21.2.12

Plasma emocional

"Sería un desperdicio confinar un concepto tan plástico, tan maravillosamente dúctil y elocuente como éste a la simple descripción de un carácter. Propongo extenderlo nada menos que a la idea que nos hacemos en la actualidad de qué cosa sea la cultura, y de cómo deberían funcionar lo que, algo imprecisamente, cabe entender por plataformas culturales"
Ignacio Echevarría, albacea literario del finado escritor chileno, Roberto Bolaño. foto.fuente:elcultural.es

Invito a apropiarse de este concepto. Lo encuentro formulado en un pasaje de Herzog (1965), la indispensable novela de Saul Bellow. Recuerden: Moses Herzog habla por teléfono con el abogado Simkim, viejo conocido suyo, y éste le pregunta por Gerbasch, el hombre por el que la mujer de Herzog lo ha abandonado. Herzog se despacha con incontenible vehemencia:

"Te lo explicaré. Es un maestro de ceremonias, un divulgador, un enlace para las élites. Toma las celebridades y las coloca ante el público. Y hace que la gente más diversa sienta que él tiene precisamente lo que ellos estaban buscando. Sutileza para los sutiles. Calidez para los cálidos. Para los toscos, tosquedad. Para los mentirosos, hipocresía. Atrocidad para los atroces. Lo que desee su corazón. Plasma emocional que puede circular por cualquier organismo".

Sería un desperdicio confinar un concepto tan plástico, tan maravillosamente dúctil y elocuente como éste a la simple descripción de un carácter. Propongo extenderlo nada menos que a la idea que nos hacemos en la actualidad de qué cosa sea la cultura, y de cómo deberían funcionar lo que, algo imprecisamente, cabe entender por plataformas culturales.

Piensen ustedes, sin ir más lejos, en cualquiera de los magazines que publican los diarios en su edición del domingo. Apenas hace falta introducir retoques en el parrafito citado para convertirlo en una certera descripción de cómo se organizan esos magazines, en los que la última entrevista con la actriz de moda se yuxtapone a, por ejemplo, un reportaje sobre la hambruna en África, otro sobre las nuevas tendencias del diseño escandinavo, un informe sociológico sobre los nuevos usos amorosos, una guía de bodegas vinícolas del sur de Francia, un publirreportaje de cosmética y varias columnas de opinión en las que sus autores ensayan, en diferentes registros, el ingenio, la tolerancia, la indignación, la sinceridad, el bel letrismo, el entusiasmo deportivo.

Vayan más allá. Piensen en los informativos de la televisión. O, más ampliamente, en cómo se organiza la programación televisiva en su conjunto. Y no sólo eso: también los festivales de cualquier tipo, las programaciones de cultura de cualquier institución, pequeña o grande, la cartelera de cine, las librerías, incluso las novelas mismas.

Plasma emocional. Por debajo de este concepto pulularían ideas muy razonables sobre la diversidad cultural, sobre la riqueza que para todos supone la posibilidad de optar entre todo tipo de niveles y de tendencias, sobre la libertad y blablablá. Pero -¿cómo explicarlo?- no se trata de eso, o no exactamente. Se trata más bien de un rebajamiento del papel de la cultura, sobre todo del papel social de la cultura, a una especie de menú para consumo privado; a su tratamiento como algo que, lejos de ofrecer ninguna clase de resistencia o de incomodidad, lejos también de brindarse como una herramienta que sirva al sujeto para penetrar en la realidad que lo envuelve, lejos de todo eso, lo adula y lo anestesia, plegándose a sus impulsos, previamente sugeridos y fomentados por la publicidad.

Emocionalidad, pues, versus criticismo. En su muy divulgado decálogo de "estrategias de manipulación mediática" dice Noam Chomsky que "hacer uso del aspecto emocional es una técnica clásica para causar un cortocircuito en el análisis racional, y finalmente al sentido crítico de los individuos". Por otra parte, añade, "la utilización del registro emocional permite abrir la puerta de acceso al inconsciente para implantar o injertar ideas, deseos, miedos y temores, compulsiones, o inducir comportamientos". Por ahí va la cosa, digamos, más o menos por ahí.

Propongo emplear polémicamente este concepto de plasma emocional para moderar y matizar el concepto hoy tan de moda de inteligencia emocional, cuya fortuna parece residir, en no escasa medida, en conciliar mediante un oxímoron dos términos que se han juzgado tradicionalmente incompatibles y cuya síntesis tiende a producirse en detrimento del primero y más sustantivo, la inteligencia, que empalidece peligrosamente al contacto con la lejía sentimental.

Ya lo advirtió Robert Musil: "Las vivencias sentimentales fuertes son en su mayor parte impersonales". Y es que, por sí solo, el sentimiento es pobre en cualidades. "Sólo en esa zona en la que confluyen entendimiento y sentimiento se juega la expansión y el crecimiento más propios del alma: un entrevero de lo intelectual y lo emocional". Sin la alianza con la razón crítica, las emociones configuran ese plasma informe que acapara en la actualidad el lugar de la cultura y que tiende a desactivar, en beneficio del orden existente, su función interpeladora y cognoscitiva.

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