20.9.13

El sonido y la furia

El crítico y ensayista cuenta los debates que se tejen detrás de su último libro publicado entre nosotros, Escritos sobre el punk..., apuntes de primera mano sobre la última revolución del rock

Greil Marcus./revista Ñ

Los libros de Greil Marcus salen cada dos o tres años y cada uno representa una especie de mojón en su historia personal y en el gran mapa de la historia contracultural de Occidente. Porque como crítico de movimientos alternativos, con foco en el rock, Marcus sabe muy bien que la trama intima –el relato caótico de una vida arrojada a la búsqueda de la explosión artística– es indisociable de la historia de un país, su país, y por eso los de Marcus son tratados de música, pero también de revoluciones mentales, de historia norteamericana y de resistencia política. Ahora llega a nuestra lengua un largo compendio de textos breves editado originalmente en 1993, y que se promociona como “el lado B de Rastros de Carmín”.
-El libro cubre treinta años de producción en la prensa de rock. ¿Cómo le parece que han cambiado el mapa y la calidad de los textos en la prensa de rock en las últimas décadas?
-Una diferencia es que la escritura comprometida, experimental, audaz, tanto en términos de forma como de lenguaje y contenido, ya casi no se ve en las publicaciones impresas. Ya se trate de Rolling Stone, de Village Voice, de los llamados semanarios urbanos alternativos como Mojo o Uncut, o de los diarios, casi todo lo que se encuentra son reseñas del tipo bueno/malo de shows y discos. Hay restricciones drásticas de espacio, a diferencia de los años 60, y sobre todo de los 70. No se quiere decir nada inapropiado. En la crítica reina una enfermedad de engreimiento, de estar de vuelta de todo. Pasa menos en publicaciones online respetables como PopMatters, y mucho menos en otras como Vulture, que tiene una crítica de televisión reveladora y de una creatividad hilarante. Todo depende de cuánto se busque y de cuánto tiempo se tenga para hacerlo. El mejor trabajo no va a llegar solo hasta nosotros.
-¿En qué momento descubrió la música punk?
-Descubrí el punk, o él me descubrió a mí, muchas veces durante 1977 y 1978, con el último recital de Sex Pistols en Winterland, en San Francisco, el 14 de enero. Fue la primera vez que escuché “Anarchy in the UK”, y no lo entendí. O cuando compré “Pretty Vacant” y SI lo entendí; entendí qué era la clave que abría “Anarchy” y “God Save the Queen”. L o importante de descubrir el punk , o cualquier lenguaje artístico nuevo, es que siempre está cobrando forma, siempre está descubriendo nuevos temas, nuevas lenguas, nuevas formas. Fue la primera vez que escuché “Complete Control” de Clash, y no podía creer que seres humanos normales pudieran ser responsables de lo que salía de los parlantes.
-En los textos del libro, su atención oscila entre el rock estadounidense y el británico. ¿Cómo interpreta ese ida y vuelta?
-El punk estadounidense era más tradicional, menos político y más “de carrera”. Por lo menos por momentos, toda banda de punk británica interesante quería cambiar el mundo o, como habrían dicho ellos, cambiar el maldito mundo. Por lo menos MI mundo.
-El volumen lleva el subtítulo “En el baño del fascismo”, ¿qué resonancias hay en esa frase?
-Fue una frase que se me ocurrió y me pareció un gran título. El punk estaba obsesionado con todo tipo de fascismo. La idea de un baño fascista era tan absurda que me resultó irresistible. Pero a la editorial estadounidense le pareció grosera u ofensiva y se negó a usarlo. Lo llamamos “Ranters and Crowd Pleasers”, que también era un buen título.
-¿Sigue yendo a recitales?
-Sigo yendo a los recitales de la gente que me importa. No me pierdo a Handsome, a Corin Tucker, los Mekons, Pere Ubu. Hace dos años vi un show fantástico de los Drones, una banda de Australia, y también un show brillante de PiL el año pasado. Nunca me perdí un concierto de Sleater-Kinney, es probable que los haya visto tantas veces como vi a Bob Dylan. Hace siglos que no voy a un recital de los Rolling Stones.
-En una larga entrevista le dijo a Simon Reynolds: “Si ‘Mystery train’ es mi libro Nixon y ‘Lipstick traces’ es mi libro Reagan, ‘Invisible republic’ es mi libro Bill Clinton.” ¿Nos puede hablar un poco más de esa idea?
-Casi todos mis libros han adoptado el estado de ánimo del país, mis propios sentimientos al respecto, que siempre están presentes como una mala conciencia, independientemente de si el libro los aborda o no de forma directa. Creo que con Simon entré en cierto detalle sobre los distintos libros y su ángel presidencial. Mystery train se escribió durante Watergate; lo terminé un día o dos después de la renuncia de Nixon. Fue mi intento de entender un país que parecía estar en descomposición. Lipstick traces fue mi libro Reagan. Odiaba a Reagan y el país que él encarnaba y que en tantos sentidos rehízo a su imagen y semejanza, de modo que en el plano intelectual le di la espalda a los Estados Unidos y pasé casi diez años en Europa. Me gustaba Bill Clinton: me gustaba cómo se movía y cómo hablaba. A pesar de innumerables concesiones odiosas y traiciones, fue un presidente profundamente abierto. George W. Bush fue el presidente de The shape of things to come: era una persona falsa, nihilista, vacía, a la que no le importaba nada, y el libro fue tanto una respuesta al hecho de que una fuerza extranjera hubiera atacado a los Estados Unidos, algo que no pasaba desde 1812, como un intento de revelar un país oscurecido por el paso ebrio de Bush por la historia (estuviera tomando o no).
-¿Cómo fueron esos años de escritura de “Lipstick traces”?
-Escribir Mystery train fue un sufrimiento. Después de eso, lo único que quería era volver al periodismo. Pero pasados cinco años también se había vuelto demasiado limitador, frustrante; no un punto muerto, pero no pensaba, no me entusiasmaba. Un amigo me dijo que tenía que escribir otro libro, algo que yo no había considerado. Lo pensé y me di cuenta de que lo mejor que había escrito en los dos años anteriores había sido sobre el punk , que eso era lo que me importaba, que era lo que me confundía y me intrigaba. Entonces decidí escribir un libro sobre el punk. No tenía más forma ni objetivo que eso.Algo del punk, algo de Sex Pistols, siempre me había hecho pensar en el levantamiento francés de Mayo de 1968. No sabía por qué, pero empecé a leer sobre eso. En un libro de una mujer llamada Sylvia Harvey, titulado May ‘68, encontré citas de La sociedad del espectáculo, de Guy Debord, y de La revolución de la vida cotidiana, de Raoul Vanegeim. No sabía quiénes eran, pero los libros sonaban interesantes, de modo que empecé a buscarlos. El primero sólo se conseguía en inglés en una edición pirata, mientras que del segundo sólo había fragmentos. Había referencias a la Internacional Situacionista. Se habían hecho muchas comparaciones entre el punk y el dadá. Yo sabía muy poco sobre el dadá, pero nadie decía más que “el punk es como el dadá”, y a mí eso no me decía nada, así que empecé a investigar. Pasé tres años en la biblioteca universitaria de Berkeley –una de las mejores del mundo–, donde leí sobre el dadá, los situacionistas y los letristas. Descubrí ignotas publicaciones, diarios, libros, obras de arte. Algunos estaban en alemán, que hice traducir. Otros estaban en francés, que aprendí. Viajé a Europa en busca de publicaciones que nunca se habían recopilado en bibliotecas, aparecido en libros ni traducido. Descubrí que el punk era el grito más reciente de una conversación que llevaba siglos, y entonces tuve una historia para contar.
-Aún no hay en castellano una antología de textos de Lester Bangs, pero su figura es en cierto modo mítica. ¿Qué puede decirnos de él como crítico de rock y como persona?
-Edité la primera recopilación de su trabajo Pyschotic Reactions and Carburetor Dung, que se publicó en 1987. Llevó años, sobre todo recopilar los millones de palabras publicadas y no publicadas que escribió Lester, leerlas y convertirlas en un libro. Lester era una persona imposible, una persona inspiradora, contagiosa, distraída, alguien que podía llamar en plena noche, hablar horas, decir “un momento. Ya vuelvo”, y luego olvidarse de que estaba hablando con uno y dejarlo esperando en el teléfono hasta que, una hora más tarde, uno cortaba.
-Hubo una época en que los mitos del rock eran “sexo, drogas y rock and roll” y se morían jóvenes. ¿Cuáles son ahora los principales nudos de sentido del rock?
-No sé qué es un nudo de sentido. Pero es probable que sea el dinero, y su falta. Y también las drogas.
Traduccion: Joaquin Ibarburu

  Estallidos de sabiduría
Si se cree que cada título es una promesa se intentará leer Escritos sobre punk 1977-1992 de Greil Marcus como una historia más o menos desordenada del movimiento que irrumpió en la escena roquera de la mano de Sex Pistols a fines de los 70. El punk que retrata en el magnífico Rastros de carmín está puesto en una secuencia oscura pero continua. Aquí, en esta recopilación de artículos lo que es posible leer es un diario de viaje guiado por una mirada poco habitual en el periodismo del rock. Mientras lo que suele predominar es la imagen de un mundo cerrado, autosuficiente, donde el rock no sólo se explica a sí mismo sino que es único y solitario protagonista del mundo y no sólo desde la música, lo que propone Marcus es mucho más complejo. El rock no es esa esfera separada del universo ni tampoco la banda de sonido que su tiempo necesita. Lo que parece estar sucediendo es un diálogo, no necesariamente una comunicación, entre la música y lo que la rodea. El decurso del rock hasta la aparición del punk iba conciliándose con su época. Destrezas técnicas, paisajes idílicos en las letras, amor y mucha, pero mucha paz. El punk es un estallido en esa plácida comunicación, una recuperación del espíritu que llevaba, por ejemplo, a los Who a destruir sus instrumentos sobre el escenario. Marcus encuentra en el punk un tono para estas reseñas en las que se habla de discos, recitales, películas y se reflexiona sin muchas concesiones sobre los destinos del rock y se sostiene en lo que era la hipótesis central de su Rastros de carmín , que hay caminos secretos a través de los cuales sobreviven, trasmutándose y a veces traicionándose, ciertas expresiones culturales. En el libro sobrevuela la idea de que el punk ha muerto pero no se resigna a que este sea un diagnóstico definitivo. Para mantener esta indecisión que en realidad es una apuesta a la perdurabilidad de lo que alguna vez valió la pena, Marcus arma un reparto de personajes que se van repitiendo de artículo a artículo. Los más presentes son Bruce Springteen y Elvis Costello, dos intérpretes cuya relación con el punk no es plena. Algo en ellos sigue resistiendo. Junto a ellos hay voces de otros ámbitos (Hannah Arendt, Raymond Chandler o Roland Barthes conviven con los entonces reales Reagan y Thatcher). Esos supuestos intrusos son parte fundamental para la construcción del escenario que va armando Marcus de texto en texto. Esa mezcla es la que le permite entrar en la zona conceptual, que es en definitiva la más interesante de todo el libro. Así se suceden especies de apuntes que hablan de la supervivencia, una idea, como dice ácidamente más cercana a Gloria Gaynor que al rock, las olas de bienpensantes que producen artefactos como “We are the children”, el raro vínculo entre la violencia política y la violencia personal, las distintas persistencias del fascismo, lo que significan las canciones como experiencia. Y en ese recorrido va dejando caer breves estallidos de sabiduría. 
Marcos Mayer

Marcus básico  

San Francisco, 1945 
Ensayista y crítico cultural

Se graduó en la Universidad de Berkeley. Fue el primer editor de reseñas de la Rolling Stone norteamericana. Escribió para revistas ya mitológicas como Creem, The Village Voice y Artforum. Publicó más de quince libros, entre los que podemos destacar “Rastros de carmín”, “Bob Dylan en la encrucijada”, “Bill Clinton y Elvis Presley en la tierra de las no alternativas” y “El basurero de la historia”, entre tantos otros.

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