Para el semiólogo, la teoría de los signos adquirió múltiples funciones en esta era. La hibridez cultural genera sentidos que no pueden ser analizados por otras disciplinas. Y entre estos objetos aparecen los secretos de los cables que le dieron ascenso y caída a Julian Assange
CABLES OCULTOS. Wikileaks y la utopía de la eliminación del secreto./Revista Ñ |
El discurso histórico, la moda, el lujo y la persuasión han sido
algunos de los temas de estudio de Jorge Lozano, destacado
representante de la semiótica hispana cuyo interés se ha centrado en
indagar aquellos fenómenos sociales que no tienen la morfología de los
procesos graduales sino, más bien, de ruptura o explosión. Seguidor del
semiólogo ruso Yuri Lotman, Lozano lidera el Grupo de Estudios en
Semiótica de la Cultura (GESC, Universidad Complutense de Madrid), cuyas
investigaciones buscan descifrar la producción de sentido en torno a
Wikileaks. En esta entrevista, realizada en Madrid a pocos meses de
publicar su libro Persuasión. Estrategias del creer , comparte sus
pensamientos sobre el Cablegate, el secreto, la transparencia y la
conformación de actantes (sujetos o personajes) como Julian Assange o
el colectivo Anonimous, al tiempo que piensa la pertinencia de la
semiótica para estudiar estos fenómenos sociales.
¿Por qué Wikileaks se volvió objeto de su interés? ¿Cómo se tornó un foco de interpelación para la semiótica de la cultura?
No tenía ningún interés en Wikileaks hasta que comencé a observar los constantes problemas de la comunicación que allí emergían, uno de los cuales consiste en alguien que desvela un secreto, que irrumpe en un lugar sagrado, como Prometeo, que arranca información reservada, por ejemplo en las embajadas. He aquí la posibilidad de que cualquiera pueda desmantelar las informaciones del poder: es la utopía de la transparencia. Comencé a preguntarme: ¿Este fenómeno es, en términos de Lotman, resultado de una gradualidad, consecuencia de un desarrollo tecnológico ya previsto o, por el contrario, supone una explosión y ruptura? Está también el papel de los personajes, los estilos de vida, las intercepciones, los rumores, los espías, las máscaras, la privacidad, las utopías; todos los cuales conforman una semiósfera de elementos maravillosos: canallas, sinvergüenzas, tipos que irrumpen sin pedir permiso, terroristas de la información, acceso libre, escándalo; elementos fundamentales para quien se dedica a la semiótica de la cultura. Fue así como en el GESC nos interesamos por el secreto, la transparencia, la accesibilidad, sobre cómo el problema del secreto no es tanto de su contenido sino de accesibilidad a un sitio prohibido; no el que se descubran cosas sino el que se diga que se puede descubrir cualquier cosa. Todo ello es perfecto como corpus para un ejercicio de semiótica, porque estoy convencido de que hoy, hablemos de la crisis económica o de Wikileaks, esos elementos hacen de la semiótica la disciplina dominante.
No tenía ningún interés en Wikileaks hasta que comencé a observar los constantes problemas de la comunicación que allí emergían, uno de los cuales consiste en alguien que desvela un secreto, que irrumpe en un lugar sagrado, como Prometeo, que arranca información reservada, por ejemplo en las embajadas. He aquí la posibilidad de que cualquiera pueda desmantelar las informaciones del poder: es la utopía de la transparencia. Comencé a preguntarme: ¿Este fenómeno es, en términos de Lotman, resultado de una gradualidad, consecuencia de un desarrollo tecnológico ya previsto o, por el contrario, supone una explosión y ruptura? Está también el papel de los personajes, los estilos de vida, las intercepciones, los rumores, los espías, las máscaras, la privacidad, las utopías; todos los cuales conforman una semiósfera de elementos maravillosos: canallas, sinvergüenzas, tipos que irrumpen sin pedir permiso, terroristas de la información, acceso libre, escándalo; elementos fundamentales para quien se dedica a la semiótica de la cultura. Fue así como en el GESC nos interesamos por el secreto, la transparencia, la accesibilidad, sobre cómo el problema del secreto no es tanto de su contenido sino de accesibilidad a un sitio prohibido; no el que se descubran cosas sino el que se diga que se puede descubrir cualquier cosa. Todo ello es perfecto como corpus para un ejercicio de semiótica, porque estoy convencido de que hoy, hablemos de la crisis económica o de Wikileaks, esos elementos hacen de la semiótica la disciplina dominante.
¿Por qué?
Porque la semiótica es un método o un acercamiento o, si quieres, un estado de ánimo que me permite describir mejor y con más soltura un fenómeno. Y esto me ocurre tanto a la hora de ver un cuadro, como al leer un mito o intentar estudiar grandes temas, como el del secreto. Podemos, así, definir al secreto desde los niveles que ocupa, desde el más simple y mínimo tapujo, una mínima disimulación, hasta un gran misterio, cada uno de ellos diferente.
Porque la semiótica es un método o un acercamiento o, si quieres, un estado de ánimo que me permite describir mejor y con más soltura un fenómeno. Y esto me ocurre tanto a la hora de ver un cuadro, como al leer un mito o intentar estudiar grandes temas, como el del secreto. Podemos, así, definir al secreto desde los niveles que ocupa, desde el más simple y mínimo tapujo, una mínima disimulación, hasta un gran misterio, cada uno de ellos diferente.
¿Y qué particularidades asume el secreto en Wikileaks?
Los cables de Wikileaks han demostrado que se puede acceder a una embajada, pero no se ha dicho algo que no se supiera ya. El problema es que el secreto no está en informaciones delicadísimas que no se deben conocer, cuanto que no se debe conocer cualquier cosa aunque no haya nada. Son situaciones diferentes y eso se ha puesto en cuestión. Cuando Hillary Clinton dice: “los de Wikileaks son unos terroristas” está diciendo que es gente malísima que debe estar entre Al-Qaeda o el IRA. Lo que a ella le preocupa no es que descubran secretos, que no hay, como que accedan a lugares prohibidos. Y otros han dicho que son “justicieros”. En la mayoría de los discursos sobre Wikileaks hay una actoralización fundamental: se le identifica con un personaje proteico, prometeico, que adopta muchas máscaras y al que se le atribuyen los estigmas del héroe, villano y bufón, que es el protagonista de un determinado relato.
Los cables de Wikileaks han demostrado que se puede acceder a una embajada, pero no se ha dicho algo que no se supiera ya. El problema es que el secreto no está en informaciones delicadísimas que no se deben conocer, cuanto que no se debe conocer cualquier cosa aunque no haya nada. Son situaciones diferentes y eso se ha puesto en cuestión. Cuando Hillary Clinton dice: “los de Wikileaks son unos terroristas” está diciendo que es gente malísima que debe estar entre Al-Qaeda o el IRA. Lo que a ella le preocupa no es que descubran secretos, que no hay, como que accedan a lugares prohibidos. Y otros han dicho que son “justicieros”. En la mayoría de los discursos sobre Wikileaks hay una actoralización fundamental: se le identifica con un personaje proteico, prometeico, que adopta muchas máscaras y al que se le atribuyen los estigmas del héroe, villano y bufón, que es el protagonista de un determinado relato.
En
la nota que hizo con Pablo Francescutti para El País afirman que “si el
Cablegate lo hubiera manejado Anonimous desde las tinieblas no habría
tenido la repercusión de esta aventura tan personalizada y pasional”.
¿Por qué consideran esto?
No puedo evitar pensar, como alguien cuyo lugar de nacimiento ha sido el estructuralismo, por oposición y diferencia. Los grandes estandartes de la transparencia y de la revelación llevan la máscara de V de Vendetta . Es curiosa la necesidad de ocultarse en las operaciones de obtener la transparencia. Categorías que podían ser contrarias, por ejemplo transparencia y secreto, curiosamente son contrarias en una estructura lógica, como la de un cuadrado semiótico, pero al mismo tiempo muy cercanas. Anonimous es la manifestación de unos señores que se presentan como máscaras para esconder el misterio de alguien que pudo ser y que no sabemos quién es y cuyo rol temático no es el de ser una máscara en un teatro, sino el de obtener informaciones a través de la búsqueda de la transparencia. Esos señores están en los recorridos misteriosos del enigma, mientras que a Assange se le responsabiliza porque tiene rostro, es el rostro del delito al que hay que culpabilizar de todo. Esto ha hecho que Assange tenga miles de valencias en su corporeidad: es seductor, violador, australiano, —lo cual parece ser también un estigma—, es un hacker que sabe física y matemática, se comporta mal y delinque, y todo ello viene conjuntamente. Anonimous representaría, en cambio, a unos señores que quieren acceder y usan máscaras y esto reduce la polisemia, la producción de sentido.
No puedo evitar pensar, como alguien cuyo lugar de nacimiento ha sido el estructuralismo, por oposición y diferencia. Los grandes estandartes de la transparencia y de la revelación llevan la máscara de V de Vendetta . Es curiosa la necesidad de ocultarse en las operaciones de obtener la transparencia. Categorías que podían ser contrarias, por ejemplo transparencia y secreto, curiosamente son contrarias en una estructura lógica, como la de un cuadrado semiótico, pero al mismo tiempo muy cercanas. Anonimous es la manifestación de unos señores que se presentan como máscaras para esconder el misterio de alguien que pudo ser y que no sabemos quién es y cuyo rol temático no es el de ser una máscara en un teatro, sino el de obtener informaciones a través de la búsqueda de la transparencia. Esos señores están en los recorridos misteriosos del enigma, mientras que a Assange se le responsabiliza porque tiene rostro, es el rostro del delito al que hay que culpabilizar de todo. Esto ha hecho que Assange tenga miles de valencias en su corporeidad: es seductor, violador, australiano, —lo cual parece ser también un estigma—, es un hacker que sabe física y matemática, se comporta mal y delinque, y todo ello viene conjuntamente. Anonimous representaría, en cambio, a unos señores que quieren acceder y usan máscaras y esto reduce la polisemia, la producción de sentido.
Usted estableció una relación entre
Assange y Prometeo, ¿podría corresponderse también con el mito de
Hermes y, justamente, con el lugar en el que ha ubicado Umberto Eco al
hermetismo y a la lógica infinita del secreto?
Sí, porque Hermes es un dios nocturno; pero, además, es dios de los caminos, de los ladrones y por eso aparece como “el que ha robado”. Es un delincuente y roba aquello a lo que no tiene derecho y por eso es un personaje tan atractivo como el que roba y, al mismo tiempo, es un Robin Hood porque roba para dar a la señora Democracia una información sin la cual no podríamos seguir adelante. Tiene que ver con el elemento del hermetismo que es el encriptador encriptado que desencriptará. Representa, en su presentación, puro juego enunciativo, la posibilidad de acceder a una caja de Pandora, a una información absolutamente necesaria aunque no haya nada.
Sí, porque Hermes es un dios nocturno; pero, además, es dios de los caminos, de los ladrones y por eso aparece como “el que ha robado”. Es un delincuente y roba aquello a lo que no tiene derecho y por eso es un personaje tan atractivo como el que roba y, al mismo tiempo, es un Robin Hood porque roba para dar a la señora Democracia una información sin la cual no podríamos seguir adelante. Tiene que ver con el elemento del hermetismo que es el encriptador encriptado que desencriptará. Representa, en su presentación, puro juego enunciativo, la posibilidad de acceder a una caja de Pandora, a una información absolutamente necesaria aunque no haya nada.
¿Y cuál sería la labor de la semiótica ante fenómenos sociales “explosivos”?
El acontecimiento histórico puede ser una ruptura, una novedad ruidosa. Puede pasar a los medios o no, e incluso puede tornarse –como el 11M–, un acontecimiento mediático-histórico. Justo en el momento que aparece ese acontecimiento se produce una descripción; se construye una semiósfera donde la predicción no es posible y donde lo que sí ocurre es la tendencia imparable de reducir la información significativa que tiene todo acontecimiento. Una de las nefastas consecuencias de la mediatización es la de reducir al máximo la profusión informativa significativa de un acontecimiento. Me refiero a la tendencia de los medios a dar una explicación rápida de los hechos. Cuando en el 11S el locutor de la CNN ve un acontecimiento vertical y paradigmáticamente incomprensible, y dice: “my god!”, “fuck”, necesita explicar como algo causal lo que es casual y dice: “America under attack”. Automáticamente la ininteligibilidad del acontecimiento se hace inteligible depositándose en una narración. El acontecimiento deviene razonable, se explica, es inteligible que hayan destrozado dos torres. Si, en cambio, lo dejas estar, automáticamente no lo introduces en una narración, no buscas ese sintagma de causalidad y no sabrás por dónde va, será polimórfico. Lo que nos interesa son los efectos de lo casual. Y, en cualquier caso, estamos condenados a la revisitación sistemática porque se comienza de un modo equivocado desde un punto de vista lotmaniano. Es como en la teoría de las catástrofes, en la cual el pliegue de una discontinuidad termina siendo estructuralmente morfogenética, según dice René Thom. Es decir, cuando hay un bache, se asfalta y todo sigue igual. Mientras que uno podría decir: “ya que hay un bache vamos a ver qué hay debajo”; eso sería más Ilya Prigogine. Por eso en Lotman hay mucho de Prigogine y sus estructuras disipativas; de tratar de ver más lo imprevisible que lo previsible.
El acontecimiento histórico puede ser una ruptura, una novedad ruidosa. Puede pasar a los medios o no, e incluso puede tornarse –como el 11M–, un acontecimiento mediático-histórico. Justo en el momento que aparece ese acontecimiento se produce una descripción; se construye una semiósfera donde la predicción no es posible y donde lo que sí ocurre es la tendencia imparable de reducir la información significativa que tiene todo acontecimiento. Una de las nefastas consecuencias de la mediatización es la de reducir al máximo la profusión informativa significativa de un acontecimiento. Me refiero a la tendencia de los medios a dar una explicación rápida de los hechos. Cuando en el 11S el locutor de la CNN ve un acontecimiento vertical y paradigmáticamente incomprensible, y dice: “my god!”, “fuck”, necesita explicar como algo causal lo que es casual y dice: “America under attack”. Automáticamente la ininteligibilidad del acontecimiento se hace inteligible depositándose en una narración. El acontecimiento deviene razonable, se explica, es inteligible que hayan destrozado dos torres. Si, en cambio, lo dejas estar, automáticamente no lo introduces en una narración, no buscas ese sintagma de causalidad y no sabrás por dónde va, será polimórfico. Lo que nos interesa son los efectos de lo casual. Y, en cualquier caso, estamos condenados a la revisitación sistemática porque se comienza de un modo equivocado desde un punto de vista lotmaniano. Es como en la teoría de las catástrofes, en la cual el pliegue de una discontinuidad termina siendo estructuralmente morfogenética, según dice René Thom. Es decir, cuando hay un bache, se asfalta y todo sigue igual. Mientras que uno podría decir: “ya que hay un bache vamos a ver qué hay debajo”; eso sería más Ilya Prigogine. Por eso en Lotman hay mucho de Prigogine y sus estructuras disipativas; de tratar de ver más lo imprevisible que lo previsible.
La semiótica tiene ya sus años ,¿cuáles serían los desafíos que enfrenta para el estudio de lo contemporáneo?
Los instrumentos de la semiótica son riquísimos, aunque ciertos excesos llevaron al punto que, caricaturizando, se podía escribir un libro a partir del análisis de cinco frases. Como si un sistema de seguridad de un supermercado fuera tan preciso que fuera, a la vez, mucho mayor que el supermercado mismo. Pero hoy la capacidad de descripción y de mirada de la semiótica se muestra especialmente eficaz. Si uno tiene en cuenta la idea de mezclas entre sistemas semióticos diferentes, lo que llamamos la traducción intersemiótica, cada vez vemos más textos que surgen por traducción. Lo vemos en la moda, donde pasan de la pintura, la escultura, la arquitectura u otro sistema semiótico determinado, a hacer un trajecito, como lo hace Chanel o Gaultier. También la música es un remix donde ya no hay un grupo que hace música, sino un DJ que mezcla. Sabemos de gustos estéticos que son mezcla, monstruos que son resultados de mezclas. No conozco otra disciplina que lo pueda hacer, salvo cierta antropología de Lévi-Strauss o cierta sociolingüística, pero la de la semiótica es una mirada de cómo se construye el sentido, cómo funcionan los sistemas de significación. Desde la crisis económica al DJ, o a cómo funciona la moda o el culto a los muertos, estamos ante una pertinencia semiótica. Lo particular del estadio presente es que es un momento explosivo o de modificaciones pasionales, de pasiones colectivas diferentes. El discurso dominante de la economía no funciona. Los economistas sólo saben legitimar el error, pero sabemos cómo y en dónde se están equivocando: en el modo de impostar, de que a la cuarta pregunta ya no saben qué decir porque nos manifestamos en una semiósfera donde la lógica interna la da la frontera de esa semiósfera.
Los instrumentos de la semiótica son riquísimos, aunque ciertos excesos llevaron al punto que, caricaturizando, se podía escribir un libro a partir del análisis de cinco frases. Como si un sistema de seguridad de un supermercado fuera tan preciso que fuera, a la vez, mucho mayor que el supermercado mismo. Pero hoy la capacidad de descripción y de mirada de la semiótica se muestra especialmente eficaz. Si uno tiene en cuenta la idea de mezclas entre sistemas semióticos diferentes, lo que llamamos la traducción intersemiótica, cada vez vemos más textos que surgen por traducción. Lo vemos en la moda, donde pasan de la pintura, la escultura, la arquitectura u otro sistema semiótico determinado, a hacer un trajecito, como lo hace Chanel o Gaultier. También la música es un remix donde ya no hay un grupo que hace música, sino un DJ que mezcla. Sabemos de gustos estéticos que son mezcla, monstruos que son resultados de mezclas. No conozco otra disciplina que lo pueda hacer, salvo cierta antropología de Lévi-Strauss o cierta sociolingüística, pero la de la semiótica es una mirada de cómo se construye el sentido, cómo funcionan los sistemas de significación. Desde la crisis económica al DJ, o a cómo funciona la moda o el culto a los muertos, estamos ante una pertinencia semiótica. Lo particular del estadio presente es que es un momento explosivo o de modificaciones pasionales, de pasiones colectivas diferentes. El discurso dominante de la economía no funciona. Los economistas sólo saben legitimar el error, pero sabemos cómo y en dónde se están equivocando: en el modo de impostar, de que a la cuarta pregunta ya no saben qué decir porque nos manifestamos en una semiósfera donde la lógica interna la da la frontera de esa semiósfera.
Usted infirió que la crisis económica podría ser objeto de estudio de la semiótica, ¿cómo?
Por ejemplo, en España la Navidad era una expresión antropológica del potlatch; parecía una ejemplificación de las reflexiones sobre el gasto improductivo de Bataille; reinaba el gasto en el sentido de derroche como algo irracional. En cambio, en la actual situación de indigencia generalizada ya no caben las bromitas que se hacían de que en la sociedad de consumo nadie muere de hambre sino de obesidad. Esa broma estaba contextualizada en una sociedad que hoy no existe. Y para analizar esto está la semiótica. Veamos el enunciado “en los bancos no hay dinero” ¿Y dónde está el dinero? El banco era el envoltorio del dinero. El dinero estaba en los bancos; se decía que las monedas eran redondas para que circularan y, de repente, no hay dinero. No hay dinero en el proyecto de un capitalismo especulativo y no lo hay en los bancos porque la prueba es que tiene que haber “rescates” y Europa está pidiendo al Banco Mundial que nos ayude. Esto da la razón a quienes decíamos que lo importante eran los signos en sentido amplio. Estamos en una situación semiótica y semiósica dominante donde, además, se consumen signos sin que haya lo que algunos llamaban referente. No hay un objeto dinámico; hay pura semiosis. Hoy a nadie se le ocurriría la necedad de pensar que en el campo de la comunicación sirven los paradigmas que no incluyen a la semiótica. La semiótica se manifiesta no sólo como el método más eficaz e incluso incorporado, muchas veces, sin saberlo. Y no se trata sólo del método sino que la situación actual es muy semiótica.
Por ejemplo, en España la Navidad era una expresión antropológica del potlatch; parecía una ejemplificación de las reflexiones sobre el gasto improductivo de Bataille; reinaba el gasto en el sentido de derroche como algo irracional. En cambio, en la actual situación de indigencia generalizada ya no caben las bromitas que se hacían de que en la sociedad de consumo nadie muere de hambre sino de obesidad. Esa broma estaba contextualizada en una sociedad que hoy no existe. Y para analizar esto está la semiótica. Veamos el enunciado “en los bancos no hay dinero” ¿Y dónde está el dinero? El banco era el envoltorio del dinero. El dinero estaba en los bancos; se decía que las monedas eran redondas para que circularan y, de repente, no hay dinero. No hay dinero en el proyecto de un capitalismo especulativo y no lo hay en los bancos porque la prueba es que tiene que haber “rescates” y Europa está pidiendo al Banco Mundial que nos ayude. Esto da la razón a quienes decíamos que lo importante eran los signos en sentido amplio. Estamos en una situación semiótica y semiósica dominante donde, además, se consumen signos sin que haya lo que algunos llamaban referente. No hay un objeto dinámico; hay pura semiosis. Hoy a nadie se le ocurriría la necedad de pensar que en el campo de la comunicación sirven los paradigmas que no incluyen a la semiótica. La semiótica se manifiesta no sólo como el método más eficaz e incluso incorporado, muchas veces, sin saberlo. Y no se trata sólo del método sino que la situación actual es muy semiótica.
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