En los años 60, los relatos y cuentos de Rubem Fonseca ya tenían la marca indeleble del frenesí urbano, y la mezcla de registros y voces de la más variada fauna social. Fractura del clasicismo y firme pulso narrativo pueden apreciarse en la oportuna reedición de El collar del perro, donde a pesar de las marcas de época se mantiene intacta la furia de una ciudad en plena transformación
Rubem Fonseca, autor brasileño de El collar del perro/pagina12.com.ar |
“Ah,
ahora entiendo, pensé; Río estaba cambiando”, observa el narrador del
primer cuento en la segunda página de El collar del perro. Reeditado por
El Cuenco de Plata, el segundo libro de cuentos y relatos del gran
Rubem Fonseca (publicado originariamente en 1965) retrata con un
lenguaje virulento y coloquial las modificaciones demográficas que en la
década del ‘60 estaban transformando las costumbres afrancesadas y
portuguesas que habían hecho de Río de Janeiro una ciudad cosmopolita y
europeizada, hasta convertirla en el famoso torbellino que es Río. El
largo aliento de la mayoría de los cuentos le permite a Fonseca
concentrar y sintetizar los estados anímicos de sus personajes como si
fueran pequeñas novelas comprimidas. Reducidos a una línea, los cuentos
de Fonseca pueden parecer esquemáticos, pero su complejidad radica
justamente en su carácter híbrido, en sus texturas rugosas y bruscas
(que afortunadamente nos llegan en una muy buena traducción al
rioplatense).
Su modelo no es el cuento clásico, donde las pasiones que inundan el
relato se construyen en función de la trama y del efecto; los cuentos
de Fonseca avanzan caprichosos, movilizados por las afecciones de sus
personajes, pasan de un estado a otro del mismo modo que los contextos
cambian como por corte cinematográfico, sensación de inestabilidad
emocional que marca la deriva de sus acciones por la ciudad. Todos los
personajes se mueven como perfectos anónimos; son anfibios urbanos,
anhelan respirar el aire viciado, pero al mismo tiempo conservar la
húmeda sensación de individualidad y el sobrevalorado privilegio de la
soledad. Como en “La fuerza humana”, donde un veterano fisicoculturista
narra en primera persona los pormenores y detalles de su entrenamiento
en el gimnasio cuando un negro de musculatura perfecta empieza a sumarse
al equipo de entrenamiento; sin embargo, la llegada no marca un
conflicto sino que la diferencia queda saldada en una competencia de
pulseadas sin ningún clímax. O en “Informe de Carlos”, donde un abogado
gasta una fortuna en complacer a una amante a la que ni siquiera desea
(aunque lo niegue), y en el ínterin conoce a otras mujeres.
Diez relatos largos y dos cuentos relativamente cortos le permiten a
Fonseca pintar diferentes estratos sociales a la manera de frescos,
probar diversos registros de voz, y hasta cambiar los puntos de vista en
un mismo cuento de una oración a otra. Todo parece confluir en este
libro: la sexualidad, el gusto insólito por la plata, la música, el
lenguaje técnico de un gimnasio, el voley y la playa, el tecnicismo de
la policía y de las leyes. A la vez, Fonseca disemina diversas
referencias a la cultura clásica: Persio, Hipócrates, Ovidio, Epícteto,
las citas no dan un estatuto de legitimidad sino que parecen ejercidas
desde un sentido inverso; como si la alta cultura occidental fuera
arrojada a las calles de Río para ver cómo funcionan en el barro.
Portada de la reedición de El collar del perro
La literatura de Fonseca también está abierta a los avances
tecnológicos y sus impactos en las vidas ordinarias, como en “El
grabador”, donde un adolescente entabla una relación amorosa por
teléfono con una mujer casada, esquivando el momento del encuentro
físico. O en “La opción”, donde un estudio sobre un/una transexual
altera las concepciones físicas de los médicos que tienen que armar un
informe clínico.
El último cuento, del que el libro toma su título, marca el rumbo de
la literatura más conocida de Fonseca: el género policial. Ex abogado,
empleado público de la policía y comisario de Hacienda en el distrito de
San Cristóbal, Fonseca empezó a escribir pisando casi los cuarenta
años. Y toda su experiencia como abogado se vio volcada en su narrativa
policial, en especial en la saga del detective Mandrake, que le dio fama
y renombre a nivel mundial. El cuento “El collar del perro”
sorpresivamente se sale del registro experimental y ofrece una narración
clásica, directa; un estilo heredero del hard boiled norteamericano. Un
asesinato en un colectivo es el punto de partida para que el doctor
Vilela investigue el caso y se meta en un mundo de soplones y policías
corruptos por necesidad básica. Su viaje a los bajos fondos es un viaje
también a las transformaciones demográficas y urbanas, a los cambios que
tuvo Río cuando recibió miles de migrantes internos que llegaban a la
ciudad en busca de trabajo y comenzaron a poblar las favelas en los
morros. Es la zona por la que Fonseca establecerá el perímetro de su
literatura más conocida, y donde refundará los códigos del género
policial, ya que, como le asegura un comisario veterano al doctor Vilela
que acaba de entrar en la jurisdicción: “Esta no es la policía de
Inglaterra, doctor”.
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