Poesía de la A a la Z
2013, declarado año del poeta al cumplirse cien años de nacimiento de quien fue director de Lecturas Dominicales, suplemento literario
Eduardo Carranza: "su lirismo resiste"./eltiempo.com |
Lirios y jardines, estrellas y jazmines: la primera poesía de Eduardo
Carranza (1913-1985) crece sobre los hombros de muchachas cuyos ojos
tienen “siempre color de nunca más” y piel morena. Eran los años de
1935. Una poesía frágil, armada con juegos de palabras, deudora, obvio,
de Juan Ramón Jiménez, pero que insertaba también algo de la tierra
natal de Carranza, Apiay, en los Llanos, con sus palmas, sus potros y
sus frutas.
Pero él se detiene en las doncellas, en las niñas que crecen, en Ellas, los días y las nubes (1941): donde cada mes, en versículos que a
veces son prosa, recorre su geografía anímica de amores y ciudades y,
sobre todo, de los ríos de la patria. El Meta y el Orinoco, el Vaupés y
el Guaviare. Es una enumeración que hace del cuerpo de la tierra el
cuerpo de la amada y su fluyente fuga de letras líquidas, de nubes y
reflejos, donde hay aromas pero también putrefacción. A los Llanos se
añade Popayán como eje de sus afectos y su poesía, ya desde entonces se
impregna de melancólicas elegías, de adioses y despedidas, entre
flores, ángeles y holán. Espigas y cocuyos.
Estos son tics verbales que ya no lo abandonarían. También la música
de su poesía se sustentaría en un entramado de citas, como epígrafes o
intercaladas en el texto, que bien pueden incorporar a Pombo o a
Eduardo Castillo como reconocimientos que asume, o rendir homenaje a
Becquer, “celeste abuelo mío”. Con este bagaje metafórico alcanzará uno
de sus momentos más altos. Me refiero a la certera gracia con la que
arma el soneto, esos sonetos sentimentales, como los llama, que entre
1937 y 1944 marcaron una época de la poesía colombiana en compañía de
Jorge Rojas y Arturo Camacho.
Ya había trazado las líneas de su silueta poética. Alguien que desde
una isla del río, a caballo o asomado a un balcón, los ojos turbios por
el llanto, ve irse las cosas. Pero en sus sonetos concentra esa actitud
con mucho ingenio e innegable capacidad para enaltecer tanto el amor
como su consiguiente olvido con aciertos verbales que aún perduran. Teresa, en cuya frente el cielo empieza, /como el aroma en la sien de
la flor” o “Salvo mi corazón, todo está bien. En uno de ellos, Soneto a
la rosa se siente eco de la música de Rubén Darío al producir una
nueva y lograda variación.
Esto correspondía al propósito expresado por Carranza de una vuelta
al orden, después del estallido de las vanguardias, al buscar “un
equilibrio entre lo vital y lo formal, la perfecta correspondencia
entre el impulso creador y la expresión artística: lo sentimental
ciñéndose exactamente al modelado de lo intelectual”. Pero un largo
trecho de su poesía, que él mismo fecha entre 1942 y 1975, está
destinado a un Canto en voz alta como él mismo lo antologiza en su
libro Los pasos cantados (1975), síntesis de toda su obra.
A los ríos ya enumerados seguirá su poema ‘veintejuliero’, su canto a
la bandera, su Oda al Tolima Grande y Se canta a los llanos de la
patria en metáfora de muchacha. Una poesía oratoria, para ser
recitada, y no demasiado llamativa. Desfallece bajo el alud retórico.
Este complemento innegable de su tarea como profesor y funcionario de
la cultura, exaltará también a España delante del general Franco y se
verá felizmente superado por un libro hermoso, El olvidado y Alhambra (1957).
Un retorno feliz a la raíz árabe y al hundirse en los sueños, la
penumbra y la melancolía. Poemas nítidos de un hombre que es ya
fantasma de sí mismo. Que se completa desvelado en las muy largas noches
de insomnio, al percibir pasos que crujen y el tictac de la sangre en
pos de un cuerpo que se hace humo, sombra, nada. Años de vejez y
recapitulación. De últimos amores enfebrecidos y conciencia de agonías
límites. Del vino rojo como reanimador en cántigas, kasidas y
madrigales. Sin embargo no descartará aventuras político-líricas como su Himno a la Anapo que el periódico Alerta fechado el 13 de junio de
1971 en Leyva publica, para acompañar el discurso del general Rojas
Pinilla y su dialéctica de la yuca. Carranza aportará el viejo ímpetu
beligerante, con Bolívar a la cabeza, pueblo y lucero, espada y pan.
Afortunadamente su poesía intimista y desgarrada será mucho más seria y
honda. Verá la tierra como “un redondo cementerio”. Apela a Jorge
Manrique y Quevedo para combatir el avance indetenible del tiempo y
repensar conmovido el Cromos de los treinta y ver todos los sueños
hechos trizas o aunar, en ‘Galope súbito’, sus viejos motivos en una
conmovedora, y postrera, afirmación vital: el amor, en la grupa de un
potro, desaparece en el mar y la muerte.
Su lirismo subsiste y su música punza y conmueve, sus afanes por una
Colombia ideal, donde Don Quijote se unía a Jiménez de Quesada, no
fructificó y su proclama de un azul campesino y espiritual fue
arrollada por la industrialización incontenible y la fusión de negocios
con tecnología, de demagogia con corrupción. Solo que su apostolado
poético fue una cruzada memorable en pos de una palabra que hoy, cien
años después, aún vibra en el joropo que exaltó y en la veta agonista de
una poesía como la del Siglo de Oro que continuó: Te llamarás silencio
en adelante. / Y el sitio que ocupabas en el aire / Se llamará
melancolía.
SONETO A LA ROSA
A Jorge Rojas
En el aire quedó la rosa escrita.
La escribió, a tenue pulso, la mañana.
Y, puesta su mejilla en la ventana
de la luz, a lo azul cumple la cita.
Casi perfecta y sin razón medita
ensimismada en su hermosura vana;
no la toca el olvido, no la afana
con su pena de amor la margarita.
La escribió, a tenue pulso, la mañana.
Y, puesta su mejilla en la ventana
de la luz, a lo azul cumple la cita.
Casi perfecta y sin razón medita
ensimismada en su hermosura vana;
no la toca el olvido, no la afana
con su pena de amor la margarita.
A la luna no más tiende los brazos
de aroma y anda con secretos pasos
de aroma, nada más, hacia su estrella.
de aroma y anda con secretos pasos
de aroma, nada más, hacia su estrella.
Existe, inaccesible, a quien la cante,
de todas sus espinas ignorante,
mientras el ruiseñor muere por ella.
de todas sus espinas ignorante,
mientras el ruiseñor muere por ella.
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