16.9.13

Chile: al rescate de una cultura quemada, 40 años después del Golpe

Una exposición recupera libros salvados de las llamas y otros que sobrevivieron ocultos tras la dictadura de Pinochet. Sin una lista negra definida, los militares hasta quemaron textos del cubismo pensando que era una tendencia de Cuba. Una historia de miedo y censura que se puede rastrear hasta hoy

Para Ramón Castillo, al acto de llevar los libros a la hoguera se sumó la ausencia de textos en las casas. (Koen Wessing/Nederlands Fotomuseum, courtesy Hollandse Hoogte, The Netherlands. UDP)
"Biblioteca recuperada: Libros quemados y escondidos a 40 años del golpe", exposición en la sala Nicanor Parra de la UDP./revista Ñ

"Nos sacaron al patio a formarnos y lavarnos con agua en toneles, en otros artefactos había parafina o bencina, montones de libros, nos hicieron prenderles fuego, recuerdo ediciones de la revista cubana Bohemia, libros de artes sobre le cubismo, publicaciones de la editorial Quimantú, libros de Marta Harnecker y todo lo de Marx, Engels y Lenin. Libros que llegaban en camiones militares y en varios kilos, la orden era de quemarlos todos (...)Al medio día fuimos subidos a unos buses y agachados en el piso con las manos entrelazadas en la nuca fuimos trasladados- más tarde reconocimos el lugar- era el  Estadio Nacional”, dice el testimonio de un militante comunista detenido en la Escuela Militar.
Este crudo relato es parte de una investigación de Karin Ballesteros, bibliotecóloga y parte del equipo de investigación y exposición de “Biblioteca recuperada: Libros quemados y escondidos a 40 años del golpe” que exhibe la Universidad Diego Portales en la sala Nicanor Parra y que tiene como curador a Ramón Castillo, director de Escuela de Arte de la UDP.
Ballesteros ya había indagado en el tema y encontró escasa documentación sobre la quema y destrucción de libros durante la dictadura. Pero los chilenos sabían de vecinos, familiares y padres que los ocultaban. Paredes ahuecadas, hoyos en los patios traseros de las casas, depósitos en entretechos o simplemente un cambio de tapas eran camuflajes válidos. Entre muchos de los autores prohibidos estaban Pablo Neruda, Hernán Valdés, Guillermo Atías, de Armando Uribe y textos de la editorial Quimantú y del cantautor Patricio Manns.
Con la excusa del 11 de septiembre, a 40 años del golpe de Estado, Ballesteros y equipo salieron a buscar esos libros. Los que se salvaron de las llamas, los que siguen apareciendo en escondites olvidados y otros tantos dejados en herencia por quienes tuvieron que partir al exilio o la clandestinidad con lo puesto. También se reunieron testimonios, brutales. Historias tras la hazaña de esconder un libro corriendo el riesgo de ser asesinado, por ejemplo. Fueron bibliotecas enteras las saqueadas por completo luego que las familias eran detenidas en sus casas. Una estrecha relación entre la destrucción de libros y la muerte.
“Donde se queman libros, se queman personas”, grafica Karin, parafraseando a Heinrich Heine. Y como no, si las noticias mostraban los allanamientos a departamentos y casas donde hombres y mujeres eran arrastrados del brazo, mientras que un segundo militar se encargaba de desgarrar las hojas de los libros para luego quemarlas. Rostros altivos, bestiales, como una imagen sacada de la Alemania de 1933, barbarie que se siguió replicando en otros países y en otros momentos.
Para Castillo la quema de libros es una metáfora de la destrucción de las palabras, de la imposibilidad de los chilenos de conservar sus estanterías, de dejar a un país sin nada hasta despojarlos por completo hasta de sus palabras.  “Nos quedamos con un país que carece de libros (...) cuando se destruye un libro, también se destruye a las personas que los poseen y llega el temor, la rabia y el absurdo”
Castillo relata que en medio de la investigación, se dieron cuenta que no había una lista de libros prohibidos muy precisa. A diferencia de lo que ocurrió en la Argentina, en Chile la destrucción fue indiscriminada y hasta pueril. Tan sólo un ejemplar de un libro de Neruda calificaba para que la biblioteca fuera a las llamas en su totalidad. “Uno piensa que el primer objetivo tras el golpe de Estado fue toda la literatura marxista pero los militares quemaban libros de cubismo porque los asociaban una tendencia de Cuba. Son anécdotas reales, también ocurrió con La serie roja, un libro de medicina, es decir había mucha ignorancia, una instrucción tan básica, que cuando los soldados tenían que llevar a cabo esto, ni ellos mismos sabían lo que estaban haciendo”, comenta Castillo.
Otro claro ejemplo fue el allanamiento y cierre de la editorial Quimantú durante el golpe. Esta se originó como iniciativa del gobierno de la Unidad Popular y del presidente Salvador Allende, con colecciones de libros y revistas de bajo costo para acercar la cultura a la gente. Los textos y revistas se vendían en quioscos y librerías. La editorial operó entre el año 70 y 73 y en 38 meses editó 11 millones de libros. El 12 de septiembre fue allanada, cerrada y sus libros también fueron quemados. “Comparado con todo eso, la recuperación es mínima, claro, pero son 800 textos y 300 de ellos fueron donados, una forma más profunda de conmemorar esta fecha”, dice Castillo.
Para el curador, el acto de llevar los libros a la hoguera impactó en la ausencia de libros en las casas. Un trabajo eficaz de la dictadura que decantó en un que evolucionó hasta hoy. Se perdió la cercanía con la literatura y eso se traduce en los escasos hábitos de lectura de la población. (Según datos de la UNESCO sólo un 7% de los chilenos lee por placer)
“Sumado a eso en diciembre 1976 se constituye el IVA del 19% a los libros, ese fue el último golpe a los libros, en ese momento pasaron de ser un objeto personal a un bien de lujo, de consumo”, remata.
La muerte de las ideas
En los días del golpe, la poeta y cronista Carmen Berenguer se preparaba para volver a Chile desde los Estados Unidos. Ella y su marido planeaban finalizar su beca en la Universidad de Iowa, y volar a Santiago el 17 de septiembre. Dudaron.  “El día anterior había hablado en un colegio secundario sobre el alto nivel cultural que había alcanzado Chile, su nivel de lectura. Ahora se nos presentaba la disyuntiva de volver o no. Finalmente regresamos en octubre de 1973”, comenta.
Tras su retorno a Chile, se instaló en la casa de un amigo que viajó fuera del país. Lo primero que la escritora encontró fue una gran cantidad de revistas escondidas en el entretecho, y ocultos bajo tablas despegadas del piso. “Mi madre me dijo que algunos de mis libros habían sido quemados, también vi mucha gente que trataba desesperadamente de deshacerse de ellos quemándolos en chimeneas, enterrándolos en la tierra... Eso produjo mucha angustia en la sociedad chilena”, evalúa.
Berenguer recuerda haber hojeado a escondidas libros de Roque Dalton y Otto René Castillo, textos que le regaló un profesor que dictaba un curso acerca del Testimonio en América Latina. “Leí Confieso que he vivido a escondidas en 1983. También recuerdo que para publicar un libro tenías que pedir autorización al Ministerio del Interior, en mi caso publiqué Bobby Sand desfallece en el muro, sin permiso”
Para la historiadora de la UDP Solene Bergot, la censura fue tan bien impuesta, que el temor al  libro como material subversivo y peligroso caló hondo en la población. El impacto fue tal, que las personas optaron por destruir y esconder sus libros. Para Bergot, no sólo hubo censura, sino también auto-censura. “Esto es un logro de la exhibición presentada en la Universidad, haber rescatado testimonios de estas quemas que dan cuenta de un fenómeno generalizado y a veces sin fundamento real, es decir que por rumores que circulaban, las personas empezaron a botar, quemar, enterrar y esconder los libros que ellos consideraron que les podrían traer problemas. El régimen militar, en este sentido, fue capaz de alterar la percepción racional de los ciudadanos y reemplazarla por el miedo...”.

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