23.2.12

Fuentes en deuda

La cercanía entre los intelectuales y el poder político no es criticable en sí misma: cada quien tiene la libertad de relacionarse con quien se le antoje. El problema es cuando esto afecta su labor creativa
Carlos Fuentes,¿Agente del Gobierno de Santos en Colombia?. foto.fuente:revistaarcadia.com

Durante su reciente visita a Colombia, el pasado enero, Carlos Fuentes dio mucho de qué hablar. El escritor mexicano apareció varias veces en público —en Bogotá y Cartagena— y fue entrevistado en diferentes medios, donde opinó sobre la legalización de las drogas, la situación política y de seguridad en México y las elecciones en Estados Unidos, entre otros temas de actualidad. También habló de literatura, claro, pero en términos generales: sobre los nuevos escritores latinoamericanos, sobre su lugar en el boom, sobre García Márquez y Vargas Llosa, entre otros. Eso sí: sus propios libros pasaron un poco desapercibidos.

Uno de los temas álgidos fue su propuesta de legalizar las drogas. No es la primera vez que lo pone sobre la mesa —ni mucho menos el primero que lo hace— pero esta vez lo propuso durante una de las charlas centrales del Hay Festival y frente al presidente Juan Manuel Santos. Por supuesto su declaración fue reproducida por medios locales e internacionales al día siguiente. Pero, para ser justos, esto ya no debería ser noticia: lo noticioso sería que un intelectual medianamente razonable no estuviera de acuerdo con la despenalización del consumo de drogas. En ese sentido, Fuentes se ha instalado en la comodidad de su propuesta sobre la legalización que ya no tiene nada de innovadora.

En general, los asistentes a las charlas de Fuentes quedaron deslumbrados por su presencia en el escenario. El veterano novelista es un hombre brillante, no cabe duda, y tiene la capacidad de encantar al público con su discurso; y su aspecto físico ayuda: en México siempre se ha dicho que tiene porte de galán de cine, al estilo de Jorge Negrete. Fuentes pertenece a esa estirpe de intelectuales —en la que también está Vargas Llosa— que son grandes oradores. Sin embargo, por momentos, da la impresión de estar recitando fragmentos de un viejo discurso aprendido hace años.

Un ejemplo son sus declaraciones sobre las próximas elecciones presidenciales en México. El escritor, en público y en entrevistas, fue sumamente crítico sobre el regreso del PRI al poder en su país y la muy segura elección de Enrique Peña Nieto, a quien llamó "ignorante". Fuentes ha caído en el lugar común de criticar al candidato del PRI, pero no se la juega por otra propuesta y guarda silencio sobre los muy cuestionados candidatos del PAN y del PRD.

Es significativo también que en el Hay Festival Fuentes compartiera escenario con el presidente Santos, con el ex presidente español Felipe González —quien se excusó en el último momento— y con el ex vicepresidente nicaragüense Sergio Ramírez —quien también es escritor—; y que luego fuera homenajeado con una recepción en la Casa de Huéspedes Ilustres. Es cierto que Fuentes es amigo personal de Santos, pero quedó la sensación de que estaba en la ciudad amurallada en calidad de invitado oficial del Gobierno. Por cierto, el pasado 8 de febrero, el mexicano escribió en el diario El País sobre la situación en Colombia: "Santos ha negado a la guerrilla el apoyo de los campesinos a los que ha entregado tierras propias en lo que equivale a una reforma agraria colombiana (…) A los pueblos de Colombia, Santos ha enviado soldados originarios del lugar, que cuentan con la amistad y hasta el parentesco de los habitantes locales. El presidente ha continuado, en estas condiciones, la lucha contra los narcos de derecha e izquierda, robándoles apoyo e inflingiéndoles las penas previstas por una legalidad en proceso de restauración". Es decir: un cuento de hadas.

La relación entre intelectuales y poderosos no es nueva. Para no ir más lejos, Gabriel García Márquez —amigo íntimo de Fuentes— ha sido criticado sin tregua por su amistad con Fidel Castro y otros. Se ha llegado —como lo hizo Enrique Krauze en la revista Letras Libres— a demeritar su trabajo literario por sus afiliaciones ideológicas.

Desde luego, la cercanía entre los intelectuales y el poder político no es criticable en sí misma: cada quien tiene la libertad de relacionarse con quien se le antoje. El problema es cuando esto afecta su labor creativa. Y cuando su obra pierde fuerza frente a su actividad pública. A Fuentes le ha pasado, un poco, eso: ¿cuál de sus obras recientes ha generado el mismo impacto que Aura (1962), La muerte de Artemio Cruz (1962) o La región más transparente (1958)? Nadie puede negar que Instinto de Inez (2001), La silla del águila (2003) o Vlad (2010), por mencionar algunos trabajos recientes, son libros sólidos, bien escritos y ambiciosos. Pero tampoco se puede esconder que carecen del impacto que tendría que tener una obra firmada por un autor de esa talla.

Es una tradición latinoamericana que, una vez retirados, los presidentes se convierten en poetas o novelistas. En Colombia son legión. Sin embargo, en el caso de Fuentes parece haber ocurrido lo contrario: fue un maravilloso escritor que, al final de su carrera, se convirtió en ex presidente.

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