30.9.13

Daños colaterales de la Guerra Fría

La Berlinische Galerie repasa el arte creado en Berlín desde 1945, que muestra el desigual impacto de la partición alemana

Untitled, de Florian Merkel./elpais.com

En 1945 también se derrotó una manera restrictiva de apreciar el arte en Alemania. Lo que había sido degenerado dejó de serlo con la caída de Hitler y su régimen. Se levantaron los vetos a las vanguardias. Pero los artistas –supervivientes, retornados o futuros– ignoraban que a la vuelta de la esquina les aguardaban impactos de la Guerra Fría.
El arte no salió indemne de la partición del antiguo país en dos bloques antagónicos. A cada paso un poco más distantes aunque siguiesen hombro con hombro, máxime desde el 13 de agosto de 1961, cuando un muro de 156,4 kilómetros se levantó entre ellos. En el Berlín occidental se cultivó de todo y, tal vez por venganza de la Historia o por complejo de perdedor, se miró a Estados Unidos como el nuevo ombligo del mundo. Muchos querían ser Jason Pollock. La abstracción, denigrada por el nazismo, corrió libre.
Al otro lado del muro se miraba a Moscú. Sus artistas tenían una misión que cumplir dentro del estado comunista, como la industria farmacéutica o las fábricas de Trabis. El único estilo apreciado por el poder era el figurativo: los artistas visitaban factorías para empaparse de paisajismo laboral. El Gobierno de la RDA (República Democrática Alemana) tenía su propia teoría artística: el realismo socialista. La encrucijada se abría ante dos caminos tenebrosos: la senda oficial (pintura tradicionalista) o el atajo hacia la marginalidad. Solo en los ochenta, con las reformas iniciadas en el bloque comunista, se ensancharon las vías de expresión artística.
Mann mit Koffe (1983), de Trak Wendisch.
La exposición Arte en Berlín de 1945 hasta ahora, que se puede visitar en la Berlinische Galerie (pese a su nombre, un museo público de arte moderno) y que se inauguró en el marco de la Berlin Art Week, es una ocasión única para cotejar las dos almas alemanas durante sus cuatro décadas de separación. Mientras Fred Thieler investigaba por el camino de la abstracción expresionista, en la otra parte de la ciudad abundaban cuadrillas obreras, escenas históricas, personajes misteriosos o escenas anónimas. “Puedes ver que es la pintura en una sociedad que se siente prisionera, aunque tratan de contar una historia. En los ochenta comienza la rebeldía entre los artistas aunque sea de una forma indirecta”, señala Guido Fassbender, comisario de la muestra.
Bunk! Evadne in Green Dimension (1952), de Eduardo Paolozzi.
En 1983, seis años antes de la caída del muro, Trak Wendisch pintó a un hombre con una maleta. “Parece en una estación de tren, pero no sabes lo que significa. Los artistas desarrollaron su propio lenguaje secreto”, apunta Fassbender. Envuelto en una atmósfera entre azulada y grisácea, el viajero camina con los cuellos de su abrigo alzados en mitad de la noche. También había escenas cotidianas de ocio, como Am Tresen, pintado en 1977 por Harald Metzkes. “Eran obras sobre lugares de encuentro colectivo, quizás alguno de los retratados pertenecía a la Stasi”, bromea el comisario.
Obra de Helmut Middendorf.
A partir de 1989, pocas cosas del este triunfaron en la Alemania reunificada. Para los artistas también fue duro. Fassbender cita a Cornelia Schleime como una de las pocas excepciones. “Para ellos se dio una situación curiosa porque compartían el mismo lugar pero sus sociedades de origen eran muy distintos”, precisa.
En el mercado capitalista no apreciaban ni los temas ni las técnicas de los creadores comunistas. “Sus motivos no eran fáciles de entender para gente de fuera de la RDA. Ellos eran protagonistas de un mundo viejo, nada interesante para el mercado del arte en esa época”, señala Clemens Klöckner, investigador del centro. No es la única razón que, en su opinión, contribuyó al desinterés por los creadores de la antigua RDA. El colapso de la Alemania comunista les dejó sin mercado natural y, a los ojos del nuevo, “sus trabajos no eran comparables a los de colegas occidentales como Richter o Polke”. La caída del muro no les arrastró a todos. Klöckner cita a pintores como Cornelia Schleime, Via Lewandowsky o Hans Scheib: “Han sido ampliamente conocidos, aunque no hayan tenido una gran valoración en el mercado del arte”.
Pese al impacto de la Historia en el mundo del arte a partir de 1945, la exposición de la Berlinische Galerie ha optado por rehuir el orden cronológico y las limitaciones por razones de disciplina (se incluyen escultura, pintura, fotografía, arquitectura y obra gráfica) o nacionalidad. Además de creadores alemanes, la muestra se abre a aquellos que, en algún momento de sus trayectorias, han creado obra en Berlín como Peter Eisenman (Newark, Nueva Jersey,1932); Richard Serra (San Francisco, 1939) o Eduardo Paolozzi (Leith, Escocia, 1924-Londres, 2005), pionero del pop-art y que tuvo una estrecha relación con Alemania, como profesor y como creador (perteneció al colectivo Artist Exchange Scheme). Unos cuantos que sí han sido celebrados por el mercado.

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