14.9.13

Rodrigo Moya, el fotógrafo del Nobel colombiano, regresa a casa

Entrevista con la figura de la fotografía que inmortalizó en su cámara a García Márquez

Gabriel García Márquez y el fotógrafo colombiano Rodrigo Moya, en México/Guillermo Angulo./eltiempo.com

A su puerta tocó el Nobel García Márquez para que le tomara fotos decisivas: la primera (1967) para la carátula de un libro que no se sabía para dónde iba: Cien años de soledad; la segunda (1977) para que inmortalizara el derechazo que le propinó el peruano Mario Vargas Llosa. que le dejó un ojo colombino por celos o diferencias políticas. O por ambos.
El acosado por el Nobel es el fotorreportero y documentalista Rodrigo Moya Moreno, todo un personaje en el exterior, anónimo en Colombia. Setenta y siete años después (tiene 79) de haber nacido en Medellín, regresa a su ciudad para hablar de su oficio el viernes 20 de septiembre, en la Fiesta del Libro.
“En toda mi infancia y juventud –relata–, el factor Colombia estuvo presente cada día y en cada rincón. Mi madre dejó su patria para siempre, pero trajo partes y siempre las tuvo en su casa mexicana. Así que no en los genes, pero sí en la biósfera donde crecí, tuve dos patrias: una real, y otra mítica, pero más divertida”.
¿No es una deliciosa ironía que venga a conocer la ciudad 77 años después de haber nacido en ella?
Más que ironía, es algo insólito y jubiloso. Le digo que ya no me interesa conocer más mundo, sino entender un poco más el que vivo y viví. Con Medellín y Bogotá en perspectiva, me siento colmado en este momento.
¿Cómo se dejó convencer del maestro Guillermo Angulo y se involucró en la fotografía?
Él no tuvo que convencerme. Más bien me motivó y dirigió esa vocación con todo el empeño y rigor de un maestro renacentista que toma el futuro de su discípulo como un asunto propio. Angulo detonó un inconsciente largamente postergado y me sacó de la bruma, pues yo era un estudiante fracasado de ingeniería que buscaba cómo ganarse la vida fuera del ámbito familiar que estaba abandonando. Guillermo Angulo me cambió las derivadas, el cálculo integral y la geometría descriptiva por la óptica y la magia inigualable del cuarto oscuro.
¿Por qué adoptó la fotografía documental y no otra?
La foto documental es la madre de todas las fotografías. Es la única que nos aproxima a la vida, a la gente y a sus realidades a través de la acción y la observación. Nos da una idea de lo que es el mundo y la vida de los otros. Nos enseña a ver, más que a ser vistos. Ser fotógrafo artista me da pereza, además de que la buena foto documental lleva en sí su propio arte y las ficciones que tienen la vida y el propio fotógrafo.
¿Qué tiene que ver su condición de fotógrafo con García Márquez?
Nada, excepto las fotos que le hice, la amistad que invariablemente decantan las jerarquías y el tremendo afecto y admiración que le profeso. Ahora que ya no es un hombre tan glamoroso y está recluido, lo siento más dentro de mi corazón.
¿Cómo llegó García Márquez a su casa en México?
A la casa de mis padres –a veces considerada una embajada alterna en tiempos de dictaduras– llegaban muchos colombianos, varados o talentosos o ambas cosas. Pasaron muchas celebridades. Vi a Gabo en casa, tal vez a finales de los años 50, pero me parecía más bien antipático. Después de leerlo me convertí en uno de esos millones de lectores y admiradores.
¿Cómo recuerda al entonces futuro Nobel?
Nunca hubo una relación frecuente, íntima, pero sí afectuosa, con encuentros siempre cordiales a lo largo de muchos años. Luego hicimos mayor amistad por medio de Angulo. A los 19 años, dejé la casa paterna y de mi vista desapareció la colonia colombiana que tanto rodeaba a mi madre. En las dos ocasiones en que le hice fotos, fue el propio Gabo quien tocó a mi puerta. En la de 1967 lo acompañaba Guillermo. Cuando visitaba a Gabo en su casa nunca llevé cámara. Ya era un personaje y no quería montarme en su prestigio. Fue lo mismo con varios amigos célebres que pasaron por mi vida. Cuando les hice fotos fue a petición expresa de ellos.
¿Cómo el fotógrafo Moya no aprovechó la presencia continua de Gabo en sus visitas a su casa en México?
Siempre fui un fotógrafo distante del poder y de la fama. Las dos ocasiones en que lo fotografié él fue a mi casa. Me tenía confianza, supongo, y seguro conmigo se sentía más relajado, porque es evidente que no se siente del todo cómodo frente a un lente. Una vez, uno de sus hijos nos fotografió a mi esposa y a mí con él en su casa de Cuernavaca. (O tal vez fue el propio Angulo). No iba yo a sacar la cámara a media reunión para empezar a acribillarlo. Así me sucedió con muchos famosos ya muertos o en trance, y tal vez me arrepiento, porque eran admirables y me gustaría tenerlos en mi archivo, que mucho tiene de historia y de criptas o de catacumbas. La fotografía siempre tiene algo necrófilo, de pasado irremediable, de nostalgia sin fin, el aviso de que todo es perecedero. A veces pienso que las fotos viejas no son los muertos que imaginamos, sino que son ellos quienes nos están viendo pasar, pensando tal vez: eso quedará de ellos, una fotografía.
¿En qué circunstancias lo escoge Gabo para que le tome las fotos para un libro que nadie sabía para dónde iba: ‘Cien años de soledad’?
De las 30 que le tomé en 1967 para Cien años de soledad no usaron ni una porque el diseñador, buen pintor pero pésimo diseñador gráfico, prefirió un libro sin la foto del autor. Pero una de ellas salió en la primera edición en inglés de la Penguin Book. No suelo seguir muy de cerca el destino de las fotos que hago, excepto cuando me las compran museos, coleccionistas fuertes o editoriales, que de eso vivo.
Diez años después lo escogió el Nobel para hacerle las fotos del derechazo que le propinó Vargas Llosa, que lo puso fuera de combate con un ojo colombino.
Para las fotos del ojo moro me costó un huevo sacarle una sonrisa de una fracción de segundo, porque tenía cara como para los funerales de la Mamá Grande. Realmente, Varguitas lo había dejado mal y se veía más bien triste o deprimido. Pero la sonrisa que le saqué hizo de aquel desaguisado una cosa sin importancia. Al terminar, Gabo me dijo al despedirse: “Me mandas un juego y guardas los negativos”.
Gabo le da una explicación política al derechazo. Su esposa, Mercedes, lo atribuye a los celos. ¿Qué pasó?
Solo ellos lo saben. El hecho ocurrió en la premier privada de aquella película sobre los supervivientes de un avionazo en los Andes. No se veían hacía tiempo, y dicen que Gabo se acercó con los brazos abiertos para abrazarlo, y Varguitas lo recibió con su aún hoy famosa derecha. Escribí una crónica de esa sesión en La Jornada en 2007, cuando Gabo cumplió los 80.
¿Traerá su cámara fotográfica a Medellín?
Llevaré si acaso una cámara de 35 mm de los años 80, pero veo mal y no puedo controlar los indicadores. Con una foto buena que tome de Medellín me daré por servido. Nunca disparé mucho.

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