…'
Yo vi, de pronto, que todo desparecía, menos don Quijote, que hablaba
con el otro personaje. Yo me decía, 'al otro lo conozco, a ese otro yo
lo conozco'. Ese otro era Miguel de Cervantes".
Vivió 15 años en
Barcelona, con las maletas siempre listas para viajar a Praga. Allá
publicó su primer libro de ensayos, "De la barbarie a la imaginación", y
después "Fémina suite". Dicen que alguna vez contó que para pagarse un
viaje a Dubrovnik, hoy Croacia, convenció a algunas mujeres de que era
profesor de tango. Realidad o fantasía, lo femenino ha marcado su vida,
su estilo y su obra. "Y cuando hablo sobre el carácter femenino no me
refiero sólo a la mujer, sino a lo femenino como una categoría que me
inspira gusto y placer. Hay ciudades femeninas, como Barcelona y París, y
músicos, como Mozart, y cuadros, como Las Meninas, pero no por las
meninas en sí sino por su ambigüedad. Lo femenino me atrapa por su
ambigüedad, porque no llego a comprenderlo del todo. Cuando uno conoce a
fondo a una mujer se desenamora de la mujer, pero mientras siga siendo
un enigma tú sigues atrapado por ella, en ella. A la mujer le interesa
seguir siendo lo que no es; en el fondo ese es el triste secreto del
amor, y lo mismo pasa en la literatura. Un libro que a mí no me invite a
una segunda lectura, no me satisface. Me encantan aquellos a los que
vuelvo tres o cuatro veces, El Ulises, todo Kafka, En busca del tiempo
perdido, El Quijote…"
Con ese imposible de poder aprehender a la
mujer y lo femenino persiguiéndolo a cada paso publicó su último libro,
Las mujeres de Babel, un recorrido de lo femenino en Joyce. "La vida es
vulgar y sucia, la literatura también debe ser vulgar y sucia", decía el
irlandés. Para RH, detrás de cada escritor hay un asesino escondido.
"En el fondo todo escritor, como todo jugador de ajedrez, esconde un
asesino. Un escritor es un ajedrecista, está moviendo figuras,
personajes y poderes en un tablero, que es la realidad. Tarde o temprano
todo ello termina en el triunfo de algo sobre algo o de alguien sobre
alguien, y el jaque mate final es la muerte de alguien para que otro
triunfe. Por eso, escribir con buenos sentimientos sólo produce mala
literatura. La gran literatura, toda, está hecha con lo peor de la
condición humana".
Tal vez, por ello, su punto de partida para la
dinastía de meninas, mandarinas y matriarcas que nutre su obra fue una
mujer coja que vio una tarde en la Nacional. "Supuse que ella era la más
pícara de las tres que habían estado molestando el cóndor que tenían en
una jaula en la universidad, que era la que mejor hacía el amor. Ahí
había literatura, no en los estereotipos".
En diciembre del 2004,
Jotamario Arbeléz escribió de Moreno Durán que era el más fiero y más
fino de los escritores colombianos, tal vez porque en cada una de sus
palabras lo femenino y lo masculino habían pactado una eterna rebelión
contra su mano. Su mano meticulosa, limpia, profunda, ni tan femenina
como él la quisiera, ni tan masculina como la querrían algunas de sus
obras. Su mano sin tiempo.
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